Aquella voz inconfundible

Ya dejó de sonar tras un brutal golpe aquella voz inconfundible. Y con la voz terriblemente acallada, quedó todo el rostro desfigurado, como si tuviera prisa por desaparecer y perder su forma. Y con el rostro el cuerpo saltó en pedazos repartiéndose al norte y al sur, al este y al oeste, como si a todos perteneciese. No llego a imaginar cuál fue su última palabra o tal vez grito. Sé, con certeza, que supo enfrentar con valor apocalíptico el último desafío y protegió impotente a quien tenía a su lado para caer derrotado y sucumbir.

Se volvió muda la voz que en todo lugar sobresalía y hacía presentir su robusta presencia. Fue acallada la voz que desprendía ascuas de fuego cuando anunciaba el Evangelio, o hablaba del Espíritu, o de Jesús, o del Abbá y María. Aquella voz que tantas y tantas veces repetía la palabra “mission”. La voz tenía su fuente en un corazón apasionado, nunca tibio ni indiferente. Y en ese corazón se formaba pronto un torbellino, un torrente de fuego y palabras que él describía: “como un volcán”. Enmudeció la voz que cantaba embelleciendo con su virilidad los coros circunstanciales, o infundía emoción en los cantos más populares. Fue acallada la voz que en tantas ocasiones se hizo lamentación, pena, defensa de la justicia, crítica dolorida y, en otras, voz amiga hacia la gente más sencilla, tagalo de iniciado para interesarse por los vendedores y vendedoras moras que le buscaban apenas entraba en el mercado. Ya no oiremos más la voz que se volvía tímida en los serios actos académicos, o que expresaba tajantemente determinaciones que él creía innegociables por el bien común.

La suya era voz sin florituras, portadora de palabras esenciales, de ideas claramente expresadas y calurosamente comunicadas.

La voz era también liminal. Se colocó durante mucho tiempo en ese espacio casi prohibitivo del buen y del mal hablar. Comprendí pronto que no era ni lenguaje ofensivo, ni lenguaje descortés -¡no lo prentendía aunque lo pareciese!-; era lenguaje hiperbólico,desmesurado, vitalista, excesivo para los amigos; tal vez era considerado ofensivo por los distantes y críticos. Eran ciertamente fragmentos de un discurso fronterizo, hiperbólico, en el que los deseos engrandecidos por la lupa del corazón o de la contradicción, se tornaban palabras de doble filo.

En los últimos tiempos la voz se convertía en bendición y era uno de los estribillos más repetidos en toda ocasión: “God bless you!”, o “¡Bendito sea Dios!”. La bendición se desparramaba por ese gran cuerpo que siempre conservó la armonía. 

Era el sábado… festividad de todos los Santos. Murió el que nunca se creyó santo, el que decía que no sabía rezar -y esperaba las clases de Marcelino Fonts para aprender “ya de una puta vez” a rezar. Murió quien tanto valoraba la santidad de los demás y quien humildemente consideraba que él tenía “el alma como un colchón”. Murió el día de todos los Santos quien se dirigía a todos los santos para que le salieran los mil negocios en que se metía para alimentar a tantas bocas, pagar estudios y dar alojamiento a tantos jóvenes, varones y mujeres asiáticos que acudían a ICLA (Instituto de Vida Consagrada para Asia) para realizar los estudios que eran imposibles en sus países.  Consiguió que nunca faltara nada esencial en la casa-ICLA, donde todo el mundo es bien recibido y tiene siempre algo con que ser agasajado. 

Domingo Moraleda, te has ido. Vino Jesús por tí, el día de todos los Santos y también María. Y te llevaron a la morada que tienes preparada en el cielo. Aquí dejas el vacío inmenso de tu voz, de tu rostro, de tu presencia que parecía tan poderosa a la que -según tus palabras- “nunca se le arruga el ombligo”. Ahora diremos: “Domingo, que estás en en cielo”. Pero tu voz ha quedado grabada aquí en la tierra, en tantos y tantos corazones, en tanta gente que va a repetir tus frases, tus palabras, tus ideas, o se va a emocionar al recordar tu generosidad, tu corazón inmenso… Adios, Domingo. No olvidaré las palabras de tu último email: “Bendito sea el don de la vida… Que el Espiritu te siga llenando de vida y energia en tu servicio misionero… Que Dios te bendiga siempre. Moraleda”.

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