¡La música! ¿Tiene lugar en la Nueva Evangelización?

Hubo un tiempo en que la gente cantaba mientras trabajaba, tocaba música con sus amigos, cantaban a quien amaban. Las canciones se transmitían de generación en generación. Se cantaba en las alegrías y en las penas. El canto era exultación o lamento. Quien no tocaba, bailaba, tocaba las palmas, llevaba el ritmo. Había música no para escuchar, sino para participar en ella. La música era experiencia de grupo.

Sin embargo, es secundario el interés que la Música suscita en la Iglesia católica. Llama la atención que en los “Lineamenta” para el Sínodo sobre la Nueva Evangelización no aparezca ni una sola vez la palabra “música”; lo mismo sucede en la mayoría de los textos constitucionales de los Institutos religiosos, en los programas de formación, en los programas de gobierno, en los proyectos de misión. El mismo Catecismo de la Iglesia católica solo dedica a la música y el canto tres números (nn. 1156-1158), centrados únicamente en su empleo litúrgico. Da la impresión de que la música poco tiene que ver con nuestra misión evangelizadora.

Y, sin embargo, cuánto interés suscitó la música en autores antiguos como Pitágoras, Platón, Aristóteles, san Agustín y también en no pocos pensadores de nuestro tiempo  como Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard, Eugenio Trías…   Necesitamos hoy una reflexión antropológico-teológica sobre la música y tomar muy en serio su lugar en la vida de una Iglesia evangelizada y evangelizadora.

El misterio de la Música

¿Qué es la música? ¿Cuál es su esencia? ¿Qué percibimos propiamente cuando escuchamos música? La música es invisible, aunque podamos ver en un gráfico la intensidad de sus sonidos. Ocupa misteriosa el espacio, pero sobre todo se expresa en el tiempo. Diseños misteriosos e invisibles llegan a nosotros convertidos en sonidos. Penetran hasta lo más profundo del alma. La conmueven, la activan, la adormecen o serenan:

“la música es un arte excelso y admirable; actúa poderosamente sobre lo más íntimo del ser humano y es profundamente comprendida como una Lengua Universal cuya claridad supera incluso a la misma intuición” (Arthur Shopenhauer).

En la música nos habla alguien que algún día quiso comunicarse con nosotros. Nos transmite aquello que late en su intimidad, aquello que se enciende en él o ella. Nos habla sin palabras, a través de los sonidos del mundo y de las cosas, a través de la maravillosa versatilidad de la voz humana y del ingenioso sonar de los elementos. La elaboración musical es un acto espiritual protagonizado por el Espíritu divino en el espíritu humano. En la música la “naturaleza se transforma en amor”, decía  Nieztsche interpretando a Wagner; pero también en lamento, en protesta, en pasión…. Cada pieza musical tiene los rasgos inconfundibles de su autor o autora y revela lo bueno o perverso de su alma.

La música es “phoné” (voz) y ritmo. El ritmo lo llevamos en el corazón y en la venas, en el pulso, en cada acto de respiración y en el comer –que mantienen el ritmo de nuestro cuerpo-. La música resucita los instrumentos; los vuelve espirituales, creativos, expresiones del alma, nos descubre nuestra identidad misteriosa.

La palabra es música elemental y la música es lengua narrativa. Todos tenemos algo que decir; todos entendemos el lenguaje de la música. Pero aquello que nuestra lengua no llega a narrar, lo narra la lengua de la música, superando las barreras lingüísticas:

“La Música es un ejercicio inconsciente de metafísica en el que la mente no sabe que está filosofando” (Leibniz).

“Despues del Silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música”  (Aldos Huxley)

Es lengua universal, que todo el mundo entiende. Es lenguaje intercultural y transcultural. Habla con lo emocional. Por eso, la música es ecuménica, genera comunión entre los diversos. La música instaura comunidades. San Agustín dijo que “al final, todos seremos música”; para él la música es una forma de transcendencia y de apertura a Dios.

Las formas de la Música

Hoy se clasifica la música con diversas etiquetas: Gregoriano, Rock, Jazz, Flamenco, Clásica, Tango, Reggae, Samba, Funky, Tradicional, Gospel etc. Las clasificaciones de la música responden a diversos criterios: las formas musicales, los instrumentos utilizados, la zona geográfica, el estilo, la cronología, los aspectos sociológicos  o religiosos etc,

La música emerge a través de grandes compositores de todos los tiempos y culturas (compositores anónimos, populares, hasta compositores reconocidos como Mozart, Miles Davis, Piazzolla, Manuel de Falla, Bob Marley, Stravinski…). Fueron han sido personas abiertas al mundo que les rodeaba, y que sintieron la fascinación de los sonidos y de sus posibilidades.

Hay ciertamente una música “barata”, comercial, que se utiliza para entretener. para colmar el vacío existencial con un movimiento meramente exterior y convulsivo: música-ruido, de ritmo mecánico y torpe que amodorran el sentido, “música para esclavos” (Aristóteles).

Hay también una música “encantada” que nos evade de la realidad, nos deslumbra “de fuera hacia dentro” (Rilke). Es la música de la evasión interior, que nos desconecta de la la realidad. Y allí se demuestra nuestra interioridad en toda su desnudez y se muestra sin simulación. De la existencia interior recibe la música impulsos directos, tanto constructivos o creadores como destructivos. Esa música nos hace olvidar, o llorar, o emocionar: nos lleva a los sueños nocturnos del pasado, o acompaña nuestros sueños diurnos del futuro. Efímera y eterna al mismo tiempo, la música, forma parte de cada individuo, y es, a su vez, capaz de descubrirnos una parte de nosotros que desconocíamos.

Quiero referirme ahora a la “música del Espíritu Santo”. Una de las expresiones más bellas del luteranismo (metodistas y bautistas) en su versión musical es la música Gospell, la de los espirituales negros. Ella establece un diálogo abierto y espontáneo entre la comunidad creyente y Dios. Invoca la salvación. Desde la fuerte conciencia del pecado y de la fragilidad, la asamblea reitera determinados versículos del Nuevo Testamento, invoca con su canto la gracia de Dios. Tienen la convicción de que el Espíritu Santo es la música interior de aquello que las voces y los movimientos rítmicos interpretan. Hay espacios para la improvisación. Esta música se ha denominado “la música del Espíritu Santo”.  La Iglesia luterana es una Iglesia que canta; para ella la música no es un elemento adventicio o extrínseco, sino una forma de manifestar la gloria de Dios y la fe de la comunidad.

El influjo de la música

Como armonia y terapia

Existe una alianza sorprendente entre las matemáticas y la música. Ambas de definen por la armonía, por la proporción de las partes de  un todo. Pitágoras fue el primero en llamar “cosmos” al conjunto ordenado de todas las cosas, en contraposición al “caos” o el desorden. El orden cósmico es dinámico: el universo está en movimiento y es el movimiento de los astros y de las fuerzas que los mueven el que se ajusta en un todo armónico. Para los pitagóricos el cosmos es armonía, el alma es armonía.

La enfermedad, el mal es todo lo contrario: desconcierto, desarmonía. Por eso, la música es terapéutica, curativa, medicinal. Ejerce sobre el espíritu un poder especial: restablece su armonía cuando ésta ha sido turbada. La música es purificadora (catarsis), mágica, curativa. Las matemáticas y la música, lo que se aprende por los ojos, y lo que se aprende por los oídos, constituyen los dos caminos para curación del alma.

La música es un saber sublime y fundamental para la salud y la purificación ética del ser humano. Y, sin embargo, ¡qué poco se utiliza en los procesos formativos dentro de la Iglesia!

Como maestra

  • La música nos enseña a aprender paso a paso. Aprender música exige método, dar pasos progresivos. La música nos enseña a disfrutar del camino, a saborear cada pequeño éxito y no sólo a centrarnos en la meta. Este proceso nos enseña disciplina porque con música la disciplina se hace más necesaria que nunca.
  • La música nos enseña a apreciar la belleza. Crecemos en la apreciación de otras bellezas y artes y crecemos en nuestra propia belleza y arte.
  • La música nos enseña la comunidad. La música es para ser compartida: con otros en un coro, con la audiencia, con amigos y la familia. Cuanto más tomamos parte en un grupo que hace música más estrechos son los lazos entre nosotros, porque compartimos algo altamente único y personal que procede directamente de dentro de nosotros. La música tiene el poder de crear, construir y fortalecer la comunidad.
  • La música nos enseña el amor. Cuando apreciamos la belleza y nos perseguimos nuestros sueños, cuando nos arraigamos en la disciplina y crecemos en confianza, cuando aprendemos más sobre nosotros y alimentamos la comunidad, la última lección que estamos aprendiendo es la lección del amor.

La música que transforma y santifica

A quien le gusta la música le atraen los sonidos de la naturaleza, de la voz humana, de los instrumentos en sus millones de combinaciones diferentes. La música no pide no “oir”, sino “escuchar”. Dios no habla sólo a través de palabras. El “shema” (¡escucha!), ¿no habrá que referirlo también a la escucha de la música? ¿No es la música también voz de Dios? ¿No será la música la voz del Espíritu?

Carlos Santana escribió no hace mucho el siguiente texto:

“Nunca escuché nada semejante al “The Father and the Son and the Holy Ghost” del álbum “Meditations”. Yo lo habría interpretado frecuentemente a las cuatro de la mañana, el momento tradicional de meditación.  En aquella música yo podía escuchar la mente de Dios, influenciando en John Coltrane. Yo oí al Uno Supremo tocando aquella música a través de la mente de John Coltrane” (Carlos Santana).

Se trata de un saxofonista que podría ser un santo, John Coltrane (Rodney Clapp, “The Saxophonist who would be a saint”, Border Crossings, Brazos Press, Gran Rapids, 2000, p. 177). En 12 minutos y 50 segundos se oye pura energía musical cacofónica. En la obra “Meditations” de John Coltrane encontramo un tratado musical sobre la Trinidad: toda la creación danza en una especie de eco de la gran perichóresis.: la inhabitación mutua del Padre, del Hijo y del Espíritu.  San Agustín jugaba con diferentes imágenes para explicar la Trinidad: amado, amante, el amor que comparten. Uno puede ir de una imagen a otra para comprenderla, jugar con ellas. Ninguna debe faltar En el corazón de la aventura teológica está el misterio deliciosamente poético y juguetón del Dios triuno. La teología se convierte así en doxología. Sin embargo, John Coltrane –en su pieza trinitaria- se opone a una visión ordenada y encatenada del Dios triuno. El crítico de jazz Nat Hentoff escribió a propósito de las Meditaciones de John Coltrane lo siguiente:

“Las emociones son imperiosas. No pueden ser puestas entre paréntesis o ser pulidas para colocarlas en los caminos convencionales de la belleza o la simetría. Tienen que explotar… para que haya unidad hay que caer antes en y a través de la agonía de la separación (Nat Hentoff, 1966).

John Coltrane dijo en una entrevista: “Creo en todas las religiones (“I believe in all religions”). Se dice que cuando Coltrane compuso sus Meditaciones su fe en Dios Triuno tenía que ver ya con todas las religiones, no solo la cristiana; estaba interesado por varias formas de misticismo, pensamiento científico y astrología. A mediados de 1965 era activo en el uso de LSD. Bajo efecto de halucinógenos compuso su obra póstula Om. Om es la primera sílaba, la palabra primordial, la palabra de poder. Cuando le preguntaron qué haría en los próximo diez años, él respondió: “Quisiera ser santo )“I would like to be a saint)”. Decían que vivía como un monje. Por gracia de Dios fue capaz de superar el alcohol y las drogas., su adicción a la heroína (Ben Ratliff, Coltrane: the story of a sound, Farras, Straus and Giroux, New York, 2007, pp. 108-109).

En la introducción a su obra “Teología, Música y Tiempo” el teólogo Jeremy Begbie dice que la intención de su libro consiste en “investigar los caminos en que la música puede beneficiar a la teología. El lector queda invitado a implicarse en la música de tal manera que los lugares centrales de la doctrina sean explorados, interpretados, re-pensados y articulados de nuevo” (Jeremy Begbie, Theology, Music and Time, Cambridge University Press, Cambridge, 2000, p. 5).

Puedes escuchar durante 10 minutos la obra mística de John Coltrane “Padre, Hijo y Espíritu Santo Compasión” (año de composición: 1966).

 

 

 

Conclusión

Probablemente se me dirá que la Iglesia está bien abastecida de música. Que no es necesario exagerar. Que fue en los monasterios en donde se dio ese gran acontecimiento cultural que fue la creación de la escritura musical. Se dirá que es en los templos cristianos donde la música tiene un lugar privilegiado a través de sus órganos y organistas, compositores, y coros. Se dirá que tenemos una gran historia musical que recordar con el Gregoriano, la polifonía. Pero también hay que decir, que gran parte de la composición musical religiosa no ha sido acogida en nuestra formación y vida espiritual. También hay que decir que nuestras teologías de la Palabra, han excluido la Palabra musical. Que en el tiempo del posconcilio no hemos sido capaces de entrar en un gran y serio proceso de renovación e innovación musical. Entre los “recortes” económicos que nuestra opción por los pobres, los marginados, los últimos, nos ha pedido, la música ha sido una de las más afectadas.

Llega el tiempo en el cual plantearnos una “nueva evangelización” nos invita también a preguntarnos si también nosotros vamos a seguir diciendo: “¿con la música a otra parte?

 

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Una respuesta en “¡La música! ¿Tiene lugar en la Nueva Evangelización?

  1. Juan Carlos García Paredes dijo:

    Enhorabuena por este artículo. Reivindicar la música para todos los ámbitos de la vida, incluido el religioso, es como reivindicar un derecho fundamental. Ahora con las nuevas tecnologías es verdad que la música nos invade por doquier pero es una música líquida, que se nos escapa por entre los dedos, que apenas nos llega porque enseguida hacemos zapping para ir a la próxima canción. Sin embargo existe esa otra música de la que tu hablas que siempre ha existido y siempre existirá. Como la que se escuchaba en la zona del silencio de Taizé. Allí nadie hablaba, solo se oía el cánon de Pachelbel, entre otros, y el silencio se inundaba de una presencia extraña y mística. En mi caso la música siempre está ahí: me hace llorar y me hace reir, me hace moverme y me inmoviliza, me transporta a la niñez, a la juventud o al más allá. Hoy día, también el cine nos da, de vez en cuando, hermosas partituras que nos llegan al corazón (seguro que serías capaz de escribir un artículo sobre ello). Vale cualquier música, de cualquier pueblo del mundo. Sólo hay que encontrar el momento de escucharla.

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