“Hijos e hijas de Dios” abortados

amor_sexEn el tema del aborto merece la pena que nos hagamos una pregunta fundamental nosotros, quienes creemos en Dios Padre-Madre. ¿Cuándo comienza a ser persona un hijo o una hija de Dios? Dios no tiene hijos o hijas nacidos de la improvisación, del despiste, de la casualidad. Una persona es, ante Dios, tan importante que está en su corazón y en su mente, mucho antes de ser concebida: “nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo”. El debate de si lo concebido es persona antes de tantos días se vuelve en este caso plenamente “materialista”, alicorto, estrechísimo de visión. Porque lo que se pretende defender es lo siguiente: antes de esa fecha, no hay problema en desprenderse del feto; después no, ¡porque ya es persona!

Quienes creemos en Dios Padre ¿cómo podemos arrogarnos el disponer de la vida de aquellos seres que existen en Él como personas amadas, prediseñadas? Esos atentados contra un proyecto humano de Dios ya iniciado nos evocan la figura bíblica de Caín, que fue el primer fratricida. Dios lo protegió en su misericordia, pero la sangre de su hermano… seguía clamando.

Una vez le pregunté a mi madre, madre de 10 hijos: “Mamá, si tuvieras que prescindir de uno de tus hijos o hijas, ¿de quién prescindirías?”. Me acuerdo de la respuesta, como si la escuchara ahora mismo: “¿Qué dedo me cortaría que no me duela?”. Cuando la realidad sale a la luz, ¿qué horrible aparecería aquello que se realiza en la oscuridad del seno materno?

¿Despenalización? ¿Está despenalizado a los ojos de nuestro Dios? Vemos cómo la muerte de Jesús en el Calvario, o el asesinato de los niños inocentes, sigue presente en la historia, hasta límites insospechados. Un amigo psicólogo-sociólogo me envía la siguiente estadística: el año 2007 se realizaron en España 112,138 abortos, de los cuales un 68% de mujeres solteras y el resto de mujeres casadas y separadas. Pensemos no solo en la persona que ha quedado embarazada y no se atreve a asumir la responsabilidad de esa acción, pensemos también en la red de cómplices que quieren facilitarle o inculcarle la opción del aborto. Procurarán el anonimato, la atención psicológica, la más exquisita y discreta atención médica. Harán ver que quienes se oponen, son malas personas, gente fundamentalista, o como se dice en ciertos medios “anti-“, es decir “anti-abortistas”. No habrá ningún intento de disuasión, sino todo lo contrario: ¡facilitar el camino! O mejor hacer inviable ese inicio de vida humana. Pues bien, se pide la despenalización de toda esta comunidad abortista, que tiene su centro en la mujer que ha concebido. El varón-padre queda en la trastienda: desconocido muchas veces, otras veces descomprometido, quiza bastantes veces cómplice y otras, tal vez, intruso violador. ¿Despenalización?

Dios muestra su fecundidad paterno-materna mucho más allá de nuestros presupuestos o bloqueos. La vida es exhuberante y se sirve de cualquier medio para propagarse. La vida humana cuenta con genealogías muy indignas a veces (basta leer las genealogías atribuídas a Jesús, donde se ve que no es oro todo lo que reluce). Pero, a pesar de todo, ahí está la acción generadora de Dios, ahí está la fuerza de la historia. Pero ahí aparece el “dragón” que quiere destruir a la criatura concebida por la mujer (Apc 12). ¿Despenalizar?

Hay personas que no reconocen la culpa del aborto. Lo exigen incluso como un derecho. Pero ¿no conculcan los derechos de Dios a transmitir la vida como Él quiera? Dios no impide en manera alguna que se transmita la vida de forma extra-matrimonial, ni siquiera corrige los descuidos de los seres humanos en sus relaciones.

Una vez afirmada y reconocida la acción criminal, una vez realizado el propósito de nunca más volver a perpetrar una acción así, sabemos y proclamamos que nuestro Dios es “misericordioso” y que nos perdona y limpia de nuestros crímenes. La voz de Jesús en la cruz “Abbá, perdónales que no saben lo que hacen”, siguen resonando en la historia. Jesús, que sufre la pena de muerte, es el gran des-penalizador, pero lo hace con la verdad y no con argumentos de heterojustificación.

Cuanto más nos alejemos de Dios, más argumentos buscaremos para justificar nuestras perversidades, para encontrar solución a nuestras angustias -por el camino más cómodo-, para crearnos nuestra propia moral. Cuanto más cerca estemos de Él, mejor comprenderemos el valor de la vida, de sus proyectos sobre una humanidad siempre renovada, sus deseos de ofrecernos sus mejores regalos a través del seno de las mujeres, llamadas a encerrar en su vientre las “sorpresas” que harán a la historia humana digna, y a los seres humanos “nuevos” hijas e hijos de su Dios.

Y evoco las palabras de Jesús en el Evangelio el domingo 5º de Cuaresma: “quien quiera ganar su vida, la perdera; quien pierda su vida la ganará… y mi Padre lo premiará”.

¿Despenalizar? La sociedad ha de valorar hasta dónde sí y hasta dónde no. Lo importante no es la pena, sino la recuperación, la transformación de quien no cumple lo que Dios quiere. No hay mayor honra que convertirse en servidor de la vida, de la educación, del cuidado de los “biotopos”, lugares de vida. Y ¡el más importante biotopo ¿no es el cuerpo de nuestras hermanas! Son los templos de la vida. Los varones tenemos que aprender a respetar al máximo esos umbrales sagrados. Nuestras hermanas han de ser conscientes de su poder generativo. Ahí precisamente es donde el Abbá quiere engendrar a sus hijas e hijos y renovar constantemente el gran cuerpo de la humanidad y la vida de nuestro planeta.

Por otra parte, intentemos también comprender el “drama interior” de quienes por diversas razones se ven lanzados al la tremenda decisión de abortar: tal vez se aterroricen de una sociedad intolerante, o de una familia incapaz de aceptar las sorpresas de la vida, o tal vez el miedo a la propia incapacidad a un cambio tan radical de vida, como el que supone una maternidad. Comprendamos el drama de tantas mujeres, que se sienten solas y enfrentan un futuro imprevisible. Comprendamos también el otro lado, en el cual parece que el Maligno de disfraza de mil formas.

Jesús nos pedía que fuéramos compasivos como el Padre es compasivo, que no juzgáramos y no seríamos juzgados. El Abbá, por otra parte, acogerá esas vidas truncadas y les dará aquello que en la tierra les fue denegado.

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2 respuestas a “Hijos e hijas de Dios” abortados

  1. Antonio dijo:

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  2. filme online dijo:

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