Ante el fracaso, ante la infructuosidad de las iniciativas, ante el avance imperturbable de la vida, no pocos de nosotros nos decimos y nos preguntamos: “¡tantos desvelos, tanto esfuerzo, tanta preocupación! ¿para qué?”. La limitación humana es tal, que muy pocas veces nos sentimos satisfechos con los resultados de nuestras obras.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El celo infructuoso del neo-converso
- Injertado en la vid, da fruto abundante
- Las tres presencias
El celo infructuoso del neo-converso
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de un neo-converso Pablo de Tarso, que suscitaba sospechas en la primera comunidad cristiana. El cardenal Carlo Martini comentaba este texto más o menos así: el neo-converso, Pablo de Tarso, llegó a Jerusalén, estallando de entusiasmo, de celo, de nuevas ideas. Los hermanos de la comunidad cristiana lo recibieron con cautela y no se fiaban de él. Tuvo que intervenir Bernabé, con su autoridad moral y defendió a Pablo, porque veía en él a un “instrumento elegido por Dios”. Le concedieron entonces a Pablo carta blanca para que anunciase a Jesús. Pero lo hacía con tanta pasión y ardor que soliviantaba los judíos y no los convertía. Pablo se convirtió en un problema, y no en una solución. Decidieron enviarlo de nuevo a su Tarso, para que salvara su vida. Resultado: el autor de los Hechos añade: “… y la Iglesia gozaba de paz”. Pablo necesitaba todavía un tiempo de cuarentena para madurar interiormente y hacerse creíble. Así estuvo varios años. Pasado el tiempo, Bernabé lo recuperó ya para la misión. ¡Pablo era otro! ¿Qué había sucedido?
Injertado en la vid, da fruto abundante
El Evangelio nos habla de la necesidad de “estar injertado en la vid para poder dar fruto y fruto abundante”. La vid es Jesús. De Él reciben los sarmientos la vida y la capacidad de dar fruto. Desconectados de la vid somos ramas secas, sarmientos para el fuego. Cuando Jesús nos dijo que Él era la Resurrección y la Vida, lo decía para convencernos de que la comunión con Él es absolutamente necesaria. No somos cristianos porque hacemos cosas: porque rezamos tales oraciones, porque vamos a misa, porque cumplimos. Somos cristianos por la conexión vital con Jesús. Sin Él no podemos hacer nada.
Las tres presencias
El evangelio de hoy y la segunda lectura nos hablan de las tres presencias de Jesús: la presencia de Jesús en la Eucaristía, en la comunitaria-eclesial y en la Misión. Jesús está presente en el pan y el vino eucarístico; está presente en la Palabra de Dios que es proclamada, está presente en la comunidad cristiana y en los más pobres y necesitados. A Jesús se le encuentra en las tres presencias.
Estamos insertos en la Vid cuando acogemos a Jesús en las tres presencias:
“Sin mí no podéis hacer nada”: este “sin Mí” es un auténtico desafío, que nos hace preguntarnos: ¿quién eres tú? Y Jesús nos puede responder como a Pablo:
“Soy Jesús a quien tú persigues”.
Esto sucede cuando no amamos a su Cuerpo que es la Iglesia. ¿Quién eres tú? Y nos puede responder como en el Juicio Final:
“tuve hambre y no me diste de comer, estuve enfermo y en la cárcel y no me visitaste”.
¿Quién eres tú? Y nos puede responder como después de la multiplicación de los panes:
“Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”.
La acogida de las Tres Presencias (en la Iglesia, en los necesitados, en la Eucaristía) hace que todo verdée y fructifique en nosotros. Jesús es Vida que vivifica todas las dimensiones que nos constituyen: la dimensión mística, la dimensión comunitaria, la dimensión social-política.
Quiera el Santo Espíritu introducirnos en la ecología de la Presencia total, en la espiritualidad del todo.
Jesús, que nunca nos separemos de Tí. Que te encontremos a través de las tres presencias por las que vienes a nosotros. No permitas que nos desconectemos para vivir únicamente desde nuestras fuerzas. Tú haces maravillas en nosotros, a través de nosotros. Somos tu expresión corporal, tus sarmientos. ¿Qué sería una iglesia sin Tí? Que seas Tú, y no otro, quien habite de verdad en tu Iglesia.
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