¡Asunción!

AssumptionTras casi 59 años de la proclamación del dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo, al comienzo de este nuevo siglo, me pregunto por el significado de este Dogma, que hoy celebramos en la fiesta del 15 de agosto.

Permitidme que entre en esta reflexión sintiendo y consintiendo con aquellos hermanos y hermanas que no hacen de este dogma una de sus prioridades existenciales o al menos no son conscientes de ello. Dejadme que me haga cargo de las objecciones que puede suscitar este dogma, esta celebración y que las haga mías, para tratar después de encontrar respuesta.

¿Es María, juntamente con Jesús, la única excepción a la regla? ¿Son los dos únicos habitantes del cielo en cuerpo y alma? ¿Sólo ellos dos merecieron que toda su realidad humana -lo corpóreo y lo psíquico y espiritual- recibieran la gracia de la resurrección? Entonces, quienes nos han precedido en la muerte, ¿dónde están, cuál es su condición, son almas sin cuerpos, son espíritus sin ningún tipo de expresión corporal? ¿Son “almas en pena”? ¿Habrán de esperar al fin de los tiempos, cuando todos los cuerpos resuciten? El cielo resulta de esta manera muy poco imaginable: almas, millones de almas, y dos cuerpos, que experimentarán la soledad de su única y dual presencia.

Ya sé que estoy poniendo imaginación a esta reflexión. Probablemente, la misma imaginación que le pondría un niño o un joven a la doctrina oficial sobre la Inmaculada.

Hace ya 59 años que el dogma fue proclamado. En aquel tiempo suscitó entusiasmo, fervor en la comunidad católica. Aquella sociedad cristiana gozaba con los privilegios marianos y muchos cristianos, que no habían aceptado la crítica de la razón, confiaban mucho, muchísimo en la revelación que era transmitida a través del magisterio, del gran Papa Pío XII. En aquellos tiempos de dictaduras y recuerdos casi inmediatos de guerras terribles, mirar a María era contemplar la Vida, la Paz, la Utopía.

Es muy poco lo que sabemos del cielo, o del futuro que Dios nos tiene preparado. Nuestra imaginación es absolutamente incapaz de representarse lo que allí nos será concedido. Incluso la revelación es muy parca a la hora de ofrecernos imaginaciones del futuro. Lo más importante de todo es afirmar que Amor no acaba nunca y que nuestro Dios es Dios de vivos y no de cadáveres. Después de esta vida nos seguirá amando, seremos suyos, seguirá siendo nuestro Abbá. No debemos intentar conocer lo que excede nuestra capacidad.

La asunción de María se descubre no tanto mirando al cielo, sino a la tierra. En la tierra no veneramos la tumba de María, no nos lamentamos de haberla perdido, ni celebramos por ella, o en su memoria funerales. Aunque parezca muy extraño, pero los santuarios donde se venera la memoria de María son para nosotros, no lugares funerarios, sino fuentes de vida, espacios donde la sentimos viviente, madre, fuente, cuidadora nuestra.

Lo mismo nos sucede con Jesús. Cada Eucaristía no es la celebración de un rito funerario, sino la acogida de una presencia, de la presencia del Cuerpo y de la Sangre de Jesús. No recordamos el cuerpo del Calvario, ni la sangre del Calvario, sino el cuerpo y la sangre en su estado actual, en el espacio misterioso de la Resurrección. El Cuerpo Sangre de Jesús vive, actúa, está presente. No sabemos dónde ubicarlo. El gran teólogo Karl Rahner hablaba de la “pancosmicidad”, es decir, que el Cuerpo del Resucitado lo ocupa todo, o no está delimitado por nada. No hay una piel que diga ¡hasta aquí llega el Cuerpo de Jesús! Y es que el Resucitado tiene un cuerpo invadido totalmente por el Espíritu, que es Cuerpo espiritual, como nos dice Pablo en sus cartas.

Esa es la experiencia que tenemos aquí abajo, cuando sentimos tan cerca a Jesús y a María. Ascensión, Asunción son dos nombres que le damos a esta experiencia de presencia transformadora. Yo creo que Jesús que ya es Espíritu-Ruah tiene una presencia muchísimo más intensa que su madre entre nosotros. Todo depende de la identificación con el Espíritu y con el Abbá. ¿Quién va a superar a Jesús, el Hijo de Dios? Pero en Jesús y desde Jesús, por esa admirable comunión de lo santo, María también es asunta y se hace presente. Su bendita presencia nos bendice y agracia. Y tanta gente tiene experiencia de ello…

Pero pensemos también que la Gracia de la Resurrección afecta a la gran comunidad humana que pasó de este mundo al Abbá. Hay una nueva tierra y una nueva humanidad en toda ella que surge y se va incrementando. Ya hay resurrección de la carne, aunque aquí no la percibamos sino como semilla. La comunidad del Paraíso está ya anticipadamente gozando de la plenitud corpóreo-espiritual.

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