¿EN QUIÉN PONEMOS NUESTRA CONFIANZA? Domingo VI, ciclo c.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La confianza y sus peligros
  • La esperanza en la resurrección
  • Las bienaventuranzas de Jesús

La confianza y sus peligros

La fascinación por el poder político, económico, cultural o incluso religioso puede llevar a un cierto “ateísmo práctico” que nos aleja de poner nuestra confianza en Dios

Depositar todo nuestro amor y esperanza en otra persona (amigo, familiar, pareja) puede llevarnos a la mayor desilusión, al mayor sufrimiento

El profeta Jeremías, en la primera lectura, nos advierte contra la confianza en las fuerzas humanas desligadas de Dios: esto conduce a la aridez y al vacío existencial. Y así comienza su texto: “Maldito quien confía en el hombre”.

La verdadera confianza, según las lecturas, debe estar puesta en Dios, quien es la fuente de fuerza, verdad y amor. “Bendito quien confía en el Señor y pone en Él toda su confianza”. Hay tantas personas que vienen al templo para orar, suplicar… para depositar en Dios, en Jesús, en María toda su confianza.

La esperanza en la resurrección

En la segunda lectura nos habla san Pablo de una confianza tal, que supera los límites de nuestra vida. Se trata de la confianza de ser resucitados por Jesús y reconocer que nuestra vida no se acaba, ¡se transforma! La idea del “mundo de la Resurrección” puede ser difícil de concebir, pero se basa en la fe en un amor eterno e inquebrantable que vence a la muerte.

Las bienaventuranzas de Jesús

El evangelista san Lucas nos presenta -en el Evangelio- una versión reducida de las bienaventuranzas de Jesús: Bienaventurados los pobres, los hambrientos, los afligidos y los perseguidos. A todos ellos Jesús les asegura que el sufrimiento que padecerán no es definitivo.

Las palabras de Jesús son transformadoras, llamando a la esperanza activa en el Reino de Dios presente y futuro.

Por el contrario, se lamenta por los ricos y saciados, cuyo bienestar temporal los aleja de la verdadera confianza en Dios.

Conclusión

La liturgia de este domingo nos exhorta a vivir una fe confiada y alegre, centrada en Dios y su Reino. La confianza excesiva en el poder o en el dinero nos llevará al fracaso y a la decepción. La fe en nuestro Dios, en cambio, nos asegura la vida y el destino… porque “el Señor protege el camino de los justos… pero el camino de los impíos acaba mal”.

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“EL TOQUE QUE TRANSFORMA”: primeros pasos vocacionales

La compasión de Jesús y su presencia transforma vidas (Mc 6, 53ss). ¡Qué texto tan importante para quienes inician su vocación como “discípulos misioneros”.

Jesús y sus discípulos acaban de llegar -después de una travesía por el mar- a Genesaret. Lo que sucede a continuación no es un discurso, ni una parábola, ni un milagro espectacular. Es algo más sencillo, pero profundamente conmovedor: Jesús se pone a recorrer pueblos y ciudades, y la gente acude a Él con una sola intención: tocarle.

  1. El poder del toque (Marcos 6:55-56)
    Lo más hermoso de este relato es que la gente no necesita grandes palabras o gestos espectaculares. Basta con tocar el borde del manto de Jesús para que ocurra el milagro. El toque es un gesto sencillo, pero lleno de fe. Es un gesto que dice: “Creo que en Ti está la vida. Creo que Tú puedes sanarme”.Y Jesús no rechaza a nadie. No pregunta si son dignos, si han cumplido la ley, si son puros. Simplemente, deja que lo toquen, y en ese toque, hay sanación, hay vida nueva.Esto nos enseña algo fundamental para nuestra misión: no somos nosotros los que sanamos, sino Cristo a través de nosotros. Nuestra tarea es acercar a las personas a Jesús, permitir que lo toquen, que lo experimenten. Y para eso, debemos ser como ese manto de Jesús: un puente entre Él y los demás.
  2. La misión hoy: ser manto de Jesús (Aplicación a la vida misionera)
    En este mundo lleno de dolor, de injusticias, de soledad, nuestra misión es ser como ese manto de Jesús. Somos llamados a llevar a las personas hacia Él, a ser instrumentos de su sanación.Pero esto no es fácil. A veces, nos sentimos cansados, desanimados, como si nuestras fuerzas no fueran suficientes. Sin embargo, este relato nos recuerda que no dependemos de nuestras fuerzas, sino de la presencia de Jesús en nosotros. Él es quien hace el milagro. Nosotros solo debemos estar disponibles, ser ese manto que los demás puedan tocar.Piensen en las personas a las que están llamados a servir en India: los pobres, los enfermos, los marginados. Ellos, como la gente de Genesaret, buscan algo más que palabras. Buscan un toque de esperanza, un gesto de amor. Y nosotros, como discípulos misioneros, estamos llamados a ofrecerles ese toque, a ser portadores de la presencia sanadora de Jesús.

Conclusión

Este relato de Marcos nos invita a reflexionar sobre nuestra misión. No estamos llamados a ser héroes, ni a hacer grandes discursos. Estamos llamados a ser como ese manto de Jesús, a permitir que los demás lo toquen a través de nosotros.

En este camino del discipulado, habrá momentos de cansancio, de duda, de dificultad. Pero recordemos que Jesús camina con nosotros. Él es quien da sentido a nuestra misión, quien nos fortalece en los momentos difíciles.

Hoy, les invito a pedirle a Jesús que nos dé la gracia de ser como ese manto: sencillos, disponibles, llenos de fe. Que en cada persona que encontremos, podamos ser un puente hacia Él. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de su amor y su misericordia.

Y recordemos siempre: no estamos solos. Jesús está con nosotros, y a través de nuestro toque, Él sigue sanando, liberando y dando vida.

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HACIA UN CRISTIANISMO VOCACIONAL -Domingo 5, ciclo C.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El encuentro transformador con el Misterio 
  • La necesidad de un cristianismo vocacional
  • La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad

El encuentro transformador con el Misterio

La vocación auténtica es mucho más que una simple inclinación personal. Es un encuentro profundo y transformador con el Misterio divino. Lo hemos escuchado en la primera lectura del profeta Isaías.

Cuando Dios nos llama, nuestros ojos se abren, nuestros pasos encuentran dirección y nos sentimos envueltos en Su santidad. Este encuentro produce un “pasmo” – una mezcla de asombro, indignidad y alegría inmensa. Así le ocurrió al profeta que respondió a Dios con estas palabras: “Aquí estoy, envíame”

La necesidad de un cristianismo vocacional

En nuestro mundo actual, necesitamos más que nunca un “cristianismo vocacional”. Ser cristiano por vocación implica vivir desde la gratitud permanente, reconociendo nuestra indignidad y el inmenso privilegio de ser llamados por Dios. Este tipo de cristianismo nos aleja de la arrogancia y nos acerca a la humildad y al servicio.

La vocación profética, como la de Isaías o Pablo, demuestra cómo Dios interviene directamente en la historia humana. Estos llamados nos revelan la grandeza y el dramatismo de la vocación, donde Dios transforma a personas imperfectas en sus instrumentos.

Fijáos como en la segunda lectura de la primera carta a los Corintios san Pablo se atreve a decir:  “Yo soy el menor de los apóstoles; no soy digno de ser llamado apóstol… e incluso se compara con un aborto. Su vocación consistió en un encuentro con Jesucristo resucitado

También a nosotros Jesús se nos manifiesta en la normalidad de la vida diaria o en momentos extraordinarios. Este encuentro no es casualidad, sino parte del plan divino.

La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad

En el evangelio se nos narra la historia de la pesca milagrosa. En ella se demuestra la importancia de obedecer a la Palabra de Dios que nos llama e interpela. Gracias a su obediencia, Pedro contempló el milagro y se convirtió en “pescador de hombres”. Así le dijo a Jesús: “Maestro, hemos estado toda la noche bregando y no hemos recogido nada… Pero, por tu palabra echaré las redes. La obediencia a la palabra que nos llama nos llevará a nuestra verdadera identidad.

Conclusión

Estemos atentos a las llamadas de Dios en nuestras vidas. No solo una vez… muchas veces resonará su voz. No temamos sentirnos indignos. Es precisamente en nuestra debilidad donde Dios manifiesta su fuerza. Recordemos las palabras de María: “Haced lo que Él os diga”. En la obediencia a Jesús y en la docilidad al Espíritu Santo encontraremos la belleza y la energía de nuestra vocación

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LA VISITA DEL MESÍAS: SACERDOTES Y LAICOS: (Domingo IV: 2 de Febrero)

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • El Mesías visita el Templo: sueño profético
  • Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron.
  • Aquel Niño era el Sumo Sacerdote.
  • Y nosotros… ¿con quién nos identificamos?

El Mesías visita el templo: sueño profético 

Al profeta Malaquías le fue concedida la visión: aquel día entrará el Señor, el Mesías, en su templo. Y lo hará como mensajero de la alianza. Esta entrada del Señor traerá consigo purificación y juicio, simbolizados por el fuego del fundidor que refina metales preciosos. Esto quiere decir que analizará y examinará la fidelidad del pueblo a la Alianza que Dios estableció con el pueblo de Israel en el Sinaí. En el tema de nuestra Alianza con Dios no podemos andar con medias tintas: o eres fiel o eres infiel.

El profeta Malaquías tuvo la visión de que el Señor, el Mesías, entraría en su templo como mensajero de la alianza, trayendo purificación y juicio. Esta entrada simboliza la refinación y el examen de la fidelidad del pueblo a la Alianza de Dios con Israel. En nuestra Alianza con Dios, no podemos ser mediocres: o somos fieles o infieles.

El salmo 23 nos ratifica que quien entra en el templo es el “Rey de la gloria”, el Señor fuerte y poderoso.

Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron

Los sumos sacerdotes del templo le habían transmitido a lo magos dónde el Mesías tenía que nacer: ¡en Belén de Juda!, pues así estaba escrito. También estaba escrito qué ocurriría al entrar el Mesías en el templo -como hemos visto en la lectura del profeta Malaquías. En esta ocasión los sacerdotes no advirtieron nada, no acogieron como se merecía al Mesías-Niño. Los trataron como a una familia de pobres, que ofrecieron lo mínimo establecido.

Hubo, sin embargo, dos personas que, movidas por el Espíritu intuyeron y reconocieron el misterio que aquella pareja María y José, y aquel Niño encerraban: el laico Simeón y Ana, la anciana servidora del Templo. Simeón reconoció quién era Jesús y quién era su madre y profetizó el destino del niño y lo que le sucedería a la madre. Ana -absorta- alabó a Dios.

Aquel Niño… era el Sumo Sacerdote

La segunda lectura nos permite penetrar más en el misterio. Está tomada de la carta a los Hebreos. Nos presenta a Jesús, no ya entrando en el Templo, sino entrando en este mundo para cumplir la voluntad de Dios Padre. Más todavía: nos presenta a Jesús como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso y semejante en todo a nosotros -ya desde su entrada en nuestro mundo- como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso, que entiende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.

Y esta es la identidad de aquel que llegó al templo y no fue acogido por los sacerdotes: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.

Conclusión: Y ¿nosotros? ¿Con quién nos identificamos?

Hoy en día, se puede estar en el Templo donde Jesús es central y permanecer distraído o ausente, sin recibirlo. Sin embargo, también hay quienes, como Simeón y Ana, lo reciben plenamente y comprenden quién es el centro del Templo y de la Iglesia. Jesús, en su papel de Sumo Sacerdote misericordioso, comprende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.

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EL LIBRO Y EL CUERPO – Domingo 3, ciclo C

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Esdras, el lector del Libro
  • Jesús, lector e intérprete de Isaías
  • ¿Y nosotros? El cuerpo extendido de Cristo

Esdras, el lector del Libro

Nehemías era un judío desterrado. Tenía un cargo de responsabilidad: copero del rey; vigilaba para que el rey no pudiera ser envenenado. El rey le permitió volver a su Tierra y le concedió todo lo necesario para reconstruir las murallas de Jerusalén.

Esdras, el escriba, leyó ante todo el pueblo el libro de la Ley. Quienes habían pasado 70 años en el destierro apenas conocían la lengua del hebreo antiguo. Esdras leía la ley, la comentaba y traducía al dialecto caldeo… Y no solamente el idioma, el pueblo no conocía ya los ritos y ceremonias de su religión; fue necesario restaurar la fiesta de los tabernáculos. “Esdras bendijo al Señor, Dios grandes y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, Amén”. Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra”. “Todo el pueblo lloraba al escuchar la Palabra de la ley.

El salmo 18 lo canta así: “La ley del Señor es perfecta… es descanso del alma”.

Jesús lector e intérprete de Isaías

Jesús dijo que ese texto hablaba de él. Si el pueblo reaccionó muy bien ante Esdras, sin embargo, ante Jesús no fue así: lo expulsaron y hasta quisieron despeñarlo. El pueblo se portó muy bien con Esdras. Los conciudadanos de Nazaret… muy mal con Jesús.

El evangelio nos presenta una escena parecida, pero mucho más sublime. Ocurre en Nazaret. Jesús era ya famoso: enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. En Nazaret, ante su pueblo Jesús leyó e interpretó el rollo del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido, me ha enviado a evangelizar a los pobres….”.

¿Y nosotros? ¡El cuerpo extendido de Cristo!

La segunda lectura tomada de 1 Corintios, capítulo 12, nos dice que Jesús no es para nosotros un extraño. Nosotros, los bautizados, somos parte del Cuerpo de Jesús. Jesús desea extender su cuerpo y hacer de cada uno de nosotros uno de sus miembros. ¡Somos el Cuerpo de Cristo! La comunidad cristiana es un Jesús extendido en el espacio y en el tiempo. ¿Somos conscientes de este tesoro que llevamos en vasijas de barro? Comulgamos para que a través de nosotros fluya la sangre de Jesús, para que nos sintamos miembros vivos de su cuerpo. Por eso exclamamos con el salmo 18: “Señor, roca mía, Redentor mío”.

Conclusión

Santa Teresa del Niño Jesús se preguntaba: ¿qué parte del cuerpo de Cristo soy yo? Ella se identificó con “el corazón”. Cada uno de nosotros ¡somos también miembros del Cuerpo! Alimentémonos con la Palabra de Dios, del antiguo y del nuevo Testamento. En cada eucaristía está la mesa de la Palabra y la Mesa del Cuerpo. Participemos en las dos, como el Pueblo de Israel al escuchar a Esdras o como Jesús leyendo a Isaías, y como la comunidad cristiana comulgando el Cuerpo de Cristo.

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EL AMANECER DE UNA NUEVA VIDA, Domingo 2, ciclo C.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El desposorio… nuevo amanecer
  • El protagonismo de Jesús en el banquete del amor
  • El regalo del Espíritu: los carismas

El desposorio… nuevo amanecer

La primera lectura -capítulo 62 del profeta Isaías- es sorprendente: nos habla de una esposa que es la ciudad de Jerusalén. La ciudad es joven. Su esposo la ama apasionadamente y es Dios mismo. Ella y su Esposo están enamorados y emprenden juntos una nueva vida. No se trata de una pareja de adultos que se reconcilia, sino de una pareja joven envuelta en el amanecer del primer amor.

La ciudad-esposa, que se ha sentido “abandonada”, “devastada”, ahora se reconocerá como “la predilecta”, como “corona fúlgida” y “diadema real”. Al final de la lectura, un centinela anuncia la llegada del Esposo como la aparición del sol, como una aurora que despierta a la ciudad, como una luz que ilumina sus murallas, como un amanecer.

El protagonismo de Jesús en el banquete del amor

El evangelio nos relata hoy la presencia de Jesús -junto con su madre (no se habla de José)- en una boda en Caná de Galilea. El evangelista Juan nos dijo previamente quién era Jesús: el “Verbo de Dios, hecho carne”. En aquella boda revela Jesús quién es Él. Su madre, María, está preocupada porque aquella celebración puede acabar en un fracaso: ¡No tienen vino! Ella sabía a quién recurrir: al gran Esposo de la Humanidad. Y como el centinela que anuncia la aurora María anuncia a los sirvientes: ¡Haced lo que Él os diga! Y la fiesta del amanecer esponsal se culminó en el gozo y la esperanza.

El regalo del Espíritu: los carismas

La lectura segunda nos habla del Espíritu Santo y de los regalos que concede a los seguidores de Jesús: san Pablo los denomina “carismas”. Es así como el Espíritu Santo se actúa y se muestra a través de cada uno de nosotros. Los carismas son “semillas” misteriosas que un día germinarán. Los carismas son “el vino nuevo” que se concede a cada uno. Haciéndolos germinar y actuar se construye la comunidad, el hogar. La humanidad está formada por gente extraordinaria, mujeres y hombres carismáticos. Con los dones del Espíritu la humanidad experimenta muchos amaneceres. Y quien concede los Carismas es el Espíritu del Amor.

Conclusión

Nuestro Dios no nos deja abandonados, ni desolados. Está siempre a nuestro lado: María la madre intercede por nosotros. El Espíritu Santo nos agracia con sus carismas: ¡descubrámoslos! ¡Hagámoslo germinar! Dijo el gran teólogo Karl Barth: “Si Jesús no se casó, fue porque su única esposa, su única novia, fue su Iglesia”. ¡Nosotros somos la Iglesia de Jesús! El salmo 95 lo expresa con esta invocación: “Cantad al Señor toda la tierra… bendecid su nombre”. Dispongámonos a un nuevo amanecer.

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EL BAUTISMO DEL SEÑOR (domingo, ciclo C)

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LA “NOBLEZA”: virtud del cristiano (Romano Guardini)

Vivimos frecuentemente bajo mínimos y muy por debajo de aquello que más deseamos. Nos resulta difícil cultivar la zona más noble de nuestro ser humano: ¡el espíritu! Nos situamos en un ámbito de mediocre vulgaridad y vivimos muy por debajo de nuestras posibilidades. Que esta tentación actúa entre nosotros, los seguidores de Jesús, las mujeres y hombres de Iglesia, es evidente. Por eso, añoramos ese estilo cristiano que Romano Guardini denominó “nobleza”.

La nobleza cristiana consiste en una fuerte tendencia a buscar siempre lo más elevado, lo más valioso. Esa tendencia debe configurar el nuevo modo de pensar, de sentir, que nos abrirán a una época nueva. No hay que renunciar ni a la técnica ni a la ciencia, ni a la política: “lo que necesitamos –escribió Guardini- no es menos técnica, sino más; mejor dicho, una técnica más fuerte, más reflexiva, más humana… más espiritual, mejor conformada” (Romano Guardini. Briefe vom Comer See (Cartas del lago de Como), M. Grünewald, Maguncia, 1953, p. 89.)

Sin el poder del espíritu la ciencia, la técnica, la política y la economía pierden nobleza, y nos llevan siempre al conflicto y a la desintegración. La falta de una Ética del poder nos sitúa al borde del abismo. La salvación debe provenir de un cambio de ideal: el ideal de la posesión y el dominio ha de ceder el puesto al ideal del respeto y la solidaridad. Si Europa creó en el pasado una asombrosa “cultura del poder y el dominio”, ahora debe configurar una “cultura del servicio” y del espíritu.

La zona más noble del ser humano tiene que ver con la mística. El hombre nuevo con mentalidad renovada está abierto a la experiencia mística. En ella se esconden tesoros de extraordinaria nobleza, y no solo para unos pocos elegidos, sino para círculos muy amplios. Los místicos son auténticos educadores del alma. El mayor místico de la historia fue Jesús, el Señor. Por eso, Jesús tiene mucho que decirnos hoy.

El cristiano del futuro es una persona entusiasmada y apasionada con la persona de su Maestro, Jesús; quedará configurada con la nobleza contagiosa del Señor. Esa nobleza mística se experimenta, de un modo muy especial, allí donde “ahora” Jesús, nuestro contemporáneo, se hace presente: ¡en la liturgia de la Iglesia! La Liturgia es una forma de contemplación mística hecha cuerpo, una especie de vida mística plasmada en formas sensibles. La Iglesia es una fuente de vida que mana del mismo Jesús. En la liturgia no solo estamos en la Iglesia, sino que somos Iglesia.

El cristiano del futuro no solo asiste a las celebraciones litúrgica, sino que intenta configurar litúrgicamente su vida entera, revestir de nobleza espiritual todos sus actos. Actitudes corporales como estar de pie, arrodillarse, moverse, guardar silencio…, gestos como persignarse, saludar, mirar atentamente…, acciones como orar en común, participar en la comunión, leer con voluntad de proclamar… pueden tener un sentido profundamente humano y religioso.

La tensión hacia lo espiritual-simbólico transfigura esas acciones, gestos y actitudes y los dota de un valor singular. Así, el andar hacia el altar no se reduce a recorrer una distancia; significa crear un campo de adhesión al misterio. Leer un texto bíblico no tiene sólo por fin comunicar su contenido; supone una proclamación, es decir: una invitación a asumir el mensaje que transmite. El incienso, el cirio, la luz, el altar, el ámbito sacro, las campanas…, y el valor expresivo de subir unas escaleras, franquear una puerta, darse golpes de pecho, levantarse, inclinarse, guardar silencio y hablar… son símbolos de una profunda y ancestral espiritualidad.

El cristiano espiritual y noble tiene una sensibilidad exquisita para todo lo bello. Pero siente una honda tristeza cuando en ciertas manifestaciones muy refinadas de belleza no aletea el espíritu de Dios. Logramos nuestro desarrollo personal cuando nos elevamos e interiorizamos.

El cristiano del futuro no solo está en la Iglesia, sino que se siente Iglesia: “es sangre de mi sangre, plenitud de la que vivo”. Siente la “alegría redentora” de amarla y tener auténtica paz interior. “Yo llego a ser más plenamente lo que debo ser cuanto más decididamente vivo en la Iglesia. Pero vivir en la Iglesia como Dios y ella misma quieren sólo lo puedo realizar en la medida en que logro una personalidad madura” (Romano Guardini, Vom Sinn der Kirche, M. Grünewald, Maguncia 1922, p. 55).

El cristiano del futuro es una persona “en recogimiento”: “del recogimiento depende todo… crea la apertura y el ´espacio´ interno de la oración…el ámbito más íntimo de la vida cristiana” (Cf. Romano Guardini, Introducción a la vida de oración, Dinor, San Sebastián, 1961, p. 14). Sin oración la interioridad humana se atrofia y pierde consistencia y fuerza

Guardini pudo manifestar que se puede ser sin miedo un hombre de la cultura actual y a la vez un cristiano católico, (…) vivir en un mundo pluralista sin volverse relativista; decir el mensaje evangélico de tal modo que no sea incomprensible por adelantado para los que están fuera.

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EPIFANÍA DEL SEÑOR: LA ESTRELLA -EL ESPÍRITU- QUE CONDUCE A JESÚS

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