¿Cómo vivir los cinco domingos de Pascua 2025 con una nueva conciencia y entusiasmo? Tras la larga noche de la Cuaresma se nos abre un “nuevo amanecer”.
San Pablo lo expresó así en su carta a los romanos (Rom 6): “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Dios ha sembrado esperanza en el corazón del mundo al resucitar a Jesús, su Hijo. Él es ahora el Viviente, quien llena todo con su presencia transformadora (Ef 4,10).
Jesús Resucitado no solo vive; Él es la Vida del mundo: “Yo vivo y también vosotros viviréis” (Jn 14,19). Nuestro cuerpo mortal está destinado a ser transfigurado como el suyo (Filp 3,21).
El porvenir de la humanidad y de cada uno de nosotros es sostenible: no estamos abocados al caos y a la nada. Dios está comprometido con nosotros y Él sabe cómo conseguirlo.
“No estamos amenazados de muerte; estamos amenazados de vida, de esperanza y de amor”. Los cristianos vivimos bajo esta amenaza gloriosa: la resurrección. Con Jesús comenzó el retroceso de la muerte; caminamos hacia el Paraíso donde todo era bueno.
En este Año Jubilar de la Esperanza, nos invitamos a vivir los cinco domingos de Pascua como la peregrinación hacia la utopía. Que cada celebración sea un encuentro con el Resucitado, que nos hace ver y constatar que “otro mundo es posible”. Si Cristo resucitó, también nosotros estamos amenazados de Resurrección.
Los acontecimientos históricos suelen estar envueltos en una inquietante ambigüedad, difícil de interpretar. En medio de la inseguridad que nos amenaza, buscamos respuestas que, en el fondo, nunca parecen suficientes. Esta incertidumbre nos recuerda la perplejidad de la primera comunidad cristiana ante los hechos de la Pascua: la muerte y resurrección de Jesús. De aquella experiencia podemos extraer claves para comprender nuestra realidad.
Dividiré esta homilía en tres partes:
La perplejidad ante la cruz y el sepulcro abierto.
La respuesta de Pedro: ¡según las Escrituras
Un acontecimiento colectivo
La perplejidad ante la cruz y el sepulcro abierto
Los primeros discípulos no entendían cómo había terminado Jesús en una cruz ni por qué se había dado esa alianza entre autoridades religiosas y políticas. ¿Quién era realmente Jesús? ¿Había actuado contra la Ley y los Profetas? Todo parecía un misterio. Sin embargo, el sepulcro vacío comenzó a revelar el sentido oculto: Dios mismo había actuado poderosamente a favor del condenado.
El evangelio de Juan narra cómo María Magdalena, Pedro y el discípulo amado enfrentaron este desconcierto. Al principio, pensaron en un robo o profanación. Pero fue el discípulo amado quien, al ver las vendas y el paño doblado, comenzó a creer y entender las Escrituras: la muerte de Jesús tenía un sentido profundo a la luz del Antiguo Testamento.
La respuesta de Pedro: según las Escrituras
El discurso de Pedro al centurión Cornelio ofrece tres claves fundamentales:
La misión de Jesús: Ungido por el Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos. Dios estaba con Él.
La resurrección: Aunque fue condenado y ejecutado, Dios lo resucitó al tercer día y permitió que se manifestara a testigos elegidos, compartiendo mesa con ellos después de su resurrección.
El mandato: Jesús ordenó predicar y dar testimonio de su destino final como juez de vivos y muertos, ofreciendo el perdón de los pecados a quienes creen en Él.
Pedro conecta este testimonio con las Escrituras: los profetas ya hablaban de Jesús, y su vida cobra pleno sentido desde esta perspectiva.
Un acontecimiento colectivo
La resurrección no es un hecho aislado; es el inicio de una realidad colectiva: la resurrección de los muertos. Por eso, la Carta a los Colosenses afirma que hemos resucitado con Cristo y nos invita a vivir como resucitados, orientados hacia las cosas del Reino de Dios.
Cuando los acontecimientos parecen incomprensibles, necesitamos iluminarlos con la Palabra de Dios. Los profetas, los salmos y el Nuevo Testamento son instrumentos esenciales para descubrir el sentido profundo de nuestra historia. ¡En la luz de las Escrituras encontramos la clave para vivir con esperanza!
Conclusión
Y concluyo preguntándome: ¿qué significa para mí que Jesús haya resucitado? ¿Me ilumina cuando en la vida debo afrontar dificultades? ¿Vivo como alguien que sabe que al final “todo acabará bien y que Dios proveerá?
“¡No temamos! Vivamos con la certeza de que Cristo ha vencido la muerte y nos llama a caminar en su luz. ¡La resurrección es nuestro bello destino -aunque nos resulte inimaginable!”
El cuarto evangelio nos muestra a un Jesús, lleno de energía durante su pasión y muerte. El autor del cuarto evangelio, el llamado “discípulo amado”, conocía muy bien a Jesús. Había sido su confidente, su mejor amigo. Por eso, lo que nos dice sobre la Pasión y Muerte de Jesús, merece toda nuestra atención.
Fácilmente nos acostumbramos a todo. También a rezar el Rosario como un rito ya prefijado, congelado para siempre. San Juan Pablo II introdujo una importante modificación: introdujo los Misterios de Luz. Hoy, sábado santo (19 de abril de 2025) ¿por qué no acompañar a nuestra Madre María en su soledad con los misterios de muerte que ella experimentó? No hay que recurrir a fantasías dolorosas, Basta contemplarla en la austera imagen que de ella nos transmiten los Evangelios y profundizar en ella. Por eso, propongo desde mi página, que contemplemos los Misterios de Muerte de un Rosario para el tercer milenio.
Los misterio que vamos a contemplar son “los Misterio de Muerte”: meditación, ave maría, plegaria.
Primer misterio: Amenazas de muerte cuando nace la Vida
Meditación
Las misteriosas fuerzas del mal no se quedaron quietas, cuando nació el hijo de Dios y de María. El Apocalipsis lo representa a través de la gran señal de la Mujer que da a luz y el Dragón que quiere devorar a su criatura.
Puso Herodes todos los medios a su alcance para matar a Jesús. Muchos, que estaban en tinieblas, no acogieron al Hijo de María. Sólo un grupo de pobres, de “anawin”, lo acogió sin reservas y unos sabios de Oriente sin prejuicios.
José y María protegieron el don de Dios para la humanidad. Lo pusieron a salvo, llevándolo a la anti-tierra, a Egipto. Hasta que murió la fiera que quería devorarlo.
María, José y el Niño realizaron la experiencia de un éxodo muy particular. Sobre ellos se cernía la protección de Dios, Abbá.
Primer Misterio: Amenazas de Muerte cuando nace la Vida
Ave Marías
Escuchar y contemplar el Ave María de Bono y Pavarotti y continuar… En los restantes misterios recitar tres avemarías.
Plegaria
Con espanto y horror, vosotros, María y José, asistíais a la falta de acogida, a la hostilidad desatada contra vuestro pequeño Jesús. La oración angustiada sería vuestro clima.
En la oposición a Jesús descubristeis la coalición de todas las fuerzas del mal: esas que matan y asesina a los inocentes, esas que discriminan a los pobres, esas que acaban con todos los sueños.
La cruz se instauró ya en vuestro corazón para todos los días restantes de vuestra vida. Llevabais en vuestros corazones la profecía del Calvario. Y tuvisteis que huir y vivir siempre en camino y alerta.
Plegaria del primer misterio
Segundo misterio: Los “porqué” o la “noche de la fe”
Meditación
Cada vez nos convencemos más de que el camino-vida de María estuvo lleno de dificultades. En no pocas ocasiones estuvo sumergida en la “noche de la fe”.
Se pregunta en la Anunciación porqué y cómo: ¡antes de entrar en casa de José María queda embarazada! Debe hacerse creíble ante José y ante todo el mundo, cuando aquello que en ella sucedía parecía inverosímil. Ante los pastores, ante Simeón su actitud es de profundos cuestionamientos. Cuando Jesús se pierde en el templo le dice con fuerza: “¿Por qué nos has hecho esto?
Jesús se pregunta, ante discípulos y discípulas, ¿quién es mi madre? O en Caná: ¡Mujer!, ¿qué hay entre yo y tú?
Pero su fe era como una roca. Continuó, fiel su camino hasta el final. Allí, en el Calvario aparecieron los últimos porqués.
Y ella… esperó… contra toda esperanza.
Segundo Misterio: Los “porqués” o la “noche de la fe”
Plegaria
María de la fe, caminante segura de la noche.
En ti se hicieron fuertes todas nuestras dudas. Tú, que percibiste la grandeza de Dios en todo su esplendor; Tú, que sentiste cómo nuestro pequeño ser humano es incapaz de comprenderlo y abarcarlo: “Mis caminos no son vuestros caminos”, dice el Señor. Y así lo viviste tú, desplazándote hacia los caminos de Dios para cumplir su buena voluntad. Ya sé que perdiste muchas cosas en tu camino de fe. Al final, te quedaste con lo esencial, madre del Condenado y de una comunidad en desbandada: ¡tu fe inquebrantable en el Dios de las Promesas!
Virgen fiel, ¡ruega por nosotros!
Plegaria del segundo misterio
Tercer misterio: El Esposo-Padre muere
Meditación
Muere su esposo, un hombre justo que supo acogerla sin reservas; que estuvo a su lado en momentos trascendentales, difíciles. La muerte llega a casa de María y de Jesús. El Abbá actúa, sin pedir permiso, dejándose llevar por las leyes misteriosas de la naturaleza.
Muere su padre, su formador, su iniciador en la aventura del varón. El joven Jesús llora. La herida es muy profunda.
Y José es llevado al cielo, dejando parte del cielo aquí en la tierra.
Tercer Misterio: El Esposo-padre muere
Plegaria
Nos dicen, Jesús, que lloraste ante el cadáver de tu amigo Lázaro, que lloraste ante Jerusalén… Pero tus lágrimas ¿no saltaron en tu alma cuando murió José? Él había sido tu amigo y padre, el reflejo masculino del Abbá, tu formador, tu guardaespaldas. Además, era un hombre justo, cabal.
Y contemplabas a María desolada, sin el José de su alma. Y sabías que su vacío no lo podrías colmar, ni siquiera Tú. Y aceptaste una vez más la ley de la encarnación y de la contingencia.
Y tú, María, tratabas de ver en tu Hijo razones, ¡sí! razones para esperar.
Plegaria del tercer misterio
Cuarto misterio: La madre del Condenado
Meditación
Hubo un momento inicial en que la familia de Jesús se preguntaba si “no estaría fuera de sí”. María fue incluso con los familiares que querían hacerse cargo de él.
Poco a poco ella fue comprendiendo el misterio de su Hijo, Hijo del Hombre: que debía padecer mucho y morir, Y se fue preparando para aceptar la muerte del hijo de sus entrañas.
Cuando llegó la condenación a muerte llegó al punto culminante su sobresalto. Se hizo abogada del Hijo, ante Dos y ante los hombres. Pero ¡sin resultado! Y entró en la más profunda noche, la noche del Espíritu.
Cuarto Misterio: La Madre del Condenado
Plegaria
¿Qué se puede decir ante tanta injusticia? ¿Cómo consolarte, María, a ti que eres la Abogada por excelencia y has perdido tu Causa? Y, sin embargo, ahí estás, luchando hasta el final. Intentando que la comunidad de Jesús no se disgregue, que el pueblo recapacite, que las autoridades no ejecuten a tu Hijo. Todo fue en vano, “abogada nuestra -y sobre todo- de Jesús” Perdiste la causa de tu Pobre, de tus pobres. Quedó el asunto en manos de Dios, del Abbá… Y tú, nos enseñaste… a esperar.
Plegaria del cuarto misterio
Quinto misterio: Junto a la cruz del Hijo
Meditación
Ella no abandona al que acababan de abandonar sus discípulos en Getsemaní. Ella se aproxima, destacándose del grupo de mujeres que lo contemplaban desde lejos. Al final, ella y el discípulo amado están junto a Jesús, así como para acogerlo en su nacimiento tan solo estuvieron ella y José.
Les resultaba muy difícil seguir a Jesús y, por eso, lo abandonaron. Pero ella lo acompaña en los últimos y terribles momentos de su vida. Allí está como la mejor discípula, como la amiga fiel, como la mejor de las madres. Allí está dándole vida y mirada de amor, a quien nosotros quitábamos la vida y la mirada.
Y cuando el Hijo murió, lo más grande del mundo murió en su alma. También ella se sintió morir y sin espíritu. Estaba en el centro de la Noche.
Quinto Misterio: Junto a la Cruz del Hijo
Plegaria
María, María, ¡qué fortaleza manifiestas cuando todo lo pierdes para ganarlo todo! Tú eres el reflejo vivo de tantas madres que han tenido en sus brazos a su hijo o hija muerto. Tú eres la esperanza en el máximo dolor, la energía en la máxima debilidad. Eres más madre que nunca. Has llegado a la perfección del amor, porque amas hasta el extremo. ¡Qué dicha tenerte como madre, como referencia, como maestra! Aquí estoy, yo tan débil ante el dolor y la oposición. Tómame en tus brazos y resucítame con tu oración misericordiosa al Abbá de la vida y con el Espíritu que de ti se desprende y todo lo cura.
Hace muchos años, el gran teólogo católico Hans Urs Von Balthasar escribió un famosísimo libro titulado “Mysterium paschale: la teología de los tres días”. Viernes santo, Sábado santo y Domingo de Resurrección.
En el centro el Cuerpo de Jesús
Jueves, Viernes y Sábado Santo son los días en los cuales nuestra atención se centra en el “cuerpo de Jesús”. Los pasos de la Semana Santa nos lo muestran. Hacia ese cuerpo se dirigen las miradas. Ante ese cuerpo se emocionan los corazones. Parece que carga sobre sí todo el dolor del mundo. En su rostro vislumbra la gente su propio dolor: el ya sufrido, el que ahora le acongoja, el dolor que de seguro vendrá.
Los artistas han sabido plasmar en sus imágenes de Semana Santa un cuerpo de Jesús en situación límite e incluso muerto sin que por ello parezca un cuerpo desahuciado y vencido. Año tras año, generación tras generación se repite el mismo espectáculo y surgen las mismas emociones. ¡Y todo tiene como foco… el cuerpo de Jesús!
En el Cenáculo de Jerusalén
Allí está reunido Jesús con sus discípulos para celebrar “la última Cena”, la “Cena de despedida”, “la cena del Adiós”, la “cena del Testamento”
Los grandes patriarcas del Pueblo de Dios hacían de la última cena o comida con sus hijos la “cena del Testamento” (Jacob en Gen 48-49). Jesús también hace su Testamento. El cuarto evangelista inicia el relato de la Cena con estas palabras: “Amó a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el final (telos)” (Jn 13, 1).
Pero también se manifiesta el mal, el diablo que actúa a través de uno de los discípulos, Judas, que lo traiciona y entrega a los judíos para que lo eliminen.
El símbolo del lavatorio de los pies
“Durante la cena Jesús vierte agua en una jofaina y comienza a lavar los pies de los discípulos y a secarlos. Culturalmente, la parte inferior del pie se consideraba una parte deshonrosa del cuerpo. El lavado de los pies de otra persona lo realizaba un esclavo o una persona de estatus inferior (1 Sam 25:41). Jesús le dio tal importancia a este gesto. Ante la negativa de Pedro, lo puso ante la alternativa de: “o te lavo y estás de mi parte, o no te lavo y estarás contra mí”.
Los cuerpos de los discípulos tienen vocación de in-corporación para formar todos “un solo cuerpo” en Jesús. Se trata de una primera comunión a través del tacto. Y Jesús añade: ¡laváos los pies unos a otros! ¡Honrad vuestros cuerpos! ¡Bendecíos mutuamente! ¡Alejáos de cualquier forma de violencia corporal!¡Haceos siervos los unos de los otros! ¡Dad la vida los unos por los otros!
El símbolo del Pan eucarístico
Franz von Stuck, Pietà, 1891
Sigue la cena de despedida… y de nuevo aparece el Cuerpo. Esta vez tiene la “sagrada forma” de pan: pero no solo de pan, sino de pan dentro de un escenario de interrelación: ¡de pan entregado! Es el pan de la comida, es el pan que Jesús parte y reparte: “Tomad, comed, ¡esto es mi cuerpo!”
No se trata sólo del pan, sino del pan partido y distribuido por las manos mismas de Jesús. Él habla de un cuerpo que rebasa sus límites, de un cuerpo que toca, que se acerca, que quiere ser tomado, comido… hasta entrar en el otro cuerpo: “vosotros en mí y yo en vosotros”. El pan-cuerpo tiene una existencia pasajera y transitiva: lo acucia la impaciencia de ser comido y desaparecer en el cuerpo de los discípulos. “Pharmacon athanasías” o “medicamento de la inmortalidad” lo llamaban los antiguos cristianos.
El cuerpo-pan vivifica al cuerpo que lo recibe: “quien come mi pan no morirá para siempre”. Quien comulga se incorpora al Cuerpo que todo lo sana, que resucita, que establece Alianza para siempre. Jesús quiere compartir su cuerpo y hacernos así sus con-corpóreos.
Estrechamente unida al cuerpo… también la sangre. Jesús transforma la escena anterior: ahora lleva en sus manos un cáliz. Derrama sobre él el vino; la entrega a cada uno de sus discípulos y les dice: “Tomad, bebed: esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna Alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.
Jesús quiere compartir su sangre y hacernos sus con-sanguíneos. Para él, como hebreo, la sangre era mucho más que ese flujo líquido que recorre nuestras venas: era el símbolo de la vida, de su vida, que sólo encontraba su sentido des-viviéndose, entregándose. Por eso, también la sangre crea comunión, consanguinidad, Alianza para siempre.
El Sacerdocio fundamental
Jesús quiso que todos nosotros, sus seguidoras y seguidores formáramos el pueblo sacerdotal, o pueblo de sacerdotes. En el Bautismo somos todos consagrados sacerdotes de Dios. Pero en este día, celebramos el origen de una forma peculiar de sacerdocio: el de aquellas personas elegidas para servir y liderar al pueblo de Dios. Jesús le dijo una vez a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejitas”. Los pastores son muy tentados por el Maligno y pueden -como Pedro- negar al Señor, y convertirse en lobos del rebaño del Señor. Roguemos por ellos, para que no caigan en la tentación.
San Lucas nos acaba de ofrecer un relato impresionante de la Pasión de Jesús. Quizá fuera necesario un gran artista y músico como Bach para interpretarlo musical y orquestalmente. Tratemos de sintetizarlo en cinco escenas:
1. Un Rey que desarma: el asno, el sepulcro y la novedad de Dios
Un asno sobre el que nadie había montado, un sepulcro en el que nadie había sido sepultado: El animal que utiliza el Señor para su entrada en Jerusalén como Mesías Hijo del hombre es un animal que estaba destinado para ello y no para otra cosa. El sepulcro que acoge el cuerpo de Jesús es un sepulcro sin estrenar. ¡También María la Madre de Jesús era una mujer sin estrenar, virgen! Con Jesús llega la novedad, y lo que toca se reviste de novedad: el nacimiento, la sepultura y la investidura como rey.
Hoy, en un mundo que idolatra lo efímero, Cristo nos invita a ser lo nuevo: comunidades que no repiten eslóganes, sino que crean caminos de paz. ¿No es este el Mesías que desarma a Herodes con silencio (Lc 23,9) y a Pilato con verdad (Lc 23,3)? Un Rey sin ejército, que convierte cruces en tronos.
2. «Haced esto en memoria mía»: El pan que desata cadenas
En el Cenáculo, Jesús no solo instituye la Eucaristía: redefine el poder. Mientras Roma dominaba con espadas, Él se entrega como pan (Lc 22,19). Y en el Calvario, perdona a sus verdugos (Lc 23,34).
Hoy, cuando la Iglesia vive sus propias traiciones (abusos, divisiones), Lucas nos recuerda que la Eucaristía no es premio para perfectos, sino medicina para heridos. Judas recibe el mismo cáliz que Pedro: la misericordia no discrimina. ¿No es esta la revolución que necesitamos?
3. Oración: El susurro que vence el caos
Tres veces ora Jesús en la Pasión:
En el Cenáculo, canta salmos (Lc 22,39-46).
En Getsemaní, suda sangre, pero elige el «hágase tu voluntad» (Lc 22,42).
En la cruz, muere rezando: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Lucas nos muestra que la oración no es escape, sino abrazo al dolor con esperanza. Hoy, ante las «tinieblas» personales y colectivas (guerras, soledad, depresión), Jesús nos enseña a gemir con fe. Como Pedro, que llora tras la mirada de Cristo (Lc 22,61-62), nosotros somos invitados a llorar… pero sin dejar de caminar.
4. La hora de Satanás… y de las discípulas
Mientras los apóstoles huyen, las mujeres siguen a Jesús (Lc 23,49). José de Arimatea, oculto antes, ahora reclama su cuerpo (Lc 23,50-53). Lucas revela que, en la noche del mal, brillan luces inesperadas.
Hoy, cuando muchos se preguntan «¿Dónde estaba Dios en mi dolor?», la Pasión responde: «En el migrante que ayuda, en el médico que agota turnos, en el joven que cuida a su abuelo». El Reino avanza con los valientes que, como el buen ladrón (Lc 23,40-43), eligen compasión incluso al borde del abismo.
5. «Porque Tú estás conmigo»: La dignidad del que sufre
Lucas no se recrea en los latigazos, sino en los gestos que revelan divinidad:
Jesús cura la oreja del soldado (Lc 22,51).
Consuela a las mujeres de Jerusalén (Lc 23,28).
Promete el Paraíso al ladrón (Lc 23,43).
Hoy, en una cultura que ignora a los frágiles, Cristo nos desafía: el dolor no nos hace menos humanos, sino más dignos. Como José y las mujeres, que preparan aromas «reposando el sábado» (Lc 23,56), aprendemos que, tras la noche, siempre llega el alba.
Conclusión: ¿Por qué Lucas escribe así?
Porque sabe que la Cruz no es el final. La serenidad de su relato es la calma de quien confía en la Resurrección. Hermanos, en un mundo que grita «¡Sálvate a ti mismo!» (Lc 23,35-39), Jesús muere diciendo «Padre, perdónalos». He aquí la Buena Noticia: el amor es más fuerte que la muerte. Y si Él transfiguró el fracaso en gloria, ¿qué no hará con nuestros dolores, si se los entregamos?
Es patrona de Europa. Así lo proclamó el el papa san Juan Pablo II. Se trata de Brígida Birgersdotter (1303-1373), conocida como Santa Brígida de Suecia. Fue una mujer mística, escritora y teóloga sueca. Su nombre significa “fuerte y brillante”: hay nombres que son todo un presagio. Traigo aquí, a mi página de textos que impresionan lo que he dado en denominar “El Viacrucis de la Alabanza enamorada” (Oración 2. Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628, pp 408-410). He aquí sus doce estaciones:
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.
Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero inocente.
Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.
Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecador la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.
Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de muerte.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran guardia.
Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.
Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
¡BENDITO SEAS, MI SEÑOR JESÚS!
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
[Primera estrofa] A tu mesa en la Cena quiero estar, compartir el pan que nos da libertad. Brindar por el Reino con fe y verdad, pendiente de tus palabras de eternidad.
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
[Segunda estrofa] Oraré contigo en Getsemaní, clamando justicia ante lo que vendrá. Seré cireneo cuando caigas allí, y Verónica al limpiar tu pesar.
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
[Tercera estrofa] Algo muere en mi alma al verte partir, mi Amigo eterno que va hacia el sufrir. Dejas herido tu costado fiel, y a tu Madre sola bajo el cruel madero.
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
Hoy la Iglesia se debe preguntar: ¿Se puede comenzar de nuevo? Las tres lecturas de este domingo nos invitan a ello. “Olvidar las cosas del pasado”, “dejar atrás lo recorrido”,. “yo tampoco te condeno; vete y no peques más”. La liturgia de este domingo se instala en una nueva dimensión y reafirma que el pasado, pasado está. Lo importante es ¡lo que viene! La liturgia nos indica cómo nuestro Dios desea olvidar nuestro pasado: ¡borrón y cuenta nueva! En cambio, ¡qué frecuente es recordar el mal, ejercer la permanente denuncia contra quienes hicieron el mal! ¡Qué pocas personas creen en que es posible “nacer de nuevo” . Lo importante no es el arma…. sino el abrazo.
Dividiré esta homilía en tres partes:
El desierto acabará… Dios abre ríos en él
¡Olvida lo que queda atrás y ¡corre hacia la meta!
Desenmascara a lo que condenan… ¡Yo no condeno!
El desierto acabará… Dios abre ríos en él
Si en el pasado hubo desiertos… confía, porque Dios “abrió un camino en el mar” y puede abrir ríos en el desierto.
En este año 2025, tras la crisis de la pandemia y de las guerras locales (Ukrania y Rusia, Israel y Palestina…), podemos caer en el derrotismo. Somos Iglesia y estamos llamados a ser profetas de lo nuevo. ¿Cómo? Como el agua en el desierto: siendo signo de vida allí donde hay sequedad espiritual (individualismo, soledad existencial).
Olvida lo que queda atrás y corre hacia la meta!
En 2025, en una sociedad obsesionada con el éxito y una Iglesia tentada por el auto-ensalzamiento (esplendor de sus celebraciones, cifras de bautizados), la segunda lectura de la carta a los Filipenses es un antídoto.
En ella Pablo desprecia los «méritos» que ha conseguido en el ámbito religioso. Y confiesa que lo único que aprecia y abraza es a Cristo, como su única razón de vivir. Pablo describe la santidad -¡no como un trofeo!-, sino como una carrera: caer y levantarse, son los ojos fijos en quien nos conquistó primero. Por eso la pregunta-clave es:¿Qué «méritos» debemos soltar para abrazar la pobreza de Cristo? No pocos se abrazan al tradicionalismo, otros a los éxitos pastorales, otros a las identidades de grupo. Otros se abrazan al Jesús que acoge a los pecadores y come con ellos. Son éstos quienes están en lo cierto.
Desenmascara a los que condenan… ¡Yo no condeno!
En el evangelio de hoy Jesús desarma a los acusadores de la mujer con un doble gesto: perdón sin ingenuidad («no peques más») y denuncia sin violencia («el que esté sin pecado…»). La Iglesia se encuentra también hoy en el 2025 -como Jesús- en la plaza pública. Y nos plantean temas éticos candentes: bioingeniería, eutanasia, migraciones masivas… ¿qué puede la Iglesia aprender de Jesús?
Conclusión: «El desierto puede florecer»
En un mundo sediento de esperanza, estos textos son la brújula. Como Isaías hemos de creer que Dios actúa hoy, no ayer. Como san Pablo hemos de soltar el lastre para correr hacia Cristo. Como Jesús seamos custodios de la alianza con manos abiertas. Seamos “arena sagrada” donde Dios pueda escribir caminos nuevos. Arena que no atrapa, sino que acoge las huellas de quienes buscan volver a casa.
[Estribilllo] Leemos en la arena, Jesús, tus palabras silenciosas, misterios que desarman a quienes lanzan piedras Sólo de tí viene la Luz.
[Primera estrofa] Jesús disipa nuestras noches, su luz desnuda la hipocresía. No hay condena que resista su palabra, solo un sendero queda abierto: “Vete y recupera tu hermosura”.
[Estribilllo] Leemos en la arena, Jesús, tus palabras silenciosas, misterios que desarman a quienes lanzan piedras Sólo de tí viene la Luz.
[Segunda estrofa] Hoy la Iglesia debe preguntarse: ¿es semilla o sepulcro su verdad? ¿Levanta al caído con manos abiertas, o humilla al débil con su autoridad? En un mundo de piedras y desiertos, ¿será agua viva o eco muerto?
[Tercera estrofa] Trazó Jesús palabras en el polvo, en el suelo oscuro del juicio vano. Los acusadores, desarmados, se esfumaron como sombras al alba. Y solo ante ella Jesús proclamó: “Recibe de Dios el perdón y su amor”.
[Cuarta estrofa] Hoy en las plazas el odio se atrinchera; escribamos con tiza una nueva primavera. No con dogmas rígidos ni fríos decretos, sino con palabras que sanen los huesos. Escribamos el perdón en cada herida, y edifiquemos el Reino en nuestra vida.
[Estribilllo] Leemos en la arena, Jesús, tus palabras silenciosas, misterios que desarman a quienes lanzan piedras Sólo de tí viene la Luz.
Quizá hoy, más que nunca, sintamos la desconexión entre las diversas generaciones: falta diálogo, hay crisis de esperanza; hijos pródigos abandonan el hogar; otros… tal vez vuelven. Hay situaciones donde la fragilidad -como la del papa Francisco- se convierten en testimonio. Las lecturas de este domingo nos inspiran.
Dividiré esta homilía en tres partes:
Un nuevo comienzo
Reconciliación: no condenar sino abrazar.
La misericordia que desarma
Un nuevo comienzo
La primera lectura -tomada del libro de Josué- nos presenta al Pueblo de Israel dejando atrás el desierto, el alimento del maná, los 40 años de camino por el desierto. Ahora el pueblo tiene la Tierra que Dios le prometió. E inicia un “nuevo comienzo”. Hoy, en la Iglesia vivimos un tiempo de transición: sinodalidad, reformas, desafíos pastorales. Como el pueblo de Israel tenemos que madurar y superar divisiones, clericalismos, rigideces. La enfermedad y recuperación del Papa Francisco nos recuerdan que la fragilidad no es obstáculo, sino espacio para confiar en Dios, que nos guía a tierras nuevas.
Reconciliación: no condenar, sino abrazar
La lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios nos dice que “en Cristo somos «nueva creación» y que nuestra vocación es ser «ministros de la reconciliación». En un mundo fracturado por guerras, desigualdades y polarizaciones, la Iglesia debe ser puente, no muro. El pontificado de Francisco insiste en esto: una Iglesia en salida, que sana heridas (cf. Amoris Laetitia, encuentros interreligiosos, atención a migrantes). La reconciliación exige valentía para pedir perdón (como el hijo pródigo) y para ofrecerlo (como el padre). En un tiempo de críticas internas y divisiones, esta lectura de san Pablo nos desafía para que reconozcamos nuestra vocación profética: no condenar, sino abrazar; no excluir, sino integrar.
La misericordia que des-arma
Si algún texto pudiera denominarse “corazón del Evangelio” la parábola del hijo pródigo ganaría el premio: Dios es Padre que corre al encuentro, restaura dignidades y celebra la vida: ¡corre, restaura y celebra!
Jesús relata la parábola -¡y esto es muy importante!- ante fariseos que murmuran por su cercanía a los pecadores. Hoy, algunos cuestionan el estilo pastoral de Francisco, acusándolo de «laxismo», mientras él insiste en que la misericordia no es herejía, sino revolución. La Iglesia no puede ser como el hijo mayor, resentido ante la gracia concedida a otros. El Papa, en su fragilidad física, nos enseña que la auténtica fuerza está en la ternura: visitar cárceles, lavar pies, escuchar a los descartados. La enfermedad del Pontífice es también símbolo: la Iglesia debe sanar de autorreferencialidad para abrazar su vocación de «hospital de campaña».
Conclusión
El mensaje de este domingo debe interpelarnos. Estamos en “tierra nueva” -como Israel en la tierra prometida: es hora de cosechar lo sembrado con paciencia a lo largo de estos últimos años. Como Pablo, somos embajadores de un Reino que no se construye con poder, sino con servicio. Como el padre de la parábola, estamos llamados a ser signos de un amor que no calcula. La convalecencia del Papa Francisco es un llamado a confiar: ni las estructuras ni los líderes salvan, sino Cristo, que renueva todo (Ap 21,5). Que esta etapa invite a la Iglesia a caminar con humildad, audacia y compasión, sabiendo que, incluso en la debilidad, Dios hace «nuevas todas las cosas».
“UN NUEVO COMIENZO”
[Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Estrofa 1] Deja tu extravío y niega tu vanidad deja tu corazón mostrar su bondad Tu Dios te busca y hacía tí se desvía se acerca a tí, porque en tí confía
[Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Estrofa 2] Estrena nueva túnica y anillo de señor tu esclavitud en el pasado queda la nueva casa.hogar te ofecerá y reiniciarás un programa de amor
(Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Estrofa 3] Como el padre que corre, restaura y celebra Abrazamos al que vuelve, con gracia plena No juzgar sino acoger, servir con humildad En la debilidad, brilla la eternidad
[Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Final] Un nuevo comienzo, es tiempo de confiar En Cristo que renueva, y nos viene a transformar
Las tres lecturas de este domingo tercero de Cuaresma, extraídas del libro del Éxodo, de la primera carta a los Corintios y del Evangelio de Lucas nos transmiten un mensaje liberador e interpelante: nos piden que reflexionemos sobre la inquebrantable misericordia de Dios y sobre la urgencia de un cambio serio en nuestra vida.
El Dios que ve, escucha y libera
¡Yo soy el que seré! ¡Los ídolos… nada y vacío!
Si no os arrepentís, ¡pereceréis!
1. El Dios que ve, escucha y libera
Moisés se introdujo en el desierto y allí Dios le esperaba… y se le manifestó en una zarza ardiente e incombustible. Quien se le reveló era Dios. Y Dios, profundamente afectado por los sufrimientos de su pueblo: “He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores”. Moisés le pregunta por su nombre. Y Él responde: “Yo soy el que soy”, o tal vez mejor traducción, “yo soy el que seré”. Dios no se define como un sustantivo, sino como un verbo, lleno de dinamismo y de energía futura. A Dios se le conoce no por su nombre, sino por su actividad liberadora
2. ¡Yo soy el que seré! ¡Los ídolos… nada y vacío!
San Pablo “actualiza” aquel texto arcaico y lo aplica a la comunidad cristiana de Corinto y también hoy a nosotros: “Estas cosas les sucedieron como ejemplos, y fueron escritas para amonestarnos a nosotros”. Y seguidamente Pablo nos dice que también nosotros podemos caer hoy en la idolatría, la inmoralidad sexual y las quejas contra Dios. Hay personas para quienes el domingo es el día del futbol -su ídolo-, pero no el día del Señor -su dios verdadero-. Acuden al ídolo. Se excluyen del encuentro con el Dios verdadero. Hay personas para quienes el sexo es su dios, pero no el Amor liberador de Dios: prefieren la esclavitud de Egipto a la liberación de Aquel que les ofreció la libertad.
3. Si no os arrepentís… ¡pereceréis!
La respuesta de Jesús a dos tragedias que sucedieron en su tiempo enfatiza en la necesidad inmediata del arrepentimiento: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Arrepentirse no significa que volvamos a los rituales religiosos, sin más, sino a que emprendamos un cambio radical en nuestros corazones y vidas; una llamada a reemprender el camino de Dios y abandonar el seguimiento de los ídolos.
Conclusión
¿Estamos escuchando la llamada de Dios, como Moisés? ¿Estamos dispuestos a arrepentirnos de todo aquello que nos desvía del proyecto liberador de Dios sobre nosotros?