A los saduceos que no creían en la resurrección de los muertos Jesús les habló de “los hijos y las hijas de la Resurrección”. Nadie duda del parto que nos hace nacer. Jesús nos habla de otro parto que nos hará resucitar. Escuchemos la Palabra de este domingo que nos revela este misterio fascinante y para muchísima gente… inesperado e increíble.
¿Quién podría decirnos que jóvenes de Asia son evangelizados y evangelizan con la música? Jesús se convierte en canción, en el amor de quienes así le cantan. Hay una “evangelización secreta” que no surgen de nuestras iglesias, ni de nuestros evangelizadores. ¡Qué inimaginable es ver cómo le cantan a Jesús… quienes menos hubiéramos pensado…. y ¡cómo lo hacen! Os invito a comprobarlo en este enlace:
Entramos en el misterio del Viernes Santo: un día que no es sólo pasado, sino también dramático presente en la vida individual y colectiva de la humanidad.
Hace muchos años, el gran teólogo católico Hans Urs Von Balthasar escribió un famosísimo libro titulado “Mysterium paschale: la teología de los tres días”. Viernes santo, Sábado santo y Domingo de Resurrección.
¿Cuándo llegarán a la humanidad tiempos de paz? Cuando todavía no está resuelto un conflicto surge otro. Las guerras se suceden. No hay respiro…. Añoramos la paz, pero la paz no llega. Jesús fue el “príncipe de la Paz”… pero sucumbió a la violencia. ¿Qué celebramos hoy los cristianos al evocar la entrada de Jesús en Jerusalén “ciudad de la Paz?
Una mujer, Orel, artista francesa, fue quien recibió la inspiración de diseñar los 14 pasos del Viacrucis “en femenino”. Orel contempla a Jesús cargado con la cruz de sus hermanas… reflejando en su cuerpo la Pasión de tantas y tantas hijas de Dios, con las que se identifica. ¿Por qué no recorrer también nosotros el Viacrucis desde “otra perspectiva”? Imagen… música… canto… plegaria…
¡Agua! ¡Luz! ¡Vida! Estas son las palabras que van marcando e inspirando nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Hoy nos corresponde la palabra ¡Vida! ¡Paradójico…cuando ya nos acercamos a celebrar la Semana trágica de la muerte de Jesús. La Vida vencerá a la muerte. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? Así lo proclaman los Misioneros y Misioneras de la Vida… a todas las naciones.
¡Os infundiré mi Espíritu y viviréis, pueblo mío!
¡Sepulcros! ¡Tierra! Con estas dos palabras define el profeta Ezequiel la situación presente y futura del pueblo de Dios. Para el profeta su pueblo es un cementerio: ¡morada de muertos y sepultados! Muerto por corrupción, desesperación, falta de futuro. Su tumba es un valle de huesos secos. El espectáculo es aterrador, porque allí están quienes habían sido elegidos para ser “pueblo de Dios”.
Ante tal espectáculo Dios está en duelo y repite -según el profeta- este lamento: “¡pueblo mío! ¡pueblo mío! Dios se compromete a abrir él mismo los sepulcros, hacer salir de los sepulcros, a infundir espíritu y dar vida. Y además se conjura: “Yo soy el Señor, ¡lo digo y lo hago!
La pasión amorosa de Dios por su pueblo es impresionante. Deja libre la libertad… hasta que no puede más. Cuando la libertad es empleada para la autodestrucción, Dios reivindica su poder paterno y materno y da vida a lo que está muerto.
¡La muerte ya no hiere a sus amigos!
Si Dios es así, si nuestro Padre-Madre es así, ¿qué nos podrá separar del amor de Dios? ¿La muerte? Esto se manifiesta en el relato de la resurrección de Lázaro.
Lázaro, Marta, María, eran hermanos, porque eran discípulos de Jesús y así se llamaban unos a otros. Marta y María quedaron absolutamente desoladas. Jesús amaba a Marta. A Lázaro lo llamó “nuestro amigo”.
Jesús no les ahorró el dolor de la muerte, ni el duelo. Llegó cuatro días después. Marta salió a su encuentro y se lamentó. Y al escuchar a Jesús hizo ante Él su gran confesión de fe: ¡Eres el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo! Y, ante la declaración de Jesús “Yo soy la resurrección y la vida” Marta responde: ¡Lo creo! Y lo que parecía imposible, se hizo realidad. También Lázaro escuchó la voz del Hijo del Hombre y resucitó. Volvió la paz, la alegría, la esperanza a casa de “los hermanos”, de “los amigos”. Y es… ¡que la muerte, ya no hiere a sus amigos!
Cuando el Espíritu envuelve la carne…
Pablo nos habla en la segunda lectura de ¡carne! y ¡espíritu! Somos seres “carnales”, pero también “espirituales”. Quien se deja conducir por el Espíritu se abre a un horizonte infinito, descubre secretas potencialidades, se siente hija o hijo de Dios. San Pablo nos dice que el Espíritu de Dios -con mayúscula- se une nuestro “espíritu” -con minúscula-. Nos dice que el Espíritu de Jesús ha sido enviado y se derrama en nuestros corazones. Y ese Espíritu de Dios nos dará vida, resucitará nuestra carne y la marcará con una misteriosa impronta de vida. Por eso confesamos: “¡Creo en la resurrección de la carne!”. Decía Nietzsche que “en el verdadero amor, el alma envuelve al cuerpo”. Nosotros decimos: “en el verdadero amor, el Espíritu envuelve nuestra carne”.
A los bautizados nos describe la tradición de la Iglesia como “los iluminados”. Nos sentimos ya “iluminados” al comienzo del Camino, en el mismo bautismo. Sabemos que la Luz nos habita. Pero ¿sentimos la necesidad de identificarnos con aquel que es Nuestra Luz, Jesús? ¡No somos la luz, pero debemos ser testigos de la Luz!