¡No llores ya, Jerusalén! ¡Ciudad de Paz! Testigo de la tragedia que transformó el mundo.
[Primera Estrofa] Todo pasó hace tiempo… ¡Déjame ahora recordar el final de Jesús hasta el último momento: desde el Cenáculo hasta Emaús, desde Pilato hasta la cruz!
[Estribillo] ¡No llores ya, Jerusalén! ¡Ciudad de Paz! Testigo de la tragedia que transformó el mundo.
[Segunda Estrofa] Tu súplica y agonía en el huerto, Tu sed y tu muerte en el Calvario. Tres días en el sepulcro, Y revivió tu Vida, Para hacerse encuentro, en el jardín, en el camino.
[Estribillo] No llores ya, Jerusalén! ¡Ciudad de Paz! Testigo de la tragedia que transformó el mundo.
[Tercera Estrofa] En el Cenáculo… tu Espíritu, En el cielo… tu destino. ¡No llores ya, Jerusalén! Ciudad eterna que guarda El eco de su Pasión.
A veces no valoramos suficientemente el hecho de que José fue “el padre de Jesús”. En cambio la madre de Jesús, María, no tuvo el menor reparo en decirle a su Hijo Jesús, tras perderse en el templo: “tu Padre y yo te buscábamos” (Lc 2,48).
Quizá mostremos un cierto escepticismo ante un título como el que hemos dado a estas tres conferencias cuaresmales: Peregrinos hacia la Pascua.. Es una de esas frases que repetimos en la Iglesia una y otra vez. Y tal vez, pocas veces nos detengamos a pensar qué puede significar.
Cuando nos relacionamos con Dios y vivimos en Alianza con Él, se produce en nosotros un cambio de ciudadanía. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Por eso, somos “ciudadanos del cielo”. Aunque parezca extraño, esta convicción nos ofrece unas claves políticas que frecuentemente olvidamos.
El evangelista Lucas nos interpela en este domingo primero de cuaresma: ¿Buscamos lo sagrado para llenar nuestros vacíos o para servir? ¿Conocemos el arte de caminar espiritualmente descalzos?
Podemos acostumbrarnos al paso del tiempo. Alguien dijo:” lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada”. Por eso, hagamos de esta Cuaresma, o cuarenta días, algo auténticamente “nuevo” en nuestra vida.
El número 40 nos evoca los 40 años de desierto del pueblo de Israel -desde su salida de la esclavitud de Egipto, hasta su llegada a la Tierra prometida de la libertad-. El número 40 nos evoca también los 40 días que pasó Jesús -después de su bautismo en el Jordán- y donde fue tentado por el diablo y donde venció todas y cada una de las tentaciones.
Pensemos: ¿necesitaremos también nosotros cuarenta días de transformación? La Iglesia nos ofrece esta oportunidad. Imaginemos que participamos todos los días en la Eucaristía: escuchamos la Palabra, la interiorizamos, comulgamos el Maná de Dios, renovamos nuestra Alianza… Será una oportunidad única en nuestra vida.
La Iglesia en marcha está. A un mundo nuevo vamos ya, reza una de nuestras canciones. ¿Por qué no unirnos a la marcha… y abandonar lo viejo y deteriorado de nuestro mundo y soñar con otro mundo distinto? ¡Que pase este mundo y venga la gracia!, exclamaba el libro cristiano más antiguo después de los escritos apostólicos, la Didaché.
Hay cuaresma allí donde sentimos, como los profetas, el pánico de los poderes de la muerte, el pánico que impulsa hacia delante.
En este domingo, antes de iniciar la Cuaresma, la Sabiduría de Dios se nos acerca para aconsejarnos. Llama la atención cómo en pocas palabras e imágenes se nos puede decir tanto…
El Año Jubilar 2025 se nos presenta como una oportunidad para reflexionar, soñar y construir una Iglesia sinodal y peregrina; contemporánea; comprometida con la paz, la justicia y el cuidado de la creación. El Jubileo, convocado por el Papa Francisco, nos invita a crecer en esperanza, en espiritualidad y en compromiso antes los desafíos actuales de la humanidad.
Hemos de responder a tres preguntas fundamentales:
¿por qué convoca la Iglesia un año jubilar?
¿Cómo responder a esta llamada de modo personal?
¿Cómo configurar nuestra vida personal y comunitaria como “peregrinos de la esperanza?
Y tras de estas tres preguntas hay una intención subyacente: ¿cómo podemos vivir -cada uno de nosotros, desde nuestra forma de vida cristiana- todo este año 2025 “en modo Jubileo”?
Hay en los textos bíblicos de hoy un hilo conductor: desde el relato de 1 Samuel hasta las enseñanzas de san Lucas, pasando por la compasión del Salmo 102 y la llamada a la transformación en 1 Corintios, se nos explica la magia del perdón, que nos transforma.
Quienes se creen “dueños de la Palabra de Dios” imponen sus interpretaciones como la única, la auténtica; y rechazan las interpretaciones de los demás. Pero el Espíritu es el gran Exégeta de la Palabra de Dios (¡no los escribas, ni los fariseos!). Por esta razón, traigo a esta sección “textos que impresionan” la siguiente lectura, tomada del Diatéseron (1,18-19) de san Efrén diácono y que la Iglesia nos propuso para el Oficio del lecturas del pasado domingo (16 de febrero de 2025).
¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.
La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron- dice el Apóstol- el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.
Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.
Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.