EL ÚLTIMO PUESTO, Domingo XXII

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • “Lo mío en el centro”
  • El secreto de la humildad
  • Los últimos, ¡los primeros!
  • El acceso a la Jerusalén celeste

“Lo mío” en el centro

De ahí nace el etnocentrismo que lleva a cada cultura a creerse la mejor y a imponerse a las demás. De ahí nace el nacionalismo o también el individualismo. Espontáneamente aspiramos a ser los primeros y superar a todos los demás. Cuando no lo conseguimos, intentamos identificarnos con alguien que quede el primero como si nos representase. Este sentimiento tiene un lado positivo: el estímulo a crecer y superarnos. Pero también un lado negativo: la envidia, la violencia, la guerra, el terror…

El secreto de la humildad

El libro del Eclesiástico muestra una sabiduría impresionante cuando aborda este tema. El representante de la Asamblea del pueblo exhorta a no excederse en la autovaloración. Uno es quien es. Por eso, en las grandezas humanas hay que saber mantenerse en los propios límites; incluso recomienda empequeñecerse.

La razón es para dejar espacio al favor de Dios. Dios es defensor de quien no tiene defensor, aplaude a quien nadie le aplaude, hace justicia con aquella persona a quien otros no hacen justicia. Es como si Dios estuviera ahí, a mi lado, para reparar por las injusticias que se comenten. Pero nuestro Dios no encuentra agrado en que nos tomemos la justicia por nuestra mano.

Por otra parte, Dios confía al humilde sus secretos. El Altísimo tiene una predilección especialísima por los que están abajo, a ras de tierra, en el humus de la humildad.

Los últimos ¡los primeros!

Jesús, el hijo del Altísimo, muestra su predilección por los humildes, por los pequeños, los sencillos. Le dio gracias al Abbá por revelar sus misterios a los sencillos. Hoy el evangelio nos muestra la enseñanza de Jesús con motivo de un banquete que tuvo lugar un sábado en la casa de uno de los principales fariseos. Éstos observan su conducta, pero al mismo tiempo Jesús se fija en ellos y ve cómo buscan ocupar los primeros puestos.

Esta situación le sirve para ofrecerles una enseñanza que, al final redundará en bien de ellos. Si ocupas un lugar superior que no es el tuyo, quedarás degradado. Si ocupas, en cambio, un puesto muy humilde, te ensalzarán y serás honrado ante todos los invitados. Jesús tenía autoridad para hablar en estos términos. Siendo hijo de Dios pasó por uno de tantos, se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús llegue la salvación.

Ésta es la fuerza extraordinaria de la humildad. No se trata de una estrategia para ser reconocido, sino de una convicción muy profunda: hay que dejar en manos de Dios nuestra vida y nuestro honor. Él responderá a nuestra pequeñez con su grandeza.

Finalmente, Jesús invita a los comensales a actuar como su mismo Abbá y como él hizo en alguna ocasión: al invitar invita a quien ni puede corresponderte, a los pequeños, a los pobres…. Y será Dios Padre quien te recompense.

Acceso a la Jerusalén celeste

La carta a los Hebreos, en la segunda lectura, ofrece un marco nuevo para comprender el tema del “último puesto”. Son los humildes quienes tienen acceso a la Jerusalén del cielo, a la Jerusalén de los santos, de quienes están siempre en la presencia de Dios. Allí está el pobre Lázaro y allí recibe el reconocimiento que le faltó en la tierra.

Aquí en la tierra podemos ir ya anticipando la nueva Jerusalén en nuestra comunidad de humildes y sencillos, donde todos tienen su puesto y atención.

Impactos: 28

Esta entrada fue publicada en General. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *