Hoy Jesús nos cuenta una historia corta pero impresionante. Y se atreve a comparar a Dios con… ¡un juez corrupto! Sí, uno de esos que no teme a Dios ni le importa nadie. Y nos compara a nosotros con una viuda insistente que no para de tocarle la puerta pidiendo justicia.
¿Por qué esta comparación tan rara? Porque necesitamos aprender a orar de verdad.
La viuda que no se rindió
Esta mujer estaba sola. En tiempos de Jesús, las viudas no tenían voz, no podían ni presentarse ante un tribunal. Pero esta… esta tenía audacia.
Imaginen la escena: toc, toc, toc… cada día, cada semana. El juez pensando: “¡Esta mujer me va a volver loco! ¡Va a terminar dándome un puñetazo!” (Sí, el texto griego usa una palabra del boxeo).
Y al final, harto, el juez le hace justicia.
Jesús nos dice: “Si este juez injusto responde, ¿cuánto más nuestro Dios, que nos ama? ¡Les hará justicia en un abrir y cerrar de ojos!”
El problema: no sabemos orar
San Pablo lo dice claro: “No sabemos orar como conviene”. Pero el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. Y Jesús también, con esta parábola y con el Padrenuestro.
Hermanos, ¿cuántas veces rezamos el Padrenuestro? Pero piensen: no dice “mi pan”, dice “nuestro pan”. No dice “mi voluntad”, dice “tu voluntad”.
La oración no es para resolver mis problemitas. Es para conectar el cielo con la tierra. ¡Y en esa conexión todo cambia!
Oraciones peligrosas (sí, has oído bien)
Hay un autor, Craig Groeschel, que escribió un libro llamado “Oraciones peligrosas”. Me encanta el título. ¿Por qué peligrosas?
Porque cuando oramos de verdad:
- Dios interrumpe nuestros planes egocéntricos
- Nos saca de la zona de confort
- Nos hace decir: “Hágase tu voluntad”, aunque nos dé miedo
- Nos volvemos inquietas, pero inquietas de Dios
Es tiempo de cambiar cómo oramos.
Para nosotros, aquí, hoy. Sé que estamos viviendo tiempos difíciles: ecológica y económicamente, después -tal vez- de otros tiempos que añoramos. Pero escuchemos:
La viuda no tenía nada… excepto audacia. Moisés tenía los brazos cansados… pero los mantuvo en alto.
Somos esa viuda audaz. No se trata del tamaño de nuestros problemas. Se trata de la audacia de seguir tocando la puerta del cielo.
El desafío
El teólogo Johan Baptist Metz preguntó algo brutal: “Si rezamos tanto ‘¡Venga tu Reino!’ y ‘El pan nuestro de cada día’, ¿por qué no ha llegado el Reino y sigue habiendo hambre?”
La respuesta está en la viuda: ¡Hay que insistir!
No con resignación. Con audacia. Con pasión. Con todas las fibras de nuestro ser.
Los tiempos de descenso también son tiempos de Dios.
Tal vez Dios está cerrando unas puertas para abrir otras que ni imaginamos. Tal vez este momento de “menos” es para ser más audaces, más libres, más conectadas con lo esencial.
Si oramos con audacia, nuestra vida —y nuestra Iglesia— no serán las mismas nunca más.
¿Nos atreveremos a orar oraciones peligrosas?
LA IGLESIA CAMINA
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