Formamos la Iglesia actualmente casi dos mil millones de seres humanos. Y nos preguntamos por nuestra identidad: ¿somos Iglesia en misión, o una empresa de servicios y asuntos religiosos? ¿Es un organismo vivo o simplemente una organización? ¿Es nueva Jerusalén o se parece más a la antigua Jerusalén con sus rivalidades, envidias y tensiones? La Iglesia que Jesús soñó tiene tres rasgos característicos: Iglesia misionera, Iglesia morada de Dios entre los hombres, la casa del amor fraterno.
Dividiré esta homilía en tres partes
- La Iglesia que Jesús soñó
- Iglesia en Misión
- “Nueva Jerusalén”
La Iglesia que Jesús soñó
Estamos en tiempo de Pascua, de Resurrección. Celebramos en estos días el Poder sin límites de Dios. ¡Todo es posible para Él! En el Espíritu, Dios Padre tiene la energía capaz de transformarlo todo. Jesús ha resucitado como primicia, pero tras Él resucitará también su Cuerpo, la Iglesia. La Iglesia podrá ser aquella nueva Jerusalén, casa del Amor y de la Misión que Jesús soñó cuando estaba físicamente entre nosotros.
Iglesia-Misión
La Iglesia que Jesús soñó es excéntrica: es decir, nació para salir (Iglesia en salida), para evangelizar a todas las Naciones y etnias, para bautizar en el nombre de la Trinidad Santa. La misión pertenece a la quintaesencia de nuestra comunidad cristiana. No es una actividad esporádica, temporal… es nuestro verdadero ser. Hemos sido bautizados para ser “sal de la tierra”, “luz del mundo”. Y no, vivir encerrados, en nuestras iglesias y comunidades.
Pablo y Bernabé, esos dos apóstoles –creativos, audaces, apasionados– expresaron de forma única el ser misionero de la Iglesia. La Iglesia de Antioquía se mostró desde el principio como una comunidad profética, con fuerte identidad misionera. Aquella Iglesia era ex-céntrica, centrífuga, en misión permanente. Todo se cocía en la oración, en el diálogo comunitario. La comunidad enviaba a sus mensajeros a anunciar el reino de Dios. No son ni Pablo, ni Bernabé quienes envían a la Iglesia, es la Iglesia la que envía a Pablo y Bernabé.
Las actividades pastorales de nuestras comunidades nunca deberían prescindir de esta “mística”, de esta “conciencia” capaz de configurarlo todo de otra forma. Sin Misión no hay Iglesia, sino únicamente un grupo de empleados en tareas que nosotros mismos nos hemos asignado. Por eso, es urgente revivir en cada una de nuestras comunidades cristianas la experiencia de la Iglesia profética y misionera de Antioquía. ¡Ésa es la señal!
Iglesia-nueva Jerusalén
La vieja Jerusalén es conocida por su pasado violento y sus estructuras caducas, mientras que la nueva Jerusalén, que desciende del cielo, representa la novedad de Dios que transforma todo.
Esta nueva Jerusalén no se limita a ser una promesa futura; es un don que se manifiesta misteriosa y sacramentalmente a quienes Dios escoge como testigos. Estos testigos viven las realidades eclesiales con una conciencia transformada, dejando atrás estilos de poder, tradiciones muertas y valores caducos. Así, la nueva Jerusalén se revela como el Cuerpo resucitado de Cristo, invitándonos a preguntarnos: ¿a qué Iglesia sirvo, a la vieja o a la nueva Jerusalén?
Conclusión: la casa del Amor fraterno
El amor fraterno es la esencia y señal auténtica de la Iglesia de Jesús. Sin este amor, la comunidad pierde su unidad y sentido, convirtiéndose en algo distante del sueño que Jesús tuvo para su Iglesia. Él nos llama a amar como Él ha amado, superando divisiones y abriendo nuestros corazones hacia todos. Vivir el amor a los hermanos nos permite anticipar la nueva Jerusalén, colaborando con el Espíritu en la transformación del mundo. En el amor encontramos no solo la manifestación del Reino, sino también la vida misma que une y armoniza.
EN LA TRAMA DEL TIEMPO, LA IGLESIA CAMINA…
[Estribillo]
En la trama del tiempo, la Iglesia camina,
con la fuerza de ayer y el sueño que anima.
Jesús nos inspira, su Espíritu guía:
¡Continuidad que renueva, esperanza encendida!
[Primera estrofa]
Hoy resuena su voz en la era digital,
la inteligencia de Cristo nos invita a pensar.
No tememos la máquina, buscamos verdad,
la fe se hace diálogo, justicia y dignidad.
Como León XIV proclama y Francisco soñó,
la misión es salida, la Iglesia en acción.
En la nueva Jerusalén, el amor es motor,
¡creativos, audaces, con el mismo fervor!.
[Estribillo]
En la trama del tiempo, la Iglesia camina,
con la fuerza de ayer y el sueño que anima.
Jesús nos inspira, su Espíritu guía:
¡Continuidad que renueva, esperanza encendida!
[Segunda estrofa]
En el mundo de redes, de guerra y rivalidad,
la paz de Jesús es semilla de eternidad.
No es huida ni miedo, es fuego y misión,
su shalom nos transforma, nos da compasión.
Forjamos los puentes, vencemos la división,
el Evangelio es levadura de reconciliación.
Nación tras nación, la Iglesia será
testigo de la paz que solo Él nos da.
[Estribillo]
En la trama del tiempo, la Iglesia camina,
con la fuerza de ayer y el sueño que anima.
Jesús nos inspira, su Espíritu guía:
¡Continuidad que renueva, esperanza encendida!
[Tercera estrofa]
En la era de algoritmos y de inteligencia artificial,
el sueño de Jesús es humano y universal.
La Iglesia reflexiona, abraza el desafío,
con ética y ternura, discernimos el camino.
No somos solo historia, ni tradición sin razón,
el Espíritu sopla, renueva el corazón.
En la casa del amor, la misión es servir,
¡con Jesús a la cabeza, todo puede surgir!
[Estribillo (final)]
En la trama del tiempo, la Iglesia camina,
con la fuerza de ayer y el sueño que anima.
Jesús nos inspira, su Espíritu guía:
¡Continuidad que renueva, esperanza encendida!
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