Muestras de amor: ¡Dios entiende de emociones!

No ocurre así en la seriedad y en el ritmo de bastantes de nuestras celebraciones litúrgicas en estos días. La objetividad del rito se impone a la subjetividad de quienes en él participan. Los que dirigen las celebraciones se esfuerzan en que todo se realice según norma y sin extralimitación.

En contraste con esto, me encuentro celebrando la Semana Santa en una comunidad cristiana en la cual los fieles hacen constantemente  “muestras de amor” hacia Jesús y a su Madre, hacia Dios Padre, hacia al Espíritu Espíritu Santo. Se trata de personas de todas las edades, género y condiciones. Me quedo confundido al descubrir tanta afectividad, tanta emoción, tanta fe en gestos que nunca han formado parte del ritual litúrgico. Me pregunto en mi interior, si yo, presbítero de la madre Iglesia, siento hacia Jesús, hacia Dios Padre, hacia el Espíritu, un amor semejante, si mi fe en la presencia eucarística es tan intensa y emotiva, si alguna celebración llega a conmoverme de esa manera…

Hemos sido educados -los hombres y las mujeres de religión más ilustrados- en un formalismo tal, que ahoga nuestros mejores sentimientos, nuestras emociones y nos vuelve “empleados” religiosos, que realizamos un rito y otro, pero sin apasionamiento,  aunque sí con corrección litúrgica . Decimos lo que se espera de nosotros, pero el corazón no se estremece, ni se conmueve nuestro rostro, ni emergen lágrimas, ni la voz se quiebras, ni se nubla la vista, ni nos tiembla nuestro cuerpo.

A veces, el grupo ministerial que atiende a las celebraciones está pendiente de “lo que hay que hacer”, me pregunto si no un poco despistaados respecto a “lo que hay que vivir”. Si alguien tuviera acceso a sus pensamientos y sentimientos, tal vez encontrara un ser humano que funciona, pero vacío de emoción, de amor y de auténtica fe  Es paradójico estar tan cerca del Señor y no sentir el poder que de su cuerpo emana, ni la fuerza imperiosa de su Palabra. Es penoso ser un frío funcionario, un cumplidor exacto de rúbrias, cuando se está llamado a ser un ardiente testigo, un apasionado apóstol. Ese funcionario puede ser el encargado de la música, el lector o lectora, el que sirve al altar, el encargado de recoger la colecta, el concelebrante o el presidente de la celebración. ¡Qué diferente es la celebración, sin embargo, cuando la comunidad de servidores siente, padece, se emociona, está totalmente centrada, no le da importancia a los pequeños errores, y vive la celebración sacramental como si fuera lo único importante y decisivo.

Allí, entre la asamblea están las personas que expresan su amor en cada momento, con mil gestos; no todas son así; la hay también indiferentes, meras espectadoras. Pero, ¡qué bello es encontrarse en una asamblea cristiana en la que hay un gran grupo ferviente que expresa su fe en palabras devocionales, en gemidos espontáneos que brotan cuando se elevan los dones eucarísticos y son expuestos para la adoración, que reaccionan amigable y hospitalariamente en el momento de la paz, que extienden y alzan sus manos en momentos orantes como  el padrenuestro, el “hosanna” entusiasta del Sanctus, el emotivo “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo” o las doxologías. Cómo se acercan a comulgar; con qué pasión acogen a Jesús en sus manos o en su boca, qué agradecimiento y alabanza les embarga cuando la Eucaristía ha concluido y cuánta amable atención a los hermanos y hermanas, y cuánto gozo desprende su rostro…

Damos por supuesto que amamos a Jesús, pero ¿cómo lo mostramos? Los sentimientos religiosos están sometidos a un serio marcaje social. No permitimos que afloren. Por eso, nuestra religión cristiana -en su presencia en sociedad- resulta excesivamente racional, seria y seca. Hemos olvidado el lenguaje amoroso para utilizar el lenguaje “preciso”, “riguroso”, frío de la teología dogmática. Parece que nuestra puesta en escena en la sociedad ha de ser la de un grupo de intelectuales, que al parecer, si creen, es porque tienen razones muy profundas y complejas para creer.

¿Dónde está la espontaneidad del amor? ¿Dónde está la emoción de quien cree, no por magníficas razones que se han impuesto (¡diálogo fe y razón!, del que tanto se habla hoy), sino “porque cree”? ¿Es que la gente se enamora por razones? ¡Después se verá que el enamoramiento es, o puede ser, razonable! Pero el motivo del enamoramiento es una conjunción misteriosa de dos vidas que se encuentran. Y entonces, la expresión del amor es exhuberante. El amor es digno de fe y de reconocimiento por sí mismo.

Los creyentes que se emocionan ante los pasos de la Semana Santa, quienes clavan sus ojos en el Crucificado y oran insistentemente ante Él, quienes miran compasivamente la imagen de María, la Dolorosa Madre, o quienes cantan estos días, con el corazón compungido, las melodías tradicionales de nuestra fe, son personas que aman. Los sumos sacerdotes y los fariseos, dirían que esta gente inculta, que no conoce nada… ¡se equivocan! Pero Jesús, ¿qué diría? ¿Qué dijo del ciego de nacimiento a quien las autoridades expulsaron del templo?

A veces me pregunto, ¿dónde pondrá nuestro Dios sus ojos durante la celebración? ¿En quienes toman notas de los “estupendos conceptos” emitidos por el presidente de turno, o en quienes se estremecen ante sus palabras, sus gestos y su presencia?

El pueblo de Dios nos invita a llenar de calidez amorosa nuestras celebraciones, a dejarnos impactar por la Presencia, a acoger la presencia con una fe enamorada.. Solo el amor es digno de fe.

Podemos, al final de esta breve reflexión, disfrutar de la canción de Alejandro Sanz titulada “Si hay Dios…seguramente entiende de emoción”

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2 respuestas a Muestras de amor: ¡Dios entiende de emociones!

  1. Rodolfo Plata dijo:

    LA PAIDEIA GRIEGA DE CRISTO: La semana santa es tiempo de recogimiento, meditación, ejercicios espirituales y rectificación: La paideia griega tenía como propósito educar a la juventud en la virtud (desarrollo de la espiritualidad) y la sabiduría (cuidado de la verdad), mediante la práctica continua de ejercicios espirituales (cultivo de sí), a fin de prevenir y curar las enfermedades del alma. El educador, utilizando el discurso filosófico y la discusión de casos y ejemplos prácticos, más que informar trataba de inducir transformaciones buenas y convenientes para si mismo y la sociedad, motivando a los jóvenes a practicar las virtudes opuestas a los defectos encontrados en el fondo del alma, a efecto de adquirir el perfil de humanidad perfecta (cero defectos) __La vida, ejemplo y enseñanzas de Cristo coincide cien por ciento con el currículo y objetivo de la filosofía griega. Y por su autentico valor pedagógico, el apóstol Felipe introdujo en los ejercicios espirituales la paideia de Cristo (posteriormente enriquecida por San Basilio, San Gregorio, San Agustín y San Clemente de Alejandría, con el currículo y la metodología de los filósofos greco romanos: Aristóteles, Cicerón, Diógenes, Platón, Séneca, Sócrates, Marco Aurelio,,,), a fin de alcanzar la trascendencia humana (patente en Cristo) y la sociedad perfecta (Reino de Dios). Meta que no se ha logrado debido que la teología judeo cristiana fruto de la unión de la paideia de Cristo con Antiguo Testamento, al apartar la fe de la razón, castra mentalmente a sus seguidores extraviándolos hacia la ecumene abrahámica que conduce al precipicio de la perdición eterna (muerte espiritual)__ Es tiempo de rectificar y retomar la paideia griega de Cristo, separando de nuestra fe el Antiguo Testamento y su teología fantástica que han impedido a los pueblos cristianos alcanzar la supra humanidad.

  2. Carmen dijo:

    Madre mía…no he entendido una sola palabra de lo que escribes, Rodolfo.
    Me ha encantado tu entrada de hoy, Pepe. Así te llamaba cuando estudiaba en la ERA y charlábamos de vez en cuando, hace ya más de 20 años, así que no me sale ahora ni el Usted, ni el Padre, porque no es así como te recuerdo, espero que no te importe. Me ha encantado la entrada, su contenido y aunque yo sea más de Silvio Rodriguez también la canción de Alejandro Sanz.
    Enhorabuena por este precioso blog.
    Abrazos fuertes
    M Carmen Lorigados

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