ORACIÓN DE INTERCESIÓN: “SUPER-CONEXIÓN ESPIRITUAL”

Un compañero amigo me hizo llegar el día de la celebración de “Todos los Difuntos”, un texto del pensador y teólogo italiano Vito Mancuso, extraído de su obra “L’anima e il suo destino”. Es un breve texto que merece ser asumido, comentado y explicitado.

Frecuentemente nos preguntamos: ¿qué valor puede tener mi oración? ¿Para qué orar? ¿Porqué interceder por los difuntos? Y respuestas negativas a estas preguntas nos pueden llevar al abandono de la oración o a reducirla a mínimos. Basándome en las reflexiones filosófico-teológicas de Vito Mancuso intento prolongar -personalmente- su reflexión

Orar es conectar con el Logos Creador

La oración no es un simple acto de devoción personal, sino la capacidad más sublime del ser humano: conectar conscientemente con el Logos. El Logos es aquel Principio creador que ha dado origen al universo y continúa impulsando la evolución cósmica, con el Espíritu que sobrevuela el Caos. Cuando oramos, nuestro pensamiento —purificado y elevado— se une al Espíritu de la Creación misma. En ese instante sagrado, dejamos de ser fragmentos aislados para reconocernos parte viva del TODO.

Esta conexión trasciende lo material. Sí, estamos unidos por la geometría del espacio, por la física que nos vincula como polvo de estrellas. Pero existe otra red, infinitamente más profunda: la red espiritual que entrelaza todas las almas —vivas, difuntas, desconocidas— en el corazón mismo de Dios. La oración es el medio para activar conscientemente esta conexión, para vibrar en la frecuencia del Amor que sostiene la existencia.

La Oración de Intercesión: Donar Energía Espiritual

Cuando la oración no se retiene egoístamente sino que se ofrece por otros, surge algo extraordinario: la intercesión. En ella, donamos las energías espirituales más puras de nuestra alma para sostener a quien lo necesita (Vito Marcuso). Es un vaciarse consciente, un acto de amor desinteresado que atraviesa todas las barreras.

Particularmente profunda es la oración por los difuntos. Aquellas almas que han partido y se encuentran en purificación —en ese proceso de transformación que llamamos Purgatorio— reciben nuestras oraciones como consuelo tangible. Porque el encuentro con Dios ES purificación – purgatorio: una irradiación de Luz, de Amor, de Vida divina que nos adecua para la unión plena con el Misterio. No es castigo, sino encuentro luminoso que consume todo lo que impide el abrazo definitivo.

Y nuestra oración puede alcanzarles. Podemos orar por los recién partidos, pero también por las víctimas olvidadas de la historia, por los muertos del Medioevo, por aquellos que murieron en soledad sin que nadie supiera siquiera que existieron. La oración trasciende el tiempo lineal y teje hilos de luz entre dimensiones de la realidad que nos parecen separadas pero que, en Dios, están unidas.

La Belleza de Orar por Desconocidos

Dostoievski, a través del stárets Zósima en Los hermanos Karamázov, nos revela la belleza radical de esta práctica:

“Acuérdate de repetir para ti todos los días: ‘Señor, ten piedad de cuantos hoy han comparecido ante ti’. Cada hora, miles de almas se presentan ante el Señor, muchas en soledad y angustia, sin que nadie les llore ni sepa que existieron. Pero puede que tu oración, desde el otro extremo de la tierra, se eleve por una de ellas. Cómo se enternecerá esa alma cuando, al comparecer temblorosa ante Dios, sienta que alguien reza también por ella, que hay un ser humano sobre la tierra que también le ama.”

Esta imagen nos estremece. Una simple oración, nacida del corazón, puede tocar el alma de un desconocido en el momento más crucial de su tránsito. Es testimonio de que el amor, expresado en pensamiento puro, nos une en la vasta red de la creación. Y si nosotros, limitados, podemos tener tal piedad, ¿cuánto más la tendrá Dios, que es Misericordia infinita?

Los Monasterios: Corazón Silencioso del Mundo

En este misterio de intercesión adquieren valor insustituible aquellos espacios y personas que consagran su existencia a la oración: los monasterios cristianos, los ashrams hindúes, los templos budistas y taoístas. Son el corazón silencioso del mundo, latiendo en oración perpetua.

Quizás el sentido último de toda religión auténtica sea precisamente este: hacer a los seres humanos capaces de orar, de conectar conscientemente con lo Divino. Y el cristianismo, en particular, enseña a transformar esa conexión en don para los demás, especialmente para quienes más lo necesitan.

La Iglesia-en-Oración: Superconexión Permanente

La Iglesia, cuando ora —en sus monasterios, en cada Eucaristía, en sus sacramentos, en el silencio de sus contemplativos— no realiza un acto simbólico o vacío. Entra en una superconexión espiritual permanente con el Logos creador y, desde Él, con toda la realidad: cada alma, cada ser, todo el cosmos.

Esta función intercesora no cae en el vacío. Vivifica espiritualmente el TODO de la Creación. Como una transfusión de luz invisible, las oraciones fluyen por la red espiritual del universo, sosteniendo, sanando, elevando. Los orantes son, literalmente, fuentes de vida para el mundo.

Por eso, cuando alguien ora —en un monasterio del Himalaya, en una ermita española, en la quietud de una habitación cualquiera, en un convento de clausura— está ejerciendo el acto más poderoso del que el ser humano es capaz. Está afirmando la unidad esencial del género humano, está confirmando que todos somos uno en Dios, que nadie muere verdaderamente solo mientras exista un corazón que ore.


La oración es el acto supremo del espíritu: el momento en que, conscientemente, nos convertimos en canales del Amor divino hacia toda la creación. En ella reside nuestra dignidad más alta y nuestra vocación más profunda: ser, aquí y ahora, colaboradores activos en la obra redentora de Dios.

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