La liturgia nos presenta hoy a un hombre que, en el silencio más profundo, pronunció uno de los “síes” más poderosos de toda la historia de la salvación. San Mateo nos dice: “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y tomó a María por esposa”. Un hombre que no dijo ni una sola palabra en todo el Evangelio, pero cuyo silencio cambió el mundo.
El drama de José
Imaginemos esa noche. La mujer que ama, María, espera un hijo… y él sabe que ese hijo no es suyo. En aquella sociedad, esto podía significar la muerte para María. La lapidación.
Y aquí aparece la grandeza de José: el Evangelio nos dice que “era justo”. Pero José era justo porque amaba más allá de la ley. Prefería perderlo todo antes que condenarla.
José pensó en apartarse no por dureza de corazón, sino por respeto al misterio. No se sentía digno. María había sido elegida por Dios… ¿y él? Él era simplemente José, el carpintero.
El verdadero “hijo de David”
Pero José era “hijo de David”, heredero legítimo del trono de Israel. Y aquí está la paradoja: José, el carpintero de Nazaret, era el verdadero rey. Herodes, en cambio, era un usurpador impuesto por Roma.
El verdadero rey trabajaba con las manos en un taller. El verdadero heredero estaba en la sombra, en el silencio. Y es a través de él que Jesús será llamado “hijo de David”, el Mesías esperado.
El Rey del universo no entra en la historia a través de palacios, sino a través de un carpintero. No a través del poder político, sino a través de la obediencia humilde.
El ángel y el fiat de José
En medio de esta crisis, Dios interviene. Un ángel se le aparece en sueños a José y le dice: “José, hijo de David” —¡fíjémonos cómo lo llama!, ¡por su dignidad real!— “no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.
“No temas”. El ángel no le promete que será fácil. Simplemente le dice: “Hazlo aunque tengas miedo. Acoge. Di que sí”.
Y aquí está el paralelismo más hermoso: recordemos que en el Génesis, cuando Dios crea el mundo, repite constantemente: “¡Hágase!” —en latín, “fiat”—. “Hágase la luz”, “Hágase el firmamento”… Y todo cobra vida. Luego, el ángel Gabriel se aparece a María y ella responde: “¡Hágase en mí según tu palabra!” —su “fiat” da inicio a la nueva creación—.
Y ahora José. Él no pronuncia palabra… pero hizo lo que el ángel le mandó. Su “fiat” —su “hágase”— no está en palabras sino en acción pura. María dijo: “Hágase”. José simplemente lo hizo. Dos anunciaciones. Dos síes. Un solo misterio: la Encarnación del Hijo de Dios.
Obra del Espíritu Santo
Y el Evangelio es muy claro, hermanos: “Lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”.
¡Qué afirmación tan impresionante! ¡Qué obra de Dios tan certera, tan única, tan sorprendente! El Espíritu Santo, el mismo que aleteaba sobre las aguas en el momento de la creación, el mismo que ungió a los profetas y reyes, el mismo que inspira y santifica… ese mismo Espíritu está obrando en el vientre de María.
Dios no necesitaba de José biológicamente. Pero lo necesitaba humanamente. Lo necesitaba para proteger. Para dar nombre. Para dar linaje. Para dar hogar. Para ser padre en el sentido más profundo: el que ama, protege, cuida y enseña, sin necesidad de poseer.
José no es el padre biológico, pero es el padre verdadero. Porque la paternidad, hermanos, no es solo una cuestión de genética. Es una cuestión de amor, de acogida, de entrega.
El hombre que no se pone en el centro
Vivimos obsesionados con ser vistos, reconocidos, aplaudidos.
José nos enseña algo revolucionario: se puede cambiar el mundo sin estar en el centro. Se puede ser fundamental sin ser protagonista.
José protege sin poseer. Ama sin controlar. Sirve sin buscar aplausos. Acoge sin entender completamente.
José es el hombre que sabe hacerse a un lado para que Dios actúe. Y paradójicamente, al hacerse a un lado, se convierte en indispensable.
La pregunta que nos hace José
Mientras nos preparamos para celebrar la Navidad, José nos hace una pregunta necesaria:
¿Podemos acoger lo que no entendemos? ¿Podemos amar aunque nos cueste? ¿Podemos decir que sí a Dios aunque tengamos miedo? ¿Podemos ser “segundo violín” si la sinfonía lo requiere?
Porque José cambió el mundo diciendo “sí” en silencio. Y ese silencio todavía resuena. Ese silencio nos interpela. Ese silencio nos invita a una fe más profunda, más confiada, más adulta.
Conclusión
Cuando José se despertó, dice el Evangelio, “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. Qué frase tan simple. Qué frase tan poderosa. Solo sabemos una cosa: obedeció. Acogió. Amó.
En estos últimos días antes de Navidad, pidamos a San José que nos enseñe su secreto: el secreto de la obediencia humilde, del amor desinteresado, del servicio silencioso.
Que nos enseñe a acoger el misterio de Dios en nuestras vidas, aunque no lo entendamos completamente. Que nos enseñe a decir “sí” con nuestra vida, aunque no pronunciemos grandes palabras. Que nos enseñe a ser puentes para que otros encuentren a Jesús, aunque nosotros permanezcamos en la sombra.
Porque al final, hermanos, eso es lo que importa: no que nos vean a nosotros, sino que vean a Cristo.
José lo entendió. José lo vivió. José nos lo enseña.
Que su fiat silencioso resuene en nuestros corazones.
Canción:
“EL FIAT SILENCIOSO DE JOSÉ
Estribillo
Fiat, Señor, en mi silencio,
hágase en mí tu voluntad.
Luz de tu amor, ven a mis miedos,
trae a mi noche tu resplandor.
I. El estupor de José (Narrador)
Tembló José, ardía la noche,
María espera en soledad.
Su pobre mundo se hace pedazos,
viene un hijo y no es su verdad.
El Santo Espíritu obra en María,
sin consultarle el corazón.
Tiembla, se siente atado y solo,
quiere marcharse de esa unión.
II. El ángel y el miedo (Ángel solista)
José, hijo de David, no temas,
todo este signo viene de Dios.
No es infidelidad ni engaño,
es pura gracia sobre los dos.
El que creó la luz con “Hágase”,
busca en tu casa techo y calor.
Toma a María, cuida al Mesías,
tu fiat calla su dolor.
Estribillo (José)
Fiat, Señor, en mi silencio,
hágase en mí tu voluntad.
Luz de tu amor ven a mis miedos,
trae a mi noche tu claridad.
III. El hijo de David oculto (Narrador)
Él, del linaje santo de David,
sin trono, espada ni poder.
Rey escondido en un taller humilde,
con sus heridas y su saber.
Mientras un falso rey teme y mata,
Dios elige la oscuridad.
En manos duras, fiel carpintero,
nace en silencio la realeza real.
IV. El gran arco del Fiat (Coro + Ángel)
Dijo el Señor: “Hágase la luz”,
y hubo caminos, cielo y mar.
Dijo María: “Hágase en mí”,
el Verbo vino a nuestra bondad.
José no habla, solo obedece,
hace en su vida lo que oyó.
Su fiat manso, hecho de gestos,
da un hogar tierno al Hijo de Dios.
Estribillo final (Todos)
Fiat, Señor, en mi silencio,
hágase en mí tu voluntad.
Como en María y como en José,
sea mi vida puro “hágase”.
Fiat, Señor, en mi silencio,
haz de mi noche tu Belén.
Que mi pequeño sí en la tierra
hable de Cristo, Rey y Emmanuel.
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