Llama la atención la facilidad —a menudo indulgente y comprensiva— con la que se miran las frecuentes salidas de la vida religiosa en personas que ya optaron por una integración definitiva en ella. Individualmente podemos y debemos acompañar con ternura a quien se va; pero si nos limitamos a la compasión corremos el riesgo de no anunciar el impacto devastador que esta suma de despedidas provoca en nuestras comunidades: la escasez de personas, la fragilidad de proyectos, la falta de relevo generacional. La Iglesia y los institutos no pueden permitirse el lujo de mirar este fenómeno sin una reflexión más honda y estratégica. Y también… ¿qué valor tiene el “para siempre” de la profesión definitiva?
Rutina. Normalidad. Planes para mañana… “Comían, bebían, se casaban…” Así describe Jesús la vida en tiempos de Noé. No estaban haciendo nada malo. Simplemente vivían. Y de pronto: “Llegó el diluvio y se los llevó a todos.”
¿Qué nos está diciendo Jesús hoy?
Algo que nadie quiere escuchar: ¡tu vida puede cambiar en un instante!. No cuando estés listo. No cuando hayas terminado tus proyectos. Sino justo cuando creas que todo está bajo control.
Y luego viene esa imagen que nos estremece: “Dos estarán en el campo: uno será tomado, el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo: una será tomada, la otra será dejada.”
Esta es nuestra experiencia humana más dolorosa: ver cómo las relaciones se desgajan, cómo los caminos se separan. Dos personas juntas, haciendo exactamente lo mismo. Mismo lugar, mismo trabajo, misma vida. Y de pronto, cada uno por su lado.
Pero escuchemos bien: Jesús no nos habla de una tragedia cósmica. La llegada del Hijo del Hombre no es el fin del mundo como castigo. Es la llegada en gloria del Jesús de los Evangelios, del Hijo de Dios que viene a encontrarse con nosotros.
¿Cómo será este encuentro?
Y aquí está la pregunta que nos atraviesa: ¿cómo será ese encuentro?
¿Tendremos que avergonzarnos? ¿Será bochornoso, incómodo, porque no hemos creído en Él? ¿Porque hemos vivido como si no existiera? ¿Porque lo hemos dejado en segundo plano mientras perseguíamos mil cosas que al final no importan?
O, por el contrario, ¿será el encuentro más esperado, más maravilloso de nuestra vida? ¿Podremos mirarle a los ojos y decirle: “Tú sí que eres el Redentor del mundo, el Liberador, el que hace realidad nuestros mejores sueños”?
Esa es la diferencia entre los dos que estaban en el campo. No es dónde estaban. Es cómo estaban. Despierto o dormido. Presente o ausente. Vivo de verdad o solo sobreviviendo en automático.
¡Estad en vela!
Por eso Jesús nos dice: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.”
Adviento no es nostalgia de un nacimiento de hace dos mil años. Adviento es ahora. Es prepararte para lo Inesperado que irrumpe en tu vida hoy.
Esa llamada que no esperabas. Ese diagnóstico que lo cambia todo. Esa oportunidad que aparece de la nada. Ese encuentro que parte tu historia en dos. Y sí, también esa llegada definitiva del Señor que no sabemos cuándo será.
Cuando llegue lo Inesperado
Y cuando llegue lo Inesperado —porque llegará—, puede ser de dos formas: gracia que te transforma, te eleva, te despierta… o desgracia que te encuentra vacío, distraído, ausente de ti mismo.
Adviento es recuperar la capacidad de sorprendernos. De soñar. De esperar lo extraordinario en medio de lo ordinario.
No vivamos como si Dios fuera un espectador lejano de nuestra rutina. Él viene. Está viniendo. Quiere irrumpir en tu vida, no para condenarte, sino para realizarte, para hacer realidad lo que ni siquiera te atreves a soñar.
Conclusión
La pregunta no es cuándo vendrá lo Inesperado.
La pregunta es: cuando llegue… ¿nos encontrará despiertos?
Que este Adviento nos despierte del sueño. Que reavive en nosotros la esperanza. Que nos prepare para recibir al que viene no con vergüenza, sino con el corazón abierto de quien espera al Amigo, al Salvador, al que da sentido a todo.
Hoy cerramos el año litúrgico celebrando a Cristo Rey del Universo. Y la Iglesia, con ironía sublime, nos pone ante los ojos no un desfile militar, sino un patíbulo. Tres cruces. Dos ladrones. Un Dios agonizante.
¡Milagros! que hacen el mundo nuevo para amarlo. ¡Milagros! haciendo amigos con el sol de cuando en cuando ¡Milagros! encarnándote de nuevo Señor somos tus manos (bis)
¡Milagros! la casa encendida del amor ya estrenado ¡Milagros! el mirar que nunca pasa conquistado ¡Milagros! las señales de Dios en los pecados Amanece la vida el Reino está llegando
1. Sueño de gloria tiene El agua en las vasijas Jesús hace el prodigio pedido por María. Y el vino nuevo toma sabor de Eucaristía sabor de Eucaristía.
2. Paralítico vuelve a ser hombre completo La fe lo alcanza todo, es fuerte como el fuego. Con el perdón recobra la agilidad del ciervo la agilidad del ciervo.
3. Hija de Jairo,salta de la muerte a la vida. Obedece a la mano del Dios que resucita Vuelva tu cuerpo virgen A ser rosa florida, a ser rosa florida.
4. Reina en tus ojos ciego De Jericó sin rumbo El sol que no declina la eterna luz del mundo Ya puede tu mirada besar flores y frutos Besar flores y frutos.
5. Leproso sin futuro Sin luz desesperado Jesús limpia tu cuerpo De todo fruto amargo Arranca de tu carne La lepra del pecado La lepra del pecado
6. Panes de amor divino Y peces de esperanza Multiplicad el gozo Ganad vuestra batalla Jesús es pan de vida Inmenso mar de gracia.
7. Airadas tempestades Del mar embravecido Mirad la mano alzada Y el gesto imperativo Calmad vuestra furia Jesús os ha vencido.
8. Lázaro de las sombras Vuelve a luz primera Vida te da la Vida Amor a toda prueba Rompe tus ataduras, Cristo será tu senda
Milagros! que hacen el mundo nuevo para amarlo. ¡Milagros! haciendo amigos con el sol de cuando en cuando ¡Milagros! encarnándote de nuevo Señor somos tus manos (bis)
¡Milagros! la casa encendida del amor ya estrenado ¡Milagros! el mirar que nunca pasa conquistado ¡Milagros! las señales de Dios en los pecados ¡Amanece la vida! ¡el Reino ha llegando!
Hoy las lecturas nos hablan de finales. Y todos sabemos que los finales nos inquietan: el final de un día, de una etapa, de una vida. Pero ¿y si los finales no fueran muros, sino puertas? ¿Y si lo que vemos como término fuera, en realidad, umbral?
El año litúrgico concluye con un lenguaje que nos desconcierta: profecías de fuego, templos destruidos, persecuciones. Malaquías, Pablo y Jesús nos confrontan con imágenes fuertes. Pero no para asustarnos, sino para despertarnos.
La Adoración no es un ritual aburrido, sino el encuentro más intenso y transformador con una Persona: Jesús.
Este encuentro tiene dos formas que se complementan como dos pulmones: la Celebración Eucarística (la Misa) y la Adoración silenciosa (ante la Custodia). Ambas son la expresión máxima de una relación viva con Jesús que se sostiene en el tiempo: lo que llamamos Devoción auténtica.
Vivimos rodeados de noticias de guerra, de inseguridad y de dolor. Y nos preguntamos: ¿qué sentido tiene una vida tan amenazada? A veces, la certeza de la muerte nos entristece, como si fuéramos seres para la muerte. Pero las lecturas de este domingo nos invitan a mirar más alto, a contemplar la realidad desde la fe.
Hoy celebramos a Todos los Santos. Y quizá hayamos venido con esa familiaridad que adormece: las flores en el cementerio, las oraciones de siempre, las imágenes conocidas. Pero dejemos que la liturgia de hoy nos despierte de ese sueño peligroso de la costumbre.
Hoy contemplamos el misterio de millones de difuntos que nos han precedido. Y ante esta realidad abrumadora, surge la pregunta radical: ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Son nuestros seres queridos, son los millones de vidas que han transitado esta tierra, simplemente polvo destinado al olvido?