EL “FIAT” SILENCIOSO DE JOSÉ, IV Domingo de Adviento, ciclo A

El drama de José

Imaginemos esa noche. Tratemos de entrar en el corazón de este hombre. La mujer que ama, María, su prometida, espera un hijo… y él sabe que ese hijo no es suyo. En aquella sociedad, en aquel contexto, esto no era un simple escándalo social. Esto podía significar la muerte para María. La lapidación. El final.

Y aquí aparece la grandeza de José: el Evangelio nos dice que “era justo”. Pero ¿qué significa esto? A primera vista, podríamos pensar que José quería repudiar a María porque la ley se lo permitía, porque era lo correcto según las normas. Pero no. José era justo de una justicia más profunda, más evangélica, más divina.

José era justo porque amaba más allá de la ley. Era justo porque prefería perderlo todo antes que condenarla. Era justo porque, ante el misterio que se desplegaba ante sus ojos, tuvo la humildad de reconocer: “Aquí hay algo que me supera. Aquí está actuando Dios. ¿Quién soy yo para entrometerme?”

José pensó en apartarse no por dureza de corazón, sino por respeto al misterio. No se sentía digno. María había sido elegida por Dios… ¿y él? Él era simplemente José, el carpintero. ¿Cómo iba él a insertarse en este plan divino?

El hijo de David

Pero hay algo más, que no podemos pasar por alto. José era “hijo de David”. Descendiente del gran rey David. Era davídida. Pertenecía al linaje real de Israel.

Y aquí está la paradoja histórica más impresionante: José, el carpintero de Nazaret, era el heredero legítimo del trono de David. Herodes, en cambio, el que se hacía llamar “rey”, no lo era. Herodes era un usurpador, un rey ilegítimo impuesto por Roma.

El verdadero rey trabajaba con las manos en un taller. El verdadero heredero del trono estaba en la sombra, en el silencio, en la humildad. Y es precisamente a través de él que Jesús será llamado “hijo de David”, el Mesías esperado, el Rey de reyes.

Dios tiene un sentido del humor y una pedagogía impresionantes: el Rey del universo no entra en la historia a través de palacios, sino a través de un carpintero. No a través del poder político, sino a través de la obediencia humilde.

El ángel y el fiat de José

Y entonces, en medio de esta crisis, de esta incertidumbre, de este dolor… Dios interviene. Un ángel se le aparece en sueños a José y le dice: “José, hijo de David” —¡fíjémonos cómo lo llama!, ¡por su dignidad real!— “no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.

“No temas”. Qué palabras tan importantes. El ángel no le dice: “Va a ser fácil”. No le promete comodidades. No le garantiza que la gente entenderá. Simplemente le dice: “No temas. Hazlo aunque tengas miedo. Acoge. Recibe. Di que sí”.

Y aquí está el paralelismo más hermoso: así como en el Evangelio de Lucas el ángel Gabriel se aparece a María y ella responde con su “fiat” —”Hágase en mí según tu palabra”—, aquí, en el Evangelio de Mateo, tenemos el “fiat” de José. Un fiat silencioso, pero no por ello menos poderoso.

María dijo: “Hágase”. José no pronunció palabra… pero hizo lo que el ángel le mandó.

El fiat de María fue en palabras. El fiat de José fue en acción pura.

Dos anunciaciones. Dos síes. Un solo misterio: la Encarnación del Hijo de Dios.

Obra del Espíritu Santo

Y el Evangelio es muy claro, hermanos: “Lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”.

¡Qué afirmación tan impresionante! ¡Qué obra de Dios tan certera, tan única, tan sorprendente! El Espíritu Santo, el mismo que aleteaba sobre las aguas en el momento de la creación, el mismo que ungió a los profetas y reyes, el mismo que inspira y santifica… ese mismo Espíritu está obrando en el vientre de María.

Dios no necesitaba de José biológicamente. Pero lo necesitaba humanamente. Lo necesitaba para proteger. Para dar nombre. Para dar linaje. Para dar hogar. Para ser padre en el sentido más profundo: el que ama, protege, cuida y enseña, sin necesidad de poseer.

José no es el padre biológico, pero es el padre verdadero. Porque la paternidad, hermanos, no es solo una cuestión de genética. Es una cuestión de amor, de acogida, de entrega.

El hombre que no se pone en el centro

Vivimos en una sociedad obsesionada con ser el primero. Con ser visto. Con ser reconocido. Con el protagonismo. Con el aplauso. Con las redes sociales donde todo debe ser exhibido, comentado, “likeado”.

Y en medio de todo eso, José nos enseña algo revolucionario: se puede cambiar el mundo sin estar en el centro. Se puede ser fundamental sin ser protagonista. Se puede amar sin necesitar el foco de atención.

José protege sin poseer. Ama sin controlar. Sirve sin buscar aplausos. Obedece sin preguntar. Acoge sin entender completamente.

En una sociedad que habla tanto de masculinidad tóxica, de abuso de poder, de control… José es el antídoto perfecto. José es la masculinidad redimida: fuerte, pero tierna. Protectora, pero no posesiva. Honesta, sin ego inflado. Decidida, pero humilde.

José es el hombre que sabe hacerse a un lado para que Dios actúe. Y paradójicamente, al hacerse a un lado, se convierte en indispensable.

La pregunta que nos hace José

Mientras nos preparamos para celebrar la Navidad, José nos hace una pregunta incómoda pero necesaria:

¿Podemos acoger lo que no entendemos? ¿Podemos amar aunque nos cueste? ¿Podemos decir que sí a Dios aunque tengamos miedo? ¿Podemos ser “segundo violín” si la sinfonía lo requiere?

Porque José cambió el mundo diciendo “sí” en silencio. Y ese silencio todavía resuena. Ese silencio nos interpela. Ese silencio nos invita a una fe más profunda, más confiada, más adulta.

Conclusión

Cuando José se despertó, dice el Evangelio, “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.

Qué frase tan simple. Qué frase tan poderosa.

No sabemos qué pensó. No sabemos qué sintió. No sabemos si tuvo dudas o miedos adicionales. Solo sabemos una cosa: obedecióAcogióAmó.

En estos últimos días antes de Navidad, pidamos a San José que nos enseñe su secreto: el secreto de la obediencia humilde, del amor desinteresado, del servicio silencioso.

Que nos enseñe a acoger el misterio de Dios en nuestras vidas, aunque no lo entendamos completamente.

Que nos enseñe a decir “sí” con nuestra vida, aunque no pronunciemos grandes palabras.

Que nos enseñe a ser puentes para que otros encuentren a Jesús, aunque nosotros permanezcamos en la sombra.

Porque al final, hermanos, eso es lo que importa: no que nos vean a nosotros, sino que vean a Cristo.

José lo entendió. José lo vivió. José nos lo enseña.

Que su fiat silencioso resuene en nuestros corazones.

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CUANDO HASTA LOS SANTOS DUDAN (Mt 11, 2-11), Tercer domingo de Adviento, ciclo A.

La honestidad brutal de Juan

Imaginemos su situación: encerrado en la fortaleza de Maqueronte, en una celda húmeda y oscura. Antes vivía en el espacioso desierto: ahora sólo ve cuatro paredes. El que comía langostas y miel silvestre ahora depende del pan duro que le lancen sus carceleros. El que gritaba la verdad con libertad ahora solo escucha el eco de sus propios pensamientos.

Y en ese silencio forzado, le llegan noticias de Jesús. Pero no son las que él esperaba, cuando proclamaba: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles”. Esperaba un Mesías que derribara a los poderosos e hiciera justicia inmediata. Pero le cuentan que Jesús come con pecadores, que toca leprosos, que perdona a prostitutas, que habla de amor a los enemigos. Y Juan, en su celda, se pregunta: “¿Será este el Mesías que anuncié? ¿O me habré equivocado?”

Es la duda que nos atraviesa cuando la vida no resulta como esperábamos: “¿Todo esto tiene sentido? ¿De verdad vale la pena? ¿No habré malgastado mi vida?”

Nuestra duda cotidiana

Dudamos cuando rezamos y parece que nuestras oraciones rebotan en el techo. Dudamos cuando hacemos el bien y vemos que triunfa la injusticia. Dudamos cuando somos fieles a nuestros compromisos y otros que no lo son parecen más felices. Dudamos cuando enterramos a un ser querido demasiado pronto, cuando la enfermedad nos golpea sin explicación, cuando el sufrimiento de los inocentes nos parte el alma.

Y muchas veces, en nuestras comunidades cristianas, se nos ha hecho creer que dudar es pecado, que la duda es señal de poca fe, que los buenos cristianos nunca cuestionan nada. Pero eso es falso.

La duda no es lo contrario de la fe. La duda honesta es parte del camino de fe. Lo contrario de la fe no es la duda; es la indiferencia. Juan duda porque le importa, porque ha apostado su vida entera por esto. Si no le importara, simplemente se habría encogido de hombros.

La respuesta de Jesús

Y fijémonos en cómo le responde Jesús. No se ofende. No le dice: “¿Cómo te atreves a dudar de mí?” No le manda un discurso teológico ni le receta actos de fe repetitivos.

Jesús le responde con hechos concretos: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”.

Es como si Jesús le dijera: “Juan, sé que estás confundido. Sé que esto no es lo que esperabas. Pero abre los ojos a lo que realmente está pasando: donde había ceguera, ahora hay luz; donde había exclusión, ahora hay acogida; donde había desesperanza, ahora hay vida nueva”.

Jesús no responde con argumentos abstractos, sino con transformaciones reales. Y termina con una bienaventuranza preciosa: “Bienaventurado el que no se escandalice de mí”. ¿Qué significa esto? Que dichoso el que, aunque no entienda del todo, aunque las cosas no sean como esperaba, aunque Dios actúe de maneras desconcertantes… sigue confiando, sigue buscando, sigue mirando hacia la luz.

Juan es grande precisamente en su duda

Y aquí viene lo más sorprendente del Evangelio. Después de que se van los discípulos de Juan, Jesús habla de Juan ante la multitud. Y no lo critica por haber dudado. Al contrario, lo ensalza: “No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista”.

Esto es revolucionario. Juan es grande ante Dios incluso en su duda. Es grande porque es honesto, porque es auténtico, porque busca la verdad aunque le duela. Dios no desprecia nuestras dudas; honra nuestra búsqueda sincera.

La santidad no consiste en no tener dudas, sino en seguir caminando a pesar de ellas. En seguir buscando luz aunque estemos en la oscuridad.

El Adviento de la duda

No finjamos certezas que no tenemos. Seamos auténticos ante Dios. Acojamos nuestras dudas con honestidad. Porque Dios prefiere nuestra duda honesta y no una fe fingida; prefiere nuestras preguntas y no nuestras respuestas automáticas. Cuando dudamos sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre el sentido de mi vida, sobre si merece la pena seguir creyendo, no estamos solos. Juan el Bautista nos acompaña. Y más importante aún: Jesús no se escandaliza de mi. Él me responde como respondió a Juan: “Mira, abre los ojos: yo sigo actuando”.

Mirar los signos

¿Dónde actúa Jesús hoy? Los ciegos siguen viendo: cada vez que alguien descubre que es amado tal como es. Los cojos siguen andando: cada vez que alguien encuentra fuerzas para seguir adelante. Los muertos siguen resucitando: cada vez que alguien que estaba muerto por dentro vuelve a la vida. Y los pobres siguen siendo evangelizados: cada vez que alguien descubre que su vida tiene dignidad y sentido.

Conclusión

Los cristianos – católicos somos una comunidad de buscadores honestos y no poseedores arrogantes de la verdad. Nuestra fe es un camino que hemos de recorrer, y no un punto de llegada donde todo está claro. Aunque dudemos y nos sintamos frágiles ,el Espíritu de Dios está con nosotros, cuando nos encontramos en la celda de la enfermedad, el fracaso, la soledad, la incomprensión.

CUANDO HASTA LOS SANTOS DUDAN

¡Preparad el camino al Señor! (Canción de Adviento)

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy.
Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 1] Una voz que clama en el desierto, susurra fuerte esperanza. Endereza ya tus caminos, pasa el Rey, pasa el amor.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 2] Renace el alma confundida, destierra toda mentira. Que la luz de la verdad brille, y reine la justicia.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 3] Camina con fe y esperanza, abramos la senda al Señor. Con obras de amor y perdón, llena el mundo con tu luz.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 4] ¡Ven, Jesús, ven a mí, rompe las sombras y el fin! Con tu paz, con tu verdad, llena mi vida, mi cantar.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

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¡INMACULADA, MUJER DEL NUEVO GÉNESIS!

La bendición que olvidamos

Hemos hablado tanto del “pecado original” que olvidamos la bendición original. Dios vio lo que había creado y era bellísimo. Bendijo a Adán y Eva, hechos a su imagen y semejanza. Esta es nuestra verdad primera: fuimos creados benditos, hermosos, buenos.

Pero el Mal —ese misterio inexplicable— se hizo presente desde el principio. Contaminó a nuestros primeros padres y desde entonces nos contagiamos unos a otros. “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”, dijo Jesús. “Todos hemos pecado”, confirmó san Pablo.

¿Por qué somos pecadores? Porque el Mal ejerce una influencia misteriosa sobre cada uno: en algún momento sucumbimos. Porque nos contagiamos mutuamente y no tenemos un antivirus adecuado. Porque siempre llega el momento en que perdemos la inocencia.

Y pecamos también por algo más profundo: queremos conocerlo todo, dominarlo todo, traspasar nuestros límites… ser como Dios. Esa tendencia egolátrica irreprimible nos hace luchar entre nosotros, porque todos queremos “ser más” que el otro. Rechazamos vivir en Alianza con Dios. Creemos bastarnos a nosotros mismos.

Un nuevo comienzo en María

Pero Dios tenía otro plan. Si Jesús fue el inicio de una nueva Humanidad —la humanidad auténtica, imagen y semejanza de Dios—, ese comienzo se anticipó en aquella mujer escogida para ser su madre virginal.

Decimos “madre virginal” porque su maternidad excede cualquier otra maternidad humana. No solo porque concibió sin varón, sino porque lo que nació de ella fue Santo, Hijo de Dios. ¿Qué varón podría colaborar con María para engendrar al Hijo de Dios? Este misterio solo fue posible porque el Espíritu Santo se apoderó de ella, en su espíritu y en su cuerpo.

Así aconteció el nuevo Génesis: inmaculado, santo, la nueva humanidad.

Y aquí está el misterio más profundo: María no solo concibió por obra del Espíritu Santo. La Iglesia confiesa que ella misma fue concebida por obra del Espíritu Santo, también santa, inmaculada. En ella, Dios inició una nueva y portentosa fecundidad, un nuevo génesis.

Al pronunciar su “sí” —su fiat— María, “la agraciada desde el principio”, rejuveneció a la humanidad. La reconectó con la Gracia original, la gracia de la Creación sin pecado.

Dante lo expresó bellamente: “María es más joven que el pecado”. Porque al principio no fue así… el pecado no existía.

Esa bendita concepción de Jesús se vio anticipada y preparada en la concepción de María. Dios quiso iniciar en la Madre de su Hijo “un nuevo comienzo para la humanidad”, un misterioso “Hagamos a la Mujer a nuestra imagen y semejanza”.

La Gracia original

Pensemos hoy en la “Gracia original” y en el deseo divino de que venza y sea recuperada. Hay una emocionante oración litúrgica que dice:

“Oh Dios, que amas la inocencia y se la concedes a quien la ha perdido”. 

La fiesta de la Inmaculada nos invita a rejuvenecer, a recuperar la inocencia perdida, a entrar en la nueva humanidad donde Jesús es el nuevo origen y María la primera agraciada. 

Sintámonos hoy “santos e inmaculados en su Presencia”, habitantes del primer Paraíso, un nuevo Adán, una nueva Eva. Sintámonos ya -anticipadamente- ciudadanos de la nueva Jerusalén, del cielo nuevo y la tierra nueva.

Plegaria

Abbá nuestro, todo surgió bellísimo y bue­no de tus manos creadoras; pero el misterioso Maligno introdujo la deformación y el ser humano se alejó de ti. Hoy nos llamas a celebrar el nuevo origen, la victoria de tu proyecto inicial. Manifiéstanos tu belleza y bondad para que nunca más nos separemos de ti.

POEMA – CANCIÓN

[ESTRIBILLO]
Inmaculada, mujer del nuevo Génesis, llena de gracia, latido virginal.
Cuando te miran, se enciende la esperanza, jardín que guarda la Gracia original.
Inmaculada, sonrisa de otro tiempo, más joven que el mismo despertar.
En tu silencio amanece lo imposible, Madre que estrena la humanidad.

[ESTROFA 1]
Todo era hermoso al salir de sus manos, luz derramada sobre el primer hogar.
Pero el misterio del Mal abrió una sombra, y la inocencia empezó a naufragar.
Quisimos todo, ser dueños de la vida, rompiendo el hilo de la conexión.
Y sin embargo, en el fondo de la noche, Dios susurraba una nueva canción.

[ESTRIBILLO]
Inmaculada, mujer del nuevo Génesis, llena de gracia, latido virginal.
Cuando te miran, se enciende la esperanza, jardín que guarda la Gracia original.

[ESTROFA 2]
En Ana y Joaquín comenzó la sorpresa: una semilla distinta a las demás.
Dios te pensaba, pequeña e inmaculada, antes del miedo, del daño y la ansiedad.
Madre virginal, morada del Espíritu, tu “hágase” rompe la oscuridad.
En tu fiat tiembla el viejo paraíso y se levanta una nueva humanidad.

[ESTRIBILLO]
Inmaculada, mujer del nuevo Génesis, llena de gracia, latido virginal.
Cuando te miran, se enciende la esperanza, jardín que guarda la Gracia original.

[ESTROFA 3 – FINAL MEDITATIVO]
Tú nos recuerdas que fuimos inocentes, que en nuestros sueños aún late el primer bien. Contigo, Madre, perdemos la armadura, somos capaces de amar otra vez.

Inmaculada, mujer del nuevo Génesis, llena de gracia, latido celestial. Quédate cerca, sostiene nuestra historia, haz de este mundo tu casa y tu altar.

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EL HOMBRE QUE GRITABA EN EL DESIERTO, Segundo Domingo de Adviento, ciclo

Pero metanoia significa literalmente “cambiar de mente”, dar la vuelta completa. No es añadir alguna práctica piadosa. Es dejar de caminar en una dirección para tomar otra radicalmente distinta. Juan invita a una revolución interior porque anuncia algo inminente: “Está cerca el reino de los cielos”. No dice “algún día”, sino “ya llega”. El reino irrumpe en la historia, y nosotros seguimos distraídos.

El profeta incómodo

Juan es extraño. Vestido de pieles, comiendo saltamontes, viviendo en el desierto. Nada que ver con los líderes religiosos instalados en Jerusalén. Juan rompe todos los esquemas. Es la voz que grita donde nadie quiere escuchar. Y, sin embargo, acudía a él toda la gente. ¿Por qué? Porque intuían que aquel hombre decía la verdad sin filtros. Y cuando uno está harto de medias verdades, la autenticidad tiene un poder magnético irresistible.

Cuando llegan los fariseos y saduceos, Juan no les da la bienvenida cortésmente: “¡Raza de víboras!”. Palabras inaceptables hoy en cualquier púlpito. Pero Juan no busca agradar. Busca despertar. Y despertar duele. “No os hagáis ilusiones pensando: ‘Tenemos por padre a Abrahán'”. No vale escudarse en la tradición, en las credenciales religiosas. Lo que cuenta es el fruto real de la vida, no el apellido espiritual que llevamos.

El bautismo del agua y el bautismo del fuego

“Yo os bautizo con agua”, dice Juan, “pero el que viene detrás de mí bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El fuego purifica. Quema lo falso, lo accesorio. Deja solo lo esencial, lo verdadero. Eso es lo que necesitamos en 2025. No más barniz. No más apariencias. No más religión de escaparate. Necesitamos ese fuego que transforma desde dentro, que nos devuelve a nosotros mismos pero renovados, auténticos, vivos.

El poeta polaco Czesław Miłosz, escribió algo que resuena profundamente con este Adviento: “En la vida de cada uno hay un momento en que está cerca de la grandeza, la luz, lo real. Y luego se olvida”. Juan nos recuerda ese momento. Nos sacude para que no lo olvidemos.

El vástago de Jesé: el sueño de Isaías

Isaías había anunciado algo imposible: un rey que juzgaría con justicia y defendería a los pobres. Bajo cuyo reinado el lobo habitaría con el cordero, el leopardo se echaría con el cabrito. ¿Utopía? Quizá. Pero el cristianismo es precisamente eso: creer que lo imposible puede hacerse presente. Que los incompatibles pueden reconciliarse. Que la violencia puede ser vencida por el amor.

En nuestro mundo de 2025, polarizado hasta el extremo, donde cada bando se atrinchera y demoniza al otro, este sueño de Isaías suena ridículamente ingenuo. Pero ahí está la radicalidad del Evangelio: no se adapta a nuestro cinismo. Nos desafía a creer que otro mundo es posible.

El desierto de 2025

Juan gritaba en el desierto de Judea. ¿Dónde está nuestro desierto hoy? No es geográfico. Es existencial. Es el ruido que nos impide escuchar. Es la saturación de información que nos deja sin criterio. Es la soledad en medio de la hiperconexión. Es la ansiedad que nos paraliza.

Y en ese desierto, sigue resonando la misma pregunta: ¿estás dispuesto a cambiar de dirección, o solo das vueltas en círculo? ¿Cómo preparamos el camino al Señor? No con grandes gestos, sino con honestidad radical. Con la disposición a reconocer dónde nos hemos equivocado. Con la valentía de dejar morir lo que ya no da vida. Con la apertura a ese fuego del Espíritu que purifica y renueva.

“Ya toca el hacha la raíz de los árboles”, dice Juan. No es una amenaza. Es una invitación urgente. No para condenarnos, sino para liberarnos. Para que dejemos de fingir y empecemos a vivir de verdad.

Este Adviento no nos pide ser perfectos. Nos pide ser reales. Reales con Dios, reales con los demás, reales con nosotros mismos. Como Juan en el desierto: sin máscaras, sin poses, sin mentiras piadosas. El reino de Dios está cerca. Y cuando llegue, no nos preguntará por nuestras credenciales religiosas, sino por el fruto de nuestra vida. ¿Hemos amado de verdad? ¿Hemos acogido al diferente? ¿Hemos trabajado por la justicia?

No compliquemos el Evangelio. Juan no lo complicó. Una sola palabra: Convertíos. Porque está cerca el reino de los cielos.

Que este Adviento sea para cada uno de nosotros ese momento de cercanía con “la grandeza, la luz, lo real” del que hablaba Miłosz. Y que no lo olvidemos.

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¡Preparad el camino al Señor! (Canción de Adviento)

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy.
Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 1] Una voz que clama en el desierto, susurra fuerte esperanza. Endereza ya tus caminos, pasa el Rey, pasa el amor.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 2] Renace el alma confundida, destierra toda mentira. Que la luz de la verdad brille, y reine la justicia.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 3] Camina con fe y esperanza, abramos la senda al Señor. Con obras de amor y perdón, llena el mundo con tu luz.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 4] ¡Ven, Jesús, ven a mí, rompe las sombras y el fin! Con tu paz, con tu verdad, llena mi vida, mi cantar.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

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¿Y… CUANDO LLEGUE … “EL QUE TIENE QUE LLEGAR”?, Domingo primero de Adviento, ciclo A.

¿Qué nos está diciendo Jesús hoy?

Algo que nadie quiere escuchar: ¡tu vida puede cambiar en un instante!. No cuando estés listo. No cuando hayas terminado tus proyectos. Sino justo cuando creas que todo está bajo control.

Y luego viene esa imagen que nos estremece: “Dos estarán en el campo: uno será tomado, el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo: una será tomada, la otra será dejada.”

Esta es nuestra experiencia humana más dolorosa: ver cómo las relaciones se desgajan, cómo los caminos se separan. Dos personas juntas, haciendo exactamente lo mismo. Mismo lugar, mismo trabajo, misma vida. Y de pronto, cada uno por su lado.

Pero escuchemos bien: Jesús no nos habla de una tragedia cósmica. La llegada del Hijo del Hombre no es el fin del mundo como castigo. Es la llegada en gloria del Jesús de los Evangelios, del Hijo de Dios que viene a encontrarse con nosotros.

¿Cómo será este encuentro?

Y aquí está la pregunta que nos atraviesa: ¿cómo será ese encuentro?

¿Tendremos que avergonzarnos? ¿Será bochornoso, incómodo, porque no hemos creído en Él? ¿Porque hemos vivido como si no existiera? ¿Porque lo hemos dejado en segundo plano mientras perseguíamos mil cosas que al final no importan?

O, por el contrario, ¿será el encuentro más esperado, más maravilloso de nuestra vida? ¿Podremos mirarle a los ojos y decirle: “Tú sí que eres el Redentor del mundo, el Liberador, el que hace realidad nuestros mejores sueños”?

Esa es la diferencia entre los dos que estaban en el campo. No es dónde estaban. Es cómo estaban. Despierto o dormido. Presente o ausente. Vivo de verdad o solo sobreviviendo en automático.

¡Estad en vela!

Por eso Jesús nos dice: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.”

Adviento no es nostalgia de un nacimiento de hace dos mil años. Adviento es ahora. Es prepararte para lo Inesperado que irrumpe en tu vida hoy.

Esa llamada que no esperabas. Ese diagnóstico que lo cambia todo. Esa oportunidad que aparece de la nada. Ese encuentro que parte tu historia en dos. Y sí, también esa llegada definitiva del Señor que no sabemos cuándo será.

Cuando llegue lo Inesperado

Y cuando llegue lo Inesperado —porque llegará—, puede ser de dos formas: gracia que te transforma, te eleva, te despierta… o desgracia que te encuentra vacío, distraído, ausente de ti mismo.

Adviento es recuperar la capacidad de sorprendernos. De soñar. De esperar lo extraordinario en medio de lo ordinario.

No vivamos como si Dios fuera un espectador lejano de nuestra rutina. Él viene. Está viniendo. Quiere irrumpir en tu vida, no para condenarte, sino para realizarte, para hacer realidad lo que ni siquiera te atreves a soñar.

Conclusión

La pregunta no es cuándo vendrá lo Inesperado.

La pregunta es: cuando llegue… ¿nos encontrará despiertos?

Que este Adviento nos despierte del sueño. Que reavive en nosotros la esperanza. Que nos prepare para recibir al que viene no con vergüenza, sino con el corazón abierto de quien espera al Amigo, al Salvador, al que da sentido a todo.

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EL REY QUE MIRA AL CIELO, Domingo 34, ciclo C

Hoy cerramos el año litúrgico celebrando a Cristo Rey del Universo. Y la Iglesia, con ironía sublime, nos pone ante los ojos no un desfile militar, sino un patíbulo. Tres cruces. Dos ladrones. Un Dios agonizante.

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CALL TO SYNODALITY (Message as a song)

Ooh… ooh… hear the call…

  1. Let us journey side by side, all God’s people hand in hand, Bishops, priests, and laity across this promised land. No more pyramids of power, but communion’s symphony so grand!
  2. The Spirit’s moving now… Can you feel it somehow?
  3. Conversion to synodality, hear the Spirit’s call! Walk together as one Church, breaking down the wall! Rise up, baptized people, in God’s holy way, Towards the Kingdom’s horizon—let’s march today!
  4. Every charism, every voice blending in the Spirit’s fire, Listen to the margins calling, let the humble hearts inspire. Holy Spirit sets us free, lifting higher and higher!
  5. The Spirit’s moving now… Can you feel it somehow?
  6. Conversion to synodality, hear the Spirit’s call! Walk together as one Church, breaking down the wall! Rise up, baptized people, in God’s holy way, Towards the Kingdom’s horizon—let’s march today!
  7. Pneumatological flame, Pentecost breaks through! Excluding none, embracing all in love that’s tried and true! Not a road to nowhere, but to freedom’s promised shore, Follow Christ the Way ahead—charge forevermore!
  8. Conversion to synodality, hear the Spirit’s call! Walk together as one Church, breaking down the wall! Rise up, baptized people, in God’s holy way, Towards the Kingdom’s horizon—let’s march today!
  9. Let’s march today! (Let’s march!) Let’s march today! Towards the Kingdom’s horizon… Let’s march today!

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¡MILAGROS! (Poema cantado)

¡Milagros!
que hacen el mundo nuevo para amarlo.
¡Milagros!
 haciendo amigos con el sol de cuando en cuando
¡Milagros!
encarnándote de nuevo Señor somos tus manos (bis)

¡Milagros!
la casa encendida del amor ya estrenado
¡Milagros!
el mirar que nunca pasa conquistado
¡Milagros!
las señales de Dios en los pecados
Amanece la vida el Reino está llegando

1. Sueño de gloria tiene
El agua en las vasijas
Jesús hace el prodigio
pedido por María.
Y el vino nuevo toma
sabor de Eucaristía
sabor de Eucaristía.

    2. Paralítico vuelve
    a ser hombre completo
    La fe lo alcanza todo,
    es fuerte como el fuego.
    Con el perdón recobra
    la agilidad del ciervo
    la agilidad del ciervo.

    3. Hija de Jairo,salta
    de la muerte a la vida.
    Obedece a la mano
    del Dios que resucita
    Vuelva tu cuerpo virgen
    A ser rosa florida,
    a ser rosa florida.

    4. Reina en tus ojos ciego
    De Jericó sin rumbo
    El sol que no declina
    la eterna luz del mundo
    Ya puede tu mirada
    besar flores y frutos
    Besar flores y frutos.

    5. Leproso sin futuro
    Sin luz desesperado
    Jesús limpia tu cuerpo
    De todo fruto amargo
    Arranca de tu carne
    La lepra del pecado
    La lepra del pecado

    6. Panes de amor divino
    Y peces de esperanza
    Multiplicad el gozo
    Ganad vuestra batalla
    Jesús es pan de vida
    Inmenso mar de gracia.

    7. Airadas tempestades
    Del mar embravecido
    Mirad la mano alzada
    Y el gesto imperativo
    Calmad vuestra furia
    Jesús os ha vencido.

    8. Lázaro de las sombras
    Vuelve a luz primera
    Vida te da la Vida
    Amor a toda prueba
    Rompe tus ataduras,
    Cristo será tu senda

    Milagros!
    que hacen el mundo nuevo para amarlo.
    ¡Milagros!
     haciendo amigos con el sol de cuando en cuando
    ¡Milagros!
    encarnándote de nuevo Señor somos tus manos (bis)

    ¡Milagros!
    la casa encendida del amor ya estrenado
    ¡Milagros!
    el mirar que nunca pasa conquistado
    ¡Milagros!
    las señales de Dios en los pecados
    ¡Amanece la vida!
    ¡el Reino ha llegando!

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    ¡VALIENTES Y NO COBARDES! Así nos sueña Jesús – Domingo 33 ciclo C

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