CRISTO, REY DEL UNIVERSO, Domingo 34, ciclo C

Concluye el año litúrgico. Llegamos al final de nuestro camino espiritual. Y la madre Iglesia nos pone ante nuestra mirada a Jesús, rey del universo. Las tres lecturas nos introducen en el misterio de la realeza de Jesús: hijo del rey David o la reunión de los hermanos dispersos (segundo libro de Samuel), el rey Crucificado y la vuelta al Paraíso (evangelio de Lucas) y el “Hágase la Luz” del Reino en la nueva Creación (carta a los Colosenses).

Primero: Reunión de los hermanos dispersos

La primera lectura nos habla del rey David, que reúne en un solo pueblo a las doce tribus de Israel, antes dispersas y enfrentadas. Se acercaron a verlo y le dijeron: “¡Hueso y carne tuya somos!”. Los ancianos lo ungieron como rey de Israel, como su líder y su pastor, reconociendo que era el elegido de Dios. Y Dios le prometió que siempre tendría un descendiente y que su casa permanecería para siempre.

Y así sucedió. El ángel Gabriel le anunció a María, la esposa de José, hijo de David: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin”.

Segundo: De vuelta al Paraíso, al nuevo Edén

La lectura del Evangelio nos presenta el tramo final de la vida de Jesús. Ante Pilato Jesús proclamó: “Yo soy Rey” (Jn 18,37) y, por eso, Pilato mandó poner en la cruz esta inscripción: “Éste es el Rey de los judíos” (Lc 23,38). Las autoridades, el pueblo, los soldados y uno de los malhechores crucificados, se reían, burlaban y hacían muecas ante su Rey. Únicamente uno de los crucificados defendió la inocencia de Jesús y se dirige a Él, como un amigo hacia otro amigo… por su nombre: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42), al Paraíso. Murió mirando a Jesús, sufriendo con Él, esperando con Él.

Y la respuesta de Jesús fue: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. El “hoy” es estremecedor. Le quita al viernes santo todo su carácter trágico. Y el Paraíso era el horizonte de esperanza y de felicidad.

Tercero: ¡Hágase la luz de la nueva creación!

La segunda lectura de la carta a los Colosenses nos pide que demos gracias a Dios nuestro Padre, porque nos ha sacado del reino de las tinieblas; nos ha trasladado -como al buen ladrón- al Reino de su Hijo querido y por hacernos compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Jesús es la Luz del mundo. Nosotros somos hijos de la luz, hijos del día. Donde reina el pecado allí hay tinieblas y queda frustrada la orden del Creador que al principio ordenó: “¡Hagase la Luz!”. Cuando Jesús murió las tinieblas cubrieron la tierra. Pero cuando resucitó, ya hay un ser que todo lo ilumina, es el Hijo querido, la imagen misma de Dios invisible, la primera criatura diseñada y generada, el modelo de toda la creación. “Todo fue creado por él y para él”. 

Sin luz no hay creación. Sin Jesús-Luz del mundo nada existiría. Todo existe gracias a Él. Su reino es cósmico. Nada se libra de su luminosidad y su calor: ¡Él es la luz del mundo!

Pero también es la cabeza del Cuerpo, de la Iglesia, porque vino a reunirnos a todos como hermanos. 

Conclusión

Confesemos, como el buen ladrón, a Jesús como nuestro Rey de Luz. Integrémonos en su Cuerpo, en su Iglesia, como miembros de Cristo, vivos, activos. No tengamos miedo a que nos reconozcan como sus seguidores. Consideremos a todos como hermanos. No idolatremos a nadie.  Si somos de Cristo “reinaremos con Él”. O quizá mejor, nos espera su misterioso Paraíso.

A JESÚS, DADOR DE TODO BIEN

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¡MILAGROS! (Poema cantado)

¡Milagros!
que hacen el mundo nuevo para amarlo.
¡Milagros!
 haciendo amigos con el sol de cuando en cuando
¡Milagros!
encarnándote de nuevo Señor somos tus manos (bis)

¡Milagros!
la casa encendida del amor ya estrenado
¡Milagros!
el mirar que nunca pasa conquistado
¡Milagros!
las señales de Dios en los pecados
Amanece la vida el Reino está llegando

1. Sueño de gloria tiene
El agua en las vasijas
Jesús hace el prodigio
pedido por María.
Y el vino nuevo toma
sabor de Eucaristía
sabor de Eucaristía.

    2. Paralítico vuelve
    a ser hombre completo
    La fe lo alcanza todo,
    es fuerte como el fuego.
    Con el perdón recobra
    la agilidad del ciervo
    la agilidad del ciervo.

    3. Hija de Jairo,salta
    de la muerte a la vida.
    Obedece a la mano
    del Dios que resucita
    Vuelva tu cuerpo virgen
    A ser rosa florida,
    a ser rosa florida.

    4. Reina en tus ojos ciego
    De Jericó sin rumbo
    El sol que no declina
    la eterna luz del mundo
    Ya puede tu mirada
    besar flores y frutos
    Besar flores y frutos.

    5. Leproso sin futuro
    Sin luz desesperado
    Jesús limpia tu cuerpo
    De todo fruto amargo
    Arranca de tu carne
    La lepra del pecado
    La lepra del pecado

    6. Panes de amor divino
    Y peces de esperanza
    Multiplicad el gozo
    Ganad vuestra batalla
    Jesús es pan de vida
    Inmenso mar de gracia.

    7. Airadas tempestades
    Del mar embravecido
    Mirad la mano alzada
    Y el gesto imperativo
    Calmad vuestra furia
    Jesús os ha vencido.

    8. Lázaro de las sombras
    Vuelve a luz primera
    Vida te da la Vida
    Amor a toda prueba
    Rompe tus ataduras,
    Cristo será tu senda

    Milagros!
    que hacen el mundo nuevo para amarlo.
    ¡Milagros!
     haciendo amigos con el sol de cuando en cuando
    ¡Milagros!
    encarnándote de nuevo Señor somos tus manos (bis)

    ¡Milagros!
    la casa encendida del amor ya estrenado
    ¡Milagros!
    el mirar que nunca pasa conquistado
    ¡Milagros!
    las señales de Dios en los pecados
    ¡Amanece la vida!
    ¡el Reino ha llegando!

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    ¡VALIENTES Y NO COBARDES! Así nos sueña Jesús – Domingo 33 ciclo C

    ¿Fuego que abrasa, o luz que ilumina?

    El profeta Malaquías nos plantea una elección radical. Habla de un “horno” para los malvados, pero inmediatamente después nos promete algo hermoso: para quienes honran el nombre de Dios, “brillará un sol de justicia que lleva la salvación en sus alas”.

    ¿No es asombroso? La misma luz divina actúa de dos maneras: consume lo que destruye la vida, pero ilumina y sana a quien busca la verdad. Como el sol que derrite el hielo pero hace florecer el jardín.

    En medio de la catástrofe, una promesa

    Cuando los discípulos admiraban la magnificencia del templo de Jerusalén, Jesús les anuncia su destrucción. Ante su desconcierto —”Maestro, ¿cuándo sucederá esto? ¿Cuál será la señal?”— Jesús no les oculta la realidad: vendrán guerras, terremotos, epidemias, persecuciones. Incluso sus propias familias los traicionarán.

    Es un panorama duro, sí. Pero escuchemos bien: Jesús no dice esto para paralizarnos de miedo, sino para fortalecernos con la verdad. Porque inmediatamente añade: “Ni un cabello de su cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

    ¿Qué nos está diciendo el Maestro? Que no vivamos fascinados por “lo efímero” —esas cosas que brillan un día y mañana desaparecen— sino que pongamos nuestra confianza en lo que permanece. La belleza del templo pasará, pero la presencia de Dios en nosotros es eterna.

    ¡Que nada ni nadie nos paralice!

    San Pablo nos da una lección práctica. En Tesalónica había cristianos que, obsesionados con el fin del mundo, habían dejado de trabajar. “Muy ocupados en no hacer nada”, les dice Pablo con ironía.

    El miedo paraliza. La ansiedad nos inmoviliza. Pero la fe nos mantiene activos, comprometidos, trabajando por un mundo mejor aunque todo parezca derrumbarse.

    Pablo nos recuerda que la esperanza cristiana no es pasiva: nos lleva a ganarnos el pan, a cuidar de los nuestros, a construir cada día con nuestras manos lo que creemos con el corazón.

    Una luz que viene del futuro

    Queridos hermanos, “apocalipsis” significa revelación. No catástrofe, sino descubrimiento. Se corre el velo de lo que estaba oculto.

    Y lo que se revela no es oscuridad, sino Luz. Una Luz que viene del futuro —de Dios mismo— y que ilumina nuestro presente.

    Esta Luz no responde todas nuestras preguntas. No nos dice el día ni la hora. Pero nos dice algo más importante: que hay salvación, que no estamos solos, que el final no es frío ni vacío, sino encuentro y plenitud.

    Y esa certeza —esa promesa— es la que da sentido a nuestra vida aquí y ahora.

    Por eso, en estos últimos domingos del año litúrgico, la Iglesia no nos invita al miedo, sino a la vigilancia esperanzada. A vivir cada día con valentía y trabajo, sabiendo que caminamos hacia la Luz.

    Que nada nos paralice. Que nadie nos robe la esperanza.

    Porque el que nos espera al final no es un juez implacable, sino el Sol de Justicia que trae la salvación en sus alas.

    BENDITO SEAS, MI SEÑOR JESÚS

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    ORACIÓN DE INTERCESIÓN: “SUPER-CONEXIÓN ESPIRITUAL”

    Un compañero amigo me hizo llegar el día de la celebración de “Todos los Difuntos”, un texto del pensador y teólogo italiano Vito Mancuso, extraído de su obra “L’anima e il suo destino”. Es un breve texto que merece ser asumido, comentado y explicitado.

    Frecuentemente nos preguntamos: ¿qué valor puede tener mi oración? ¿Para qué orar? ¿Porqué interceder por los difuntos? Y respuestas negativas a estas preguntas nos pueden llevar al abandono de la oración o a reducirla a mínimos. Basándome en las reflexiones filosófico-teológicas de Vito Mancuso intento prolongar -personalmente- su reflexión

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    JESÚS Y EL “EGO” PRESUMIDO Y DESPRECIATIVO, Domingo XXX, ciclo C.

    El evangelio de este domingo nos responde en un texto muy breve: en la parábola del ególatra y del auto-humillado o humilde-humillado: del fariseo que presumía de su bondad, y del publicano que se avergonzaba de su maldad.  Así comienza el evangelio de este domingo 30:

    “Algunos, teniéndose por justos (es decir, por buenos), se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás (por malos)”

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    LA FORMA DEL MISIONERO (San Antonio María Claret)

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