JESÚS Y EL “EGO” PRESUMIDO Y DESPRECIATIVO, Domingo XXX, ciclo C.

El evangelio de este domingo nos responde en un texto muy breve: en la parábola del ególatra y del auto-humillado o humilde-humillado: del fariseo que presumía de su bondad, y del publicano que se avergonzaba de su maldad.  Así comienza el evangelio de este domingo 30:

“Algunos, teniéndose por justos (es decir, por buenos), se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás (por malos)”

1.   La encarnación de dos formas de orar

La parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano no es un relato de buenos y malos. Jesús, narrador genial, nos presenta a dos personas a través de su forma de orar. Y ya, concluida la parábola, Jesús emite un juicio y se dirige a quienes le escuchan:

 “Os aseguro que este último -el publicano- volvió a su casa justificado, pero no el primero -el fariseo”.

2.   La oración del fariseo

El fariseo entra en escena. Para los oyentes de Jesús los fariseos eran personas agradables, positivas. El fariseo ora en su interior, ¡no en voz alta!¡Sólo Dios podía escucharlo! Lo hacía erguido, pues así era la costumbre en Israel. Su oración se asemeja a un breve examen de conciencia, del que él mismo se autocalifica como “sobresaliente” en buena conducta.

  • Ayunaba dos días a la semana. Ayunar quería decir no comer ni beber nada hasta la caída del sol. ¡Buen sacrificio en el clima tórrido e implacable de Palestina!
  • Ofrecía el diezmo de todo lo que ganaba a los levitas y al templo, tal como pedía la ley (Num 18,21; Deut 14,22-27).  
  • Como decía el salmo 119: el fariseo caminaba con vida intachable en la ley del Señor… guardaba sus preceptos de todo corazón”.

Un hombre así ¿no sería digna de admiración y respecto? 

3.   La oración del publicano

El publicano entra en escena. Para los oyentes de Jesús era una figura negativa, desagradable. Un publicano recaudaba los impuestos que ricos y señores del país, como también las fuerzas de ocupación, los romanos, imponían a una población empobrecida. Los publicanos solían ser en esto de recaudar inexorables, explotadores y defraudadores.

Su oración en el templo se reduce a una sola frase: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador!”. Se quedó atrás. No se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sólo se golpeaba el pecho.

4.   Las puntualizaciones de Jesús

El fariseo contamina su oración de acción de gracias cuando -según el relato de Jesús- se centra en su “ego”: Yo ¡no soy como los demás, ladrones, injustos, adúlteros… y mirando hacia atrás con desprecio se atreve a decir: ¡ni como ese publicano!

El publicano tira su “ego” por los suelos. Ennoblece su oración definiéndose como un “pecador”; expresa su lejanía de Dios, quedándose atrás en el templo; no se atreve a alzar los ojos al cielo, se golpea el pecho, pidiéndole a Dios únicamente compasión. En el salmo 50 se decía: “un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.

5.   La puerta del Reino de Dios

Jesús trajo consigo un nuevo sistema: el Reino de Dios. No era un reino para “egos” autosuficientes: “quien quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo”. Quienes forman parte del Reino son “los pobres en el espíritu”, como el publicano, aquellas personas que piden perdón. En cambio, qué difícil es que un autosuficiente, un ególatra entre en el Reino:

“Os aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero”.

El término “justificado” -empleado por el evangelista- es una forma gramatical que técnicamente se denomina “pasivo teologico”: es decir, que por sí solo ya todos entenderían que el publicano fue justificado por Dios, absuelto en el tribunal divino. En cambio, el fariseo no fue absuelto por Dios. María proclamó en su Magnificat que Dios “dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes.

¡No juzguéis y no seréis juzgados! ¡No condenéis y no seréis condenados!

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LA FORMA DEL MISIONERO (San Antonio María Claret)

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“LA AUDACIA DE ORAR” No sabemos orar como conviene – domingo XXIX, ciclo C

¿Por qué esta comparación tan rara? Porque necesitamos aprender a orar de verdad.

La viuda que no se rindió

Esta mujer estaba sola. En tiempos de Jesús, las viudas no tenían voz, no podían ni presentarse ante un tribunal. Pero esta… esta tenía audacia.

Imaginen la escena: toc, toc, toc… cada día, cada semana. El juez pensando: “¡Esta mujer me va a volver loco! ¡Va a terminar dándome un puñetazo!” (Sí, el texto griego usa una palabra del boxeo).

Y al final, harto, el juez le hace justicia.

Jesús nos dice: “Si este juez injusto responde, ¿cuánto más nuestro Dios, que nos ama? ¡Les hará justicia en un abrir y cerrar de ojos!”

El problema: no sabemos orar

San Pablo lo dice claro: “No sabemos orar como conviene”. Pero el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. Y Jesús también, con esta parábola y con el Padrenuestro.

Hermanos, ¿cuántas veces rezamos el Padrenuestro? Pero piensen: no dice “mi pan”, dice “nuestro pan”. No dice “mi voluntad”, dice “tu voluntad”.

La oración no es para resolver mis problemitas. Es para conectar el cielo con la tierra. ¡Y en esa conexión todo cambia!

Oraciones peligrosas (sí, has oído bien)

Hay un autor, Craig Groeschel, que escribió un libro llamado “Oraciones peligrosas”. Me encanta el título. ¿Por qué peligrosas?

Porque cuando oramos de verdad:

  • Dios interrumpe nuestros planes egocéntricos
  • Nos saca de la zona de confort
  • Nos hace decir: “Hágase tu voluntad”, aunque nos dé miedo
  • Nos volvemos inquietas, pero inquietas de Dios

Es tiempo de cambiar cómo oramos.

Para nosotros, aquí, hoy. Sé que estamos viviendo tiempos difíciles: ecológica y económicamente, después -tal vez- de otros tiempos que añoramos. Pero escuchemos:

La viuda no tenía nada… excepto audacia. Moisés tenía los brazos cansados… pero los mantuvo en alto.

Somos esa viuda audaz. No se trata del tamaño de nuestros problemas. Se trata de la audacia de seguir tocando la puerta del cielo.

El desafío

El teólogo Johan Baptist Metz preguntó algo brutal: “Si rezamos tanto ‘¡Venga tu Reino!’ y ‘El pan nuestro de cada día’, ¿por qué no ha llegado el Reino y sigue habiendo hambre?”

La respuesta está en la viuda: ¡Hay que insistir!

No con resignación. Con audacia. Con pasión. Con todas las fibras de nuestro ser.

Los tiempos de descenso también son tiempos de Dios.

Tal vez Dios está cerrando unas puertas para abrir otras que ni imaginamos. Tal vez este momento de “menos” es para ser más audaces, más libres, más conectadas con lo esencial.

Si oramos con audacia, nuestra vida —y nuestra Iglesia— no serán las mismas nunca más.

¿Nos atreveremos a orar oraciones peligrosas?

LA IGLESIA CAMINA

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LA GRACIA DE “LAS GRANDES OPORTUNIDADES”, Domingo XXVIII, ciclo C

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EL GRANITO DE MOSTAZA Y LAS TRES PREGUNTAS DE JESÚS, Domingo XXVII de ciclo C

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • Las tres preguntas de Jesús
  • Servidores de Dios sin condiciones
  • Un cruce de parábolas
  • Auméntanos la fe
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DEVOCIÓN Y ADORACIÓN EUCARÍSTICA – DOS TIEMPOS… UNA PRESENCIA

La Adoración no es un ritual aburrido, sino el encuentro más intenso y transformador con una Persona: Jesús. Este encuentro tiene dos “tiempos” o “formas” que se complementan: la Celebración eucarística -la Misa- y la Adoración -la Custodia. Ambas son la expresión máxima de una Devoción auténtica. Se trata de una relación con Jesús, sostenida en el tiempo.

Introducción: El anhelo de algo más

¿He sentido alguna vez que hay algo o Alguien más grande que todo, que me atrae pero que -al mismo tiempo- me supera completamente? Algo así como cuando escucho una canción tan bella que me deja sin palabras y deseo escucharla una y otra vez. Algo así como al ver un paisaje, me hace sentir pequeño y a la vez parte del algo inmenso.

Hay dos pensadores franceses de nuestro tiempo que me han iluminado para comprender con autenticidad un verbo y un sustantivo que utilizamos en la Iglesia, en la religión: ¡Adorar! ¡Adoración! Se trata de Jean-Luc Marion y Jean-Luc Nancy. Los dos -aunque desde perspectivas diversas- me han ayudado a comprender qué es “la adoración”.

Marion la describe como “asombro ante una Presencia tan grande, tan grande que la compara con un “fenómeno saturado” -en el que ya no cabe nada más.

Nancy la describe como “audacia para abrazar el misterio y el vacío”. A mi modo de ver son dos experiencias que no se contradicen, sino que se encuentra en la Eucaristía -celebrada o adorada-; es decir en la celebración dinámica de la Misa y en la Adoración silenciosa ante la Eucaristía expuesta en la Custodia. Y descubriremos que ambas son la expresión más alta de la “Devoción”

1. La adoración en la celebración eucarística

La celebración eucarística no es una pesada obligación que hay que cumplir, sino la asistencia voluntaria a un drama divino, a un encuentro imprevisible con el Misterio:

“¡Quien está cerca de Mí, está cerca del Fuego!; ¡el que está lejos de mí, está lejos del Reino!”

El Evangelio de Tomás pone esta frase en boca de Jesús. Es uno de los textos apócrifos de la Iglesia primitiva. De hecho Jesús nos dijo: “Fuego he venido a traer a la tierra” (Lc 12,49).

La Eucaristía nos hace participar en dos mesas: la mesa de la Palabra y la Mesa del Pan.

2. La Mesa de la Palabra: Cuando Dios nos habla… ¡Asombro!

No es una simple lectura: Es Jesús mismo quien, a través del lector, nos dirige su Palabra. La voz del lector transmite la voz poderosa de Dios. Jean-Luc Marion la describe como un “fenómeno saturado” que más no nos puede interpelar.

La escucha se convierte en algo mucho mayor que “oir una mera lectura”. No se escucha para analizar, sino para ser transformado. Se escucha la Palabra que da vida, como cuando Jesús hablando curaba a un enfermo o resucitaba a un muerto. Quien así escucha “adora”, porque comienza a sentirse transformado. Como María de Betania a los pies de Jesús: ¡receptividad total!

Esta es la primera forma de Adoración: callar nuestro corazón -y por supuesto, nuestra inteligencia- para que Dios tenga la primera palabra.

La Mesa del Pan: Cuando Dios se nos da: ¡ya no cabe nada más!

3. La Consagración de los dones: el fenómeno saturado

La Consagración es el momento cumbre porque ya no puede ocurrir nada más grandioso en la tierra. El pan y el vino quedan “super-saturados” de presencia divina, de la presencia real de Cristo resucitado. El Espíritu Santo desciende sobre los dones y repite en un instante aquello que realizó en el sen o de María virgen durante nueve meses: la presencia de Jesús, el Hijo de Dios… un fenómeno que los pensadores medievales cristianos calificaron de “trans-“, “transustanciación” y otros más actuales -como Schillebeecks- “trans-finalización”, “trans-significación”, y Jean-Luc Marion “fenómeno saturado” a la máxima potencia.

En ese instante, la intuición (la Presencia real de Cristo) desborda por completo nuestra capacidad de entenderla. Nuestra inteligencia se rinde y ¡solo puede adorar!

La Comunión

No es “recibir una cosa”, sino “acoger a una Persona divina, que es Jesús Resucitado”. El himno “Ave verum Corpus natum ex Maria virgine” – del siglo XIV atribuido al papa Inocencio VI- expresa la conmoción que el acercarnos al Cuerpo de Cristo puede producir en nosotros. Pero ya es el Cuerpo Resucitado, que padeció, aunque ya “lo llena todo” (“el Cuerpo pan-cósmico”, decía Karl Rahner). La comunión es el abrazo más íntimo y recíproco que podamos imaginar.  Es “el pan del Camino… de nuestra peregrinación”, como decía san Agustín o San Gregorio de Nisa, o san Ambrosio.

La consciencia de la comunión podría hacernos entrar en “éxtasis”, en “adoración”, donde no caben las palabras… ¡sólo la conexión más íntima y extensa! ¿Cómo comulgar de verdad sin adorar?

La adoración ante la Custodia: la fuerza del silencio

Aquí se introduce la experiencia del “vacío” de Nancy como algo positivo y fértil.

El poder de la Iglesia – Esposa

La Iglesia es la Esposa de Jesús. Y en cuanto Esposa -como dice san Pablo en la primera carta a los Corintios, ella tiene un poder espiritual sobre el Cuerpo de Jesús, su esposo. Xavier Durrwell -en su libro sobre “La Eucaristía, misterio pascual” explica que la Iglesia como Esposa de Cristo, tiene un poder espiritual spobre el Cuerpo de su Esposo, que es Jesús, presente en la Eucaristía. Durrwell cit 1 Cor 7 para demostrar que esta relación esposal explica y fundamenta el poder de la Iglesia para retener, venerar y adorar públicamente el Cuerpo Eucarístico de su Esposo. Así la Iglesia Esposa muestra su íntima comunión y poder con Jesús, su Esposo.

El Icono, no el ídolo (Jean-Luc Marion)

La adoración no consiste en “mirar un objeto” -la custodia, la sagrada forma-. La hostia es un “icono”. Como una ventana, no se queda con nuestra mirada, sino que la atraviesa para dirigirla hacia Cristo vivo. Es la “dirección visible de lo Invisible”.

Y ¿por qué en silencio? Porque el lenguaje se agota. Frente al “fenómeno saturado”, las palabras sobran. El silencio es el lenguaje del asombro y el amor que no necesita explicaciones.

El Valor del Vacío (Jean-Luc Nancy)

¿Y cuando no “se siente nada” ante la Presencia eucarística?

Aquí la perspectiva de Jean-Luc Nancy es liberadora. A veces, frente a la Custodia, experimentamos sequedad, vacío, silencio de Dios. Nancy nos diría: “No huyas. Ese vacío no es ausencia, es un espacio de libertad y confianza”. Adorar en la ausencia: es el acto de fe más puro. Es decir “Señor, aunque no te sienta, creo que estás aquí y me quedo contigo”. Es la devoción que se purifica y se hace más fuerte, menos dependiente de las emociones.

La comunidad que sostiene

Adorar juntos, especialmente los jóvenes, es vital. Juntos sostienen la tensión entre el asombro (Marion) y la sequedad (Nancy). Se convierten en comunidad no porque “sientan lo mismo”, sino porque juntos se orientan hacia el Misterio.

Adoración – culmen de la Devoción – La Devoción, ¡Antídoto contra el Narcisismo!

Hay adoración porque antes hay devoción. La Adoración es como la flor que brota de la planta de la Devoción.

No es un sentimiento superficial. Es el “compromiso estable, la amistad profunda y la entrega diaria” a Dios. Es como la relación de un deportista con su disciplina: constancia, entrenamiento, amor por lo que hace.

 La devoción es la “decisión de vivir en diálogo con Aquel que me trasciende”. Y la Adoración es la expresión culminante de la Devoción.

En la celebración eucarística la devoción se expresa en la “participación activa y reverente”: cantar, escuchar, comulgar con el corazón abierto. En la exposición del Santísimo en la Custodia la devoción se expresa en la “capacidad de estar ahí”, en silencio, simplemente “porque Él está y yo quiero estar con Él”. “Yo le miro y Él me mira”, decía el santo Cura de Ars.

La devoción de la vida diaria me lleva a anhelar los momentos intensos de adoración. Y la adoración (en la Misa o en la Custodia) fortalece y renueva mi devoción.

Síntesis en video

¡Esto es adorar: Espejo en Espejo! (Arvo Pärt)

Conclusión: La Invitación

La Adoración Eucarística, tanto en la fiesta de la Misa como en la intimidad de la Custodia, es la respuesta del amor al Amor. Es donde el asombro de Marion y la valentía de Nancy se funden.”

No tengamos miedo al silencio, a no buscar el “sentir”. Practiquemos la la devoción: seamos constantes, a venir a la Misa no por obligación sino por amor, a regalarse cinco minutos frente al Sagrario. Dejemos que nuestra devoción encuentre su culmen en la Adoración.

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LAS DOS MESAS Y EL OTRO LADO DE LA VIDA, Domingo XXVI, ciclo C

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El profeta Amós y la iglesia del derroche
  • ¡Hombre… Mujer de Dios!
  • Abismo entre pobres y ricos 
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LA AVARICIA: ¡TAL VEZ NO TENGA BASTANTE PARA MÍ!, Domingo XXV, ciclo C

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“CUANDO SEA ELEVADO ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍ” – Exaltación de la Santa Cruz

  • Jesús murió por “todos nosotros… pecadores”
  • …Y murió para con-gregarnos y reconocernos cómplices del Mal
  • … y para desenmascarar nuestro pecado – La comunidad nace bajo la Cruz
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LOS CINCO “VERBOS” DE LA VIDA CONSAGRADA

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