Este domingo nos confronta con el tema tan debatido de las fronteras y la acogida de los inmigrantes, o incluso de los sin-papeles.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- La hospitalidad: la virtud del mundo global.
- La misteriosa hospitalidad de Abraham.
- Aprender la hospitalidad: en Betania… Marta y María.
La hospitalidad: virtud del mundo global
La hospitalidad es un lazo que une a quien acoge y a quien es acogido. El anfitrión y el huésped se definen mutuamente y no existen el uno sin el otro. El huésped, aunque ausente, siempre puede llegar y reclamar el derecho a ser recibido; el anfitrión, por su parte, siente la responsabilidad moral de abrir las puertas, incluso ante lo inesperado.
La hospitalidad nace de un compromiso ético profundo: el de reconocer y acoger al “otro” sea quien sea, sin condiciones ni prejuicios. Hay culturas en que el huésped es tratado con veneración y misterio: no se indaga sobre su origen o identidad: ¡representa a cualquier ser humano!
El huésped puede incluso ser un dios enmascarado, un ángel desconocido o un símbolo de lo divino. Mitos y religiones cuentan cómo los dioses adoptan formas humanas y piden ayuda, enseñando que al acoger al extraño se honra lo más alto de la humanidad y lo divino. En la hospitalidad “el otro” es recibido como una presencia misteriosa y sagrada. Por eso, la carta a los Hebreos dice “que algunos habían hospedado ángeles sin saberlo (Hb 13,2).
La misteriosa hospitalidad de Abraham
Abraham, el gran patriarca, fue como la personificación de la hospitalidad. En pleno calor del día, cuando menos lo esperaba, recibió a tres extraños personajes. Les mostró respeto y generosidad: se postró ante ellos, les insistió en que no prosiguieran su camino sin antes acoger la hospitalidad que les ofrecía. Ante su respuesta afirmativa, Abraham se sintió muy honrado… como si detrás de cada uno de ellos descubriera un misterio divino.
Hospitalidad hacia Jesús, el misterioso Hijo de Dios

Pasaron los siglos, y los seres humanos tuvimos la oportunidad de acoger a un misterioso personaje, el hijo de María, el Hijo de Dios. Muchos lo rechazaron y hasta lo condenaron a muerte. Otros lo acogieron e incluso lo siguieron. Y a quienes lo acogieron les dio el poder de ser hijos de Dios, el don de la bienaventuranza, la filiación divina por medio de su Espíritu.
Paradigma de hospitalidad fue la conducta de las dos hermanas Marta y María respecto a Jesús: Marta entendía la hospitalidad como un agitado afán para atender a Jesús y sus discípulos. María entendió la hospitalidad como sentarse ante Jesús y maravillarse de sus enseñanzas y gestos. Lo que Jesús pretendía en Betania no era tanto ser servido, sino ser acogido. María lo entendió al colocarse a sus pies.
Pasado el tiempo, también Marta comprendió la hospitalidad, no tanto María. Cuando Jesús se acercaba a Betania Marta salió presurosa a su encuentro. Y acogió a Jesús como nadie hasta entonces. María, sin embargo, se quedó llorando en casa la muerte de Lázaro.
Conclusión
La hospitalidad cristiana se entiende como la actitud de acoger al otro, al extranjero, con generosidad y amor, reconociendo en cada persona la presencia de Cristo. Significa responder a las necesidades del prójimo—dar de comer al hambriento, acoger al forastero y recibir al otro como si fuera el mismo Jesús—poniendo en práctica el mandamiento del amor al prójimo.
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