EL DISCURSO DE LA CORDIALIDAD EN LA COMUNICACIÓN DE LA FE

No evangeliza quien se siente rodeado de enemigos a los que hay que combatir.

El Espíritu de Jesús nos invita hoy a introducir en el acontecer de la Evangelización el discurso de la cordialidad y hacer más efectivo el modelo de misión como “amistad” y “diálogo de vida”. De esa manera la información y comunicación de ideas se realizará sobre el  el humus fecundo de la amistad, de la comunión vital.


Del discurso frío al discurso cálido

No basta transmitir la Palabra de Dios; sino que hay que transmitirla –a ser posible- con esa calidez y pasión que la misma Palabra enciende en nosotros. Las palabras del Dios-Amor no se transmiten adecuadamente desde la frialdad y el teórico razonamiento.

Una cosa es pronunciar palabras sobre el amor y otra diferente “palabras de amor”[1]. Las palabras sobre el amor pueden emitirse dentro de un discurso frío, técnico, objetivo, capaz incluso de disolver el mismo objeto del discurso y considerarlo como ilusión y locura.  Así lo hizo la razón ilustrada. La razón romántica, en cambio, convierte el amor en la verdad del ser; la razón amorosa sobrepasa los límites de la fría razón. Por eso, decía san Juan de la Cruz que al final nos examinarán de amor.

Hay, por consiguiente, diversas formas de discurrir, de reflexionar, de interpretar la realidad. 

  • La forma normal del discurso -del logos, dirían los griegos- es racional, intelectual. Utilizamos la lógica, la conexión entre los datos, las deducciones más adecuadas que de ese conjunto se derivan. El discurso racional nos lleva al debate, a la búsqueda conjunta de la verdad -tal vez-, a la confrontación, al aprendizaje… 
  • El otro tipo de discurso que se basa en las razones del corazón: es el discurso de la cordialidad. Este tipo de discurso no enfrenta aunque las diferencias sean extremas. El logos “cordial” o “amoroso” tiene la capacidad de “amigar” a los “enemistados”, de aproximar a los antípodas en el ámbito  intelectual o cultural o religioso.  El discurso de la cordialidad genera amistad y prepara al ser humano para la hospitalidad intelectual, que es tan ardua muchas veces. El discurso de la cordialidad no es a veces muy “lógico”. Crea adhesiones, no por las ideas, sino por simpatía o empatía, por la seducción de la belleza, porque “el amor es ciego”, porque donde hay amistad allí se está dispuesto a perder cualquier batalla dialéctica, sabiendo que al final se gana la guerra. El discurso de la cordialidad cede ante un aparente error, una verdad no tan clara. Sabe habitar las zonas de claro-oscuro, introducirse en espacios liminales, hurgar en lo curioso, lo inexplorado, lo sorprendente. Ni siquiera teme equivocarse. El discurso de la cordialidad tiene como impulso el corazón: “a donde el corazón te lleve”. Ciertamente no es un discurso siempre “lógico”, pero sí es “eco-lógico”. Atiende a la totalidad. Crea interconexiones. Comprende al fin lo que parecía incomprensible. Su pasión por la verdad no le lleva a la impaciencia, porque está convencido de que la Verdad se revela a quienes conocen el alfabeto emotivo, el lenguaje del amor, la seducción de la Gracia.

Jesús -según el cuarto Evangelio- utilizó en su última Cena el lenguaje de la cordialidad. Quiso que sus discípulos asistieran a una gran lección de amor. Los eligió y destinó para que dieran fruto abundante. Pero les dijo que ese fruto nacería del amor, de permanecer constantemente en el amor. Quien -como el sarmiento- está injertado en la vid del amor, producirá fruto abundante. Por eso, Jesús les dirigió un mandato misionero que no tenía tanto que ver con el comunicar verdades o indoctrinar, sino con el “Amaos”, con el “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Tenía la convicción de que el mundo creerá en Él cuando descubra la corriente de amor que circula en su comunidad. Esta lección sirve para cualquier sociedad, grupo, pueblo.

Que se imponga en la política, en la iglesia, el “lenguaje de la cordialidad”, ese lenguaje que mueve el corazón y no subleva la mente, que interconexiona y no desconexiona. ¡Que se acaben las crispaciones, que delatan corazones habitados por el odio!

Desde la pasión amorosa se vuelve más fuerte el deseo de conocer, de penetrar en el misterio de la realidad, la curiosidad intelectual, la búsqueda de la verdad. Se trataría entonces de una teología que podría definirse “amor quaerens intellectum”.

En la escuela de las emociones y afectos

En la escuela de las emociones y los afectos aprendemos el alfabeto más necesario para construir nuestra identidad[2]. La frustración y los deseos insatisfechos nos despistan respecto a nuestra identidad. No basta decir “yo” para tener identidad. Ésta se construye a partir del reconocimiento del otro. La identidad se construye allí donde somos reconocidos y donde reconocemos. Una iglesia que no reconoce a sus fieles y no es reconocida por ellos, desidentifica. La necesidad de reconocimiento lleva a no pocos a abandonar la Iglesia y sus instituciones o comunidades. De ahí nace la des-motivación religiosa, tan fuerte en nuestra sociedad. 

Tal desmotivación se produce por una tendencia excesiva en la iglesia a la objetivación. Los evangelizadores, pero especialmente la jerarquía, tiene a considerar a los creyentes como masa, como piezas para su eficiencia, como trabajadores, o como espectadores fáciles al aplauso y al seguidismo. Olvidamos  que no existe voluntad al margen del interés, que el interés no existe separado del lazo afectivo o emotivo, que el lazo emotivo no se construye cuando la relación entre evangelizador y evangelizado es de mutua desconfianza o de incomprensión-

Esto explica porqué en la Iglesia van bien los creyentes con escaso nivel de creatividad, poca riqueza emocional. Cuando se expulsa de la Evangelización la educación emotiva, la emoción vaga sin contenidos a los que aplicarse.

La educación del corazón

No se aprende sin gratificación emotiva. 

Cuando la evangelización se reduce a la transmisión de contenidos de la mente sin convertirse en motivos formativos del corazón, el corazón comenzará a vagar sin horizonte en la nada inquieta y deprimente que no se logra enmascarar.

El “corazón” abre a la vida; sin su fuerza desordenada y propulsiva difícilmente se encuentra el coraje para proseguir. La evangelización no debe mortificar la subjetividad emergente, en pro de un presunto saber objetivo.

Esto se resuelve con la preparación de los evangelizadores. No se puede ser evangelizador por el mero hecho de tener un título; se necesita para ello competencia psicológica, capacidad de comunicación, carisma.

Cuando en los jóvenes está al máximo la fuerza biológica, emotiva e intelectual, deberían encontrar en la iglesia su tierra, su espacio vital, su biotopo y no su cárcel, ni la cátedra de los reproches, ni el vosotros que les impide sentirse con todos “nosotros”. Solo con los amigos de la banda se sienten “nosotros” muchos jóvenes de hoy. 

El alfabeto emotivo

El corazón se ha vuelto árido. Precisamente el órgano a través del cual se siente, antes de saber qué es el bien o el mal.  Pero ¿quién se cuida hoy del corazón? 

Las emociones tienen que ser educadas. Hay muchos que no saben silabear el alfabeto emotivo y que desconocen su mundo emotivo –¡huésped desconocido al que no saben darle nombre!-. Hay quienes están dejando que se sequen las raíces de su corazón y por eso, se mueven en un mundo de desconfianzas y temores, de sospechas agresivas, que llevan a ver al prójimo como enemigo potencial al que hay que temer o agredir. Es muy difícil gobernar la propia vida sin un adecuado conocimiento de sí mismo. 

Existe una falta tremenda de educación afectiva, en la familia, en la escuela, en las iglesias. No nos enseñan el arte de la autoconciencia, del autocontrol, de la empatía. No sólo es importante hablar, sino también escuchar; no solo trabajar sino también cooperar. 

Pascal hablaba del esprit de finesse que debe ser armonizado con el esprit de géometrie. Lucifer era el más inteligente de los ángeles (Gen 3,1), pero no tenía corazón.

Pero ¿quién se cuida hoy del corazón? 

¡Id, haced discípulos… enseñándoles a observar todo lo que yo os he mandado ! (Mt 28,19-20)

El Maestro del Amor, aquel cuyo mandamiento nuevo consistía en invitar a entrar en las relaciones de amor, de amistad, de compasión y misericordia, envía a sus discípulos a crear escuelas del Evangelio en todas partes: “enseñándoles a guardar”. Se trata de escuelas de vida, escuelas prácticas, donde se aprenda el arte –no de cumplir leyes-, sino de un nuevo estilo de vida en el amor. “Esto es lo que yo os mando (e)ntelomai/): que os améis los unos a los otros” (Jn 15,17).

En la Escuela de Jesús hay un alfabeto emotivo que Jesús expuso en sus discursos, especialmente en el discurso de las bienaventuranzas y en el discurso de la última Cena[3] y que sus discípulos hemos de aprender y transmitir.

La herencia de Jesús se transmite a través de la amistad, o con las armas del amor, y con la finalidad de crear la gran koinonía: para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y el Hijo (1 Jn 1). 

Evangelizar es enseñar a relacionarse. La emoción es esencialmente relación. Evangelizar es aprender a empatizar con los demás, aprender a leer sus emociones, a percibir sus exigencias, su desesperación. Sólo desde la empatía nos preocuparemos por los otros. La raíz del altruismo, de la caridad, está en la empatía. Se consigue la empatía con la educación emotiva que permite a cada uno conseguir aquellas actitudes morales de las cuales nuestros tiempos tienen una gran necesidad: el autocontrol y la compasión[4]

¿Cómo poner en contacto  el corazón con la mente? Y la mente con la conducta?  Y la conducta con las emociones? Éstas son las conexiones que hacen de un ser humano un ser humano. Cuando fallan hay desconexión afectiva. El Evangelio es una escuela de las emociones. Jesús nos invitó siempre a la fortaleza de ánimo. Para ser nosotros mismos hemos de acoger nuestra sombra, es decir, aquello que precisamente rechazamos, esa zona oscura que quiere ser escuchada. Cuando ella es acogida cesa la guerra interior y llega la paz.  Decía Nietzsche: “todo aquello que no me hace morir, me vuelve más fuerte”[5].  Necesitamos “fortaleza de ánimo” y especialmente aquellas generaciones que no están sostenidas por una tradición, porque a ellas no han llegado las tablas “rotas” donde estaban escritas las leyes de la moral.

Hacia nuevos lenguajes para transmitir la experiencia cristiana

Si queremos evangelizar de verdad nuestra sociedad hemos de recuperar y reinventar el discurso de la cordialidad. Lo cual comporta tres cosas: un nuevo estilo de misión, un nuevo estilo de proclamación y la utilización de los símbolos propios del discurso amoroso.

Quien apuesta por el amor supera los límites de la fría razón. Corre el riesgo de entrar en zonas de ilusión, inciertas, donde sólo la fe, la confianza funcionan. El amor es un riesgo en el cual están implicadas la persona que ama y la persona amada. El amor es un mito de extremada belleza. El amor puede ser lo más cierto, pero también lo más incierto: puede ir a la deriva. ¡Cuánta gente se ha equivocado respecto al “hombre de mi vida”, la “mujer de mi vida”…! La verdad del amor nunca está solo en nosotros; nos es fornecida por otra persona. El amor nos hace también descubrir su  verdad. La belleza del amor está en descubrir nuestra propia verdad a través del otro. El amor nos lleva a poseer aquello que nos posee. 

El amor nace y muere. Es autopoiético. ¿Qué significa “vivir”? Heráclito decía: “morir de vida, vivir de muerte”. El amor es como la vida, paradójico: se pueden tener amores que duran, como dura la vida. Se vive de muerte, se muere de vida. El amor, potencialmente, debería poder regenerarse, hacer dialogar en sí mismo la prosa que atraviesa la vida cuotidiana y la poesía que le da su fuerza a la vida cotidiana.

¿Nuevos lenguajes para transmitir la experiencia cristiana? Sí. La vida no es eterna, sino breve. Dado que es breve debe ser vivida en toda su expansión. Acelerar la vida de la vida, rechazar la repetición, no dejarse mover por la monotonía, inventar la utopía, iluminar el espesor opaco de lo real, ir más allá de cualquier límite o confín, ir hacia algo diferente. Vivir es transformarse, es la misión creadora. “Ir sin dioses hacia la divinidad” (Paul Valéry). 


[1] Cf. E. Morin, Amore, Poesia, Saggezza, Armando ed. 1999.

[2] Howard Gardner (The unschooled mind. How children think and how schools shoul teach (1991): Educare al comprendere, Feltrinelli, Milano 1993

[3] Daniel (Emotional intelligence, 1995, parte V.

[4] Inteligencia emocional, pp. 14-15.

[5] Frammenti postumi 1888-1889, en Opere, Adelphi, Milano 1974, vol. 8, 3.

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