LA AVARICIA: ¡TAL VEZ NO TENGA BASTANTE PARA MÍ!, Domingo XXV, ciclo C

La avaricia es un pecado capital al que solemos prestar poca atención. Es un pecado raíz que habita en cada uno de nosotros. Puede estar más o menos oculto, más o menos despierto. Pero ¡ahí está! Es un virus enormemente destructivo. Destruye el amor y lo convierte en inmisericorde y homicida, pero “homicida de guante blanco”.

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • Avaricia y austeridad
  • El espejismo de las riquezas injustas
  • Oración sin fronteras
  • Sagacidad y fidelidad en la encrucijada

Avaricia y austeridad

La avaricia germina donde el interés propio ahoga derechos ajenos y sordea súplicas. Ante el mendigo o la obra benéfica, responde con cerrojos de palabras elegantes que disfrazan fealdad esencial. Su grito íntimo –”¿Acaso me bastará?”– endurece el corazón ante el hambre ajeno. Obsesionado en acumular, se encapsula contra toda demanda externa. 

Nadie se confiesa avaro; todos albergamos este vicio. Lo llamamos “austeridad”, “administración prudente” o “fidelidad a bienes ajenos”. Mas su antídoto es la generosidad: virtud generativa que sabe que al dar se recibe. La avaricia es esterilidad; la generosidad, reflejo del Dios creador cuyo perdón inaugura lo nuevo.

El espejismo de las riquezas injustas

La profecía de Amós resuena hoy: la sed de riqueza engendra monstruos. Personas e instituciones, poseídas por la concupiscencia sin límites, petrifican su corazón ante el dolor humano. El dinero, convertido en ídolo, anula la gratuidad. El derecho de propiedad deformado despoja a millones de casa y pan –mientras bestias reciben mejor trato. 

Tras el anonimato corporativo se oculta iniquidad. La lógica del lucro pisotea hijos de Dios cuyo clamor sube al cielo. Mas el Abbá escucha a sus pobres. ¡Que ningún opresor descanse en riquezas manchadas de injusticia!

La oración sin fronteras

“Orar por todos” –exhorta la carta a Timoteo– es amor sin excepciones. La intercesión cultiva el corazón: al orar por el amado, lo amamos en Dios; al orar por el adversario, lo redimimos en el Altísimo. 

Rogar por gobernantes es acto subversivo: les infunde energía creadora frente a la destructiva. La tentación de orar solo por los afines contradice a Cristo, mediador universal que murió por talibanes y norteamericanos, protestantes y musulmanes. En tiempos de fractura, orar sin exclusiones es revolución espiritual.

Sagacidad y fidelidad en la encrucijada 

El administrador infiel de la parábola, ante su destitución inminente, urdió una salida sagaz: redujo deudas ajenas para granjearse favores futuros. Jesús elogia su astucia práctica, ausente en “hijos de luz” paralizados ante las crisis. 

Pero aquí yace la clave: todos somos administradores infieles de dones divinos. Deudores insolventes, solo podemos imitar al mayordomo: rebajar las deudas contraídas con nosotros y usar bienes injustos para hacer amigos entre los pobres. “Vende lo tuyo, dalo a los indigentes: tendrás tesoro en el cielo”. 

La Iglesia apostólica añade: las pequeñas infidelidades corroen la alianza. No se sirve a Dios y al dinero. Fidelidad radical es el único camino cuando los caminos del mundo convergen en el abismo.

Impactos: 28

Esta entrada fue publicada en General. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *