¡COMULGAR LA PALABRA Y EL CUERPO DE JESUS! ASOMBRO… EMOCIÓN… ÉXTASIS

Todos los días, o tal vez todas las semanas -el domingo-“comulgamos”. Y comulgar no es únicamente ponerse en fila hasta que me llega el momento de recibir la comunión. Lo que en ese momento acontece es algo tan sublime y tan asombroso que sería necesaria toda una vida para tomar conciencia de lo que en ese “ahí” y en ese “ahora” sucede. Comulgar es, primero, acoger Su Palabra en nuestra mente. Comulgar es, también, acoger su Cuerpo en nuestro cuerpo. Hoy ha llegado a mí el siguiente texto impresionante san Ambrosio, en su Comentario al Salmo 118. Aquí lo traigo a mi sección de “textos que impresionan”. A través de él podemos entender y aun lamentarnos de cuánto nos falta para recibir la visita del Jesús eucarístico con asombro, emoción y éxtasis.

“Yo y el Padre vendremos a él y haremos morada en él”

  • Que tu puerta esté abierta para Aquel que viene;
    • ábrele tu alma,
    • expande el seno de tu mente
      • para que tu espíritu goce de
        • las riquezas de la sencillez,
        • los tesoros de la paz,
        • la suavidad de la gracia.
    • Dilata tu corazón,
    • sal al encuentro del sol de la eterna luz, que ilumina a todo ser humano (Jn 1,9)
      • Es la luz verdadera que resplandece para todos.
      • Pero si alguien cierra las ventanas se verá privado, por su culp, de la luz eterna
    • Si cierras la puerta de tu mente, dejas afuera a Cristo.
      • Y aunque Cristo pudiera entrar no lo hace:
        • no quiere parecer inoportuno,
        • no quiere obligar a quien no tiene deseo de Él
  • Jesús nació de la Virgen: salió de su seno (Ave verum corpus natum ex Maria virgine) como el sol naciente, para iluminar con su luz todo el orbe de la tierra.
    • Reciben esta luz los que desean la claridad del resplandor sin fin,
      • aquella claridad que no interrumpe noche alguna.
      • pues, a este sol que vemos cada día suceden las tinieblas de la noche; en cambio, el Sol de justicia nunca conoce el ocaso, porque a la sabiduría no sucede la malicia.

¡Dichoso aquel a cuya puerta llama Cristo!

  • Nuestra puerta es la fe,
    • la cual, si es fuerte, fortifica toda la casa.
    • Por esta puerta entra Cristo.
      • Oigo a mi amado que llama a la puerta. Escúchalo cómo llama, cómo desea entrar: ¡Ábreme, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío, mis rizos, del relente de la noche! (Cantar de los Cantares).
  • Y cuándo llama a tu puerta el Verbo de Dios…¿no está su cabeza está llena del rocío nocturno?
    • Él se digna visitar a los que están tentados o atribulados,
      • para que nadie sucumba bajo el peso de la tribulación.
    • Su cabeza, se cubre de rocío o de relente
      • cuando su cuerpo está en dificultades.
      • Entonces, pues, es cuando hay que estar en vela,
      • no sea que cuando venga el Esposo se vea obligado a retirarse.
    • Porque, si estás dormido y tu corazón no está en vela, se marcha sin haber llamado;
    • pero, si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta.

¡Abridme las puertas del triunfo!

Hay, pues, una puerta en nuestra alma, hay en nosotros aquellas puertas de las que dice el salmo:

¡Portones! alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.

Si quieres alzar los dinteles de tu fe, entrará a ti el Rey de la gloria, llevando consigo el triunfo de su pasión.

También el triunfo tiene sus puertas, pues leemos en el salmo lo que dice el Señor Jesús por boca del salmista:

Abridme las puertas del triunfo.

  • Vemos, por tanto, que el alma tiene su puerta, a la que viene Cristo y llama.
    • Ábrele, pues;
    • quiere entrar,
    • quiere hallar a su Esposa en vela.

¿Será ésto lo que acontece en cada Eucaristía, en cada encuentro eucarístico? ¡Que no se apodere de nosotros la rutina, la frialdad, la distracción! Que comulgar la Palabra y el Cuerpo-Sangre sea para nosotros un incendio constante, siempre más interior y expansivo: un momento con vocación de permanencia.

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