SE ABREN LAS PUERTAS DEL PARAÍSO: ¡HOY ESTARÁS CONMIGO…! (Último Domingo: Fiesta de Cristo Rey)

Concluye el año litúrgico. Llegamos al final de nuestro camino espiritual. Y la madre Iglesia nos pone ante nuestra mirada a Jesús, rey del universo. Las tres lecturas nos introducen en el misterio de la realeza de Jesús: hijo del rey David o la reunión de los hermanos dispersos (segundo libro de Samuel), el rey Crucificado y la vuelta al Paraíso (evangelio de Lucas) y el “Hágase la Luz” del Reino en la nueva Creación (carta a los Colosenses).

Primero: Reunión de los hermanos dispersos

La primera lectura nos habla del rey David, que reúne en un solo pueblo a las doce tribus de Israel, antes dispersas y enfrentadas. Se acercaron a verlo y le dijeron: “¡Hueso y carne tuya somos!”. Los ancianos lo ungieron como rey de Israel, como su líder y su pastor, reconociendo que era el elegido de Dios. Y Dios le prometió que siempre tendría un descendiente y que su casa permanecería para siempre.

Y así sucedió. El ángel Gabriel le anunció a María, la esposa de José, hijo de David: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin”.

Segundo: De vuelta al Paraíso, al nuevo Edén

La lectura del Evangelio nos presenta el tramo final de la vida de Jesús. Ante Pilato Jesús proclamó: “Yo soy Rey” (Jn 18,37) y, por eso, Pilato mandó poner en la cruz esta inscripción: “Éste es el Rey de los judíos” (Lc 23,38). Las autoridades, el pueblo, los soldados y uno de los malhechores crucificados, se reían, burlaban y hacían muecas ante su Rey. Únicamente uno de los crucificados defendió la inocencia de Jesús y se dirige a Él, como un amigo hacia otro amigo… por su nombre: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42), al Paraíso. Murió mirando a Jesús, sufriendo con Él, esperando con Él.

Y la respuesta de Jesús fue: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. El “hoy” es estremecedor. Le quita al viernes santo todo su carácter trágico. Y el Paraíso era el horizonte de esperanza y de felicidad.

Tercero: ¡Hágase la luz de la nueva creación!

La segunda lectura de la carta a los Colosenses nos pide que demos gracias a Dios nuestro Padre, porque nos ha sacado del reino de las tinieblas; nos ha trasladado -como al buen ladrón- al Reino de su Hijo querido y por hacernos compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Jesús es la Luz del mundo. Nosotros somos hijos de la luz, hijos del día. Donde reina el pecado allí hay tinieblas y queda frustrada la orden del Creador que al principio ordenó: “¡Hagase la Luz!”. Cuando Jesús murió las tinieblas cubrieron la tierra. Pero cuando resucitó, ya hay un ser que todo lo ilumina, es el Hijo querido, la imagen misma de Dios invisible, la primera criatura diseñada y generada, el modelo de toda la creación. “Todo fue creado por él y para él”. 

Sin luz no hay creación. Sin Jesús-Luz del mundo nada existiría. Todo existe gracias a Él. Su reino es cósmico. Nada se libra de su luminosidad y su calor: ¡Él es la luz del mundo!

Pero también es la cabeza del Cuerpo, de la Iglesia, porque vino a reunirnos a todos como hermanos. 

Conclusión

Confesemos, como el buen ladrón, a Jesús como nuestro Rey de Luz. Integrémonos en su Cuerpo, en su Iglesia, como miembros de Cristo, vivos, activos. No tengamos miedo a que nos reconozcan como sus seguidores. Consideremos a todos como hermanos. No idolatremos a nadie.  Si somos de Cristo “reinaremos con Él”. O quizá mejor, nos espera su misterioso Paraíso.

Para Meditar (video)

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