DIMENSIÓN PROFÉTICA DE LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS: OBEDIENCIA, CELIBATO, POBREZA

Si contemplamos los “consejos evangélicos” y los “tres votos” religiosos desde una perspectiva profética, se nos plantea la siguiente pregunta: ¿qué mensaje transmiten a la sociedad actual los tres consejos evangélicos de obediencia, castidad y pobreza? ¿Podríamos calificar ese mensaje como “profecía”?[1] 

Para responder a esta pregunta, dividiré mi reflexión en tres partes:

  1. El Consejero y sus consejos 
  2. En Alianza profética contra la idolatría
  3. Los tres consejos evangélicos en clave profética.

1. El Consejero y sus Consejos

Lo más obvio suele ser -dentro de nuestro lenguaje religioso- hablar de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia. Esta referencia se completa, en nuestros textos constitucionales con expresiones como esta: “y con el voto… nos comprometemos”. No suele ser tan frecuente, sin embargo, hablar de “consejos evangélicos”, aunque el Concilio Vaticano II asumió este lenguaje[2].

a)    La distinción entre consejos evangélicos y votos

 El mismo Concilio dejó muy clara la distinción entre “consejos” y “votos”:

“Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor…son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre” (LG, 43)

El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, y se dedica totalmente a Dios amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial (LG, 44). 

Los consejos son “un don” divino que la Iglesia recibe. Los “votos” son una “obligación” que el cristiano asume para comprometerse con los consejos evangélicos. Los consejos evangélicos son tales, porque se fundan en las palabras y ejemplo de nuestro Señor Jesús; o, dicho de otra manera, porque Jesús es ejemplo y Consejero.

b)   El Consejero y sus dones

 Ya el profeta Isaías habló del Mesías como “Maravilloso Consejero”: sus discípulos admiraban y seguían a Jesús -no tanto como un legislador-, sino como un extraordinario “Consejero” en palabras y estilo de vida. Jesús no les pedía imposibles: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30).  Pero sí les pedía “negarse a sí mismo y tomar cada día la propia cruz” (Lc 9,23). Y aunque Satanás pretendiera “cribarlos como trigo” (Lc 22,31), los discípulos confiaban en la guía de su Maestro (Jn 14,6): sus consejos eran “evangélicos”. 

La presencia del gran Consejero quedó interrumpida cuando en la cruz exclamó: “todo está consumado” (Jn 19,30). Pero en su discurso despedida, Jesús les había hecho una promesa: 

“Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije: «Recibe de lo mío y os lo anunciará». (Jn 16,12-25)

El Espíritu Santo – enviado y derramado en nuestros corazones- será el Consejero después de Jesús. Él nos recordará todo lo que Jesús nos diría en cada momento; Él será nuestro Consejero evangélico, adaptando el Evangelio a cada momento de nuestra historia. El será también el dador de las energías espirituales, de los carismas necesarios para hacer realidad sus consejos. Aquello que, como seres humanos, nos parece imposible -como a María (“¿cómo será esto?”), tiene una respuesta clara: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti… la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Y solo entonces -como María- pronunciamos nuestros votos o nuestro Fiat.

Los consejos evangélicos del Espíritu del Espíritu y nuestro compromiso con Él se han plasmado -a lo largo de la historia- en los tres consejos evangélicos y votos de obediencia, celibato y pobreza. A ellos nos referimos ahora, desde la perspectiva profética.

c)    Alianza en forma de “voto”

Si podemos decir con honestidad y credibilidad “yo hago voto a Dios”, es porque el mismo Dios Padre, a través de su Hijo Jesús y de su Espíritu “nos instruye internamente”. El Maestro exterior (Jesús y su Evangelio) y el Maestro interior (el Espíritu Santo) orientan, diseñan e inician para nosotros un camino peculiar de vida que estamos llamados, invitados, a seguir. 

De esta manera se instaura en nuestra vida una “alianza discipular”. El Evangelio que es Cristo y versa sobre Cristo se convierte en el “consejo fundamental” que orienta y dirige la vida. El Espíritu Santo –que es la fuente de todos los carismas- configura y le da forma “carismática” a la “alianza discipular”. 

Quien ha experimentado la gracia de Dios y su llamada a seguir a Jesús, quien se siente habilitado y enriquecido por los dones de su Espíritu para responder a esa vocación de un modo personal y colectivo “peculiar”, siente la necesidad de responder y comprometerse con la iniciativa divina. Por eso, desea, busca, se entrega, se compromete, se re-liga. La vocación se convierte en él o en ella en una ley interior, una fuerza irreprimible. Por eso, se formulan en forma de “votos”. 

2. En Alianza profética contra la idolatría 

a) La tentación idolátrica

Hoy existe la idolatría. El corazón humano es una factoría de ídolos. El Espíritu Santo contrarresta el poder idolátrico contemporáneo del poder-sexo-dinero por medio de las personas a quienes les concede sus consejos y carismas de obediencia, celibato y pobreza.  

Es verdad que no hemos de “demonizar” el poder, el dinero o el sexo. Son realidades valiosas. A través de ellas crecemos como personas, como sociedad, como humanidad. Sin instinto de posesión, podríamos morir de hambre; sin instinto de poder seríamos incapaces de desarrollarnos y transcendernos, sin instinto sexual seríamos incapaces de completarnos, de disfrutar de nuestra alteridad como hombres o mujeres, de prolongar la vida, de amar. Si no estuviéramos habitados por estas pulsiones fundamentales nos encaminaríamos hacia la catástrofe

También es cierto, sin embargo, que nuestra naturaleza humana está herida, es débil y es propensa a dejarse llevar por los peores instintos. El poder, el sexo y el dinero son realidades luminosas; pero esa luz que desprenden puede oscurecerse, entenebrecerse cuando una realidad diabólica se apodera de ellas. De nosotros depende el que aparezcan y actúen como luz o como tinieblas; depende del uso que hagamos de esas fuerzas. La experiencia histórica y cotidiana nos muestran sobradamente el lado oscuro y diábolico e idolátrico del poder, del dinero y del sexo. En la medida en que vamos creciendo, nos cuesta ser virtuosos; fácilmente nos desequilibramos y pecamos o por exceso o por defecto. Dante –en su Divina Comedia- consideraba que los pecados capitales son amor, pero “en exceso” o “en deficiencia”. Cuando el poder, el sexo o el dinero se exageran se pueden tornar realidades idolátricas, adictivas, destructivas; y cuando son deficientes matan la creatividad y nadifican al ser humano: el talento es escondido en tierra y no produce ningún rédito (Mt 25,18).

Poder, dinero y sexo pueden deformarse por exageración idolátrica, o por desactivación. En el primer caso, hay que tener en cuenta el mandamiento principal de la Alianza:

 “No tendrás otros dioses fuera de mí. No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos o abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso” (Ex 20,3-5). 

En el segundo caso, nos merecemos el reproche del Señor que nos dice: 

“Siervo malo y perezoso… que te quiten el talento… al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. A ese siervo inútil ¡echadlo a las tinieblas de fuera!” (Mt 25, 26-30).

A través de sus “consejos evangélicos” Jesús -maravilloso Consejero- y su Espíritu nos indican el camino a seguir para evitar toda exageración y toda deficiencia, todo exceso y todo defecto en las tres áreas del poder, del dinero y del sexo y cómo conseguir que se conviertan en virtudes y no en fueras idolátricas. Ya los pensadores antiguos -griegos y medievales decían que la virtud consiste en la misura, en la medida: sigue el camino de en medio y caminarás muy seguro. ¿Qué hacer entonces? ¿Qué camino seguir? ¿Quién nos guiará?

b) La profecía y sus características

  • Primera: si todo es profecía nada es profecía. Es preciso describir la peculiaridad del ministerio profético respecto a otros tipos de ministerialidad en la Iglesia: ministerio ordenado, acción social, pastoral o de gobierno…. El ministerio profético no se confunde o identifica con ellas. El ministerio profético propone cambios radicales en la sociedad, en la religión y en la política. 
  • Segundala profecía revela una peculiar sympatheia entre Dios y su profeta: el profeta siente como suyo el pathos divino[3]; por eso, es sensible al bien y al mal, está a favor de la Alianza y en contra de todo aquello que la bloquea e impide[4]. No se es profeta por el mero hecho de ser una persona devota, religiosa. Es un don muy especial que convierte al profeta el “oth”, símbolo de la pasión de Dios por su pueblo. El profeta no quiere ser ni revolucionario, ni conservador. Sólo quiere ser testigo del Dios vivo y patético.
  • Tercerael profeta se sabe elegido y enviado por su Dios.  Reconoce que su deber es mantenerse obediente a quien lo envía. No ha de callar aquello que tiene que decir, ni ignorar al Dios que lo envía; es insobornablemente sincero[5]. El falso profeta, en cambio, no discierne entre lo que es de Dios y lo que es suyo; comparte el equívoco con los oyentes. No es independiente ante el sistema religioso o político[6].
  • Cuarta: cuando el sistema dominante se opone al proyecto de Dios la profecía es contracultural: hay en ella crítica, pero también energía innovadora para la comunidad política o religiosa[7]. El ministerio profético alimenta, nutre, hace surgir una conciencia y una percepción alternativa de la realidad; influye para que surja una comunidad alternativa, que anticipe la novedad del Reino de Dios entre nosotros[8].  
  • Quinta: el profeta no admite pactos ni componendas; ante los problemas y bloqueos el Espíritu no habilita con la imaginación poética y lírica. El profeta está ligado a la fantasía futura de un mundo diferente;  cree en el futuro de Dios y, por eso, entona cánticos, danza, cura y perdona pecados; utiliza símbolos, evocaciones, metáforas. Esto le trae problemas, dado que la práctica de la imaginación creadora es vista como subversión por el sistema político y religioso[9].
  • Sexta: no es fácil discernir dónde actúa la profecía, que el Espíritu Santo alienta y potencia (“qui locutus est per prophetas”). Profetas hubo en el pueblo judío, en las comunidades cristianas primeras; pero profetas hay en el cristianismo, en sus diversas confesiones; profetas hay también en las diversas religiones. Hay también una “profecía laica”. La misma palabra “profecía” se está secularizando y es símbolo de propuestas alternativas, innovadoras, trascendentes. Nadie tiene el monopolio del Espíritu Santo, porque el Espíritu llena la tierra. Estamos en el tiempo de la misión del Espíritu. Los movimientos proféticos colectivos son una llamada para nosotros, para nuestro discernimiento. También al final de la historia dirá el Señor: “Venid, benditos de mi Padre, porque profetizasteis”. Ellos entonces preguntarán asombrados: “¿Cuándo, Señor, profetizamos?”…  
  • Séptima: la vida consagrada quiere descubrir hoy su potencial profético, no como un monopolio exclusivo, sino como una “profecía compartida” con muchos otras personas y comunidades, dentro y fuera de la Iglesia. Por eso, se siente llamada a solidarizarse y hacer de mecenas de otros movimientos proféticos, pero también a aportar su peculiaridad profética, para potenciar el ala profética de la Iglesia y de la sociedad. Cada uno de nuestros carismas colectivos nos marca la diferencia de nuestra presencia profética.

3. Los tres consejos evangélicos en clave profética

a) La profecía como “pasión por Cristo, pasión por la humanidad” 

La dimensión profética es esencial para la vida consagrada. Si no fuera profética ¿cómo podría ser un “signo” (un símbolo profético) de Dios para los creyentes y para la humanidad, tal como nos pedía el Concilio Vaticano II?[10] . En esta dimensión profética la vida consagrada encuentra su espacio de vida, expansión y crecimiento. La dimensión profética, tan esencial a la vida consagrada, debe ser cuidada y promovida. (VC 84-85)”. Es necesario, sobre todo, descubrir la dimensión cada uno de los consejos evangélicos: la obediencia, el celibato, la pobreza no pueden prescindir del adjetivo “profética” o “profético”.

El Congreso internacional de la vida consagrada, que tuvo lugar en Roma el 2004 -10 años después de la promulgación de “Vita Consecrata”- puso de relieve la dimensión profética en su título y logo: “Pasión por Cristo, pasión por la humanidad”. Profeta es aquella persona que encarna esta doble pasión. Y, por eso, el profeta ofrece alternativas. Es decir, el profeta alimenta y hace surgir la alternativa de una nueva conciencia, de un nuevo sistema comunitario y social en que el poder, la riqueza y la sexualidad no discriminen y hagan posible la utopía de “Fratelli tutti”.

La exhortación “Vita Consecrata” resalta la dimensión profética de los consejos evangélicos, como rasgo constitutivo de cada uno de ellos: cada uno de ellos ha de ser vivido como respuesta a las “provocaciones proféticas” provenientes, tanto de la Iglesia (VC, 85) como de las instancias de la sociedad (la cultura hedonística – VC, 88; el materialismo ávido del tener – VC 89; y las concepciones de la libertad que no cuenta con la verdad o la norma moral (VC, 91). 

La vida consagrada ejerce su misión profética, así mismo, en un mundo multicultural; por eso, ha de estar atenta para hacer significativa su profecía en los diversos contextos culturales. 

b) La obediencia: ante la idolatría del poder.     

El poder-dominio es un impulso que nos habita. Tendemos a dominar instintivamente. Usamos todos nuestros mejores recursos en él. Los carismas personales o dones naturales que hemos recibido son fuentes de poder. Donde dos o más personas se encuentran, se establecen relaciones de poder, que pueden ser una armonía positiva de poderes, o luchas negativas y dominación sobre el otro. 

Dominar a los demás puede convertirse en un poder embriagador y adictivo. Hay personas ambiciosas y megalómanas que acumulan poder y lo extienden incluso a espacios sagrados. Entonces el poder está desenfocado; se vuelve arrogante, tiránico e idólatra. George W. Coasts lo llamó “El dios de la muerte”[11]. El poder desenfocado conduce a la ira, la agresividad y el instinto asesino; el libro de Apocalipsis lo describe con imágenes bestiales, monstruosas y diabólicas.

El compromiso con la Justicia, la Paz y el cuidado de la Creación es profético, porque orienta el poder en una dirección humanizadora. El consejo evangélico del Espíritu nos invita constantemente a “escuchar” la voz de Dios, la voz de la humanidad y de la creación. Obedecer es ob-audire (shema), escuchar con intensidad para servir mejor. Obedecer es la primera respuesta al gran acontecimiento de la Alianza de amor, que nuestro Dios quiere establecer -ya desde el origen- con la humanidad y la creación. 

Está emergiendo, bajo el impulso del Espíritu … una vida consagrada configurada por el consejo evangélico de obediencia: el carisma y el poder se convierten en “servicio”, en “diakonías” que respetan y favorecen la dignidad humana, los derechos individuales sin exclusión ni descarte. Es un servicio atento que frecuentemente provoca persecución y martirio.

La conciencia alternativa de fraternidad y sororidad universal favorece que el poder sea compartido y se genere amistad social allí donde antes había una sociedad dividida e injusta. La obediencia genera alianzas y éstas se integran en la gran Alianza de Dios con la humanidad y la creación.

Esa conciencia se refleja también dentro del propio instituto y comunidad, donde las relaciones de poder respetan la dignidad del hermano o hermana y sus derechos fundamentales.  La comunidad fraterna emerge, así como propuesta y profecía para las sociedades divididas, injustas. 

c) El celibato profético como alianza fiel 

En nuestra condición pecaminosa, la sexualidad se vuelve compulsiva, tumultuosa, apasionada. Cuando el lenguaje del sexo excluye otros lenguajes de relación, de ternura, crea un estado de tiranía. 

La revolución sexual de los años sesenta del siglo pasado sigue viva en nuestras sociedades y nos influye. No hemos podido afrontarlo con sabiduría y fuerza. No hemos discernido lo que está bien en esta revolución de lo que está mal. Esa revolución afecta también a la vida consagrada: hay que lamentar abusos y adicciones de diferentes tipos. La idolatría del sexo descarría a muchas personas.

El celibato es un consejo evangélico para “quienes pueden entenderlo”. Es una exageración profética. Es cierto, que el Creador ordenó al principio de los tiempos a la pareja primordial: “¡Creced y multiplicaos!”; pero no ordenó: “Sed célibes toda vuestra vida”. “Al principio no hubo celibato”. Jesús, no obstante, reconoció que -aunque todos no lo entiendan- hay ¡eunucos por el Reino de Dios! (Mt 19, 11). Hacerse eunuco por el Reino de Dios es una auténtica provocación profética.  

¿Porqué la Alianza de Dios con la humanidad y con todo ser viviente requiere personas célibes? La respuesta es: porque se necesitan profetas, también en el ámbito de la sexualidad. Si nuestro celibato no es profético, no cumple su razón de ser. Nuestro celibato está llamado a ser un signo anti-idolátrico en la sociedad del descontrol sexual y de la idolatría del sexo, de los divorcios, de la violencia doméstica; y, por otra parte, a ser un símbolo de una Alianza fiel y exagerada con nuestro Dios, con la humanidad, la comunidad y la creación. A esto se refería Jeremías y, sobre todo, Jesús, cuando habló de los “eunucos por el Reino de Dios”.

Eunuco -en tiempos de Jesús – no era quien vivía castamente, sino un ser humano con identidad sexual indefinida, ambigua entre lo masculino y lo femenino; eran utilizados en las orgías y desmanes sociales. El eunuco era socialmente despreciado y vituperado. Muchos esclavos fueron mutilados y castrados por sus amos. En el judaísmo los eunucos eran la casta más desprovista de derechos y eran considerados como un “tercer género”. El eunuco no procrea, no vive en matrimonio, no tiene una identidad física, biológica, social definida.

El mismo Jesús que proclamó “si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos”, se refirió también a quienes se hacen a sí mismos eunucos por el Reino de los cielos (Mt 19 14-15)[12]. Hacerse eunuco por el Reino es lo mismo que vivir la Alianza desde otra perspectiva que la alianza nupcial. Los eunucos por el Reino de Dios son aquellos que están fuera del paradigma sexual binario: hombre o mujer: la figura del eunuco sirve como un símbolo del efecto del Reino de Dios en el cuerpo del creyente y como figura de que supera la división entre varón y mujer…”. Al eunuco por el reino de Dios se le puede aplicar aquello que san Pablo dice en la carta a los Gálatas, como consecuencia del bautismo: “de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahám, herederos según la promesa” (Gal 3, 25-29).

El eunuco es presentado por Jesús como modelo a seguir, como un símbolo del Reino: “en Cristo todos somos uno”. Jesús es un “pos-género” y también sus seguidores. En la familia del Reino de Dios hay también eunucos, no solo por pobreza, o desgracia, o mutilación, sino por la seducción del Reino.  Así quería Jesús que fuera su comunidad nueva, revolucionaria. Dentro de ella no era obligatorio casarse. Todos son invitados al banquete del Reino y nadie tiene que excusarse de participar en él porque tiene que casarse (Lc 14,20).

El consejo evangélico, o voz del Espíritu en la conciencia es aquel mensaje que nos dice: 

¡sé libre, sé auténtico dueño de tu sexualidad y tu afectividad y ponlas al servicio de tu vida en Alianza, de tu vocación! ¡Utilízalas para aquello que tú deseas en lo más profundo de tu ser, para aquello que es tu vocación! ¡Hazlas instrumentos de relación, de amor! 

d) La pobreza: en el contexto de una economía solidaria 

La idolatría de las riquezas, del dinero, es seductora y adictiva y encuentra cómplices por doquier. Los profetas vieron en las riquezas a los grandes rivales de Dios y en la codicia una forma de idolatría, con la que se rinde culto a los bienes de la tierra. La codicia es una “idolatría” (Col 3: 5). El dios-dinero tiene templos, sacerdotes, una religión bien estructurada, rituales que parecen admirables. Pero genera “gente corrupta”.

El consumismo es la otra cara de una idolatría secular[13]. Es un nuevo vicio capital, propio de nuestro tiempo. El consumismo crea adicción. Hay compradores compulsivos. El consumismo ofrece solo sustitutos de la felicidad. Desde el punto de vista de la solidaridad humana, ¿cómo mirar a millones de seres humanos que no han resuelto sus necesidades primarias o biológicas? En algunos casos, conocemos algunos escándalos económicos y financieros en los que las personas religiosas o incluso las congregaciones son protagonistas. La codicia y el consumismo nos están tentando de formas diversas: se convierte en un fin y nos instala en zonas de confort.

El consejo evangélico de la pobreza que el Espíritu Santo activa y potencia en nosotros, nos lleva hacia la empatía y la compasión, hacia la solidaridad con los más necesitados, y nos enfrenta en oposición total a la idolatría de las riquezas (Mammón) (VC 82).   

Pascal Bruckner publicó en 2002 un famoso libro que mereció el premio “Libro de Economía 2002” y que tituló “Miseria de la prosperidad”. Bruckner se oponía al sometimiento del ser humano a la economía a costa de su salud, su cultura, su educación y su enriquecimiento moral. La alternativa profética que el Espíritu hoy inspira se denomina empobrecimiento voluntario

La economía se está implantando como la nueva religión, con su liturgia, sus santones y oráculos, su lenguaje para iniciados y hasta su mensaje redentor. El ídolo de la nueva economía es indecente porque los ricos ya no necesitan de los pobres para enriquecerse: tras la desgracia de la explotación de los pobres, ha llegado la desgracia, mucho peor, de que hayan dejado de ser explotables. Si antes se esperaba quela economía liberara de la necesidad al ser humano, ahora nos preguntamos: ¿quién podrá liberar al ser humano de la economía? La economía no sirve, sino que rige. Se supone que el dinero nos libra de nuestras preocupaciones; pero sin darnos cuenta, se transforma en nuestra máxima preocupación. Para tener dinero hay que pagar un alto precio, que nos vuelve miserables.

Hemos abordado el tema de la pobreza en la vida consagrada en los años del posconcilio. Hemos descubierto nuevos aspectos de ella: opción por los pobres y excluidos. Hoy, más que en otros tiempos, está llamada a denunciar la “miseria de la prosperidad”. Lo haremos definiendo de nuevo nuestras prioridades: si no queremos que nuestras posesiones nos posean, hemos de limitar nuestros gastos, no endeudarnos constantemente. Así podremos aumentar el espacio de nuestro servicio misionero, de nuestra vida espiritual y de nuestras relaciones de amistad, amor, caridad. El empobrecimiento voluntario nos pide el despojo de ciertas cosas en favor de una vida alternativa. Queremos renunciar a la comodidad para ser más libres, a la acumulación de objetos y dinero para superar la angustia de la muerte.

También en el ámbito de la misión la economía ha de ser ostensivamente des-idolatrada para convertirse únicamente en un medio. La imaginación profética dará paso a nuevos modos de gratuidad, de fe en la providencia, de presencia misionera no mercantil, de servicios no focalizados en la ganancia.

Conclusión

Se hace necesaria una profunda revisión de la doctrina tradicional sobre los Consejos Evangélicos y los Votos religiosos en el contexto multicultural contemporáneo. La vida consagrada no se vive únicamente “hacia dentro”. Ella tiene vocación de símbolo para la Iglesia y para la humanidad. Lo propio del símbolo es ser significativo, transmitir. No resulta válida una vida consagrada que no transmite un mensaje profético en el contexto de la sociedad en la que está situada.

El objetivo de esta reflexión ha sido triple. En primer lugar, recuperar la convicción de que más importante que los “consejos” es el “Consejero”. La vida consagrada es una forma de vida bajo el permanente “counseling” del Espíritu de Jesús. Es el Espíritu el que lleva la obra redentora de Jesús a su culmen. Es el Espíritu Santo el que concede el triple don carismático de los Consejos evangélicos para que ejerza una función profética en la Iglesia y en el mundo.

La profecía, en segundo lugar, presenta alternativas. La profecía bíblica y cristiana se caracteriza por orientar siempre hacia la supremacía de la Alianza que Dios establece con la humanidad y la creación. De esta manera la profecía bíblica genera una conciencia alternativa, una sociedad alternativa, una religión alternativa. Por eso, es también denuncia de cualquier otra alianza idolátrica que desvirtúe la Alianza fundamental, la presencia y acción del Reino de Dios.

Los Consejos evangélicos del Espíritu -que la vida consagrada profesa-, en tercer lugar, quedan así contextualizados en nuestro tiempo, en nuestras sociedades multiculturales, como símbolos proféticos y existenciales que denuncian idolatrías y orientan hacia el Reino del amor, de la gran fraternidad-sororidad, de la justicia, la paz y del cuidado de la Creación.


[1] Para una visión más amplia desde la perspectiva misionero-política, la comunitaria, ecológica y mística cf. José Cristo Rey García Paredes, El “encanto” de la vida consagrada. Una alianza y tres consejos, col. Emaús, ed. San Pablo, Madrid 2015; cf. José Cristo Rey García Paredes.,One Covenant. Three evangelical Counsels, Claretian Communications Foundation, Quezon City – Philippines-, 2015.

[2]  La expresión consejos evangélicos aparece en 16 números de los documentos conciliares (unas 25 veces: LG 39, 42, 43, 44, 45, 46, 47; CD 33; PC 1,2,5,6,10, 11, 24; PO 5), y dieciocho veces en el nuevo Código de Derecho Canónico (CIC, nn. 207,2; 573,1. 2; 574,1; 575; 576; 598,1; 592,2; 599; 500; 601; 603,2; 652,2; 654; 712; 722,2; 723,1; 731,2).

[3] Cf. Jer 9,23-24; Zac 4,8.

[4] Am 8,8; Jer 2,12-13; Am 6,6.

[5] 1 Sam 2,12-13; Is 7,1-9; Jer 7,8.14.

[6] 400 profetas de la corte se oponen a Miqueas ben Yimlá (1 Reyes 22), que predice el desastre político a Ajab, mientras que ellos le prognostican el éxito. Jer 23,9-32 nos narra su arreglo de cuentas con los falsos profetas.

[7] Moisés fue el profeta que despertó en Israel una conciencia alternativa: supuso una ruptura radical con la realidad social de Egipto y del Faraón. Con relación a la religión de Egipto declaró que los dioses no eran dioses. Con relación al sistema político reconoció la ineficiencia de un sistema opresor y su injusticia.

[8] Cf. W. Brüggeman, The prophetic Imagination, Augsburg Fortress Publishers, 2001.

[9] Cf. Rubem Alves, Tomorrow’s Child, Harper and Row, New York 1972.

[10] “Así, pues, la profesión de los consejos evangélicos aparece como un símbolo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana” … muestra también ante todos los hombres la soberana grandeza del poder de Cristo glorioso y la potencia infinita del Espíritu Santo, que obra maravillas en la Iglesia.” (LG, 44)

[11] Cfr. George W. Coats, El Dios de la Muerte: poder y obediencia en la historia primitiva, en “Interpretación” 29 (1975), págs. 227-239.

[12] Una clave para entender este dicho de Jesús la encontramos en un texto del segundo Isaías -que casi nunca es citado a este respecto: “Ésto dice el Señor: A los eunucos que guarden mis sábados, elijan lo que me complace y mantengan mi alianza, les daré, dentro de mi casa y de mis muros, parte y renombre mejores que hijos e hijas: les daré nombre eterno que no será borrado… les haré entrar en mi monte santo, les daré alegría en mi casa de oración: sus holocaustos y sus sacrificios me serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos» (Is. 56:3-7).   

[13] Cfr. Umberto Galimberti, I vizi capitali e ii nuovi vizi, Feltrinelli, Milán, 2010, págs. 67-74.

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