La liturgia nos presenta hoy a un hombre que, en el silencio más profundo, pronunció uno de los “síes” más poderosos de toda la historia de la salvación. ¡José! Del hombre -que no dijo ni una sola palabra en todo el Evangelio-, dice el evangelista san Mateo: “José… hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y tomó a María por esposa” (Mt 1,24). Pero cuyo silencio cambió el mundo para siempre.
El drama de José
Imaginemos esa noche. Tratemos de entrar en el corazón de este hombre. La mujer que ama, María, su prometida, espera un hijo… y él sabe que ese hijo no es suyo. En aquella sociedad, en aquel contexto, esto no era un simple escándalo social. Esto podía significar la muerte para María. La lapidación. El final.
Y aquí aparece la grandeza de José: el Evangelio nos dice que “era justo”. Pero ¿qué significa esto? A primera vista, podríamos pensar que José quería repudiar a María porque la ley se lo permitía, porque era lo correcto según las normas. Pero no. José era justo de una justicia más profunda, más evangélica, más divina.
José era justo porque amaba más allá de la ley. Era justo porque prefería perderlo todo antes que condenarla. Era justo porque, ante el misterio que se desplegaba ante sus ojos, tuvo la humildad de reconocer: “Aquí hay algo que me supera. Aquí está actuando Dios. ¿Quién soy yo para entrometerme?”
José pensó en apartarse no por dureza de corazón, sino por respeto al misterio. No se sentía digno. María había sido elegida por Dios… ¿y él? Él era simplemente José, el carpintero. ¿Cómo iba él a insertarse en este plan divino?
El hijo de David
Pero hay algo más, que no podemos pasar por alto. José era “hijo de David”. Descendiente del gran rey David. Era davídida. Pertenecía al linaje real de Israel.
Y aquí está la paradoja histórica más impresionante: José, el carpintero de Nazaret, era el heredero legítimo del trono de David. Herodes, en cambio, el que se hacía llamar “rey”, no lo era. Herodes era un usurpador, un rey ilegítimo impuesto por Roma.
El verdadero rey trabajaba con las manos en un taller. El verdadero heredero del trono estaba en la sombra, en el silencio, en la humildad. Y es precisamente a través de él que Jesús será llamado “hijo de David”, el Mesías esperado, el Rey de reyes.
Dios tiene un sentido del humor y una pedagogía impresionantes: el Rey del universo no entra en la historia a través de palacios, sino a través de un carpintero. No a través del poder político, sino a través de la obediencia humilde.
El ángel y el fiat de José
Y entonces, en medio de esta crisis, de esta incertidumbre, de este dolor… Dios interviene. Un ángel se le aparece en sueños a José y le dice: “José, hijo de David” —¡fíjémonos cómo lo llama!, ¡por su dignidad real!— “no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.
“No temas”. Qué palabras tan importantes. El ángel no le dice: “Va a ser fácil”. No le promete comodidades. No le garantiza que la gente entenderá. Simplemente le dice: “No temas. Hazlo aunque tengas miedo. Acoge. Recibe. Di que sí”.
Y aquí está el paralelismo más hermoso: así como en el Evangelio de Lucas el ángel Gabriel se aparece a María y ella responde con su “fiat” —”Hágase en mí según tu palabra”—, aquí, en el Evangelio de Mateo, tenemos el “fiat” de José. Un fiat silencioso, pero no por ello menos poderoso.
María dijo: “Hágase”. José no pronunció palabra… pero hizo lo que el ángel le mandó.
El fiat de María fue en palabras. El fiat de José fue en acción pura.
Dos anunciaciones. Dos síes. Un solo misterio: la Encarnación del Hijo de Dios.
Obra del Espíritu Santo
Y el Evangelio es muy claro, hermanos: “Lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”.
¡Qué afirmación tan impresionante! ¡Qué obra de Dios tan certera, tan única, tan sorprendente! El Espíritu Santo, el mismo que aleteaba sobre las aguas en el momento de la creación, el mismo que ungió a los profetas y reyes, el mismo que inspira y santifica… ese mismo Espíritu está obrando en el vientre de María.
Dios no necesitaba de José biológicamente. Pero lo necesitaba humanamente. Lo necesitaba para proteger. Para dar nombre. Para dar linaje. Para dar hogar. Para ser padre en el sentido más profundo: el que ama, protege, cuida y enseña, sin necesidad de poseer.
José no es el padre biológico, pero es el padre verdadero. Porque la paternidad, hermanos, no es solo una cuestión de genética. Es una cuestión de amor, de acogida, de entrega.
El hombre que no se pone en el centro
Vivimos en una sociedad obsesionada con ser el primero. Con ser visto. Con ser reconocido. Con el protagonismo. Con el aplauso. Con las redes sociales donde todo debe ser exhibido, comentado, “likeado”.
Y en medio de todo eso, José nos enseña algo revolucionario: se puede cambiar el mundo sin estar en el centro. Se puede ser fundamental sin ser protagonista. Se puede amar sin necesitar el foco de atención.
José protege sin poseer. Ama sin controlar. Sirve sin buscar aplausos. Obedece sin preguntar. Acoge sin entender completamente.
En una sociedad que habla tanto de masculinidad tóxica, de abuso de poder, de control… José es el antídoto perfecto. José es la masculinidad redimida: fuerte, pero tierna. Protectora, pero no posesiva. Honesta, sin ego inflado. Decidida, pero humilde.
José es el hombre que sabe hacerse a un lado para que Dios actúe. Y paradójicamente, al hacerse a un lado, se convierte en indispensable.
La pregunta que nos hace José
Mientras nos preparamos para celebrar la Navidad, José nos hace una pregunta incómoda pero necesaria:
¿Podemos acoger lo que no entendemos? ¿Podemos amar aunque nos cueste? ¿Podemos decir que sí a Dios aunque tengamos miedo? ¿Podemos ser “segundo violín” si la sinfonía lo requiere?
Porque José cambió el mundo diciendo “sí” en silencio. Y ese silencio todavía resuena. Ese silencio nos interpela. Ese silencio nos invita a una fe más profunda, más confiada, más adulta.
Conclusión
Cuando José se despertó, dice el Evangelio, “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.
Qué frase tan simple. Qué frase tan poderosa.
No sabemos qué pensó. No sabemos qué sintió. No sabemos si tuvo dudas o miedos adicionales. Solo sabemos una cosa: obedeció. Acogió. Amó.
En estos últimos días antes de Navidad, pidamos a San José que nos enseñe su secreto: el secreto de la obediencia humilde, del amor desinteresado, del servicio silencioso.
Que nos enseñe a acoger el misterio de Dios en nuestras vidas, aunque no lo entendamos completamente.
Que nos enseñe a decir “sí” con nuestra vida, aunque no pronunciemos grandes palabras.
Que nos enseñe a ser puentes para que otros encuentren a Jesús, aunque nosotros permanezcamos en la sombra.
Porque al final, hermanos, eso es lo que importa: no que nos vean a nosotros, sino que vean a Cristo.
José lo entendió. José lo vivió. José nos lo enseña.
Que su fiat silencioso resuene en nuestros corazones.
Canción:
“EL FIAT SILENCIOSO DE JOSÉ
Estribillo (Coro masculino)
Fiat, Señor, en mi silencio,
hágase en mí tu voluntad.
Luz de tu amor, ven a mis miedos,
trae a mi noche tu resplandor.
I. El estupor de José (Narrador)
Tembló José, ardía la noche,
María espera en soledad.
Su pobre mundo se hace pedazos,
viene un hijo y no es su verdad.
El Santo Espíritu obra en María,
sin consultarle el corazón.
Tiembla, se siente atado y solo,
quiere marcharse de esa unión.
II. El ángel y el miedo (Ángel solista)
José, hijo de David, no temas,
todo este signo viene de Dios.
No es infidelidad ni engaño,
es pura gracia sobre los dos.
El que creó la luz con “Hágase”,
busca en tu casa techo y calor.
Toma a María, cuida al Mesías,
tu fiat calla su dolor.
Estribillo (Coro masculino)
Fiat, Señor, en mi silencio,
hágase en mí tu voluntad.
Luz de tu amor ven a mis miedos,
trae a mi noche tu claridad.
III. El hijo de David oculto (Narrador)
Él, del linaje santo de David,
sin trono, espada ni poder.
Rey escondido en un taller humilde,
con sus heridas y su saber.
Mientras un falso rey teme y mata,
Dios elige la oscuridad.
En manos duras, fiel carpintero,
nace en silencio la realeza real.
IV. El gran arco del Fiat (Coro + Ángel)
Dijo el Señor: “Hágase la luz”,
y hubo caminos, cielo y mar.
Dijo María: “Hágase en mí”,
el Verbo vino a nuestra bondad.
José no habla, solo obedece,
hace en su vida lo que oyó.
Su fiat manso, hecho de gestos,
da un hogar tierno al Hijo de Dios.
Estribillo final (Todos)
Fiat, Señor, en mi silencio,
hágase en mí tu voluntad.
Como en María y como en José,
sea mi vida puro “hágase”.
Fiat, Señor, en mi silencio,
haz de mi noche tu Belén.
Que mi pequeño sí en la tierra
hable de Cristo, Rey y Emmanuel.
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