“El todo en el fragmento”: infancia de Claret, profecía de su vida

Quiero ofrecer esta reflexión en memoria de San Antonio María Claret, cuya fiesta celebramos hoy. Ya desde el principio quiero hacerme consciente del significado de la palabra “Claret” en este tiempo:

“Claret” es el título de varias instituciones educativas en distintas partes del mundo.
“Claret” es también el nombre de un “estilo” educativo.
“Claret” son centenares de educadores y educadoras, miles y miles de alumnos y alumnas que han pasado años importantísimos de su vida en este lugar.
“Claret” es el grito entusiasta que se escucha en las competiciones deportivas.
“Claret” es nombre de nostalgia cuando se evocan tiempos pasados…allá… en el “Claret”.
“Claret” es un nombre –red que tiene evocaciones semejantes en varios lugares de la tierra, en diversos grupos humanos de Europa, América, Asia y Africa.

  • “Claret” es también el nombre de otra red de comunidades cristianas, de parroquias, de iglesias que invitan al encuentro con la trascendencia.
  • Claretiano, claretiana es el nombre de hombres y mujeres dedicados al seguimiento de Jesús y a la vida apostólica y que hoy están extendidos por todo el mundo.
  • “Claret” es, además y antes de esta admirable socialización, el nombre de un “pequeño hombre”, de baja estatura, de un catalán, de un misionero atípico del siglo XVIII, de un obispo español, que murió desterrado en un monasterio cisterciense del sur de Francia el año 1870, hace exactamente 138 años.

La memoria de este hombre nos envuelve, nos afecta. Se ha convertido para nosotros en un pequeño mito. Y como todos los mitos, tiene una importante fuerza simbólica  e integradora que, en momentos como este, es bueno poner de relieve.

He escogido como título para esta evocación el título “El todo en el fragmento: la infancia de Claret como profecía”. Y es que leyendo los primeros capítulos de la propia biografía que Antonio María Claret escribió –cuando ya se acercaba a los sesenta años- he visto cómo narrando su infancia, en cierta manera anticipa toda su vida y la refleja en los primeros años. El todo se espeja en el fragmento.

Esto me ha parecido interesante para personas que descubrimos en nuestra infancia la profecía de nuestra vida. La infancia es aquella etapa de pasividad y acogida que tiene rasgos místicos. Es importante para nosotros evocar nuestra propia infancia como profecía de toda nuestra vida; y esta reflexión nos puede ayudar a ello. Y se podría añadir que aunque reduzcamos el espacio de nuestra reflexión a los primeros años de la vida de Claret, a la etapa laical de su vida, ya en ella percibimos todo el diseño de su vocación.

Es muy importante y decisiva la infancia. Lo que ocurre en los primeros años de vida es profecía, es prognóstico. Nos lo dicen los psicólogos. Ellos recuperan nuestra infancia como aquella página en lo que todo está pre-diseñado.

Antonio María Claret nos dice en su Autobiografía cómo fue su infancia. La escribió cuando ya tenía la madurez que lo acercaba a cincuenta y tres años. Hizo en ella, un ejercicio de psico-análisis espiritual. Veámoslo

Releyendo los primeros once capítulos de la Autobiografía (desde el nacimiento hasta el relato de la “tentación muy terrible”, cuando tenía ventitrés años) descubro cinco aspectos que han focalizado mi atención:

  • 1) El Sentido: descubre el sentido o sinsentido de la vida;
  • 2) El Don innato: se hace consciente de su don innato, su carisma básico;
  • 3) la educación: la experiencia de ser hijo de unos buenos padres y haber tenido excelentes maestros;
  • 4) la experiencia de Dios;
  • 5) la herida.

La infancia es, en este sentido una “historia inacabada”, un planteamiento, una tarea, una maqueta, un diseño profético.

 

 

 

 

 

 

 

1. Sentido del Sinsentido: El pensamiento de la eternidad

Miedos infantiles

La infancia no es siempre tiempo de felicidad. Por razones externas o internas, los niños se topan con fuentes de infelicidad. Su inocencia, su pequeñez les hace padecer ante las realidades oscuras de la vida. Antonio Claret encontró en sí mismo, movido por las ideas religiosas del ambiente, una fuente de estremecimiento. Él lo relata de la siguiente forma:

“Las primeras ideas de que tengo memoria son que cuando tenía unos cinco años, estando en la cama, en lugar de dormir, yo siempre he sido muy poco dormilón, pensaba en la eternidad, pensaba siempre, siempre, siempre; me figuraba unas distancias enormes, a éstas añadía otras y otras, y al ver que no alcanzaba al fin, me estremecí”(Aut 8).

Aquí se enfrentaba Antonio, ya desde muy niño, con la gran cuestión del sentido de la vida o el sinsentido. El pensamiento de la eternidad le estremece. No es capaz de comprender el “siempre, siempre, siempre”. Se trata de una auténtica experiencia metafísica, estremecedora. Tocaba el misterio. Y el misterio le parecía aterrador: “distancias enormes… añadía otras…” . Y ahí tenemos a un niño, estremecido, sin que nadie le pueda ayudar en su angustia.

La conciencia de la eternidad es, ya de por si, estremecedora para un adulto consciente. ¿Qué no será para un niño?

Sublimación “apostólica”  del miedo

Ese estremecimiento se convierte en horrible cuando el niño Antonio Claret lo aplica a las ideas que entonces se inculcaban en los pequeños: que los que murieran en pecado mortal se condenarían y la condenación del infierno sería eterna, eterna.

“me estremecía, y pensaba: los que tengan la desgracia de ir a la eternidad de penas, ¿jamás acabarán el penar, siempre tendrán que sufrir? ¡Sí, siempre, siempre tendrán que penar…!” (Aut 8).

No se formula ninguna objeción a esta doctrina. No se plantea si un desenlace así -¡condenación eterna!- responde a una auténtica justicia divina. Asume una actitud práctica y descubre que su misión en este mundo es “impedir que los pecadores puedan condenarse”:

“Esta misma idea es la que más me ha hecho y me hace trabajar aún, y me hará trabajar mientras viva en la conversión de los pecadores, en el púlpito, en el confesionario, por medio de libros, estampas, hojas volantes, conversaciones familiares, etc., etc.” (Aut 9).

Claret no disfruta tampoco con la idea de una eternidad feliz. A ésta no hace referencia.

2. Don Innato: La Compasión hacia los seres humanos

Antonio descubre el don que ha recibido y que define su propia manera de ser:

“soy de corazón tan tierno y compasivo que no puedo ver una desgracia, una miseria que no la socorra, me quitaré el pan de la boca para dar al pobrecito y aun me abstendré de ponérmelo en la boca para tenerlo y darlo cuando me lo pidan, y me da escrúpulo el gastar para mí recordando que hay necesidades para remediar”..

Antonio descubre ya en su infancia su carácter apasionado. Se percibe, ya desde el principio, que le van apasionando algunas realidades. En ellas centra sus esfuerzos, sus metas.

Claret es compasivo con los pobres, con los desgraciados, con los enfermos. Pero, donde más expresaba su compasión es en el apostolado. Descubre la necesidad de Dios, diríamos hoy, la necesidad de sentido, que aqueja a muchas personas. Por ellas está dispuesto a dar la vida. Ahí encontramos el quicio de la vocación apostólica de Claret.  Pero su compasión se manifestaba también hacia los ancianos, “a todos los viejos y estropeados” (Aut 19).

Pero hay todavía una manifestación de la compasión que en Claret tiene rasgos extraordinarios. Veámoslo en el siguiente texto:

“El pensar que el pecado… principalmente es una injuria a Dios, que es mi Padre. ¡Ah! esta idea me parte el corazón de pena y me hace correr como… Si un hijo tuviese un padre muy bueno y viese que sin más ni más le maltrataban, ¿no le defendería? Si viese que a este buen padre inocente le llevan al suplicio, ¿no haría todos los esfuerzos posibles para librarle si pudiese? Pues ¿qué debo hacer yo para el honor de mi Padre que es así tan fácilmente ofendido e inocente llevado al Calvario para ser de nuevo crucificado por el pecado como dice San Pablo? El callar, ¿no sería un crimen? El no hacer todos los esfuerzos posibles, ¿no sería…?¡” (Aut 16-17)

La imagen de Dios que ilumina a Claret y lo llena de compasión es la de un “buen padre inocente a quien llevan al suplicio”.  Si la idea de “la eternidad desgraciada” era para Claret el “resorte y aguijón de su celo por la salvación de las almas” (Aut 15), más todavía lo es la defensa del honor de Dios.

Claret es un niño compasivo, de buen ingenio y de alma buena. Así se reconoce y se autovalora. En otro momento reconoce que ha recibido de Dios el don de “la dulzura” y, por eso, le resultaba connatural “tratar con afabilidad y agrado a todos, aun a los más rudos” (Aut 34).

3. La educación: buenos padres, buenos maestros

La palabra docilidad hace referencia a la capacidad que tiene una persona de aprender. La palabra “disciplina” hace referencia –etimológicamente hablando- a la capacidad de ser discípulo.

El niño Antonio Claret es dócil y disciplinado. Él mismo resalta que “era siempre puntual, asistía siempre a las clases, trayendo estudiadas las lecciones” (Aut 22).

Define al maestro de sus primeras letras como “muy bueno”. También afirma: “tuve muy buenos padres”. Y de ambos dice: “mis padres, de consuno con el Maestro, trabajaban en formar mi entendimiento con la enseñanza de la verdad y cultivaban mi corazón con la práctica de la Religión y de todas las virtudes” (Aut 25). “Mis padres y Maestro no sólo me instruyeron en las verdades que había de creer, sino también en las virtudes que había de practicar” (Aut 28).

 El proceso educativo implica a los padres y al maestro. Se orienta no solo a cultivar la inteligencia, sino también el corazón. Y en otro momento exclama:

“¡Cuánto me han servido… los consejos y avisos de mis Padres y Maestro

  Aprende de los ancianos: “los consejos que los ancianos me daban” (Aut 20).

4. La experiencia de Dios

Si algo caracteriza la infancia de Antonio Claret es una acentuación muy fuerte de la experiencia religiosa: “Desde muy pequeño me sentí inclinado a la piedad y a la religión” (Aut 36). Esa inclinación le convierte en un buscador apasionado de Dios. “Nunca me cansaba de estar en la Iglesia delante de María del Rosario. … Todo mi gusto era… trabajar, rezar y pensar en Jesús y en María… guardar silencio, hablaba muy poco, me gustaba estar solo para no ser estorbado… siempre estaba contento, alegre y tenía paz con todos. No reñí ni tuve pendencia con nadie, ni de pequeño ni de mayor” (Aut 50).

Descubre a Dios en los acontecimientos de su vida: “La divina providencia siempre ha velado sobre mí de un modo particular” (Aut 7). Esto quiere decir que Antonio descubría a Dios no solo en el templo, no solo en las cosas religiosas, sino también en los acontemientos de su vida. Podríamos decir que Claret vió la providencia de Dios:

  • Cuando se derribó la casa de su nodriza y murieron en ella toda la familia, pero al encontrarse él en casa de sus padres, él fue preservado (Aut 8) 
  • “Un día fui… hallándome a la orilla del mar, se alborotó de repente y una grande ola se me llevó y después de aquélla, otra. Me vi de improviso muy mar adentro y me causaba admiración al ver que flotaba sobre las aguas sin saber de nadar y, después de haber invocado a María Santísima, me hallé en la orilla del mar, sin haber entrado en mi boca ni una gota de agua” (Aut  71).

Reconocer que Dios lo preserva del mal físico y del mal moral, es como una introducción en lo que después será la vocación misionera. Es la prehistoria de su vocación misionera. Es preservado como Moisés de las aguas, como José de la tentadora.

Claret se sabe elegido para realizar un proyecto de Dios

Vivir es sobrevivir. Vivimos peligrosamente. Los vivientes somos supervivientes.

¿Hay alguna razón para que unos sobrevivan y no otros? ¿Somos llevados por el destino? O ¿por un Dios providente?

5. La herida  que cura

¿Tuvo Claret alguna herida en su infancia? Todos tenemos alguna herida en nuestra infancia. Pero lo que nos hiere también nos cura, si nos ponemos ante el Misterio providente que guía nuestros pasos. Así fue en Claret.

La nodriza y la madre

Leamos ante todo un texto:

“Mi madre siempre crió por sí misma a sus hijos, pero a mí no fue posible por falta de salud; me dio a un ama de leche en la misma población, en donde permanecía día y noche” (Aut 7).

Por unas circunstancias muy especiales, de salud, el recién nacido Antonio es entregado al cuidado de una nodriza, que se ocupa de la lactancia. Con ella vive día y noche, hasta que ella murió al derrumbarse la casa.

Claret experimenta una separación de su madre, por razones de salud. La leche es un alimento vital para el recién nacido, producto dulce del cuerpo materno. La leche constituye el alimento original, primordial. Somos mamíferos. Mueren muchos hermanos de Claret. De once sólo sobreviven Rosa y María, Juan José y él mismo, Antonio. Una hermana de Claret es religiosa vedruna. Su hermano José tiene dos hijas religiosas.

  • La leche evoca la entrega de la madre, la entrega de su cuerpo, la relación tan íntima que establece con su hijo. Para los místicos la leche representa la gracia divina que alimenta el alma cristiana: la leche es una deliciosa bendición.
  • En cambio, Zeus, el rey de los dioses, fue amamantado por la cabra Amaltea. Rómulo, el fundador de Roma, fue amamantado por una loba. Y en la cultura judeo-cristiana, Adán, nació ya adulto, sin madre y sin leche.
  • El hijo ama a la mujer que lo amamanta. El contacto íntimo entre la madre y el lactante establece lazos afectivos que transfiguran todas las relaciones familiares. (Emilio de Rousseau)
  • La ecografía ha revelado las capacidades del feto, sus aptitudes para comunicarse con su madre y su entorno.  Los etólogos han examinado las primeras formas del “apego” entre el recién nacido y la persona que lo alimenta (John Bowlby, Hubert Montagner, Boris Cyrulnik. Hay una simbiosis que une la madre con el hijo. La lactancia se convierte entonces en una relación entre dos seres: relación específica, íntima, privilegiada: una etapa esencial en la vida de una mujer y en la vida de un niño

La sublimación

Claret muestra durante toda su vida una gran necesidad de madre. Su madre le fue negada, por las circunstancias, como madre de leche. Claret lo comprendió, pero es probable que su inconsciente, su sombra, rechazara ese destino.

Las madres, la de la tierra y la del cielo, son objeto de un amor apasionado. Pero también de tentaciones terribles. Es probablemente la reacción espontánea ante un destino en que recibió el alimento de una madre de alquiler, de otra mujer. La madre auténtica le es negada.

La mamá ideal es la que le salva cuando su vida está en peligro, en el mar. Allí ni siquiera bebe agua. Cuando viaje desde Marsella a Roma, Claret permanece en cubierta y las olas lo arrobal, pero no pasa nada, no tiene miedo.

La tentación que sufrió siendo seminarista en Vic, a los 23 años, es una tentación ¿contra la castidad o contra la atracción de la mujer alquilada, la mujer anónima, no familia, no amada? En su drama interior contempla Claret el drama de la historia de la salvación.

La dimensión femenina de la fe, la vive Claret muy ligada a la figura de María, la Madre. María es para Claret la dimensión femenina de Dios.

Hablando de santa María Magdalena de Pazzis decía:

“ Y luego, hablando de todos los infieles en general, decía: Si yo pudiese, a todos los cogería y los juntaría en el gremio de nuestra Santa madre Iglesia, y haría que ésta los purificase de todas sus infidelidades y los regenerase haciéndolos sus hijos, y que se los metiese en su amoroso Corazón y los alimentase con la leche de sus santos Sacramentos. ¡Oh cuán bien les nutriría y lactaría a sus pechos! ¡Oh si yo lo pudiera hacer, con qué gusto lo haría!” (Aut 260)

Conclusión

Decir “Claret” es evocar su figura histórica. Es reconocer que, en cuanto ser humano, en cuanto fundador, está en nosotros. La biografía de su infancia nos remite a nuestra propia infancia. También nosotros, como él, nos hemos encontrado con el sinsentido, nos hemos visto afectados por alguna herida honda y esencial, también nosotros hemos recibido algún don innato, hemos sido modelados por nuestros padres y maestros, nos vemos visto agraciados con una experiencia de Dios.

Por eso, Claret es más que Antonio María Claret. Por esta razón, esta festividad nos invita a entrar en el misterio de nuestra vida.

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