Invención de Dios

“Invención” es una palabra que tiene, al menos dos significados: 1) encontrar lo que está ahí (¡del verbo latino “invenire”) y 2) el resultado de inventar a través del esfuerzo creativo y descubridor de la imaginación. En ambos sentidos podemos hablar correctamente de nuestra “invención de Dios”. En ambos sentidos necesitamos -más que nunca- que acontezca entre nosotros la “invención de la Trinidad”, tras el derrumbamiento producido por la crisis religiosa de nuestro tiempo.

La expresión “invención de Dios” es de Andrés Torres Queiruga en su libro “El problema de Dios en la modernidad”. La expresión parece provocadora, pero resulta por diversos motivos no solo pertinente sino también fascinante.

Hablamos de “invención de Dios” porque hemos de re-encontrar al dios que hemos perdido. Él está ciertamente ahí, aquí: en este mundo globalizado; en las zonas incluso secularizadas y laicas de nuestra sociedad. Pero nuestro radar no lo detecta. Nos hemos vuelto insensibles a su presencia. El detector que antes funcionaba, ¡ya no funciona! según el criterio de muchas personas.

Invención de Dios es, entonces, el objetivo intencional de una apasionada búsqueda. Estamos en la hora del “quaerere Deum”, “quaerere Trinitatem” en nuestro tiempo, tras el viernes santo del ateísmo. La “invención” nos ofrecerá el rostro contemporáneo de Dios.

La búsqueda de Dios no obedece a pura curiosidad intelectual, sino a una auténtica pasión, que el Pseudo Dionisio llamaba teopatía. Buscan a Dios hoy quienes sufren de esa rara enfermedad que se llama “teopatía” o pasión por lo divino. Decía Sócrates en el Fedro de Platón:

Las mayores bendiciones nos vienen por medio de la locura, a condición de que ésta nos sea dada como don divino”.

La invención de Dios es el premio que se le concede al amor, a la pasión, a la teopatía. En Juan de la Cruz no hay teología, sino Teopatía. Lo que le interesaba no era entender, comprender, sino amar y encontrar: “¿Dónde te escondiste, Amado?”.

“Invención” hace también referencia al esfuerzo creativo y descubridor a través de la imaginación. La imagen de nuestro Dios se ha ido desdibujando y difuminando en nuestra cultura. Incluso las imágenes artísticas de Dios de nuestras iglesias y templos nos parecen anacrónicas y no tocan nuestra inteligencia emocional.

Necesitamos una nueva imaginativa, nuevos símbolos que nos remitan al misterio de Dios. Esto no se suple con esa creatividad superficial y de baratija que hoy nos invade. Las representaciones de lo divino superficiales, apresuradas, como carteles diseñados a última hora, composiciones informáticas, músicas ramplonas y sin inspiración, no aportan los símbolos que hoy son necesarios. Sólo la creación artística, que adviene después de un largo proceso de meditación, de búsqueda es inspirada y cautiva al ser humano. El verdadero artista es un personaje liminal, un habitante de la frontera en la cual le es revelado “el sentido”, “significados flotantes” que a muchos nos pasan desapercibidos. Esto lo ha desarrollado magníficamente Eugenio Trías en su obra “Lógica del Límite”.

El cambio cultural, respecto al mundo de la revelación bíblica, nos pide re-encontrarnos con Dios en nuestro tiempo. Tenemos necesidad de “inventar” continuamente a Dios, en el sentido de buscar sin descanso nuevas figuras –sus “nuevos nombres”- que nos acerquen a su misterio.

Podemos inventar a Dios desde la humildad, la solidaridad con los no-creyentes, el diálogo interreligioso.

La palabra “invención” puede ser considerada también desde la perspectiva divina: ¡nosotros somos invención de Dios! ¡Dios viene a nuestro encuentro y nos encuentra, como el buen pastor que encuentra a la oveja perdida!

Buscar es –entonces ser encontrado. Imaginemos el movimiento que viene desde Dios hacia nosotros. Es impresionante: ¡de muchas maneras Dios nos ha hablado¡ (Heb 1,1). El más poderoso movimiento no es de la humanidad hacia Dios, sino de Dios hacia la humanidad! Nuestro buscar, aparece entonces como respuesta a una llamada previa y casi inconsciente; nuestro encontrar es, en definitiva, un sabernos encontrados por alguien que desde siempre nos buscaba.

Ese es el testimonio que nos ofrecen todos los místicos, los descubridores de Dios. Pascal lo dijo con una frase magnífica:

“No me buscarías si no me hubieras encontrado”.

Para darse cuenta de ese movimiento de Dios hacia nosotros hace falta búsqueda, apertura, desprendimiento. Así nos lo revelan los creadores en el campo religioso, los místicos, los santos, los profetas o fundadores de religión. Dios no se revela en la superficialidad, sino en el núcleo de ser humano; no se revela en la mera horizontalidad sino en la verticalidad, no en el mero presente sino en el futuro. Se revela a quien sale de su mundo acostumbrado.

Cuando nos esforzamos por inventar a Dios, es Dios mismo quien, secreta y amorosamente, nos está inventando a nosotros. Nuestro creador es nuestro inventor. ¿Y porqué?

Base de todo esto es nuestra fe en el Dios de la Alianza y de la Alianza esponsal con su Pueblo, con la Humanidad.

Nuestra fe nos ha presentado a Dios, ya desde los orígenes hasta hoy, como el Dios de Alianza. Esto significa que nuestro Dios ha conectado indisolublemente su destino al nuestro. Se ha desposado para siempre con la humanidad. Él no quiere ser un Dios solitario, aislado, inaccesible. ¡Todo lo contrario! Él es el Dios que hizo alianza con nuestros primeros padres, con el pueblo de Israel –como mediación para entrar en Alianza con todos los pueblos de la tierra- y que mantiene su Alianza de generación en generación. En la última Cena de Jesús nuestro Dios nos ofreció la copa de la Nueva y definitiva Alianza. En la cruz manifestó que Dios es Amor.

Si Dios sigue siendo el Dios de la Alianza, ha de seguir revelándose a cada ser humano e intentado establecer alianza con él. Por eso, creemos que Dios se revela a cada uno de nosotros, en nuestra vida, en diferentes momentos, como él quiere y desea, según su designio secreto.

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