… EN “LA SUCESIÓN MISIONERA” – “CARPE DIEM”

No hay misión sin desplazamiento. Una persona enviada está siempre disponible. Intenta descubrir la voluntad de quien depende. No permanece obstinadamente en su zona de confort. Está atenta a quien en cualquier momento puede necesitarla. No hay misión cristiana sin testimonio. La persona enviada es mediadora, no protagonista. Ella es referencial, no auto-referencial. No es exhibicionista, sino “sacramento”, símbolo viviente y humano del Invisible. Es mensajero y no el mensaje. Y el mensaje es siempre “dador de sentido”: ofrece las grandes claves para entender la historia y nuestras pequeñas historias que la entretejen. ¿Dónde encontramos el sentido del coronavirus, en el post-coronavirus? ¿en la misión del mañana, de aquí a unos meses? O ¿en el “hoy”? ¡No estamos de vacaciones! Carpe diem! Éste es el día. Este es -a mi modo de ver- el hilo conductor de la Liturgia de la Palabra de este jueves 7 de mayo de 2020 (Hech 13,13-25 – Jn 13,16-20).

La cadena del envío: “Quien recibe a mi enviado…”

Inmediatamente después del lavatorio de los pies, Jesús les habló a sus discípulos de la Misión (Jn 13,16-20). Se la presentó como una “cadena de envíos”. El Abbá envía a Jesús. Jesús envía a los Apóstoles… Esa cadena se ha ido continuando sucesivamente. Estamos ahora, en el siglo XXI en la cadena de los enviados, o en la “Sucesión misionera” -en la que participamos todas las personas que hemos sido bautizadas-.

Quienes pertenecemos a la comunidad de Jesús no nos auto-enviamos. Nuestro alimento no ha de ser “cumplir nuestra voluntad”, “realizar nuestros sueños”, “estar allí donde nos apetece”. Nuestro estado es de vigilancia permanente y disponibilidad inmediata para que “Otro” disponga de nuestra vida y de nuestro quehacer.

“Misionero”, “Misionera” no es un mero título. Es la expresión de una vida que depende de quien lo envía. Jesús lo expresó muy bien en la Sinagoga de Nazaret: “El Espíritu de Dios está sobre mí y me ha enviado…”.
En esta clave se entiende muy bien la respuesta de Jesús a su madre en las bodas de Caná, cuando ella le pidió que actuase: “Todavía no ha llegado mi hora”. No le respondió: ¡no me apetece! ¡todavía no! Le quiso decir que sólo quien lo ha enviado decide en qué momento y dónde debe actuar, porque “su alimento era hacer la voluntad del Padre”. El “hágase tu voluntad” convierte el padrenuestro en la oración por excelencia del Enviado.

Esta era la actitud que -según Jesús- debía caracterizar a sus discípulos y discípulas: ¡conciencia permanente de enviados, enviadas! Sin embargo, en el grupo había uno que actuaba por iniciativa propia: “El que compartía mi pan me ha traicionado… Os lo digo ahora, antes de que suceda”. ¡Terrible cuestión! ¿Podré traicionar a quien desea enviarme? ¿Seré un Judas?

¡Testimonio… allí donde el Viento del Espíritu te lleve!

San Pablo supo -tras su conversión- que él no debía dejarse llevar por sus impulsos y su visión, sino que tenía que ponerse totalmente a disposición de su Amo, al que llamaba “Kyrios” -¡su Señor!. El Espíritu de su Señor comenzó pronto a movilizarlo:

“Pablo y sus compañeros se hicieron a la vela en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia”

Heh 13,13-14

La misión, en obediencia a quien nos envía, requiere “desplazamientos”: unos geográficos, otros existenciales. Hay personas que están siempre en camino: unos porque buscan, otros porque son enviados. A mi modo de ver Pablo se fue desplazando en los dos sentidos.

¿Y qué hacer al llegar a cada meta de envío, en este caso la Sinagoga de Antioquía de Pisidia? Pablo no irrumpe -como “un elefante en una cacharrería”-…

  • Pablo conecta con los sentimientos más profundos de quienes le escuchan: judíos de la diáspora. Les habla de “su Dios” y de su historia de Alianza con Él.
  • Al mismo tiempo, conecta esa historia con Jesús “un salvador para Israel”.
  • Pablo y sus compañeros ofrecían este testimonio de inclusión y no de exclusión: de conexión y no de ruptura. Jesús, ya lo dijo:” No he venido a abolir la ley, sino a llevarla a plenitud”. Hay testigos que dan sentido a la vida de cada uno y a la historia.

Carpe diem! O ¿el después del corona-virus?

Hay preocupación por intuir qué pasará después de que pase esta epidemia global del corona-virus.

  • Unos se muestran escépticos: ¡todo seguirá igual que antes!
  • Otros profetizan como apocalípticos: ¡esto es una advertencia terrible ante lo que vendrá… que será mucho peor!
  • Otros … optimistas, y dicen esperanzados: ¡la humanidad cambiará, entrará en una fase nueva de solidaridad, sin fronteras… la casa común!

Y me pregunto:

  • ¿es ahí, a ese futuro incierto adonde somos enviados “ya”?
  • ¿No habremos sido enviados a este confinamiento en el que nos encontramos?
  • ¿No es ésta nuestra MISIÓN hoy?
  • No solo hemos de estar vigilantes para no contagiarnos o contagiar. Hemos de estar vigilantes para descubrir la la voluntad del Abbá, y dónde nos sitúa -¡ahora mismo! el Viento de su Espíritu.

El poeta romano Horacio -en sus Odas 1,11- nos dice hoy: “Carpe diem, quam minimum credula postero” (Abraza el día y confía mínimamente en el futuro).

¿Quién incluyó en su programación, en su calendario, en sus proyectos para el año 2020 este inesperado escenario “misionero”? Muchos de esos proyectos han debido anularse. Muchos tienen la impresión de que “estamos de baja”. Pero

  • ¿no habrá un proyecto de Aquel que nos envía para este momento?
  • ¿Es que nos encontramos en un paréntesis de Misión?
  • ¿No hay Misión porque nuestras iglesias están cerradas, nuestras celebraciones suprimidas? ¡Aun en las cárceles Pedro y Pablo se sentían “enviados”!
  • No necesitamos previsiones de futuro, sino apertura al presente y comprensión de lo que nos está sucediendo y a qué somos enviados…
  • ¡Este es el día que hizo el Señor! Quizá la lección sea ésta: no nos programemos tanto y estemos más pendientes de la Voluntad de Aquel que nos envía y nos desplaza a donde quiere y como Él quiere y cuando Él quiere. ¡Hoy mismo!

No dejes para mañana, lo que puedes hacer hoy. Hoy es día de Misión, de envío y de testimonio. Le basta a cada día su afán.

Plegaria

Santa Trinidad, nos estremece saber que el número mundial de contagiados por el coronavirus -confirmados son 3.691.683; y que hasta el momento son 258.256 los que han fallecido. Y todo en estos cinco meses del 2020. Santa Trinidad, la humanidad está perpleja, porque no sabe hacia dónde tirar. Muéstranos tu santa Voluntad. Haznos descubrir hacia dónde hemos de orientarnos y hacia donde nos envías.

Para contemplar:
La Misión
(al componer esta melodía ¡Dios tocó a Ennio Morricone!)

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