EXTRALIMITARSE: “MÁS LOCURA Y MENOS CORDURA”

ERIN HANSON

Propio de la vida consagrada o religiosa (en todas sus variadas formas) es encontrarse siempre entre dos mundos: como muertos al mundo y vivos para Dios, pero sin dejar de ser de este mundo. La vida consagrada casi siempre se ha extra-limitado. Ha deseado vivir en una zona que a no pocos les parece imposible. Se ha querido caracterizar por su exageraciones proféticas. Sin embargo, nos acucia el deseo de “ser normales”, que “nadie note que somos diferentes”.. Tal “normalidad” nos ha devaluado. Nos hemos sentido incluso acomplejados ante nuestros “laicos”, pues a veces los consideramos como nuestra norma. Y, sin embargo, no podemos renunciar a nuestra “quintaesencia”, no debemos renunciar a extra-limitarnos, porque es en los límites, en lo liminal, en lo fronterizo, en lo periférico… donde está “nuestro lugar”.

La experiencia liminal

  • El porqué se muestra en las siguientes preguntas:
    • ¿No es la vida monástica-contemplativa un habitar fronterizo, en esa franja desértica que linda con el Misterio, donde se cultiva el jardín del Edén, donde se mantiene una perenne lucha apocalíptica?
    • ¿No es la vida apostólica un habitar fronterizo, en los límites del pensamiento y del sentido, en las periferias del dolor, la muerte y la marginación social?
    • Ya desde sus orígenes la vida religiosa se situó en un éxodo bipolar y tenso entre el Paraíso del Edén y la Nueva Jerusalén apocalíptica: en la liminalidad del pasado fundacional y del futuro del cumplimiento.
    • Tal vez ésta ea la explicación de esa peculiar función simbólica que la vida religiosa ejerce cuando es auténticamente liminal.

Y, con todo esto, la vida consagrada sólo intenta ser “cristiana”. Ser cristiano, según la Carta a Diogneto, obra cristiana de finales del siglo II:

“Habitan sus propias patrias, pero como forassteros.. Toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria tierra extraña.. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo… Se les mata y en ello se les da la vida”.

Y Gregorio de Nisa, ya en el siglo IV, decía:

“los que viven en virginidad se han colocado a sí mismos como una frontera entre la vida y la muerte”[1].

Vocación liminal y extraña

Parece un milagro que -en este otoño de la modernidad, que también llamamos posmodernidad- todavía haya jóvenes -mujeres y hombres- que sientan la seducción por esta vocación liminal y extraña.

  • Quizá sea porque
    • cunde el pánico de la era del vacío.
    • se atiende a la alarma de Nieztsche: “El desierto crece. ¡Ay de aquel que alberga desiertos en su interior!”.
    • hay personas que sienten la fascinación del límite, del margen: del límite aventurado, deportivo, poético, artístico, del límite religioso, del límite simbólico, del límite sociológico.
  • Las nuevas religiosas y religiosos
    • traerán un nuevo rostro, después de la resaca de una modernidad exagerada:
    • el religioso, la religiosa “se vuelve a situar a sí mismos ante el Misterio que le fundamenta y fuera del cual él apenas es nada”[2].
    • Esa exagerada persistencia en la zona limítrofe, en los diversos límites del mundo, es vocación, pero también renuncia. Es luz, pero también casi siempre sombra.

Sin experiencia liminal, ¿para qué la vida religiosa-consagrada?

No cabe a los religiosos y religiosas el monopolio de la experiencia liminal en nuestro tiempo. Estas experiencias liminales emergen por doquier, en los más diversos ámbitos y grupos humanos.

  • La necesidad de un nuevo éxodo, de abandono de un mundo que no nos gusta es tan imperiosa, que se buscan -desde distintos ámbitos- caminos de transformación. Por eso, hay:
    • políticos liminales,
    • científicos liminales,
    • pensadores liminales,
    • artistas liminales,
    • religiosos liminales.

La vida religiosa intenta ser una alternativa: “liminalidad vital”, porque hemos de re-aprender a vivir de otra manera: en Alianza, conectados con el Todo, que es “lo auténticamente sagrado”.

En la medida en que se va normalizando el nuevo paradigma social, político, económico, necesitamos grupos que dejen constancia de la necesidad de la “liminalidad”.

Son necesarios los grupos liminales en la comunidad cristiana… pero que “la sal no se vuelva loca”

  • No es bueno, ni necesario que la gran iglesia y su innumerable laicado, que la sociedad se trasladen permanentemente a la frontera, al límite. “Creced y multipli­caos”, dijo Dios. “Llenad la tierra”. Ese mandato no quedó invalidado con el mensaje del Reino. “¡Vete y anuncia el Reino de Dios!” es el mandato de Jesús a quienes a veces intentan desentenderse de su mundo. Sólo a unos pocos dice: “¡Ven!”, mientras que a muchos otros les dijo “Vete, tu fe te ha salvado”.
  • La llamada hacia la liminalidad, como estilo de vida, es la llamada a “caminar sobre las aguas”, es la llamada a ser mujeres y hombres de fe, que no quieren dudar, es la llamada a la vigilancia, con las lámparas encendidas, a crear lo extraordinario dentro de la normalidad.
    • La vida religiosa y consagrada ha de resituarse de nuevo en los límites: cultura, existencial, antropologico, sociológi­co, religioso. Hoy se siente llamada a desprenderse de todo aquello que la “centra” social y eclesialmente.
    • La vida religiosa se siente llamada a ser “signo limítrofe”, señal en esa zona en la que se da la conjunción y disyunción del mundo. Ella sabe que pueda marcar -junto a otras personas y grupos liminales- la línea flotante en el horizonte de la trascendencia. Y no solo los comtemplativos. El Dios crucificado está y se revela en los márgenes, no sólo en el límite entre la tierra y el cielo. También, sobre todo, en el límite entre lo humano y lo infra-humano, entre la tierra y el infierno.

A todo esto se refería -creo yo- el P. Bernardo Olivera, cuando siendo prior general de los Trapenses, les lanzó a unos Religiosos Misioneros, reunidos en Capítulo General, este desafío:

“Más locura y menos cordura”


 [1] Gregorio de Nisa, TraitèJ de la virginitè,J XIV,1, Paris 1977, p. 437. 

 [2] G. Marcel, Etre et avoir, Paris 1935, p. 255. 

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