Hacia una eclesiología de las virtudes

Me sentido muy interesado por un libro de Gerard Mannion titulado “Ecclesiology and Postmodernity. Questions for the Church in our time” Liturgical Press, Collegeville, 2007 (Eclesiología y posmodernidad. Preguntas a la Iglesia en nuestro tiempo).

Mannion nos impulsa hacia una nueva visión de la Iglesia, recuperando -sin embargo- aspectos olvidados de nuestra tradición: las virtudes.

A veces la Iglesia aparece ante la sociedad como una comunidad enferma, viciada, sin vitalidad, sin nuevas ideas, demasiado atada al pasado, recelosa, controladora. Necesita ser reformada a fondo: ser bautizada, renacer de nuevo, como Iglesia de las virtudes, como casa y escuela de la virtud.

Habrá que dar un giro en la formación para la vida cristiana. Lo importante no es acatar los mandatos, sino estar habilitados y capacitados para poder cumplirlos. Sin virtud, hay demasiadas exigencias que no se pueden cumplir.

Pero ¿qué significa esto en una época posmoderna?

Para Pablo ser iglesia no era únicamente una cuestión cristológica, sino también y principalmente ética. En la edificación de la comunidad eclesial, la ética en general y la ética de las virtudes en particular, tiene una gran importancia.

La comunidad cristiana está llamada a ser la “escuela de las virtudes” (Collin E. Gunton[1]), o una iglesia aretegénica[2]. La eclesiología de las virtudes nos invita a introducir en la Iglesia nuevas prácticas comunitarias, que sean su mejor expresión. La cuestión es ¿cómo integrar las contribuciones de la ética de las virtudes de nuestro tiempo en los debates internos de la Iglesia? La Iglesia no es, ni ha sido, la monopolizadora de las virtudes.

El precedente: la parábola de Alasdair McIntyre

En su ensayo sobre Teoría Moral titulado “After virtue”, publicado en 1981, Alasdair MacIntyre fue enseguida tomado muy en serio. Su reflexión marcó el debate filosófico de final del siglo XX. Realizó varias ediciones de su obra para salir al paso de las objeciones que se le ponían y desarrollar temas que se imponían. Este autor inicia su obra con una parábola[3]: compara el actual estado de la ética y de la moralidad con un escenario futurista en el cual los científicos y la ciencia son  acusados de ser los responsables de toda una serie de catástrofes ambientales; por ello son violentamente perseguidos hasta su total extinción. Muchos siglos después, alguien intentó  reconstruir la ciencia a partir de varios fragmentos de libros y algunas manufacturas que escaparon de la destrucción. Pero el esfuerzo fue imposible y vano: nadie sabía a ciencia cierta en qué contexto había que situar los textos fragmentarios y los objetos.

La excelencia, la virtud (arete): entre el exceso y el defecto

MacIntyre cree que es eso mismo lo que hoy le sucede a la moralidad: ésta ha sido atacada y perseguida por la Ilustración y la modernidad. Muchas corrientes éticas del pasado han perdido su sentido, porque están privadas de su contexto originario, aquel que les daba valor y sentido. Hoy encontramos diversos  sistemas o propuestas éticas en lucha por la supremacía; entre ellos también el sistema ético cristiano. Las diversas propuestas éticas se pueden encontrar y llegar a consensos -según McIntyre- si vuelven a la ética de las virtudes del pasado pero teniendo en cuenta el contexto primigenio y el contexto actual; solo así podrá resistir los flujos y reflujos de la historia[4]. La experiencia histórica demuestra -según MacIntyre- que las teorías morales “desde lo alto” han fracasado y no son capaces de edificar las comunidades; no pocas de esas comunidades viven ya de fragmentos y elementos de bricolaje de teorías éticas que nada dicen al ser humano de hoy. La ética de las virtudes -contextualizada- puede trascender la ética de una determina época historia y no quedar  fijada rígidamente para el futuro. La “ética de las virtudes” es un movimiento iniciado en la segunda mitad del siglo 20 para dar una nueva identidad a la filosofía moral; y lo quiere hacer recuperando la ética de Aristóteles, pero dentro de un nuevo contexto cultural y político.

Aristóteles consideraba que el objeto de la ética era el estudio de lo que es bueno para los seres humanos tanto a nivel individual como social; su propuesta ética se interesaba por los fines y objetivos generales de la humanidad. Aristóteles pensaba que para vivir una “vida buena” se debía tender siempre hacia la “excelencia”. La palabra griega para hablar de excelencia es “arête”, en latín, “virtus”. Virtud quiere decir excelencia, es decir, la plena realización de una cosa particular o persona. Y cuando uno cumple aquello para lo que está hecho es feliz. La felicidad no tiene aquí un sentido hedonístico sino utilitario. Según Aristóteles las virtudes morales controlan nuestros deseos y dependen de nuestra voluntad y elección. A través de la educación aprendemos la virtud; su práctica hace que las virtudes de actos se conviertan en  hábitos. La virtud es siempre el camino medio entre el exceso y el defecto.

Entendemos por  virtud ”una disposición, un modo de ser, un camino intermedio entre los extremos que nos permite orientarnos y caminar en la dirección justa, hacia un objetivo justo”. La virtud es aquella disposición que

  • además de sustentar nuestras actuaciones, nos permite conseguir los valores inherentes a ellas,
  • nos ayuda a buscar el bien y superar el mal (peligros, tentaciones distracciones),
  • nos ofrece un conocimiento creciente de nosotros mismos y del bien.

La ética de las virtudes se centra sobre todo en la disposición, más que en los deberes o mandatos; en el aprendizaje de algo deseable, más que en los deberes o preceptos. No es lo mismo ser un preceptor que un educador de virtudes. La virtud nos ayuda a descubrir las motivaciones de nuestros actos. Decía Aristóteles “que se es bueno solo de una manera; pero malo se es de muchas maneras”[5]. Ese único camino para ser buenas personas: el camino de las virtudes.Aristóteles elaboró su teoría sobre las virtudes en la Etica Nicomachea (llamada así por el nombre de su hijo, Nicómaco). Platón, el maestro de Aristóteles, había  hablado, antes que él, de cuatro virtudes cardinales: templanza, fortaleza, prudencia y justicia.

Nosotros, los cristianos, descubrimos el núcleo criptológico y pneumatológico de las virtudes. La excelencia de lo humano nos ha sido revelada en Jesús, Por eso, santo Tomás de Aquino orientó la reflexión también hacia las tres virtudes teologales, a través de las cuales el Espíritu de Dios actúa en nosotros. Así mismo, hizo de la humildad como una especie de “virtud maestra”.

Iglesia: casa y escuela de las virtudes

Para llevar a cabo el no fácil diálogo con la posmodernidad y el pluralismo, es importante que la Iglesia sea comprendida, ante todo, como una comunidad “virtuosa”. Existe un malestar eclesiológico causado por las divisiones presentes en nuestro contexto eclesial contemporáneo.

La búsqueda de un modo estimulante, sostenible de ser comunidad Iglesia, tanto a nivel local como universal ha sido siempre connatural a la comunidad cristiana a lo largo de los siglos. ¿En qué consiste la identidad sustancial de la Iglesia, más allá de las formas históricas que ella asume? Una eclesiología basada en la ética de las virtudes haría a la Iglesia más capaz de confrontarse con la “cultura de la muerte” y con el peligro de formas destructivas de relativismo. Stanley Hauerwas intentó incorporar la ética de las virtudes dentro de su pensamiento teológico: el evangelio de la vida debería ser por sí mismo una modalidad radical y aplicable para expresar la ética de las virtudes[6].

Eso de querer hacer de la Iglesia una sociedad alternativa, una comunidad-contraste, un grupo que va contracorriente o “extranjeros residentes en este mundo” puede llevar a un neo-exclusivismo antievangélico. L. Mudge en su obra “The Church as moral community: ecclesiology and ethics in Ecumenical debate, Genève 1998, escribe:

También los cristianos forman parte de este mundo secular, y en modo mucho más consistente de cuanto el lenguaje nos concede. Hoy la mayor parte de nosotros vivimos en una multiplicidad de ambientes culturales, ocupándonos de las más variadas y diferentes actividades profesionales y familiares, cada una con el propio simbolismo, la propia lógica, las propias costumbre etc. El pluralismo forma parte de nuestra personalidad. Habitando muchas culturas diferenciadas, con confines permeables, nos hacemos “personas múltiples”. Así tenemos necesidad de una guía para mantener tanta complejidad, confiando en que Dios esté actuando no solo en la Iglesia, sino también la vida de cada día. La eclesiología diseña, solo en parte, el escenario de la vida de los creyentes.

Bajo la perspectiva teológica, Mudge habla de una “transfiguración sacramental de la vida cuotidiana” que “genera la capacidad de discernir cómo y dónde le Espíritu Santo actúa para que los cristianos lo reconozcan. En este proceso es como la comunidad se va formando[7].

La respuesta correcta  a los males de nuestro tiempo ¿será tal vez aquella de transformar la comunidad evangélica de Jesús de Nazaret en una institución autoritaria o aislada que no tolera el disenso por temor a que las amadas tradiciones de esta iglesia se pierdan? O la solución ha de ser buscada en el extremo opuesto, ¿el polo totalmente divergente respecto a la buena noticia del Evangelio? Ni la ruptura, ni la vuelta atrás: “virtus in medio”.

Deberemos retomar la gran tradición cristiana sobre las virtudes, obteniendo una visión y una energía constructivas para transformar al mundo y la sociedad y el individuo. Agustín, Bernardo de Claraval, Tomás de Aquino han mostrado el poder de las virtudes y el primado del amor.

Lo que necesitamos no es un programa o un modelo rígido, o un paradigma que imponer, sino una visión que sustituya las síntesis subjetivas, la retórica sobre la realidad, la costumbre de afrontar tardíamente los problemas y aquel estilo eclesiológico de. predicar cautela y prudencia hasta el exceso que hoy parece dominar la vida eclesial. Necesitamos visión, una eclesiología “disposicional” basada en las virtudes. Hay que armonizar las dimensiones religiosa-mística, intelectual y práctica. Mantenerlas juntas en tensión creadora. La ética de las virtudes se centra más en la disposición que en los deberes.

La eclesiología de las virtudes reconoce, como primer paso, la necesidad de salir de la espiral de las tensiones entre unidad y diversidad en la Iglesia. Esto se consigue manteniéndose siempre atento al primado del amor. Estamos convencidos de haber sido llamados a vivir juntos y que nuestra vida lleve en sí una finalidad común, tenga un horizonte final, un telos hacia el que caminar.


[1] Cf. Uche Anizor,  A Spirited Humanity: The Trinitarian Ecclesiology of Collin Gunton, en “Themelios”, may 36 (2011), Ver en internet

[2] Cf. Ellen T. Charry in “By the Renewing of Your Minds”, 1997 (ISBN 0195134869)

[3] “Dopo le virtù” (pp. 11-16).

[4] Cf. After Virtue. Notre Dame: University of Notre Dame Press, 1981, 2nd edn. 1984, 3rd edn. 2007. (Publicado como Tras la virtud.) Se trata de una historia de la filosofía moral, escrita con criterios de posmodernidad. Es, al mismo tiempo, una reflexión seria y la propuesta de una ética y filosofía política.

[5] Etica Nicomaquea, II,6.

[6] Cf. S. Hauerwas, Vision and Virtue: Essays in Christian Ethical Reflection (1974); Id., “Disciplined Seeing: Forms of Christianity and Forms of Life,” South Atlantic Quarterly 109:4 (Fall 2010), 765-790

[7] L. Mudge, The Church as moral community, pp. 77-81.

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3 respuestas a Hacia una eclesiología de las virtudes

  1. Muy interesante saber del tema

  2. gracias a esta lectura aprendi mas del tema tratado

  3. gracias a esta lectura ya se que es un ensayo

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