CONVERSACIONES COMUNITARIAS: FUERZA TRANSFORMADORA Y REVOLUCIONARIA

Alvin Ong, Conversation, 2021

No hay sinodalidad sin conversación, es decir, sin conversaciones a lo largo del camino que recorremos juntos. Tenemos la convicción de que, mientras conversamos a lo largo del camino, un acompañante invisible se nos acerca y nos pregunta: “¿Qué conversación lleváis por el camino?” (Lc 24,17). 

Decía Octavio Paz, nóbel de literatura el 1990 que “un pueblo comienza a corromperse cuando se corrompe su gramática y su lengua”. Hoy hablamos mucho, pero las palabras no significan nada. Nos apoyamos en ellas para seguir hablando, conscientes de que no significan nada. También en la Iglesia tenemos el peligro del “hablar vacío”: homilías, documentos, palabras que se dirigen al aire, sin pensar en quien debe leer y escuchar: “Que toda palabra escuchada sea para nosotros enseñanza, que toda palabra dicha sea motivo de consuelo” (Maria di Campello). No confundamos la auténtica conversación con el decir dicharachero.

 El “porqué” de la “conversación” 

Uno de los males más serios que puede afectar a una comunidad es la poca o nula calidad de sus conversaciones. Se constata en la obviedad de lo que se dice (¡hace calor o frío!, dice la radio o la TV…), o en los silencios que median en una reunión comunitaria (unos que hablan por hablar porque no soportan el estar juntos en silencio, y otros que sistemáticamente callan y se muestran desconectados).

Una conversación carece de calidad cuando se evita en ella compartir ideas, sentimientos, sueños; cuando se recurre al tópico, a lugares comunes, a frases con poco o nulo sentido. El resultado suele ser la emergencia de un ambiente de relaciones vulgares, poco significativas, estériles. ¡Nada extraño que tales reuniones resulten poco deseables y pesadas!

Los tiempos del silencio

Pasaron ya los tiempos en que tanto se valoraba el silencio. Hasta nos confesábamos de “haber faltado al silencio”.

En contrapartida, nuevas líneas de espiritualidad nos piden hoy hacer del silencio la matriz de nuestra vida espiritual: “En el centro soy silencio” -dice un maestro espiritual actual-. O también se nos invita a formar parte de “los amigos del silencio”.

En este contexto resulta curiosa la invitación a ser “amigos de la conversación”, a crear “comunidades conversacionales”. Esta invitación no quiere decir que hablar por hablar sea bueno, porque eso no no cambia necesariamente los sentimientos o las ideas propias o las de los demás[1]. Lo que sí es muy bueno es entablar conversaciones significativas, generativas. Y estas conversaciones sí que nacen del “silencio” o entrada en el misterio interior de cada uno de nosotros. Quien conversa consigo mismo y con el Misterio que nos habita, después conversa con los demás. La auténtica conversación  “convierte y nos hace obedientes a la verdad” (Humberto Maturana), transforma. Existen muchísimos poemas sobre el amor; prácticamente ninguno sobre la conversación. Conversar puede ser peligroso para el “status quo”.

Hacia la “nueva conversación” del siglo XXI: los temas 

Cada nueva época cambia sus grandes temas de conversación. También hoy nuestros temas de conversación -y me refiero ahora a nuestras comunidades y también a las familias – cambian o deben cambiar.   

Hay quienes reclaman la “nueva conversación” del siglo XXI. Ésta no debe tener como objetivo desarrollar el habla, sino cambiar a las personas, prender en ellas fuego. Es mucho más que emitir y recibir información, o intentar sorprender a los demás con nuestras palabras. La auténtica conversación nos lleva a entrar en una aventura, porque nos pone en trance de cambiar nuestra manera de ver el mundo e incluso puede cambiar el mundo a causa de la maravillosa ecología de las ideas o de la mente.

Las personas escépticas, para quienes nuestro mundo está regido por el determinismo de las fuerzas económicas, políticas o por las superpotencias, el conversar no sirve de nada: es bla-bla-bla. Para tales personas conversar es inútil: pura distracción, pura tertulia y diversión; y añaden: “¡conversando… nada cambia!”.

Quienes, sin embargo, entienden que la fuerza que rige el mundo es el amor, la cooperación, el inter-cambio cultural, generacional, religioso … ya no hay escepticismo, sino esperanza: ¡las conversaciones pueden cambiar el mundo! Jesús mantuvo una extraordinaria y sorprendente conversación con la humanidad de su tiempo. La inició en un pequeño espacio de la tierra…. pero después sus ondas llegaron los confines del Imperio romano. ¿No sucedió así en el Renacimiento, la Ilustración, la Modernidad, la Posmodernidad…? ¡Revoluciones que surgieron de conversaciones! 

Hoy estamos necesitando un nuevo discurso, un nuevo relato… “nuevas conversaciones”. Las conversaciones expanden nuestra conciencia. Y así lo constatamos. ¡Nuestra conciencia puede abrirse hoy a una extraordinaria expansión!

Quienes, en cambio, desean mantener el “statu quo”, que nada cambie, sospechan y se sienten amenazados por las conversaciones y hay quienes introducen palabras-talismán para acallar las protestas: palabras utilizadas como armas de guerra -más poderosas que cañones- para subyugar a millones.

El arte de las conversaciones “generativas”

Hoy nos preguntamos: ¿qué estamos haciendo con nuestro poder conversacional? No conversamos para dar información ni meter ideas en la cabeza de los demás. Conversamos para hacer que se encuentren nuestras mentes, aporten sus recuerdos y costumbres distintas. La conversación es como una chispa que brota de dos mentes. Las pausas en una conversión no hacen ningún daño. Ayudan a re-pensar. Personas calladas han sido capaces de expresar sus ideas y nos han sorprendido. “Generar una conversación entre iguales es, en este momento, el arte supremo”.

Mediante el intercambio verbal, contribuimos al desarrollo intelectual, moral, emocional. Estamos entrando en una nueva era de la conversación.

En esta aventura, la comida familiar desempeña un papel central… una buena conversación durante la comida es un arte que aún tenemos que desarrollar. Comer juntos ha sido con frecuencia un acto parecido a un servicio religioso, que celebraba el hecho de estar juntos y pertenecer a la misma comunidad, pero que no implicaba necesariamente una conversación. Mantener una conversación durante las comidas implica un tipo de hambre especial.

El gran filósofo francés de la gastronomía Brillat-Savarin distingue entre los placeres de la comida y los placeres de la mesa. De los placeres de la mesa forma parte importantísima la charla agradable sobre temas que valen la pena. Compartir los alimentos puede contribuir a crear una sensación de bienestar y simpatía, pero también ofrece mucho más. Si siempre sirves exactamente el mismo tipo de alimentos, pronto se acabarán las cosas que se pueden decir sobre estos… En la actualidad estamos empezando a regresar a la idea de que comer consiste en participar en el proceso de la naturaleza.

La conversación, como las familias, muere cuando es endogámica. O cuando nuestros invitados tienen más o menos las mismas experiencias que nosotros. Resulta raro que personas de la misma profesión o con las mismas aficiones produzcan una charla inspiradora cuando se encuentran. La comida familiar o comunitaria es ideal para dejar de hablar de trabajo y para mezclar diferentes tipos de conversaciones, explorar territorios nuevos. 

No olvidéis la hospitalidad… porque por ella, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles (Heb 13,2).

En la sociedad posmoderna y digital de hoy se observan escenas donde los ipad, las tablets, los móviles, dominan abrumadoramente el contacto humano. La mente, multiestimulada está distraída. Prima lo urgente sobre lo importante, la velocidad, sobre la calma.

El arte de la conversación dice que “otra comunidad es posible”

Hemos de recuperar el arte de la conversación en nuestras comunidades. Así volveremos a ser comunidades para el encuentro de mentes, corazones que intercambian y comparten experiencias, intuiciones, dudas, miedos. Una conversación fluye y avanza sorteando barreras. La conversación no solo vuelve a barajar las cartas, ¡crea cartas nuevas! 

La conversación requiere la capacidad de: formular preguntas inteligentes, escuchar con empatía y paciencia, ponderar el silencio, interlocutor sonoro, leer los mensajes de un cuerpo maltratado (mirada, timbre de voz, postura, gesto, expresarnos con brevedad y claridad -es ahí donde más brilla la palabra). 

“Pensar es hablar con uno mismo, conversar es encuentro y creatividad”. La charla sin reflexión está vacía.  Cambia la forma de pensar y ayudarás a cambiar el mundo. Escribe Theodore Zeldin

“Considero que pensar consiste en juntar ideas, que las ideas jueguen entre ellas, que aprendan a bailar y a abrazarse. Esto lo aprecio como un placer sensual. Las ideas nadan constantemente en el cerebro, buscando como si fueran esperma el óvulo con el que puedan unirse para producir una nueva idea. El cerebro está lleno de ideas solitarias que le están pidiendo que les dé sentido y que las reconozca como interesantes. El cerebro perezoso sólo las clasifica en viejos compartimentos, como un burócrata “que quiere una vida fácil. El cerebro activo recoge, elige y crea nuevas obras de arte a partir de las ideas.”[2].

Conversaciones con Dios

Shabnam Miller, Conversation with God

Hay, en fin, muchas personas afirman que mantienen conversaciones con Dios. La Biblia nos ofrece tales conversaciones en las más variadas circunstancias. Los Salmos tiene frecuentemente la configuración de auténticas conversaciones con el Misterio divino: conversaciones de alabanza o de lamentación, de súplica o de acción de gracias.

Las conversaciones con Dios han tenido una influencia enorme en el comportamiento de la gente y de los pueblos a lo largo de la historia. Quien conversa con Dios siente el impulso y la incitación hacia acciones atrevidas, o el consuelo en situaciones de infortunio. La conversación de los místicos puede proporcionar un buen punto de partida para la discusión sobre el arte del desapego, de no sentirse abrumado por el sufrimiento humano.

Conversaciones con “los otros” 

La conversación nos enfrenta con la complejidad humana de cada persona, de cada individuo, de cada grupo. El conversar con toda esa complejidad nos vuelve humildes, pero también nos inyecta el gozo de compartir la humanidad con “otros” en el respeto mutuo. Después de semejantes conversaciones, algo se transforma en nosotros. No seguimos siendo la misma persona. 

Estamos en el tiempo de lo “inter”, de la expansión de la conciencia, de la nueva conciencia. La conversación convierte y transforma.


[1] Cf. Theodore Zeldin, Conversation, The Harvill Press, London, 1998.

[2]Theodore Zeldin. Conversación. Cómo el diálogo puede transformar tu vida: ,6. Cómo la conversación estimula el encuentro de las mentes, Plataforma Editorial (2 enero 2019).

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