¿Largo amanecer o atardecer de la vida religiosa en Europa?

Hace años recogí en un libro toda una serie de reflexiones sobre la vida religiosa tal como yo la veía a finales de los años 80. Titulé aquel libro “Un largo amanecer. Hacia la nueva forma de la vida religiosa”. Un amigo, fraile franciscano,  me pregunta hoy, aquí en el Santuario de Aranzazu, a finales del año 2012: ¿cómo explicarías tú hoy ese “largo amanecer”? Entonces me puse a escribir “a bote pronto”. Comencé por preguntarse si aquel título no respondió a un sentimiento apresurado que después la realidad ha ido desmintiendo. ¿No debería haberse titulado más bien un largo atardecer, o incluso un largo anochecer?  Aquí presento el resultado de mis reflexiones y  sentimientos.

De verdad que la pregunta me resulta un poco embarazosa. ¿Me equivocaría en aquel momento al hablar en términos tan optimistas? ¿No tendría que haber titulado más bien aquellas reflexiones “Un largo atardecer: hacia la disolución de la vida religiosa”? Hoy, sin embargo, persisto en mi primera propuesta. ¡Nos encontramos en un largo amanecer! No tanto para darme la razón, cuanto para descubrir la nueva forma que el Espíritu le está dando a la vida religiosa, especialmente en Europa. De hecho, después de aquellas reflexiones primeras tuvo lugar el Sínodo sobre la vida consagrada, diez años más tarde el Congreso mundial de la vida consagrada con el título “Pasión por Cristo, pasión por la humanidad”. Y, por otra parte, los últimos Capítulos Generales no son “los últimos”, los capítulos del “cierre”, sino  ordinariamente los Capítulos de nuevas posibilidades, de las re-organizaciones, del carisma y la misión compartida, de la presencia de la vida consagrada en los “nuevos escenarios” de evangelización.

¿Dónde nos encontramos?

Desde el punto de vista estadístico

Desde el punto de vista estadístico ya lo sabemos y no es necesario insistir en ello. Consecuencias de la situación son las re-organizaciones a las que están siendo sometidas las circunscripciones de la vida religiosa en Europa. Surgen las provincia europeas o las provincias inter-nacionales dentro de Europa. Estas re-organizaciones están bajo el signo también de la disminución.

Se trata de unos “recortes” necesarios después de una vida religiosa excesivamente numerosa y tal vez excesivamente presente en los diversos centros europeos:

  • Los institutos que no se dejaron llevar por el espíritu misionero y aventurero desde el punto de vista evangelizador, se centraron demasiado en Europa y en pocos países frecuentemente de la misma lengua. Estos institutos verán cómo poco a poco desaparecen; no tienen bio-diversidad; han quedado recluidos en un solo ámbito cultural, que poco a poco los sofoca.
  • En cambio, aquellos institutos que se extendieron por el mundo, y ejercieron su ministerio en otros países, culturas, lenguas, han visto desplazada hacia esos ámbitos la fecundidad del carisma, se han convertido en institutos bio-diversos; esta biodiversidad cultural, racial, espiritual, les permitirán subvenir las carencias que les carcomen en Europa y atender las presencias misioneras más importantes y reinventar otras necesarias. Se da la circunstancia favorable que Europa es cada vez más intercultural e interracial, debido a los movimientos migratorios.  Por eso, el que la vida religiosa en Europa sea cada vez más asiática, o latino-americana o africana –es decir, una vida religiosa europea bio-dioversa-, hará que los institutos no desaparezcan, sino que sigan ofreciendo su servicio y sus posibilidades vocacionales a las nuevas generaciones europeas. En el despertar de una nueva Europa estará incluido el amanecer de una forma nueva de vida religiosa en Europa.

Desde el punto de vista espiritual

Desde el punto de vista espiritual los religiosos europeos no muestran una preocupante ansiedad. Oran por las nuevas vocaciones pero sin agobio, sin obsesión. Las mayorías se aprestan a vivir la última etapa de su vida para morir como los cipreses “de pie” y “en pie de misión”. Y quienes y ya no pueden más, por su enfermedad y limitación siguen orando: “¡sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!”.

La vida religiosa que envejece es la generación que vivió entusiásticamente el Concilio Vaticano II. Es la generación que acogió sus mensajes y los tradujo en renovación eclesial y religiosa. Es una generación que durante la década de los setenta, ochenta y noventa, ha protagonizado uno de los cambios mas espectaculares en la historia de la vida de la Iglesia; una generación imaginativa, creativa, a veces precipitada e impaciente, demasiado entregada a la acción y menos a la oración y contemplación, obediente a los signos de los tiempos, tratando así de responder a las demandas del Espíritu. Esta generación ha ido envejeciendo. No comulga con ruedas de molino. Mantiene los principios de la renovación y del diálogo con el mundo ahora que tiene menos recursos, menos imaginación y creatividad. Se siente progresista evocando su pasado. En su edad adulta y adulta avanzada esta generación carga sobre sus hombros la herencia recibida: ¡demasiado peso ya para su cansancio y no cuenta con relevos suficientes!.

Están llegando también a la vida religiosa los “recortes”, las necesarias “reducciones” de posiciones, obras y actividades. Los líderes de los Institutos deben de salir al paso de una situación crítica, que les lleva a poner en práctica aquello que Johan Baptist Metz propuso hace muchos años: el “ars moriendi charismatica”. Hacer del atardecer de personas, presencias y obras, un “carisma” para la sociedad y la Iglesia.

En tales condiciones, aunque se muestre en nosotros una cierta rebeldía interior que fácilmente se serena en la oración y en la evocación de nuestra esperanza, aceptamos el vernos colocados en un segundo plano, o ser relegados y no suficientemente apreciados. No pocos obispos y miembros del clero diocesano y del laicado encuentran en otros movimientos, en otras formas de vida consagrada y en un laicado  más adicto, los recursos personales más jóvenes que los planes pastorales requieren.

La vida religiosa anciana se despliega en tres actitudes: la actitud “pasota”, es decir, la de aquellos o aquellas que “pasan” de todo, no se interesan por nada, dicen un “amén” laico, descomprometido y viven en un ámbito reducido de intereses privados; la actitud militante e irritada del “progresista congelado”, de quienes siguen defendiendo sus propuestas progresistas de los años 70 u 80 y critican todo lo demás; la actitud sabia de ese vida religiosa anciana que se centra en “lo esencial”; mantiene relaciones de fraternidad y mutuo servicio, le da a la vida comunitaria un sentido menos ritualista y más veraz o sincero; es una vida religiosa “sacrificada” por las cargas que asume, colaboradora desde un segundo plano, y humilde por las renuncias a las que se ve abocada.

Desde la perspectiva de las otras generaciones (adulta y joven)

 Hay que mirar a las jóvenes generaciones y las de edad media de la vida religiosa dentro de este contexto. Se ven confrontadas con unas mayorías de ancianos o ancianas con las cuales establecen unas relaciones de aprecio y servicio, pero no pueden evitar la pesadez  institucional que esas mayorías provocan. Viven en medio de personas que no pueden ofrecer horizontes nuevos, ni impulsar hacia nuevos escenarios, pues lo único que espontáneamente proponen son las memorias de su pasado.

La generaciones adulta y, sobre todo, las más jóvenes están afectadas por la pos-modernidad:

  • Una pos-modernidad que –como reacción al autosuficiente pensamiento ilustrado que tan fácilmente dogmatizaba sobre la historia y se atrevía a sistematizar (¡simplificar!) lo complejo- solo se atreve a confesar la debilidad del pensamiento humano, y se propone acabar con el ídolo de la diosa-razón; por eso, estas generaciones posmodernas muestran un pensamiento débil, no sienten ningún atractivo por los grandes sistemas de pensamiento, por las cosmovisiones, los grandes relatos, la retórica –para ellos obsoleta- que todo lo magnifica; no se siente generación de héroes, ni magnifica los grandes sacrificios (cruentos o incruentos), ni el excesivo trabajo o la excesiva producción. Es una generación bio-céntrica, que se siente muy alejada de las generaciones de las grandes hazañas y empresas. La generación posmoderna no solo se deja iluminar por la inteligencia racional; descubre otros usos de la inteligencia más fascinantes todavía: la inteligencia emocional, la inteligencia estética, la inteligencia espiritual. Es tan diferente el paradigma que propone esta generación, que a veces viven en nuestras comunidades de forma paralela, sin con-sentir de verdad en lo que las mayorías sienten; a la expectativa, no de algo grande, sino de aquello que “tal vez” llegue a través de las sorpresas de la historia y la evolución de nuestro mundo. Mientras tanto, estas generaciones sienten la fascinación de las nuevas tecnologías, del nuevo instrumental que se le abre al ser humano dentro de la sociedad de la información y del conocimiento. Las nuevas generaciones en la vida consagrada viven la comunión no solo en la comunidad, sino frecuentemente de forma mucho más intensa, en “redes” y en otras comunidades virtuales.
  • La mentalidad pos-moderna se expresa así mismo bajo la forma de una especie de “fundamentalismos posmodernos”. Éstos se aquietan con una cierta recuperación del pasado tradicional que ven plasmado en las altas autoridades eclesiales –y en el ámbito secular, políticas o culturales-. Las generaciones pos-moderno-fundamentalistas no se identifican con la tradición moderno-ilustrada, sino con tradiciones pre-modernas, del antiguo régimen: por eso se identifican con las estructuras jerárquicas de aquellos tiempos, desean recuperar aquella ritualidad y visibilidad social (hábitos, ornamentos, estética). Esos sistemas les dan seguridad e identidad ante el caos social y comunitario que perciben, ante el exceso de pretendida creatividad y ante la velocidad de cambios sin sentido. Se identifican con doctrinas y sistemas de pensamiento que no son pasajeros, que no se reinventan cada poco tiempo. Esto les lleva a la recuperación de hábitos, devociones, catolicismo militante, oposición a los líderes congregacionales en nombre del liderazgo pontificio y episcopal-. No obstante, estas generaciones no pueden reprimir su instinto posmoderno y por eso, su afectividad, su ansia estética y emocional les trabajan por dentro sin que se puedan prever las consecuencias.
  • Estas generaciones posmodernas –del doble tipo- al no ser muy numerosas no disponen de muchos recursos. En ellas encontramos personas brillantes, de honda espiritualidad y humanidad, junto con personas más vulgares, gente de pocas luces, acobardada y huidiza,. sin grandes pretensiones. Por eso, no es fácil suscitar en estas generaciones una ilusión colectiva que haga nacer lo nuevo y se echan para atrás cuando tienen esas posibilidades al alcance de la mano. Son generaciones-satélite, que giran en torno a diversos grupos y tendencias de mayores, pero falta un proyecto unitario para que estas generaciones pueden asumir un relevo creativo y renovador.
  • Y, sin embargo, en estas generaciones está el futuro que el Espíritu nos concede. Necesitan un gran apoyo, un mecenazgo, que les permita crecer en aquello que el Espíritu nos da a través de ellas. Piden no ser clonizadas con los modelos previos; sino que se les permita ser ellas, mismas. Las generaciones ancianas no deben alarmarse por no ver lo que quieren ver. Estas generaciones son el germen del “nuevo amanecer”, de este largo “amanecer”.

¿Hacia dónde vamos?

En unos casos, hacia la muerte carismática

Los institutos menos ramificados en el mundo están ya en la fase de la cuenta atrás. Una “cuenta atrás” que invita a dos soluciones: o a la  fusión con otro institutos con mayor vitalidad en la cual pueda desembocar la energía carismática que todavía le queda al instituto y en especial sea posible dar futuro a los pocos jóvenes o generaciones intermedias; o a la progresiva preparación para una muerte que sea auténticamente cristiana y carismática; esto requeriría renunciar a aceptar nuevas vocaciones y hacer de la última etapa de servicio misionero una época de testimonio, de apostolado de la oración e intercesión, de acción de gracias y alabanza por el pasado que fue concedido.

En otros casos, hacia un nuevo rostro pluricultural de la vida religiosa en Europa

Vendrán hermanos y hermanas de América, Asia, África, Oceanía, a dar continuidad a la misión carismática del Instituto (tanto en lo contemplativos como en los apostólicos). Desde una nueva sensibilidad, nuevas propuestas, re-iniciarán una nueva etapa en la cual la vida religiosa tendrá que hacerse creíble en la sociedad. Se olvidará así el modelo habitual de religioso o religiosa que hasta ahora ha caracterizado al europeo. Ellos y ellas encontrarán nuevos caminos, nuevos estilos, que ya los europeos no podremos controlar.

Las nuevas generaciones europeas que todavía quedan habrán de ajustarse a esta nueva realidad. La vida religiosa asumirá un rostro intercultural, interracial.

Por otra parte, lo que sucederá está ya sucediendo en Europa a nivel político, económico, social, eclesial. La vida religiosa no será la única a experimentar cambios. Habrá una gran sintonía con el nuevo rostro de Europa.

En ese contexto no será extraño que la vida religiosa se configure y reorganice no tanto desde las naciones sino más bien desde las grandes regiones transnacionales de Europa. Será una vida religiosa más abierta a lo trans-parroquial, a lo trans-diocesano, a los trans-nacional, más preocupada por hacer presente el Evangelio de la Verdad y de la Caridad en los nuevos escenarios que se abren a la Evangelización, y para estar presente allí donde están en juego las grandes causas de la humanidad (sea a nivel de pensamiento, a nivel social, a nivel personal).

Se tratará de una vida religiosa con un rostro mucho más globalizado, pero al servicio de una globalización humana, inspirada por los grandes valores de la fraternidad-sororidad, de la libertad, de la dignidad de todos los seres humanos.

¿Una vida religiosa que realiza sus sueños? O ¿conducida por el Espíritu una vez más?

Lo que la vida religiosa será en el futuro no depende de nosotros, ni de las condiciones ambientales, sin más. Depende del Espíritu Santo, que lleva adelante el proyecto del Padre y de Jesús.

El Espíritu Santo nos irá diciendo con los hechos si cuenta con la vida religiosa y en qué medida, en qué condiciones, con cuántas personas.

Parece que el atractivo de esta forma de vida se está trasladando a otras latitudes, a otros seres humanos, pero no nos resignamos a que esta forma de vida no tenga nada que decir a los jóvenes europeos, ni sea necesaria en la Iglesia y la sociedad europea.  Por eso, me atrevería a diseñar el perfil que quizá el Espíritu nos pueda ofrecer en un inmediato futuro:

  • Una vida religiosa más humilde: no intentará hacerse valer en la sociedad por sus grandes instituciones educativas, universitarias, sanitarias. Dejará al laicado esa función. Renunciará a aparecer como la gran solución de los problemas de la Iglesia (tanto intelectuales como prácticos) y prestarse a liderar su gobierno (sin hacer ascos, e incluso candidatándose para cargos eclesiales donde tenga influencia). Será una vida religiosa que esté al nivel de la gente humilde, que deslumbre por la calidad espiritual y humana de sus personas y no tanto por el esplendor y la riqueza de sus instituciones sociales y públicas.
  • Una vida religiosa más centrada en Dios, mucho más espiritual: cada persona religiosa estará mucho más trabajada interiormente desde la perspectiva de la espiritualidad. Desde la iniciación en esta forma de vida la persona consagrada irá cultivando su experiencia de Dios “sin prisa, pero sin pausa”. Será fiel a la lectio divina, a la oración personal y comunitaria,, se impregnará del Evangelio, del Espíritu, llenará su vida, su historia de espiritualidad. Se irá convirtiendo día a día en una persona transparente, adquirirá con más intensidad los rasgos de la persona “testigo” de Dios, de Jesús.
  • Una vida religiosa más misioneera: habrá de prepararse y habilitarse para la movilidad que la misión del Espíritu en la Iglesia requiere hoy. Será una vida religiosa que renunciará a pensar demasiado en sí misma y extro-vertirse a la humanidad. Será vigía de las grandes causas que lleva adelante la sociedad y tratará de hacerse presente en ellas con la convicción y la fuerza de los discípulos y discípulas de Jesús. La pasión misionera (el celo apostólico) hará que surja una vida religiosa que sea fuego de Dios, energía del Espíritu, acción mesiánica de Jesús.
  • Una vida religiosa más sencilla y simplificada desde el punto de vista institucional. Renunciará a la super-organización, a las excesivas programaciones y mediaciones de gobierno. Optará por un liderazgo carismático, abierto a las sorpresas del Espíritu, que hace camino al andar, y no camina únicamente a través de mapas pre-constituidos. La minoridad numérica facilitará una reorganización interna simplificadora, más evangélica y más movida por el Espíritu y sus carismas.
  • Una vida religiosa que se irá configurando con formas nuevas de comunidad ampliada, de comunidad-hospitalidad, como centros de espiritualidad y misión. Serán como “lugares” de encuentro con el Misterio de Jesús, escuelas de comunión.
  • Una vida religiosa que conmueve a la sociedad por los relatos a los que da lugar, por las pequeñas historias que genera, por la belleza de los rostros compasivos, serenos, centrados, luminosos de sus hermanas y hermanos; y no por sus grandes instituciones y empresas.

Tarda el amanecer, pero ya se presentía desde el Concilio Vaticano II. El Espíritu nos está llevando hacia una nueva forma de sociedad, de Iglesia y dentro de ellas de vida religiosa.

¡Bendita posmodernidad que al mismo tiempo que nos reduce, nos hace descubrir no ya el camello de una vida religiosa de cargas, normas y leyes; no ya el león de una vida religiosa revolucionaria, militante, combatiente, mesiánica, intolerante con lo distinto y extraño; sino una vida religiosa-bebé,  “niña”, pequeña, pero sembrada de promesas y de un nuevo futuro!

¡Qué bien lo dijo un anciano religioso en uno de los círculos de discusión en el Congreso mundial de la Vida Religiosa en Roma el año 2004, cuando dijo: Como a Nicomedo, Jesús nos dice hoy a la vida religiosa: ¡Tenéis que nacer de nuevo!” Sí, seguimos en el largo amanecer y ahí están los brotes de esa vida religiosa, en nuestras generaciones jóvenes de Europa y ya de todo el mundo.

Sí, ¡un largo amanecer compartido!

  • Un largo amanecer… el que va desde el Concilio Vaticano II hasta el comienzo del tercer milenio.
  • Un largo amanecer… la llegada de la pos-modernidad y los cambios acelerados de nuestro tiempo.
  • Un largo amanecer… tras el ocaso del imperio de la razón instrumental, tras el prometeísmo una y otra vez fracasado, tras la noche de tantos pueblos oprimidos y ahora independientes…

Asistimos a un Adviento. Hay indicios ciertos de una afirmación más poderosa de Dios en nuestro mundo, aunque el imperio de las tinieblas no acaba de ser superado. Este largo amanecer es:

  •  el de «la derrota del pensamiento» (Alain Finkielkraut),
  • el de «las estrategias fatales» (Jean Baudrillard),
  • el de «la era del vacío» (Gilles Lipovetsky),
  • el de «rumor de ángeles» (Berger),
  • el del «fin de la modernidad» (Gianni Vattimo),
  • el de la «postmodern scene» y su «excremental culture and Hyper-Aesthetics» (Artur Kroker y David Cook),
  • el de la «estética de la desaparición» (Paul Virilio). \"\"

Un largo amanecer en la Iglesia…

  • que, cuando tanto se hablaba del silencio de Dios, redescubre la fuerza de la Palabra y la confía abundante al Pueblo;
  • que, cuando la sociedad tecnológica renegaba de la concepción simbólica de la realidad, se redefine como comunidad simbólica y recupera sus mitos, sus ritos;
  • que en la época de la «masa solitaria» se siente más comunidad que nunca e idea las configuraciones más imaginativas de la comunión.

Un largo amanecer en la vida religiosa…

  • que se ha confrontado ilusionadamente con sus Fundadores y sus sueños,
  • que ha estrenado nuevos textos constitucionales,
  • que ha intentado centrar carismáticamente su misión en respuesta obediente a los signos de los tiempos y lugares.

En este amanecer no acaba de percibirse con nitidez y distinción aquella realidad que está ciertamente llegando y cuya presencia aviva nuestra esperanza. Unas sombras suceden a otras y el amanecer se retrasa, se dilata, se alarga. Nos vemos precisados a volver sobre nuestros pasos. A veces entramos de nuevo en la noche, para dirigirnos posteriormente hacia el día. Nuestro caminar se asemeja al del pueblo de Israel por el desierto: no es lineal, sino en torbellino. Con todo, es un caminar irreversible hacia el Día.

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