Este domingo, el Evangelio nos presenta dos mesas: la del banquete opulento del rico y la del suelo, donde Lázaro recoge migajas. Y nos hace una pregunta desconcertante: ¿En cuál de las dos mesas nos sentamos nosotros? Mientras condenamos los grandes dramas de la humanidad, la Palabra de Dios nos recuerda que la auténtica tragedia a veces empieza en la mesa de casa, cuando nos olvidamos de que nuestra abundancia no es solo un regalo, sino una responsabilidad. Es un domingo incómodo porque nos fuerza a elegir de qué lado queremos estar.”
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El profeta Amós y la iglesia del derroche
- ¡Hombre… Mujer de Dios!
- Abismo entre pobres y ricos
El profeta Amós y la iglesia del derroche…
La incomoda profecía de Amós nos confronta este domingo con el abismo existente entre pobres y ricos. El profeta nos reprocha: “¡No os doléis de los desastres!”.
Es cierto que cuando acontece cualquier catástrofe, accidente o acto de maldad nos lamentamos y lo condenamos. Si nos llega la oportunidad hasta colocamos nuestra firma en señal de protesta o adhesión. Con la protesta nos calmamos, pero ella ¿afecta a nuestra forma de vivir? El profeta Amós constató que no:
“Os acostáis en lechos de marfil, coméis los carneros del rebaño, canturreáis al son del arpa, inventáis instrumentos musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes”.
Hay comunidades y movimientos dentro de la Iglesia que buscan vivir el Evangelio desde la sencillez y la solidaridad. Pero aún queda mucho camino por recorrer. Es fácil protestar… y dedicarse después a la dolce vita
La denuncia del profeta Amós sigue siendo válida hoy, en la sociedad del espectáculo, de las celebraciones burguesas e insolidarias… ¿Cuándo llegará el día en que seamos de verdad la Iglesia de los pobres, y no la iglesia de los diseñadores, de los bellos espectáculos televisivos, del derroche económico en gastos que enseguida justificamos? ¿Cuándo?
¡Hombre… Mujer de Dios!
La segunda lectura de la carta a Timoteo revela a Dios con títulos sorprendentes: Rey de reyes, Señor de señores, el Inmortal, el que habita en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, el único Soberano.
El texto invita a ver la vida cristiana como una praxis, marcada por cuatro verbos cargados de fuerza: practicar, combatir, conquistar y guardar el Mandamiento. Ser hombre o mujer de Dios es vivir en lucha y conquista interior, una existencia orientada a la acción y la fidelidad.
La fe adquiere así un tono vital y radical, alejándonos de la adoración a cualquier otro y centrando todo servicio en Dios solo.
Abismo entre pobres y ricos
Estremecedor el evangelio de este domingo. En su parábola Jesús nos habla de un mendigo, al que menciona con un nombre propio: Lázaro. Es la única parábola en la que Jesús emplea un nombre propio, ¡Lázaro! Ese nombre significa “¡Dios ayuda!”. En la parábola Dios no aparece, sí Abraham.
Jesús cuenta la parábola del rico Epulón y Lázaro a unos fariseos apegados al dinero, recordando que no se puede servir a Dios y al dinero a la vez. Ante la burla de los fariseos, Jesús les presenta esta historia para cuestionar su actitud.
En la parábola, el mendigo Lázaro y el rico mueren: Lázaro es llevado al cielo mientras que el rico es condenado al infierno. El rico pide ayuda yo al menos que adviertan a su familia sobre su destino, pero Abraham le recuerda que existe un abismo infranqueable y que ya tienen a los profetas y a Moisés como advertencia.
La sociedad del bienestar nos hace servidores del dinero y de nuestro egoísmo, nos olvidamos de la solidaridad y caridad con los necesitados. Todo lo que tenemos nos parece poco y siempre necesitamos más. Ni siquiera damos a los necesitados las migajas que caen de nuestra mesa.
No es cristiano ser indiferentes ante quienes piden, ante quienes nos incomodan con su pobreza. No es cristiano no acercarnos a ellos. Ellos juzgarán nuestras economías, nuestras comidas, nuestros gastos, nuestra forma de vestir… Nuestro dinero… también pertenece a los necesitados. Necesitamos entrar “en la REVOLUCIÓN DE LA TERNURA”.
Una Canción para la “revolución de la Ternura”
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