Para dirimir una cuestión tan compleja como la ordenación de las mujeres (sea para el diaconado, para el ministerio presbiteral o episcopal) sería necesario convocar un Concilio y contar con la reflexión conjunta de toda la iglesia, con un fino instinto ecuménico. ¡No habría nada que temer! Al contrario, la iglesia universal y sus iglesias particulares –que desde el concilio Vaticano II, se han puesto en camino sinodal- sabrían interpretar adecuadamente, con la oración y la luz del Espíritu “que sopla donde quiere y el tiempo que quiere” cuál es la voluntad del Dios para su Iglesia en este tiempo. De eso, se trata: de conocer la voluntad del Señor y no tanto de hacer nuestra voluntad[1]. En todo caso, hay ciertas conclusiones que cada vez parecen más sólidas en la reflexión teológica y la praxis de la iglesia. Voy a enumerar y comentar brevemente algunas de ellas:
- Primera: Un nuevo acento: cuando nuestras hermanas en la fe y nuestros hermanos casados o no disponen de un ámbito ministerial adecuado para expresar todos sus carismas y concretizarlos en proyectos, ponen en la misión de la iglesia un acento nuevo, que falta cuando todo está en manos de varones célibes; tal integración de nuestras hermanas en la fe enriquecería y equilibraría la acción misionera y pastoral[2]. Se trata de lo que en el título de este artículo he denominado “el modo femenino”, o modo “holístico”.
- Segunda: Cautela ante el argumento simbólico: el argumento simbólico -como objeción a la integración de la mujer en determinadas dimensiones de la ministerialidad eclesial-, debe ser utilizado con mucha cautela. Hay que tener en cuenta que –como resalta el Génesis- varón y mujer somos “imagen de Dios”; que –como resalta san Pablo- en Cristo Jesús “todas” las diferencias -¡también entre hombre y mujer!- son superadas; que –como dice también el magisterio- la Iglesia es la Esposa, y en ese “ser la Esposa” están incluidas no solo las mujeres, sino también los varones; que –como dice la antropología- lo masculino no está netamente separado de lo femenino, sino que en todos nosotros hay “anima” y “animus”, aunque una dimensión prevalezca sobre la otra y así nos identifique y nos diversifique.
- Tercera: Cautela ante el argumento bíblico: el argumento bíblico de la praxis de Jesús debe ser profundizado. Ciertamente Él eligió a los “Doce”: pero los doce varones y muy diferentes entre ellos; como tales representaban los nuevos patriarcas, símbolo del pueblo de las Doce tribus. Simbolizaban a todo el pueblo, hombres y mujeres con todas sus diversidades. Por lo tanto, el simbolismo de “los Doce” es un símbolo de totalidad y no de exclusión. Por otra parte, los seguidores de Jesús forman parte de un grupo mayor, donde también hay seguidoras de Jesús, que “diaconaban” como nos dice Lucas (8,1-3). Se ha estudiado muy a fondo la última cena de Jesús con los Doce. Pero se ha marginado la conexión de esta última Cena con la penúltima Cena de Betania. En ella dos mujeres (Marta y María) son protagonistas juntamente con Jesús. En ambas, el cuerpo de Jesús está en el centro.
- Cuarta: ¡Cuidado con el olvido-exclusión del Espíritu Santo! No conviene extrapolar los datos que los evangelios atribuyen al Jesús histórico, como normativos para la vida y misión posterior de la iglesia: “os conviene que yo me vaya, el Espíritu os llevará a la verdad completa; hará memoria de mi”. Es necesario escuchar al Espíritu y utilizar la hermenéutica del Espíritu, que vuelve contemporáneo el Evangelio de Jesús. ¡Hemos de escuchar lo que el Espíritu dice “hoy” a las Iglesias!
- Quinta: Repensar la herencia recibida: es cierto que una tradición tan persistente en la iglesia respecto a qué ministerios pueden ser confiados a nuestras hermanas en la fe y qué ministerios no, tiene que ser muy tenida en cuenta. También es verdad que este tema no había surgido con tanta fuerza antes, como está surgiendo ahora. El movimiento a favor de los derechos de la mujer ha creado una situación nueva. Esto nos pide re-pensar, al menos, la herencia recibida. Pensar, reflexionar conjuntamente, dialogar con las confesiones protestantes hermanas no es malo. ¿Nos atreveríamos a decir que, por ejemplo, en la Iglesia anglicana se ha actuado sin ningún tipo de discernimiento, movidos únicamente por el mal espíritu?
- Sexta: ¿tienen las comunidades cristianas -esparcidas por todo el planeta- el ministerio ordenado que se merecen y necesitan? La razón de ser del ministerio ordenado es la atención, el cuidado y el servicio sacramental-litúrgico a las comunidades de fieles cristianas, que tiene derecho a él. El “ministerio ordenado” no es un absoluto, sino “propter christifideles” (¡ha sido instituido a favor de los fieles y no al revés![3]). Tenemos -en la Iglesia- esa responsabilidad de servicio a las mesas, sobre todo, a las mesas eucarísticas. Tenemos la responsabilidad del servicio pastoral y de que el rebaño de Dios pueda ser bien conducido. No podemos ser indolentes ante los desafíos que se presentan y en especial, como se ha mostrado en el Sínodo de la Amazonia, a tantas comunidades cristianas privadas de los Sacramentos cristianos, simplemente porque no hay “ministros ordenados varones y célibes”, o tantos grupos humanos que no se acercan a la comunidad de Jesús y de su Espíritu. Es tal la situación que a la Iglesia católica de hoy “se le pedirán cuentas”. ¡El ministerio es servicio a la comunidad cristiana y humana![4] Y es aquí donde se plantea entre otras la cuestión de los “viri probati” y del ministerio femenino.
- Séptima: ¿ha fracasado la Comisión sobre el Diaconado femenino? ¿Se pueden conocer públicamente los argumentos que han cerrado esa posibilidad, al menos por ahora? ¿La respuesta es que ahora sí, las mujeres pueden recibir el ministerio “eclesial” del lectorado y acolitado, aunque sin derecho a remuneración económica? La teología de los sacramentos que distingue tan netamente entre lo instituido por Jesucristo (¡sacramentos!) y lo instituido por la Iglesia (¡ministerios instituidos!) ¿es tan clara? Hay una teología de los Sacramentos, que no es trinitaria, sino binaria. ¡No necesita recurrir en ningún momento al Espíritu Santo! Es teología sacramental anti-pneumatológica. Los Sacramentos se explican únicamente desde el Jesús histórico y se prescinde totalmente de Aquel de quien Jesús dijo: “Él os llevará a la verdad completa… Os conviene que yo me vaya”.
- Octava: la aportación intelectual, teológica de la mujer en la Iglesia y de los varones laicos: juzgo de especialísima importancia y trascendencia la integración cada vez mayor de las mujeres y de los varones laicos en el ministerio de la reflexión teológica, en la vida intelectual de la comunidad cristiana, en el magisterio eclesial. ¡Y no solo en el ámbito del derecho canónico! No se trata sólo de la preparación para los ministerios que se realizan, sino de la integración de las mujeres y varones laicos (casados o no) en la vida intelectual, en el pensamiento eclesial que también ilumina y hace avanzar el Magisterio de la Iglesia[5].
- Novena: Y ¡no solo la tarea intelectual, teológica! ¡También el liderazgo pastoral y el liderazgo espiritual! ¿En quienes mejor que en ellas va a aparecer y simbolizarse la “maternidad espiritual de la Iglesia” y la “esponsalidad de la Iglesia” respecto a Jesús Resucitado?[6]. ¿Y si sólo los varones ordenados representan a Jesús-Esposo de la Iglesia, qué decir de los varones-no ordenados, representan a la Esposa? Es necesaria una mayor seriedad y ofrecer un nuevo equilibrio simbólico que permita a la iglesia ser enriquecida por los carismas de todos[7].
- Décima: ¿No se trata de vocación? ¿Tan seguro se está que solo pueden tener vocación al ministerio sacramental quienes hasta ahora hemos discernido que pueden ser admitidos? Hay hermanas nuestras en la fe que hoy se sienten “llamadas por el Espíritu del Padre y de Jesús” al ministerio ordenado[8] y también varones laicos. Pero esa “llamada” está bloqueada por la normativa eclesial católica: en otras confesiones cristianas, es discernida, hecha viable y agradecida a Dios. Cuando sea discernida en el Espíritu esa vocación y la Iglesia la convierta en viable, de seguro que dará un vuelco a nuestra comprensión de los Sacramentos y de la liturgia Iglesia. Susan Ross propone el ejemplo de la película “El Festín de Babette” donde se intuye cómo sería una sacramentalidad en clave holística y femenina[9]. Las confesiones cristianas nos ofrecen expresiones extraordinarias. Sabemos que durante la pandemia, la ministerialidad eclesial “no ordenada” se ha expresado de mil formas… doméstica, femenina, on-line[10]. Quizá el Espíritu nos esté inquietando y preparando para un nuevo y diferente Concilio auténticamente sinodal.
Notas
[1] Elisabeth Behr-Sigel, Le Ministère de la Femme dans l’Eglise, Du Cerf, Paris, 1987; Id., Kallistos : la’coordinación de Femmes dans l’Église Orthodoxe, Du Cerf, Paris, 1998.
[2] Cf. el interesante artículo de P. M. Sarmiento sobre la superación del dualismo: P.M. Sarmiento, Del pocalipsis al Génesis. Teoantropología más allá de lo masculino-femenino, en Aa. Vv., Algunas mujeres nos han sobresaltado. Vida consagrada: Femenino y Masculino plural, Publicaciones Claretianas, Madrid 1993, pp. 49-76.
[3] Un dicho antiguo eclesial decía: “Sacramenta propter homines” (hay sacramentos porque los seres humanos los necesitamos; cuando esta “necesidad” no es atendida, hay una responsabilidad muy seria, de la que habrá que dar cuenta.
[4] Cf. Alice Dermience, La «Question féminine» et l’Église catholique: Approches biblique, historique et théologique (Dieux, Hommes et Religions), Peter Lang Verlag, 2008; José-Ramón García Murga, María mujer-iglesia (Teología Comillas, Band 18), San Pablo, Madrid, 2011.
[5] Cf. A. Mª Pineda, La mujer se piensa a sí misma: de la cólera a la liberación, en Aa. Vv., Algunas mujeres nos han sobresaltado. Vida consagrada: Femenino y Masculino plural, PCl, Madrid 1993, pp. 85-86.
[6] Cf. Irmtraud Fischer, Gotteslehrerinnen: Weise Frauen und Frau Weisheit im Alten Testament, Kohlhammer Verlag, 2006; Christen René, Die Mitarbeit der Frau in der Kirche/Gemeinde, Grün Verlag, 2010.
[7] Cf. María José Arana, El Sacerdocio de la Mujer, Editorial San Esteban, Salamanca, 1993. Cf. C. Militello, Donna in questione. Un itinerario ecclesiale di ricerca, Citadella, Assisi 1992 (“Donna e sacramentalità”), pp. 117-129. La autora se opone a la perspectiva ortodoxa de entender lo masculino como cristóforo y lo femenino como pneumatóforo y, al mismo tiempo, a la masculinización de lo sacramental.
[8] Cf. M. Navarro Puerto, Claves y nuevos paradigmas de la experiencia de la vocación, en Aa. Vv., Algunas mujeres nos han sobresaltado. Vida consagrada: Femenino y Masculino plural, PCl, Madrid 1993, pp. 193-207
[9] Cf. Susan A. Ross, The embodied priest and the sacraments: a feminist critique, Loyola University, Chicago, 1992; Silvia Martínez Cano, Mujeres desde el Vaticano II: Memoria y esperanza (Aletheia), ed. Verbo Divino, Estella, 2014.
[10] Cf. C. Militello, Donna in questione. Un itinerario ecclesiale di ricerca, Citadella, Assisi 1992 (“Donna e sacramentalità”), pp. 117-129. La autora se opone a la perspectiva ortodoxa de entender lo masculino como cristóforo y lo femenino como pneumatóforo y, al mismo tiempo, a la masculinización de lo sacramental.
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Buenísima la reflexión sobre el Ministerio Sacramental en forma femenina, holistica… Si escuchasemos al Espíritu Santo más en el contexto actual!!
Muchad gracias por este gran aporte.