San Lucas nos acaba de ofrecer un relato impresionante de la Pasión de Jesús. Quizá fuera necesario un gran artista y músico como Bach para interpretarlo musical y orquestalmente. Tratemos de sintetizarlo en cinco escenas:
Es patrona de Europa. Así lo proclamó el el papa san Juan Pablo II. Se trata de Brígida Birgersdotter (1303-1373), conocida como Santa Brígida de Suecia. Fue una mujer mística, escritora y teóloga sueca. Su nombre significa “fuerte y brillante”: hay nombres que son todo un presagio. Traigo aquí, a mi página de textos que impresionan lo que he dado en denominar “El Viacrucis de la Alabanza enamorada” (Oración 2. Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628, pp 408-410). He aquí sus doce estaciones:
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.
Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero inocente.
Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.
Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecador la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.
Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de muerte.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran guardia.
Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.
Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
¡BENDITO SEAS, MI SEÑOR JESÚS!
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
[Primera estrofa] A tu mesa en la Cena quiero estar, compartir el pan que nos da libertad. Brindar por el Reino con fe y verdad, pendiente de tus palabras de eternidad.
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
[Segunda estrofa] Oraré contigo en Getsemaní, clamando justicia ante lo que vendrá. Seré cireneo cuando caigas allí, y Verónica al limpiar tu pesar.
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
[Tercera estrofa] Algo muere en mi alma al verte partir, mi Amigo eterno que va hacia el sufrir. Dejas herido tu costado fiel, y a tu Madre sola bajo el cruel madero.
[Estribillo] Bendito seas, mi Señor Jesús, ¿Podré seguirte en tu sendero de luz, junto a tantos que comparten tu cruz? ¡Acuérdate de mí en tu Paraíso! Déjame junto a tu Madre, esperando tu Mirada y tu Espíritu
Hoy la Iglesia se debe preguntar: ¿Se puede comenzar de nuevo? Las tres lecturas de este domingo nos invitan a ello. “Olvidar las cosas del pasado”, “dejar atrás lo recorrido”,. “yo tampoco te condeno; vete y no peques más”. La liturgia de este domingo se instala en una nueva dimensión y reafirma que el pasado, pasado está. Lo importante es ¡lo que viene! La liturgia nos indica cómo nuestro Dios desea olvidar nuestro pasado: ¡borrón y cuenta nueva! En cambio, ¡qué frecuente es recordar el mal, ejercer la permanente denuncia contra quienes hicieron el mal! ¡Qué pocas personas creen en que es posible “nacer de nuevo” . Lo importante no es el arma…. sino el abrazo.
Quizá hoy, más que nunca, sintamos la desconexión entre las diversas generaciones: falta diálogo, hay crisis de esperanza; hijos pródigos abandonan el hogar; otros… tal vez vuelven. Hay situaciones donde la fragilidad -como la del papa Francisco- se convierten en testimonio. Las lecturas de este domingo nos inspiran.
Dividiré esta homilía en tres partes:
Un nuevo comienzo
Reconciliación: no condenar sino abrazar.
La misericordia que desarma
Un nuevo comienzo
La primera lectura -tomada del libro de Josué- nos presenta al Pueblo de Israel dejando atrás el desierto, el alimento del maná, los 40 años de camino por el desierto. Ahora el pueblo tiene la Tierra que Dios le prometió. E inicia un “nuevo comienzo”. Hoy, en la Iglesia vivimos un tiempo de transición: sinodalidad, reformas, desafíos pastorales. Como el pueblo de Israel tenemos que madurar y superar divisiones, clericalismos, rigideces. La enfermedad y recuperación del Papa Francisco nos recuerdan que la fragilidad no es obstáculo, sino espacio para confiar en Dios, que nos guía a tierras nuevas.
Reconciliación: no condenar, sino abrazar
La lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios nos dice que “en Cristo somos «nueva creación» y que nuestra vocación es ser «ministros de la reconciliación». En un mundo fracturado por guerras, desigualdades y polarizaciones, la Iglesia debe ser puente, no muro. El pontificado de Francisco insiste en esto: una Iglesia en salida, que sana heridas (cf. Amoris Laetitia, encuentros interreligiosos, atención a migrantes). La reconciliación exige valentía para pedir perdón (como el hijo pródigo) y para ofrecerlo (como el padre). En un tiempo de críticas internas y divisiones, esta lectura de san Pablo nos desafía para que reconozcamos nuestra vocación profética: no condenar, sino abrazar; no excluir, sino integrar.
La misericordia que des-arma
Si algún texto pudiera denominarse “corazón del Evangelio” la parábola del hijo pródigo ganaría el premio: Dios es Padre que corre al encuentro, restaura dignidades y celebra la vida: ¡corre, restaura y celebra!
Jesús relata la parábola -¡y esto es muy importante!- ante fariseos que murmuran por su cercanía a los pecadores. Hoy, algunos cuestionan el estilo pastoral de Francisco, acusándolo de «laxismo», mientras él insiste en que la misericordia no es herejía, sino revolución. La Iglesia no puede ser como el hijo mayor, resentido ante la gracia concedida a otros. El Papa, en su fragilidad física, nos enseña que la auténtica fuerza está en la ternura: visitar cárceles, lavar pies, escuchar a los descartados. La enfermedad del Pontífice es también símbolo: la Iglesia debe sanar de autorreferencialidad para abrazar su vocación de «hospital de campaña».
Conclusión
El mensaje de este domingo debe interpelarnos. Estamos en “tierra nueva” -como Israel en la tierra prometida: es hora de cosechar lo sembrado con paciencia a lo largo de estos últimos años. Como Pablo, somos embajadores de un Reino que no se construye con poder, sino con servicio. Como el padre de la parábola, estamos llamados a ser signos de un amor que no calcula. La convalecencia del Papa Francisco es un llamado a confiar: ni las estructuras ni los líderes salvan, sino Cristo, que renueva todo (Ap 21,5). Que esta etapa invite a la Iglesia a caminar con humildad, audacia y compasión, sabiendo que, incluso en la debilidad, Dios hace «nuevas todas las cosas».
“UN NUEVO COMIENZO”
[Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Estrofa 1] Deja tu extravío y niega tu vanidad deja tu corazón mostrar su bondad Tu Dios te busca y hacía tí se desvía se acerca a tí, porque en tí confía
[Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Estrofa 2] Estrena nueva túnica y anillo de señor tu esclavitud en el pasado queda la nueva casa.hogar te ofecerá y reiniciarás un programa de amor
(Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Estrofa 3] Como el padre que corre, restaura y celebra Abrazamos al que vuelve, con gracia plena No juzgar sino acoger, servir con humildad En la debilidad, brilla la eternidad
[Estribillo] Un nuevo comienzo… es tiempo de renacer La Misericordia esperándote está Dios Abbá te sale al encuentro no temas, te busca, ¡te abrazará!
[Final] Un nuevo comienzo, es tiempo de confiar En Cristo que renueva, y nos viene a transformar
Las tres lecturas de este domingo tercero de Cuaresma, extraídas del libro del Éxodo, de la primera carta a los Corintios y del Evangelio de Lucas nos transmiten un mensaje liberador e interpelante: nos piden que reflexionemos sobre la inquebrantable misericordia de Dios y sobre la urgencia de un cambio serio en nuestra vida.
El Dios que ve, escucha y libera
¡Yo soy el que seré! ¡Los ídolos… nada y vacío!
Si no os arrepentís, ¡pereceréis!
1. El Dios que ve, escucha y libera
Moisés se introdujo en el desierto y allí Dios le esperaba… y se le manifestó en una zarza ardiente e incombustible. Quien se le reveló era Dios. Y Dios, profundamente afectado por los sufrimientos de su pueblo: “He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores”. Moisés le pregunta por su nombre. Y Él responde: “Yo soy el que soy”, o tal vez mejor traducción, “yo soy el que seré”. Dios no se define como un sustantivo, sino como un verbo, lleno de dinamismo y de energía futura. A Dios se le conoce no por su nombre, sino por su actividad liberadora
2. ¡Yo soy el que seré! ¡Los ídolos… nada y vacío!
San Pablo “actualiza” aquel texto arcaico y lo aplica a la comunidad cristiana de Corinto y también hoy a nosotros: “Estas cosas les sucedieron como ejemplos, y fueron escritas para amonestarnos a nosotros”. Y seguidamente Pablo nos dice que también nosotros podemos caer hoy en la idolatría, la inmoralidad sexual y las quejas contra Dios. Hay personas para quienes el domingo es el día del futbol -su ídolo-, pero no el día del Señor -su dios verdadero-. Acuden al ídolo. Se excluyen del encuentro con el Dios verdadero. Hay personas para quienes el sexo es su dios, pero no el Amor liberador de Dios: prefieren la esclavitud de Egipto a la liberación de Aquel que les ofreció la libertad.
3. Si no os arrepentís… ¡pereceréis!
La respuesta de Jesús a dos tragedias que sucedieron en su tiempo enfatiza en la necesidad inmediata del arrepentimiento: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Arrepentirse no significa que volvamos a los rituales religiosos, sin más, sino a que emprendamos un cambio radical en nuestros corazones y vidas; una llamada a reemprender el camino de Dios y abandonar el seguimiento de los ídolos.
Conclusión
¿Estamos escuchando la llamada de Dios, como Moisés? ¿Estamos dispuestos a arrepentirnos de todo aquello que nos desvía del proyecto liberador de Dios sobre nosotros?
¡No llores ya, Jerusalén! ¡Ciudad de Paz! Testigo de la tragedia que transformó el mundo.
[Primera Estrofa] Todo pasó hace tiempo… ¡Déjame ahora recordar el final de Jesús hasta el último momento: desde el Cenáculo hasta Emaús, desde Pilato hasta la cruz!
[Estribillo] ¡No llores ya, Jerusalén! ¡Ciudad de Paz! Testigo de la tragedia que transformó el mundo.
[Segunda Estrofa] Tu súplica y agonía en el huerto, Tu sed y tu muerte en el Calvario. Tres días en el sepulcro, Y revivió tu Vida, Para hacerse encuentro, en el jardín, en el camino.
[Estribillo] No llores ya, Jerusalén! ¡Ciudad de Paz! Testigo de la tragedia que transformó el mundo.
[Tercera Estrofa] En el Cenáculo… tu Espíritu, En el cielo… tu destino. ¡No llores ya, Jerusalén! Ciudad eterna que guarda El eco de su Pasión.
A veces no valoramos suficientemente el hecho de que José fue “el padre de Jesús”. En cambio la madre de Jesús, María, no tuvo el menor reparo en decirle a su Hijo Jesús, tras perderse en el templo: “tu Padre y yo te buscábamos” (Lc 2,48).
Quizá mostremos un cierto escepticismo ante un título como el que hemos dado a estas tres conferencias cuaresmales: Peregrinos hacia la Pascua.. Es una de esas frases que repetimos en la Iglesia una y otra vez. Y tal vez, pocas veces nos detengamos a pensar qué puede significar.
Cuando nos relacionamos con Dios y vivimos en Alianza con Él, se produce en nosotros un cambio de ciudadanía. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Por eso, somos “ciudadanos del cielo”. Aunque parezca extraño, esta convicción nos ofrece unas claves políticas que frecuentemente olvidamos.
El evangelista Lucas nos interpela en este domingo primero de cuaresma: ¿Buscamos lo sagrado para llenar nuestros vacíos o para servir? ¿Conocemos el arte de caminar espiritualmente descalzos?