
El evangelista Lucas nos interpela en este domingo primero de cuaresma: ¿Buscamos lo sagrado para llenar nuestros vacíos o para servir? ¿Conocemos el arte de caminar espiritualmente descalzos?
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El evangelista Lucas nos interpela en este domingo primero de cuaresma: ¿Buscamos lo sagrado para llenar nuestros vacíos o para servir? ¿Conocemos el arte de caminar espiritualmente descalzos?
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Podemos acostumbrarnos al paso del tiempo. Alguien dijo:” lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada”. Por eso, hagamos de esta Cuaresma, o cuarenta días, algo auténticamente “nuevo” en nuestra vida.
El número 40 nos evoca los 40 años de desierto del pueblo de Israel -desde su salida de la esclavitud de Egipto, hasta su llegada a la Tierra prometida de la libertad-. El número 40 nos evoca también los 40 días que pasó Jesús -después de su bautismo en el Jordán- y donde fue tentado por el diablo y donde venció todas y cada una de las tentaciones.
Pensemos: ¿necesitaremos también nosotros cuarenta días de transformación? La Iglesia nos ofrece esta oportunidad. Imaginemos que participamos todos los días en la Eucaristía: escuchamos la Palabra, la interiorizamos, comulgamos el Maná de Dios, renovamos nuestra Alianza… Será una oportunidad única en nuestra vida.
La Iglesia en marcha está. A un mundo nuevo vamos ya, reza una de nuestras canciones. ¿Por qué no unirnos a la marcha… y abandonar lo viejo y deteriorado de nuestro mundo y soñar con otro mundo distinto? ¡Que pase este mundo y venga la gracia!, exclamaba el libro cristiano más antiguo después de los escritos apostólicos, la Didaché.
Hay cuaresma allí donde sentimos, como los profetas, el pánico de los poderes de la muerte, el pánico que impulsa hacia delante.
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En este domingo, antes de iniciar la Cuaresma, la Sabiduría de Dios se nos acerca para aconsejarnos. Llama la atención cómo en pocas palabras e imágenes se nos puede decir tanto…
Dividiré esta homilía en tres partes:
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El Año Jubilar 2025 se nos presenta como una oportunidad para reflexionar, soñar y construir una Iglesia sinodal y peregrina; contemporánea; comprometida con la paz, la justicia y el cuidado de la creación. El Jubileo, convocado por el Papa Francisco, nos invita a crecer en esperanza, en espiritualidad y en compromiso antes los desafíos actuales de la humanidad.
Hemos de responder a tres preguntas fundamentales:
Y tras de estas tres preguntas hay una intención subyacente: ¿cómo podemos vivir -cada uno de nosotros, desde nuestra forma de vida cristiana- todo este año 2025 “en modo Jubileo”?
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Hay en los textos bíblicos de hoy un hilo conductor: desde el relato de 1 Samuel hasta las enseñanzas de san Lucas, pasando por la compasión del Salmo 102 y la llamada a la transformación en 1 Corintios, se nos explica la magia del perdón, que nos transforma.
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Quienes se creen “dueños de la Palabra de Dios” imponen sus interpretaciones como la única, la auténtica; y rechazan las interpretaciones de los demás. Pero el Espíritu es el gran Exégeta de la Palabra de Dios (¡no los escribas, ni los fariseos!). Por esta razón, traigo a esta sección “textos que impresionan” la siguiente lectura, tomada del Diatéseron (1,18-19) de san Efrén diácono y que la Iglesia nos propuso para el Oficio del lecturas del pasado domingo (16 de febrero de 2025).
¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.
La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron- dice el Apóstol- el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.
Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.
Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.
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El mensaje de este domingo nos habla de la confianza. Bien sabemos lo importante que es ser personas confiadas y confiables. A ello se refieren las tres lecturas que acaban de ser proclamadas: del profeta Jeremías, de san Pablo y del evangelio de san Lucas.
Dividiré esta homilía en tres partes:
La fascinación por el poder político, económico, cultural o incluso religioso puede llevar a un cierto “ateísmo práctico” que nos aleja de poner nuestra confianza en Dios
Depositar todo nuestro amor y esperanza en otra persona (amigo, familiar, pareja) puede llevarnos a la mayor desilusión, al mayor sufrimiento
El profeta Jeremías, en la primera lectura, nos advierte contra la confianza en las fuerzas humanas desligadas de Dios: esto conduce a la aridez y al vacío existencial. Y así comienza su texto: “Maldito quien confía en el hombre”.
La verdadera confianza, según las lecturas, debe estar puesta en Dios, quien es la fuente de fuerza, verdad y amor. “Bendito quien confía en el Señor y pone en Él toda su confianza”. Hay tantas personas que vienen al templo para orar, suplicar… para depositar en Dios, en Jesús, en María toda su confianza.
En la segunda lectura nos habla san Pablo de una confianza tal, que supera los límites de nuestra vida. Se trata de la confianza de ser resucitados por Jesús y reconocer que nuestra vida no se acaba, ¡se transforma! La idea del “mundo de la Resurrección” puede ser difícil de concebir, pero se basa en la fe en un amor eterno e inquebrantable que vence a la muerte.
El evangelista san Lucas nos presenta -en el Evangelio- una versión reducida de las bienaventuranzas de Jesús: Bienaventurados los pobres, los hambrientos, los afligidos y los perseguidos. A todos ellos Jesús les asegura que el sufrimiento que padecerán no es definitivo.
Las palabras de Jesús son transformadoras, llamando a la esperanza activa en el Reino de Dios presente y futuro.
Por el contrario, se lamenta por los ricos y saciados, cuyo bienestar temporal los aleja de la verdadera confianza en Dios.
La liturgia de este domingo nos exhorta a vivir una fe confiada y alegre, centrada en Dios y su Reino. La confianza excesiva en el poder o en el dinero nos llevará al fracaso y a la decepción. La fe en nuestro Dios, en cambio, nos asegura la vida y el destino… porque “el Señor protege el camino de los justos… pero el camino de los impíos acaba mal”.
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Hoy la Iglesia se debe preguntar: ¿Es nuestro «depósito de la fe» un ataúd o una semilla? ¿Cómo anunciar el matrimonio como alianza en una era de relaciones líquidas? El gesto de Jesús con la mujer fue revolucionario: condenó el pecado, salvó al pecador. Hoy la Iglesia se debe preguntar también: ¿Qué «piedras» llevamos en la mano? Hoy las piedras son los relatos tóxicos: en política (descalificación en lugar de diálogo); en la Iglesia (la doctrina como arma y no como abrazo -Papa Francisco, Amoris Laetitia, 311).
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La compasión de Jesús y su presencia transforma vidas (Mc 6, 53ss). ¡Qué texto tan importante para quienes inician su vocación como “discípulos misioneros”.
Jesús y sus discípulos acaban de llegar -después de una travesía por el mar- a Genesaret. Lo que sucede a continuación no es un discurso, ni una parábola, ni un milagro espectacular. Es algo más sencillo, pero profundamente conmovedor: Jesús se pone a recorrer pueblos y ciudades, y la gente acude a Él con una sola intención: tocarle.
Conclusión
Este relato de Marcos nos invita a reflexionar sobre nuestra misión. No estamos llamados a ser héroes, ni a hacer grandes discursos. Estamos llamados a ser como ese manto de Jesús, a permitir que los demás lo toquen a través de nosotros.
En este camino del discipulado, habrá momentos de cansancio, de duda, de dificultad. Pero recordemos que Jesús camina con nosotros. Él es quien da sentido a nuestra misión, quien nos fortalece en los momentos difíciles.
Hoy, les invito a pedirle a Jesús que nos dé la gracia de ser como ese manto: sencillos, disponibles, llenos de fe. Que en cada persona que encontremos, podamos ser un puente hacia Él. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de su amor y su misericordia.
Y recordemos siempre: no estamos solos. Jesús está con nosotros, y a través de nuestro toque, Él sigue sanando, liberando y dando vida.
Señor Jesús, te damos gracias por llamarnos a ser tus discípulos misioneros. Ayúdanos a ser como tu manto, un instrumento de tu amor y tu sanación. Danos la fuerza y la fe para llevar tu presencia a todos los que encontremos en nuestro camino. Que nuestra vida sea un reflejo de tu compasión y tu misericordia. Amén.
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Somos más importantes de lo que creemos. Cada uno de nosotros puede y debe escuchar la llamada de Dios, como centro de su vida. Sin vocación nuestra vida está des-centrada. Y si no respondemos a nuestra vocación, nuestra vida será un fracaso. Las lecturas de este domingo quinto del tiempo ordinario nos invitan a reflexionar sobre ello
Dividiré esta homilía en tres partes:
La vocación auténtica es mucho más que una simple inclinación personal. Es un encuentro profundo y transformador con el Misterio divino. Lo hemos escuchado en la primera lectura del profeta Isaías.
Cuando Dios nos llama, nuestros ojos se abren, nuestros pasos encuentran dirección y nos sentimos envueltos en Su santidad. Este encuentro produce un “pasmo” – una mezcla de asombro, indignidad y alegría inmensa. Así le ocurrió al profeta que respondió a Dios con estas palabras: “Aquí estoy, envíame”
En nuestro mundo actual, necesitamos más que nunca un “cristianismo vocacional”. Ser cristiano por vocación implica vivir desde la gratitud permanente, reconociendo nuestra indignidad y el inmenso privilegio de ser llamados por Dios. Este tipo de cristianismo nos aleja de la arrogancia y nos acerca a la humildad y al servicio.
La vocación profética, como la de Isaías o Pablo, demuestra cómo Dios interviene directamente en la historia humana. Estos llamados nos revelan la grandeza y el dramatismo de la vocación, donde Dios transforma a personas imperfectas en sus instrumentos.
Fijáos como en la segunda lectura de la primera carta a los Corintios san Pablo se atreve a decir: “Yo soy el menor de los apóstoles; no soy digno de ser llamado apóstol… e incluso se compara con un aborto. Su vocación consistió en un encuentro con Jesucristo resucitado
También a nosotros Jesús se nos manifiesta en la normalidad de la vida diaria o en momentos extraordinarios. Este encuentro no es casualidad, sino parte del plan divino.
En el evangelio se nos narra la historia de la pesca milagrosa. En ella se demuestra la importancia de obedecer a la Palabra de Dios que nos llama e interpela. Gracias a su obediencia, Pedro contempló el milagro y se convirtió en “pescador de hombres”. Así le dijo a Jesús: “Maestro, hemos estado toda la noche bregando y no hemos recogido nada… Pero, por tu palabra echaré las redes. La obediencia a la palabra que nos llama nos llevará a nuestra verdadera identidad.
Estemos atentos a las llamadas de Dios en nuestras vidas. No solo una vez… muchas veces resonará su voz. No temamos sentirnos indignos. Es precisamente en nuestra debilidad donde Dios manifiesta su fuerza. Recordemos las palabras de María: “Haced lo que Él os diga”. En la obediencia a Jesús y en la docilidad al Espíritu Santo encontraremos la belleza y la energía de nuestra vocación
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