No pocos hechos nos avergüenzan y humillan. En la Iglesia actual nos sentimos abrumados por escándalos que tienen que ver con la sexualidad. Cuántas celebraciones matrimoniales sacramentales se ven contradichas por los divorcios… Cuántas parejas cristianas se ven heridas y apocadas por la infidelidad de uno de los cónyuges que busca compensación afectiva o sexual fuera de la pareja… También nos llegan noticias horribles de personas que se sintieron sexualmente violadas en su misma casa, en su misma familia, por parte de familiares muy cercanos, o la violencia doméstica…… A este panorama se une también ese campo de horror que se llama “pederastia” por parte de nosotros, los ministros ordenados de la Iglesia, o también el acoso sexual a determinadas personas, o el mobbing por razones afectivas…
Esta situación nos inquieta, nos debe inquietar muchísimo en la Iglesia. No deberíamos escudarnos en la más que probable campaña de los medios de comunicación contra la Iglesia. Es el tiempo no solo de reconocer y discernir, sino también de pensar el futuro inmediato, de buscar soluciones, de abrir perspectivas. El tradicionalismo se deja fácilmente llevar por una “pereza” diabólica que consiste en repetir lo que siempre se dijo, sin preocuparse por entender lo que ocurre y buscar soluciones más certeras. El sistema tiende a cerrarse en sí mismo y a defenderse buscando excusas y manteniendo el “statu quo”. Los anti-sistema optan a veces por soluciones viscerales, poco reflexionadas, adecuadas al común sentir de la sociedad laica. Pero ¿es esa la solución? Sigue leyendo
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