Amor y sexualidad: ¡para responder a lo que está pasando! (1)

p-alta-tension-rodriguez-zapateroamNo pocos hechos nos avergüenzan y humillan. En la Iglesia actual nos sentimos abrumados por escándalos que tienen que ver con la sexualidad. Cuántas celebraciones matrimoniales sacramentales se ven contradichas por los divorcios… Cuántas parejas cristianas se ven heridas y apocadas por la infidelidad de uno de los cónyuges que busca compensación afectiva o sexual fuera de la pareja… También nos llegan noticias horribles de personas que se sintieron sexualmente violadas en su misma casa, en su misma familia, por parte de familiares muy cercanos, o la violencia doméstica…… A este panorama se une también ese campo de horror que se llama “pederastia” por parte de nosotros, los ministros ordenados de la Iglesia, o también el acoso sexual a determinadas personas, o el mobbing por razones afectivas…

Esta situación nos inquieta, nos debe inquietar muchísimo en la Iglesia. No deberíamos escudarnos en la más que probable campaña de los medios de comunicación contra la Iglesia. Es el tiempo no solo de reconocer y discernir, sino también de pensar el futuro inmediato, de buscar soluciones, de abrir perspectivas. El tradicionalismo se deja fácilmente llevar por una “pereza” diabólica que consiste en repetir lo que siempre se dijo, sin preocuparse por entender lo que ocurre y buscar soluciones más certeras. El sistema tiende a cerrarse en sí mismo y a defenderse buscando excusas y manteniendo el “statu quo”.  Los anti-sistema  optan a veces por soluciones viscerales, poco reflexionadas, adecuadas al común sentir de la sociedad laica. Pero ¿es esa la solución?

Quisiera contribuir a esa reflexión -en un primer momento- con unas páginas extraídas de mi libro “Lo que Dios ha unido. Teología de la vida matrimonial y familiar”, publicado por San Pablo, 2006, pp.62-62. Ésta es una primera reflexión.

matrimonioÇxtoreyHay matrimonio y familia porque hay amor y sexualidad. Gracias a la sexualidad los seres humanos se emparejan y la vida humana se reproduce. Los mecanismos que la dirigen están inscritos en nuestro sistema genético, están arraigados en nuestro sistema nervioso, están superprotegidos: de ellos brotan nuestros impulsos (atracción o rechazo, deseo, sentimientos, pasiones).

Sexualidad personal e impersonal

Francesco Alberoni advierte que el amor y el sexo van por caminos distintos unas veces y por el mismo camino, otras. Unas veces luchan entre sí, otras se pacifican y armonizan. Hay sexualidad sin amor y amor sin sexualidad y sexualidad imbuida de amor. Se dan, por ello, formas impersonales de sexualidad y formas personales: no es lo mismo un emparejamiento rápido por mera curiosidad e instinto sexual, ni la sexualidad violenta de las violaciones, ni la sexualidad impersonal de una orgía, que el amor apasionado por la persona amada, o las relaciones sexuales con lazos más o menos estables. El dominio de sexualidad sobre el amor o del amor sobre la sexualidad cambia de época en época. Se puede individuar épocas prevalentemente promiscuas a las que siguen épocas en las que se valora el enamoramiento. También es cierto que después de un cierto tiempo, la fusión entre amor y sexualidad se debilita y se rompe; las dos tendencias que se habían fundido se separan y pueden entrar nuevamente en conflicto.

El punto de la sexualidad más lejano al amor es la violación y la pedofilia, como una de sus formas más horribles. En ellas se busca el placer de hacer mal: se utiliza la propia sexualidad para odiar y violentar, para imponer un dominio despótico. La mujer, en cambio, expresa su odio a través del rechazo, el desprecio, la burla, la indiferencia.

También lejana al amor es aquella sexualidad que busca el placer sin identificar a la persona con la que alguien se empareja. Es un fenómeno que existe tanto en los varones heterosexuales como homosexuales. Se pasa de una a otra persona −compañera sexual− con total indiferencia. Son uniones sin cortejar, sin decirse el nombre y, tal vez, para no reencontrarse nunca más. Las mujeres muestran más necesidad de encuentro personal, aunque también ellas buscan el sexo impersonal. En la sexualidad impersonal el ser humano queda reducido a una parte de su cuerpo; este se convierte en un “objeto parcial”; la parte cancela el todo.

Lejana al amor es también la promiscuidad erótica, una de cuyas expresiones es la orgía −en la cual todos son intercambiables−. La promiscuidad es contagiosa y a ella están asociadas la prostitución, el “voyeurismo” pornográfico[1]. Hay una tendencia contemporánea a la promiscuidad.

Pero ¿dónde poner la línea divisoria entre sexualidad impersonal, sexualidad promiscua y sexualidad personal? La sexualidad personal tiene inicio con una separación, un exclusión de los otros, una salida del grupo donde el otro puede ser intercambiable. Dos personas son tales cuando se tornan únicas la una para la otra[2]. Para que una relación dure es necesario sentirse aceptado y deseado.

La relación entre sexo y amor encuentra en el enamoramiento su máxima exaltación y fusión. Pero el enamoramiento no se reduce a un grandísimo placer sexual; es renacimiento, juventud, exceso, éxtasis; rompe las relaciones anteriores, crea lazos nuevos, duraderos, exigentes. El gran amor, el amor apasionado del enamoramiento establece lazos emotivos fortísimos y nuevas reglas de vida.

Dos científicos sociales norteamericanos que estudiaron las parejas en Estados Unidos subrayan que las actitudes culturales hacia la sexualidad, la procreación y el matrimonio han cambiado considerablemente durante el siglo XX. “Pocos esperan al matrimonio para experimentar el sexo… y muchos no consideran el matrimonio un prerrequisito para engendrar hijos”[3]. Richard Quebedeaux escribió: “La tradicional familia nuclear ha muerto en América, y nadie sabe con seguridad qué la reemplazará”[4]. Ahí es donde estamos.

La insatisfacción amorosa

Al inicio, la mayoría de los matrimonios son llevados por la pasión de estar juntos y compartirlo todo; pero cuando se pierde el entusiasmo juvenil aparecen nuevas metas y cada uno se pregunta por su propia identidad. Entra entonces en primer plano la pasión por la autoafirmación, por tener una vida propia. Da la impresión de que el otro no sabe quién es realmente uno. Ante la alternativa de escoger entre uno mismo y la pareja, parece menos amenazante renunciar a la pareja, que renunciar a los propios deseos. Si en la adolescencia uno quería liberarse de los padres, en la edad adulta uno quiere liberarse de la pareja matrimonial.

La relación amorosa es difícil. No es fácil coordinar las idiosincrasis de dos personas diferentes, ni predecir qué tipo de desarrollo tendrán. En la relación hay que invertir mucho y no se sabe a ciencia cierta si esa inversión será exitosa o fracasará.

El amor de enamoramiento sólo acontece entre iguales. Amor y desigualdad se excluyen como el fuego y el agua. Sin nivelación entre quienes se aman no hay amor. Por eso, las conquistas de igualdad entre los sexos facilitan las relaciones de amor. Mantener relaciones de igualdad facilita la persistencia del amor. Se trata de una igualdad en todos los ámbitos: igualdad sexual, laboral, profesional, política y económica.

Las leyes equiparan cada vez más al hombre y a la mujer. Con ello se tambalea la estructura tradicional de la familia y la misma estructura de la sociedad industrial burguesa, que se basaban en la división de roles entre hombre y mujer.

Allí donde todavía se mantienen o incluso se agravan las desigualdades, allí la relación amorosa y la convivencia se vuelven muy difíciles, se atascan, enmudecen, se interrumpen, o se rompen definitivamente. La lucha de los géneros sigue siendo un drama muy serio de nuestro tiempo.

Forma parte de esta difícil relación, la difícil toma de decisiones “en pareja”. Al tener que tomar decisiones, se ponen de manifiesto las desigualdades, los conflictos latentes. Hay que tomar decisiones, respecto al trabajo en un modelo de mercado que presupone una sociedad sin familia y sin matrimonio: para el cual el sujeto ideal de mercado de trabajo, es el individuo soltero y modelo mejor de sociedad es aquella despreocupada de los niños. Las parejas deben entonces buscar soluciones privadas a desafíos sociales, públicos, económicos. ¿Quién renuncia a la independencia y a la seguridad económica? ¿Quién se traslada con el otro y asume los perjuicios laborales o profesionales que ello implica para él o ella? También son difíciles las decisiones respecto a la fecundidad: ¿cuándo tener hijos, cuántos, cómo? ¿Quién los cuida?

Finalmente, el sueño de un amor a dos y eterno es una imagen idílica, que frecuentemente contradice la realidad: se desea placer, confianza, ternura, entrega, pasión, cariño…; pero lo que frecuentemente se experimenta es aburrimiento, rabia, rutina, traición, destrucción, soledad, terror, desesperación.


[1] Llama la atención hoy, debido a la pornografía, el aumento rápido de la bisexualidad de las generaciones jóvenes: cf. Pietro Adamo, Il porno di massa, Raffaelo Cortina editore, Milano, 2004.

[2] Los antropólogos, después de haber estudiado las costumbres sexuales y matrimoniales de centenares de sociedades y de culturas, han llegado a la conclusión de que en nuestra especie existe una fuerte tendencia a la monogamia, a la exclusividad amorosa y sexual. Esto no excluye, por otra parte, que se perciba en todas las sociedades un cierto grado de infidelidad conyugal, tanto en los varones como en las mujeres.

[3] Cf. Laura L. Carstensen – Marilun Yalom, Introduction, en Inside the American Couple: New Thinking, New Challenges, University of California Press, Berkeley, 2002, p. 8.

[4] R. Quebedeaux, The postmodern Family, en “Book World” 12 (1990).

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