RESALTAR LA DIFERENCIA CON EL OTRO, ¿SERÁ DE DIOS? O ¿SERÁ AUTOAFIRMACIÓN?

En aquel tiempo Jesús contó esta otra parábola para algunos que se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Ni tampoco soy como ese cobrador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano’. A cierta distancia, el cobrador de impuestos ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ’¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!’ Os digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa perdonado por Dios; pero no el fariseo. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido”.

Preparación:

Pensemos cómo nos presentamos ante nuestro Dios: si como el publicano o el fariseo. Tal vez las dos actitudes estén mezcladas en nuestro corazón. Que el Espíritu nos purifique con la fuerza transformadora de la Palabra.

Lectura:

La parábola que Jesús propone a quienes se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás nos invita a cambiar de paradigma religioso: no es justo ante Dios quien se autojustifica y, por añadidura, se compara con otros. Ese fue el caso del fariseo que fue al templo a orar. Es justo ante Dios quien humildemente le pide a Dios que lo justifique. La religión del Reino de Dios no se construye desde la vanagloria, los méritos personales, las pretensiones de superioridad. La religión que le agrada a Dios es la del “corazón contrito y humillado”, la de la solidaridad con los últimos.

Meditación:

Hay en nosotros una innata tendencia a compararnos con los demás y, en esa comparación, creernos mejores.  En ese momento nos volvemos jueves y le impedimos a Dios ser el único juez. Quien renuncia a compararse con los demás y a juzgarlos, se descubrirá pobre y necesitado ante Dios. Hará suya la oración de Jesús, tan valorada en la iglesia ortodoxa: “Señor Jesús, hijo de Dios vivo, ¡ten compasión de mi! Solo quien pone toda su confianza en el Señor y deja de juzgarse y compararse con otros, será justificado.

Oración:

Señor Jesús, hijo de Dios vivo, ¡ten compasión de mi! Soy muy débil. No puedo presumir de mis méritos. Dependo totalmente de su gracia, de tu mirada. Acógeme. Envíame tu Espíritu. Que sólo Él puede hacer que cada día me asemeje más a Ti.

Contemplación:

La comunión en las cosas negativas es también creadora de comunidad. Ante la cruz de Jesús, ¿quién puede presumir de justo, de santo? Ante ella, todos nos sentimos solidariamente culpables, pecadores, necesitados de salvación.

Acción:

Aprovecha una oportunidad en este día para confesar tu pecado ante Dios, como el publicano. Y sentirás la mirada amorosa y misericordiosa de nuestro Abbá.

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