¿CONDESCENDENCIA? O ¿INTRANSIGENCIA? EL ROSTRO DE NUESTRO DIOS

¡Cómo valoramos a las personas “condescendientes”! Son todo lo opuesto a las personas “intransigentes”, las que no dejan pasar una, las que siempre tienen razón, las que nunca se apean de sus criterios, de sus exigencias. Hoy la liturgia nos habla de “condescendencia”… ¡un excelente mensaje para comenzar un año distinto, para vivir una Navidad en plenitud. Éste puede ser el mensaje de este domingo II de Navidad, 3 de enero de 2021.

M. Rupnik, JESUS desciende a los infiernos

¡La intransigencia!

La condescendencia no es ordinariamente la característica de quienes se encuentran en los niveles más altos del poder, o del conocimiento, o de la fama. Sí lo es la “intransigencia”

  • Esas personas tienden a mantenerse en su altura, a preservar su posición elevada, a defenderse de cualquier descenso de nivel, a cualquier intento de ser rebajadas.se enclaustran en su altura. Se van alejando de todos… hasta de los amigos y familiares.
  • Se hacen necesarias complicadas citas o audiencias para poder encontrarlas.
  • Tanto en el ámbito de la política como en el ámbito de la religión, hay una forma de ejerceer el poder -la forma intransigente- que aleja de los demás; al que solo se tiene acceso a través de complicadas -si no imposibles- audiencias. Se suplen con apariciones públicas, bien vigiladas y sin acceso personal al personaje.
  • Muchos años de poder hacen la lejanía cada vez mayor.

¿Y esto a propósito de qué? ¡La condescendencia de Dios!

Pues a propósito del estilo “condescendiente” de nuestro Dios. Los Padres de la Iglesia subrayaron de una manera muy especial la “con-descendencia” de Dios. Lo denominaban en lengua griega: la syn-katábasis.

  • Esta palabra, condescendencia, nos habla de “descender” y de cercanía hacia nosotros –”con”–. Sí. Nuestro Dios se caracteriza por su condescendencia. Su poder omnipotente no lo ha alejado de nosotros. 
  • Dios, nuestro Dios, es Emmanuel, Dios con nosotros. Como confiesa nuestra fe, ha descendido hacia nosotros, y, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se ha encarnado y hecho hombre. Dios no ha rehusado nuestra humildad. Y se ha dejado ver, tocar, apretujar…
  • Ha entrado en nuestra casa, ha querido habitar en nuestra humilde tienda, se ha convertido en nuestro huésped, en un con-ciudadano de la tierra. 

No ha querido Dios proponernos un imposible ascenso hacia su Reino, sino que más bien ha decidido el “descenso” de todo lo que tiene relación con Él. Por eso, clamamos: “¡Venga a nosotros tu Reino!”, “¡Ven, Espíritu Santo!”. Por eso, la nueva Jerusalén “desciende” del cielo.

El camino del descenso

El camino del descenso nos hace coincidir con nuestro Dios y todo su proyecto. El camino del ascenso, nos separa de Dios y cuanto más ascendamos más separados de Él estaremos.

El Maeestro lava los pies de sus discípulos

La Sabiduría de Israel –como podemos ver en la primera lectura de este domingo– pedía cercanía a los pobres, a los indefensos, con palabras tan entrañables como éstas: 

“Hijo mío, no desatiendas las súplicas del pobre”. 

¿No fue esto lo que hizo el Hijo de Dios, Jesús, la Palabra eterna? Obedeció las palabras del Abbá y optó por los más pobres, proclamó el Reino, como buena noticia, para ellos. La condescendencia de Dios se manifestó en una cercanía tal a nosotros, que “apareció como uno de tantos, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado”.

La bendición

La cercanía del Hijo de Dios nos ha traído las bendiciones de Dios. Ser hombre es una bendición, desde el momento en que Dios quiso que su Hijo se hiciera hombre. Habita en nosotros la plenitud de la Gracia. No tienen razón quienes piensan que estamos destinados al mal, al sufrimiento, al fracaso. Más bien hay que decir que el rechazo de la bendición es lo único que nos hace malditos. Sólo hay que abrirse a la Gracia que nos llega, que habita entre nosotros, para sentir la Bendición.

  • Dios nos ha dado su Palabra. Su condescendencia ha llegado a tal extremo que nos declara hijos e hijas suyos y nos considera aliados con su Unigénito, Jesús. La única condición consiste en acogerlo, recibirlo, ser hospitalarios con Él.
  • El Condescendiente nos pide a nosotros ser también condescendientes. El Magnánimo nos pide magnanimidad. El Dios de la Encarnación, nos pide también a nosotros que nos encarnemos y nos hagamos próximos a todo el mundo.

Lo que salva a una persona poderosa no es “su intransigencia”, sino su “condescendencia”. Las personas intransigentes “excluyen”, las “condescendientes”, son inclusivas. Las personas “intransigentes” recurren a las armas…. las “condescendientes” siempre son un regalo. Para las personas intransigentes “nada es negociable”. Para las condescendientes, “todo es negociable”, porque esperan “milagros”.

Para contemplar
TÚ ME LEVANTAS (Grupo san Lorenzo)

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