DESDE LA DIMISIÓN A LA MISIÓN

Cuando Jesús, el Viviente, no es reconocido en la comunidad cristiana, todo en ella va mal: la comunidad se divide y dispersa, la misión resulta infructuosa, el miedo se apodera de todos. Sin embargo, cuando su presencia es reconocida y acogida, la comunidad se reúne y entra en comunión, la misión tiene éxito, la intrepidez y la audacia se apoderan de los discípulos.

La dimisión y el amanecer

El evangelio de Juan nos expone cómo los discípulos, liderados por Pedro, se encuentran ya en Galilea, en las ocupaciones de siempre. Por eso, Pedro dice: “Voy a pescar” y los demás lo siguen. Queda atrás aquella generosidad por la cual dejaron las redes, lo dejaron todo, para seguir a Jesús. Ahora, tras la decepción del viernes santo, vuelven a las andadas, a recuperar aquello que dejaron. Lo que, siguiendo al Maestro, era misión, se convierte ahora en “dimisión”. Lo que antes era misión, ahora es puro y duro trabajo. Pero también ¡infructuoso! Quienes podían ser pescadores de hombres, ahora no pescan nada durante toda una noche. Su trabajo, su esfuerzo, es inútil. Su decepción es muy fuerte.

Al volver cansados, amanece. Alguien les dice que echen la red al otro lado. Les cambia la perspectiva. Les quita protagonismo y los convierte en servidores de su Palabra. Y, descubren poco a poco a Aquel a quien habían abandonado. Lo descubren progresivamente. Estalla el descubrimiento cuando la red se llena de peces y ellos no son capaces ni siquiera de remolcarla. El “discípulo amado” lo ve enseguida. Es el más sensible ante la presencia y confiesa: “¡Es el Señor!” Pedro es el más reactivo e inmediato: enseguida se lanza al agua. Poco a poco todos tienen la certeza de que es el Señor. Nadie pregunta. 

El examen de amor y amistad

Jesús los reúne en torno a la mesa. Les prepara la comida. La comunión de mesa queda restablecida: no sólo entre ellos, sobre todo, ¡con Jesús!

La misión de la Iglesia, en la que todos participamos, no se identifica con nuestras iniciativas, con nuestra imaginación organizativa, con nuestros programas. De poco o nada sirve una actividad pastoral en la que el trabajo se superpone a la experiencia del Señor resucitado. De poco o nada sirve una vida comunitaria de trabajadores que no se encuentran en la “mística” de la mesa común, de la comensalía, con el Señor. El Señor está en medio de nosotros, pero desgraciadamente, no tenemos a veces tiempo para reconocerlo. El Señor lo puede todo. Es el Cordero Inmolado. El tiene el poder, la riqueza, la sabiduría. Unidos a Él todo es posible. Alejados de Él, no podemos dar fruto.

Jesús, otra vez, toma la iniciativa. Se acerca a Pedro y le dirige unas preguntas, le exige una confesión, no de fe, sino de amor. Pedro, desertor del seguimiento, es convocado de nuevo a seguir a su Señor. Pero el seguimiento sólo se justifica desde el amor, y un amor que está por encima de la profesión, de las posesiones, del propio trabajo: “¿Me amas más que todo esto?” La respuesta de Pedro es entrañable: “Señor, tú sabes que te quiero… tú sabes que deseo ser siempre tu amigo”. Las respuestas de Jesús manifiestan una confianza absoluta en aquel que había dimitido: “Apacienta mis ovejas… mis ovejitas”. Jesús quiere no un Pedro-pescador, sino un Pedro-pastor, imagen, icono, sacramento del Buen Pastor, un buen pastor dispuesto a dar la vida por las ovejas. Y así sucederá: así lo vaticina Jesús.

Vivir desde la lógica de la resurrección

Los discípulos vivieron, a partir de este momento, desde la lógica de la Resurrección. Su experiencia fue tan intensa, tan profunda, que ya no podían prescindir de ella. Dejaron su iniciativa y se dejaron llevar. Quisieron obedecer antes a Dios que a los hombres. Perdieron el miedo. Confesaron su fe ante los tribunales. Aquel a quien antes una criada del Sumo Sacerdote obligó a callar su identidad, ahora anuncia abiertamente y sin miedo, su adhesión hasta la muerte a Jesús.

Experiencias de resurrección y consecuencias

El mensaje de este domingo, nos invita a:

  • “re-conocer” en medio de nosotros la presencia del Señor;
  • cederle todo el protagonismo en la misión y convertirnos nosotros, en humildes servidores de su Palabra y de sus iniciativas; 
  • avivar nuestra sensibilidad de resurrección y descubrir “el más allá que existe” detrás y en todo “el más acá”;
  • “mirar” con otros ojos, con ojos de Pascua, todo lo que nos sucede y no dejarnos abatir por las dificultades: el Tentador pretende borrar todos los rastros que nos llevan al Resucitado;
  • la colaboración humilde de cada uno de nosotros en la misión de Jesús nace, debe nacer, de una alianza de Amor. ¿Me amas?, nos pregunta Jesús. Amar a Jesús, aunque no lo veamos. Amar a Jesús, tras compartir con Él la mesa, nos convierte en pequeños pastores de sus hermanos, de nuestros hermanos. De ahí nace la solidaridad, la hospitalidad, la acogida sin reservas, el cuidado por tantas personas que nos necesitan.

¡Benditas experiencias de resurrección que nos hacen recuperar el optimismo de la vida y nos vuelven fuente de amor y de compasión!

Para meditar:
PEDRO; ¿AMAS? (JON MONTALBAN)

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