En medio de un mundo que a menudo parece estancado en la desesperanza, el Adviento irrumpe como un faro de luz en la oscuridad. “¡Ya se acerca nuestra liberación!”, proclamamos con fé.
Pero ¿qué significa esta liberación en un tiempo donde sufrimos las consecuencias de calamidades, de guerra… donde la injusticia y el sufrimiento son tan palpables?
- Un vástago de esperanza
- La sorpresa divina
- El abrazo universal de la redención
Un vástago de esperanza
Este es un momento para despertar. Imaginemos por un instante el anhelo de aquellos que vivieron antes de nosotros, que esperaron pacientemente la llegada del Salvador. Su esperanza no era una ilusión; era una promesa viva que resonaba en sus corazones. Hoy, nosotros también estamos llamados a vivir esa misma expectativa, a creer que soñando lo imposible se llega a lo imprevisible. En esta homilía, exploraremos tres aspectos fundamentales de esta esperanza renovadora:
En la primera lectura Jeremías, con visión profética, anuncia: “Llegan días en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá”. Esta promesa se materializó en el anuncio del ángel Gabriel a María. Aunque la espera fue larga, no fue en vano. En este tiempo de anticipación, el amor crece y el futuro se vislumbra con claridad.
La sorpresa divina
En la segunda lectura Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, nos recuerda que la venida de Cristo no es un evento pasado, sino una realidad futura que transforma nuestro presente: “Vendrá el Día de improviso”, nos advierte el Evangelio. Esta espera activa nos invita a “levantar la cabeza” con esperanza, pues nuestra liberación se acerca.
El abrazo universal de la redención
La salvación que Cristo trae no es selectiva, sino universal. Como dijo Jesús: “Mi carne para la vida del mundo”. Estamos llamados a vivir en vigilia, expresando nuestra atención a través de la oración y contemplando los acontecimientos a la luz de su venida.
El Adviento nos desafía a vivir con esperanza audaz y a soñar con un futuro lleno de promesas divinas. Como dijo San Agustín: “La esperanza tiene dos hijas hermosas: la indignación y el coraje. La indignación nos enseña a no aceptar las cosas como están; el coraje, a cambiarlas”.
Conclusión
Este tiempo de espera es una oportunidad para reflejar la luz que deseamos ver en el mundo, renovando así nuestros corazones y nuestro entorno.
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