UN ABISMO NOS SEPARA ACÁ… PERO MÁS… ALLÁ

El relato evangélico del domingo XXVI es estremecedor, a pesar de la cortesía que manifiestan todos sus personajes. Jesús les cuenta a unos “amigos del dinero” lo que él imaginaba que sucedería entre Abraham y dos de sus hijos: un mendigo y un rico. Aunque en su parábola Jesús no menciona a Dios directamente, sí lo hace indirectamente porque Lázaro significaba “¡Dios ayuda!”. La parábola se divide en tres escenas: la primera en el palacio del rico, la segunda en el palacio del cielo y la tercera el diálogo entre el rico y Abraham.

El contraste: primera escena 

Nos sitúa en el palacio del rico: un hombre espléndidamente vestido (púrpura y lino blanquísimo y fino), que todos los días banqueteaba. A las puertas de aquel palacio había un pobre -que se llamaba Lázaro- casi desnudo, hambriento, cubierto de llagas, que perros sin dueño le lamían. Esperaba alimentarse con las sobras del banquete. Pero nadie le atendía.

La sorpresa: segunda escena 

Murieron los dos: el rico fue llevado al sepulcro; Lázaro fue llevado por los ángeles al “seno de Abraham”, es decir a recostarse como invitado de honor delante de Abraham en el banquete del Reino de los cielos. Jesús había dicho en otra ocasión: “muchos vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos”. ¡El contraste es estremecedor! Aquí podemos recordar las palabras de la madre de Jesús en el Magnificat: “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

Dos peticiones, una imposible, otra innecesaria: tercera escena 

El rico suplica a Abraham que le envíe a Lázaro y refresque un poco su boca seca ante los tormentos del fuego. ¡Imposible! le responde Abraham: la distancia es inmensa, como la existente entre “bienes” y “males”. 

Entonces el rico le hace otra súplica al parecer muy generosa: le suplica a Abraham que, si no a él al menos les envíe a Lázaro a sus hermanos para que cambien su estilo de vida. Abraham le responde que no es necesario: ¡ya tienen a Moisés y los Profetas! Si no hacen caso a éstos, tampoco lo harán a un muerto que resucite. 

¿Una parábola dirigida también a mí?

Los destinatarios del relato de Jesús fueron algunos fariseos que “eran amigos del dinero” (fil, argiroi) y se burlaban de Jesús. A ellos Jesús les decía que el culto al dinero y culto a Dios son incompatibles. Hoy Jesús nos dice también a nosotros que la avaricia y la tacañería es una idolatría que nos distancia absolutamente de Dios y de su Reino. Y también nos dice que la generosidad con los necesitados y la atención a ellos es la forma de ganarnos un tesoro y pagar la entrada para participar en el banquete del Reino de Dios. 

Para meditar:
VOS SOS EL DIOS DE LOS POBRES

Impactos: 470

Esta entrada fue publicada en Palabra de Dios, tiempo litúrgico. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *