EN EL BAUTISMO SE ABREN LOS CIELOS (Domingo)

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La vocación tardía de Jesús de Nazaret.
  • Quien busca encuentra
  • Extraña identidad: cordero que carga con el pecado del mundo

La vocación tardía de Jesús de Nazaret

También Jesús fue un hombre en búsqueda, porque se hizo en todo semejante a nosotros. No siempre tenía las cosas claras. Tuvo que ir descubriendo paso a paso su destino. Quizá pensemos que pasó excesivo tiempo en casa de José y de María. Si sólo vivió 33 años, ¿cómo justificar que dedicara a su misión profética únicamente los tres últimos años? Diríamos que Jesús fue un profeta con vocación tardía. ¿A qué dedicó, entonces los 30 primeros años?

No deja de ser misteriosa esa distribución del tiempo en la vida de Jesús.  A los doce años se perdió y fue encontrado en el templo y les dijo a sus padres que debía “estar en la casa de su padre”. A partir de ese momento se volvió con ellos a Nazaret y les estaba sujeto. Y así fue… la mayor parte de su vida, como “hijo de artesano” y también como hijo de su madre viuda y miembro de la familia. Renunció a formar una familia y de seguro que se identificó como “eunuco por el Reino de los cielos”. ¡Misteriosa expresión que reflejaba su autobiografía!

¡Quien busca encuentra!

Cuando Jesús se acercó a los treinta años, se puso en búsqueda, abandonó su casa. Y buscó allí donde Juan Bautista predicaba y bautizaba: ¡en el desierto! Se hizo bautizar por Él. Y a través de este mediador, encontró su destino, cuando la Trinidad Santa se reunió y mostró ante Juan y ante el mundo: “Tú eres mi Hijo”, dijo el Padre, “El Espíritu descendió y se posó sobre Él” y Jesús se convirtió en el Mesías esperado. Los evangelistas nos dicen que Jesús “vió los cielos abiertos”.

Extraña identidad: Cordero que carga con el pecado del mundo

El profeta Juan Bautista ve en Jesús al Cordero de Dios que carga con los pecados del mundo. Más tarde Jesús dijo que su carga es ligera: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré… mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28). ¿Cómo puede ser ligera si carga con todos los pecados del mundo? Y lo es en la medida en que nos pide a todos nosotros que vengamos a Él y compartamos su carga y su yugo.

Jesús murió por nuestros pecados. Se inmoló para que la humanidad se salve. Jesús fue, siguió siendo y es nuestro Redentor. Esto es lo que celebramos en este domingo del Bautismo del Señor.

Bautizados como Jesús

También nosotros hemos sido bautizados. Nada más y nada menos que “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. El agua de Dios se derramó sobre nosotros. Fuimos ungidos con el óleo santo como sacerdotes, profetas y reyes. La dignidad bautismal nos convierte en la clase VIP de la Iglesia y no en cristianos de segunda o tercera clase.

Agradezcamos en este día la “dignidad” recibida. Y dispongámonos a ser en la Iglesia escuchados, dignificados y a asumir en serio nuestra vocación cristiana con todo lo que ella implique.

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