LA SEGUNDA EPIFANÍA: EL BAUTISMO DE JESÚS

Hoy es el día de la segunda manifestación de Jesús, de su Epifanía: la primera, ante los Pastores de Belén y ante los Magos de Oriente, y la segunda, ante Juan Bautista cuando Jesús fue bautizado por Él: también es “epifanía”, aunque con frecuencia esta manifestación nos pase desapercibida. ¡Intentemos penetrar en este misterioso acontecimiento, hoy domingo!

Nos dice el evangelista Lucas que Jesús tenía por aquel entonces unos 30 años. No era precisamente un joven, puesto que, en aquel tiempo, la edad media de un varón era bastante corta y los jóvenes contraían matrimonio en torno a los 17 o 18 años. Por eso, bien podemos decir que Jesús, después de una larga vida como seglar, encontró un nuevo camino, una nueva misión. Y ello ¡gracias a un nuevo rito y a una revelación que durante su celebración aconteció!

La experiencia bautismal de Jesús

  • Se le abrieron los ojos a Jesús mientras participaba en el rito de purificación más alternativo y extraoficial de su tiempo y de su país. Juan, el hijo del sacerdote Zacarías, clamaba por un cambio radical de mentalidad, de corazón y de conducta en su pueblo. Convocaba desde la periferia, desde el desierto, y no desde el Templo de Jerusalén. Lo que pretendía era el acontecer de una auténtica refundación del Pueblo de Israel. A todos les pedía entrar en una nueva Alianza con Yahweh. Y el requisito era someterse a un bautismo de purificación de cualquier forma de idolatría y ruptura.
  • Jesús se identificó con la llamada del Profeta. Lo escuchó. Se estremeció ante su mensaje. Se hizo bautizar. Asumió la ritualidad que el Bautista le proponía.
  • Y mientras se bautizaba tuvo la experiencia que cambió el rumbo de su vida. Resonaron en su alma -como dirigidas a él- las palabras del Antiguo Testamento: “¡Tú eres mi Hijo!”. Y se sintió hijo de Dios, siervo predilecto, llamado a instaurar la justicia, el derecho. Se experimentó sumamente amado por Dios, su Padre: “¡Mi Amado!, ¡mi predilecto!”. Y al mismo tiempo se experimentó agraciado con la Presencia y Energía del Espíritu Santo, Paloma que sobrevuela las aguas y anuncia un ” nuevo comienzo”. La Santa Paloma “se posó sobre Él”, re-posó en Jesús.
  • Todo en Él, en Jesús, se encendió. Una fuerza interior, divina, estremecedoramente compasiva y energética, lo envolvió y lo lanzó… Jesús no se sintió “único”, “privilegiado”. Se sintió ciertamente “el primero” y poco a poco manifestaría su sueño y deseo: que todo el mundo participe del Amor del Abbá y de la efusión del Espíritu. Y ese fue su mandato tras su Resurrección: “Id, bautizad a todos (¡a toda etnia), en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Antes y después de su Bautismo

En este día del Bautismo de Jesús podemos dar un paso hacia adelante en nuestro conocimiento de Jesús y en nuestro propio conocimiento como seguidores de Jesús.

  • Jesús quiso vivir la aventura humana de verdad. Vio transcurrir los días y meses de su vida como tanta gente los ve transcurrir: ¡sin hacer algo especial!, ¡sin una misión espectacular!, ¡haciendo lo que todo el mundo hace: trabajar, vivir en un hogar, atender a los desafíos del día a día!
  • “Cuando le llegó la hora” -la llamada de Dios Padre- Jesús cambió de vida y de tarea. Fue en su Bautismo, cuando identificado con su gente, Jesús quiso recibir el bautismo de Juan “para la remisión de los pecados”. Dios Padre entonces le reveló su camino. Jesús llegó incluso a oponerse a la voluntad de su madre cuando se interrogó, ante ella, si había llegado su hora. El Espíritu cambió el rumbo de Jesús.

También nosotros

  • También nosotros hemos sido bautizados. En nuestro Bautismo entramos a formar parte de una comunidad alternativa, de una humanidad a la que Dios mismo quiere refundar. Sobre nosotros son proclamadas aquellas palabras que dicen: “Tú eres mi hijo, mi hija… eres mi amado, mi amada, mi preferido”.
  • El bautismo no es solo un rito, sino un “nuevo comienzo” que hace “nueva la vida a partir de aquel momento. Hemos de volver de vez en cuando a la experiencia del agua para re-encontrarnos con nuestra identidad, nuestra vocación y misión. Entrar en el agua es entrar en el seno materno en el que todo se diluye y todo se recicla y recupera. Es también escuchar la voz, la música estremecedoramente vital del Abbá que canta, que identifica…

Abbá te presentó como su Hijo amado, como su Niño y su Siervo predilecto. Tú, Jesús humilde y atractivo… entre la gente, los pecadores, con tu única insignia y vestido…: ¡el Espíritu! ¡Paloma, santa Ruah!, que en ti anida para iluminarte, para inspirarte, para ponerte en trance de misión. El agua, seno materno… de ella sales…. como del vientre de María en esta Nueva Navidad. Y el Abbá te pone nombre “¡Hijo mío!” y el Espíritu te penetra y el pueblo-Juan te reconoce: ¡corderillo, sí, corderito de Dios!

Para meditar
UN SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE
(LUCIEN DEISS)

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