LAS BIENAVENTURANZAS: EL ROSTRO DE LA SANTIDAD -en el día de Todos los Santos

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Se le atribuye a san Francisco de Sales este dicho: “Un santo triste es un triste Santo”. El papa Francisco se situó en esta línea cuando el día de san José del 2018 nos entregó su exhortación apostólica sobre la santidad en el mundo actual, que tituló “Gaudete et exsultate” (=GEx). 

  • La “dicha” es un estado de felicidad. Job se lamentaba: “Mis ojos no volverán a ver la dicha” (Job 7,7). 
  • El salmo 4,7: “Muchos dicen, “¿Quién nos hará ver la dicha si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?” (Sal 4,7).
  • El salmo 16,11: “Me enseñarás el sendero de la vida, saciedad de gozo en tu presencia, dicha perpetua a tu derecha”

Por muchas razones -y justificadas tal vez- nos sentimos desdichados. No somos felices del todo, aunque busquemos distracciones y disfrutemos de alegrías momentáneas. Pero ¿de cuántas personas podemos decir que son auténticamente “dichosas?

El papa Francisco quiere responder a esta pregunta. Intenta mostrarnos el camino hacia la dichala santidad. Nos invita a ser más felices, a superar nuestras tristezas y agobios y a entrar en el camino hacia la dicha. Su magisterio nos invita a ello: Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia, Veritatis Gaudium, Gaudete et exsultate. 

1. “Si quieres ser dichoso…” el rostro de la Santidad

Decía Séneca que “el efecto de la sabiduría es una alegría continua” (Cartas a Lucilio, 59). Jesús se identificó con el profeta innominado del Antiguo Testamento que en hebreo se llamaba “Mebasser”, el profeta de las alegres noticias (Is 40; 52; 61). La palabra hebrea se tradujo en griego por Evangelio y evangelista o evangelizador: quien transmite buenas, alegres noticias. Jesús fue el Mebasser, cuando desde lo alto de la montaña proclamó las bienaventuranzas(cf. Mt 5,3-12), y “beatificó” a tantos seres humanos a quienes iba poco a poco describiendo. De todos ellos y ellas es el Reino de Dios. ¡Ese es el rostro de la santidad!

Decía el filósofo Bergson que “la naturaleza nos advierte con un signo preciso cuál es el destino esperado: este signo es la alegría” (L’Énergie spirituelle). El papa Francisco afirma que las bienaventuranzas son “como el carné de identidad del cristiano” (GEx, 63). En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas (GEx, 63). En eso consiste la verdadera dicha.

Las bienaventuranzas -aunque nos parecen bellas y poéticas- sin embargo, nos sacan del sistema vigente, del statu quo. Nos dicen que “otro mundo es posible”:  para ello Dios cuenta con la colaboración de personas “dichosas”, “bienaventuradas”, a las que Jesús “canoniza” y “describe”. Y añade el papa Francisco: “solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo” (GEx, 65).

2. Ser… ¡esto es santidad!

Las bienaventuranzas nos interpelan y nos llaman a un cambio real de vida. Fijémonos en las bienaventuranzas de Mateo (cf. Mt 5,3-12):

«Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»

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Rico es aquel ser humano que pone toda su seguridad en sus riquezas materiales; y cuando éstas le fallan se desmorona (Lc 12,16-21). También hay una riqueza del corazón: cuando uno está satisfecho de sí mismo y no deja espacio para Dios, para los hermanos e incluso se vuelve incapaz de disfrutar de las cosas más bellas de la vida. Esa es “la miseria de la prosperidad” (Pascal Bruckner).

Para Jesús “felices son los pobres de espíritu” y de corazón, porque están abiertos a la constante novedad del Reino de Dios (GEx, 68). El evangelista Lucas dirige la bienaventuranza a los “pobres” sin más (cf. Lc 6,20), y nos invita a entrar en un estilo de vida austero y despojado, que comparte con los más necesitados y nos configura con Jesús que «siendo rico se hizo pobre» (2 Co 8,9). 

Ser pobre en el corazón, 
esto es santidad (GEx, 70).

«Dichosos los mansos, porque heredarán la tierra»

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Las relaciones humanas están teñidas -ya desde el origen (Caín y Abel)- de violencia, incomprensiones, envidias, odio: “clasificamos a los demás por sus ideas, por sus costumbres, y hasta por su forma de hablar o de vestir. En definitiva, es el reino del orgullo y de la vanidad, donde cada uno se cree con el derecho de alzarse por encima de los otros” (GEx, 71). 

En esos contextos el ser humano no es feliz: vive tenso, engreído ante los demás, y el resultado es el cansancio y el agotamiento. Jesús nos ofrece una alternativa que era su propio estilo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). 

La mansedumbre es un don del Espíritu (cf. Ga 5,23) que nos lleva a conocer los límites y defectos nuestros y de los demás con ternura. Cuando san Pablo nos propone corregir al hermano, menciona la mansedumbre como un fruto del Espíritu Santo. Propone que, si alguna vez nos preocupan las malas acciones del hermano, nos acerquemos al que lo necesite «con espíritu de mansedumbre» (Ga 6,1). Y san Pedro nos pide que defendamos nuestra fe y convicciones, pero “con mansedumbre (cf. 1 P 3,16), y que tratemos a nuestros adversarios con mansedumbre (cf.2 Tm 2,25) (GEx, 73-74). 

Reaccionar con humilde mansedumbre, 
esto es santidad.

«Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados»: 

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La mayoría de la gente piensa que “llorar” es una desgracia. Por eso, la tendencia general es darse a la buena vida, ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas: ¡divertirse! 

La alternativa de Jesús es otra. Nos habla de la bienaventuranza de las lágrimas, de la inmersión en las profundidades de la vida, dejándose traspasar por el dolor y que llore el corazón.  Quien así vive “será consolado” por el Abbá-Dios. Quien “siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece hasta experimentar que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: «Llorad con los que lloran» (Rm 12,15).

 Saber llorar con los demás, 
esto es santidad.

«Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados»

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La justicia -nos dice Jesús- tiene siempre la última palabra, porque nuestro Dios es justo. Lo que llamamos “justicia” humana está frecuentemente teñida de corrupción, de intereses particulares que se imponen a los generales. 

El hambre y sed de justicia que Jesús propone se hace realidad cuando discernimos la voluntad de Dios, nos identificamos con ella y la expresamos de manera especial con los desamparados e indefensos: «Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda» (Is1,17).

 Buscar la justicia con hambre y sed, 
esto es santidad (GEx, 79).

«Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»: 

Jesús nos propuso la regla de oro de la misericordia -y que hemos de aplicar en todos los casos-: «Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella» (Mt 7,12); «con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros» (Lc 6,38). Quien da y perdona se convierte en un pequeño reflejo del Dios perfecto, es decir, misericordioso (Mt 5,48; Lc 6,36-38). La misericordia nos hace felices y nos lleva a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22). Todos somos pecadores y constituimos “un ejército de perdonados” por la compasión divina (GEx, 82). Cuando no lo hacemos escuchamos el reproche: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» (Mt 18,33).

Mirar y actuar con misericordia, 
esto es santidad.

«Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios»

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Se trata del corazón sencillo, puro, sin suciedad. El corazón necesita ser cuidado (cf. Pr 4,23) para que nada manchado por la falsedad se inocule en él. Un corazón que ama cierra la puerta a todo aquello que atenta contra su amor. 

Dios mira el corazón (1 S 16,7), le habla al corazón (cf. Os 2,16), quiere escribir en él su Ley (cf. Jr 31,33) y cuando el corazón se endurece quiere darnos un corazón nuevo (cf. Ez 36,26); Jesús sabe «lo que hay dentro de cada hombre» (Jn 2,25: GEx, 84). Un corazón contaminado es fuente de males: asesinatos, robo, falsos testimonios, y demás cosas (cf. Mt 15,19). Sólo el corazón que ama a Dios y al prójimo es puro y puede ver a Dios. Es verdad que «ahora vemos como en un espejo, confusamente» (1 Co 13,12). Jesús promete que los de corazón puro «verán a Dios».

 Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, 
esto es santidad.

«Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»

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Hay muchas guerras y conflictos exteriores e interiores, enfrentamientos mundiales, locales y comunitarios; hay habladurías y críticas destructivas que no construyen la paz (GEx, 87).

En cambio, hay personas que siembre la paz por donde van. Jesús les hace una promesa hermosa: «Ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9); sus discípulos llevan la paz a los hogares (Lc 10,5), «procuran lo que favorece la paz» (Rm 14,19); y una paz sin exclusiones: que incluye a personas difíciles, diferentes, complicadas, a quienes reclaman atención, o han sido muy golpeados por la vida. El pacífico no solo resuelve los conflictos, sino que genera transformación. Ser artesano de la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza.

Sembrar paz a nuestro alrededor,
 esto es santidad.

«Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos»:

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 La alternativa de las bienaventuranzas emerge con toda su fuerza cuando los discípulos o discípulas de Jesús somos perseguidos porque cuestionamos a la sociedad, o resultamos molestos a quienes tienen planes perversos (políticos, económicos, mediáticos, culturales), o renunciamos a una vida cómoda porque sabemos que «quien quiera salvar su vida la perderá» (Mt 16,25: GEx, 91). 

Quien sufre por la justicia y soporta el sufrimiento o persecuciones por el Evangelio está en un proceso de maduración y santificación (GEx, 92). Pero esto no quiere decir que nos llenemos de enemigos por nuestra intransigencia o negatividad. Los apóstoles de Cristo gozaban de la simpatía «de todo el pueblo» (2,47; cf. 4,21.33; 5,13) mientras algunas autoridades los acosaban y perseguían (cf. 4,1-3; 5,17-18).

Hoy también sufrimos persecuciones -cruentas como tantos mártires contemporáneos, o incruentas a través de calumnias y falsedades o burlas que nos hacen pasar por seres ridículos-. Ser perseguidos por la causa de Jesús es fuente de felicidad (Mt 5,11).

 Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad

3. La Santidad a examen: “A mí me lo hicisteis”

La santidad que agrada a Dios se resume en estas palabras: 

«Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).

Este texto «no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo» (GEx, 96). Es una página del Evangelio que hemos de acoger «sine glossa», es decir, sin comentario, sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. No hay santidad cuando no se reconoce de forma activa la dignidad de todo ser humano que está en necesidad. Y no basta aliviar la necesidad de una sola persona o pocas personas. Es necesario comprometerse con la búsqueda de un cambio social, que afecte a todo el mundo e incluso haga más fácil la vida a las próximas generaciones (GEx, 99).

No hemos de evaluar nuestra vida únicamente a partir de la Liturgia y oración o a partir de determinadas normas éticas. Hemos de evaluarnos, ante todo, por lo que hicimos con los demás. Entonces la oración y el culto y la ética son agradables a nuestro Dios (GEx, 104). La misericordia con los demás «es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia».

“La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final. Son pocas palabras, sencillas, pero prácticas y válidas para todos, porque el cristianismo es principalmente para ser practicado, y si es también objeto de reflexión, eso solo es válido cuando nos ayuda a vivir el Evangelio en la vida cotidiana. Recomiendo vivamente releer con frecuencia estos grandes textos bíblicos, recordarlos, orar con ellos, intentar hacerlos carne. Nos harán bien, nos harán genuinamente felices” (GEx, 109).

¡BIENAVENTURADOS!
JMJ Cracovia 2016

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