<img1092|left>En la mañana del día 2 de octubre, a las 7.30 nos ha dejado el P. Severino María Alonso, que se encontraba hospitalizado en Logroño. Su fallecimiento nos ha conmocionado. Hubiéramos querido contar con su palabra, su presencia, su sabiduría elocuente, su testimonio. La muerte nos lo ha arrebatado. Él ha sido un gran profeta para la Vida Religiosa de nuestro tiempo. Era un hombre apasionado, convencido y convincente. Revestido de una profunda misericordia, clamaba por el respeto a la persona, a cualquier persona, en la vida consagrada y en la vida de la Iglesia. Fue un serio defensor de los derechos humanos dentro de la vida consagrada y denunciaba con valentía cualquier conculcación de ellos.
Su deseo más profundo era que la vida consagrada tuviera a Jesús como centro y permanente razón de ser. Le exasperaba el circunloquio evasivo ante la referencia explícita, confesante y amorosa, a Jesús.
En la solidez y evolución de su pensamiento aparecían grandes convicciones, que resaltaban cada vez con más clarividencia el primado de Dios, la centralidad de Jesús, la acción del Espíritu. Ante tal magnitud, mostraba su enorme comprensión hacia la debilidad y limitación humana. Éstaba convencido de que nunca nos salvaríamos por nuestras propias fuerzas. Desde ahí creaba en torno suyo contextos de misericordia, de comprensión y compasión.
Su seria teología se compatibilizada con un gran sentido del humor. Desde la seriedad académica o litúrgica pasaba fácilmente a la sonrisa contagiosa en la mesa o en la sala de comunidad.
No quería agradar, sino, sobre todo, servir, no defraudar, ofrecer sus mejores dones para el enriquecimiento de los demás. Muchísimas personas han experimentado su tímida cercanía, sus fugaces presencias llenas de cariño y amistad. No quería que su amor -tan intensamente sentido- molestase. Hacía el regalo y desaparecía.
La amistad dio sentido a su vida. La amistad era para él mística, iniciación al Misterio, preanuncio de la gran Utopía. Nunca se mostró receloso ante ella. Era más bien su impulsor, consciente de que es el camino hacia el Dios-Amor. Reconocía que su amor era siempre inferior al amor que recibía. Por eso, se estremecía ante la realidad.
Su pasión fue para él también su sufrimiento. El dolor le habitaba tantas veces para ensombrecer su semblante y tal vez, purificarlo, prepararlo, para los grandes encuentros, para momentos proféticos.
Severino María Alonso fue un hombre-corazón, un hombre que ardía en caridad y abrasaba por donde pasaba.
Yo le conocí, hace ya muchos años, cuando -viniendo del Líbano- asumió ser nuestro formador. Se hizo apreciar por ser ya un resumen convincente de todo lo que posteriormente explicitó su vida. El tiempos posconciliar lo fue modelando, abriendo, hasta llegar a ser “profeta de una vida consagrada de siempre y de ahora”. Desde el año 1985 vivimos en la misma comunidad. Siempre… tan creyente, tan atento, tan comprensivo, tan hermano, tan humano.
Nuestro Instituto Teológico de Vida Religiosa y la Escuela “Regina Apostolorum” le deben muchísimo. Su curriculum se puede ver en otra parte de esta página web. A ella me remito. Agradecemos a Dios, profesores y alumnos, su presencia entre nosotros, el don de su ciencia, sabiduría, de su pedagogía, de su estilo de profesor y testigo.
En la mañana del día 2 de octubre, a las 7.30, a los 76 años de edad, nos ha dejado el P. Severino María Alonso, que se encontraba hospitalizado en Logroño. Su fallecimiento nos ha conmocionado. Hubiéramos querido contar -por mucho más tiempo- con su palabra bella y precisa, su presencia cálida y humilde, su sabiduría elocuente, su testimonio inconmovible. Pero la muerte nos lo ha arrebatado. Él ha sido un gran profeta para la Vida Religiosa de nuestro tiempo. Era un hombre apasionado, convencido y convincente. Revestido de una profunda misericordia, clamaba por el respeto a la persona, a cualquier persona, en la vida consagrada y en la vida de la Iglesia. Fue un serio defensor de los derechos humanos dentro de la vida consagrada y denunciaba con valentía cualquier conculcación de ellos.
Su deseo más profundo era que la vida consagrada tuviera a Jesús como centro y permanente razón de ser. Le exasperaba el circunloquio evasivo ante la referencia explícita, confesante y amorosa, a Jesús. Y con Jesús no podía faltar María, siempre por él contemplada como Madre, como una incesante maternidad que se expresa y actúa en la Iglesia. Sigue leyendo →
Impactos: 5002