Llega a mí este texto impresionante. Me encuentro muy lejos de España y aquí el texto resuena de una manera especialísima. Entendemos que la misión que hemos recibido consiste no en vencer, sino en convencer”. La figura de don Miguel siempre me impresionó por su honestidad, por aquello que el Espíritu Santo hizo en él, como en tantas personas magníficas, de buena voluntad. Lo reproduzco tal como lo he recibido.
“Vencer no es convencer”. Esas palabras surgieron el día 12 de octubre de 1936, en un acto público en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Varios oradores se distinguieron con discursos panfletarios sobre el “Día de la raza”
Millán Astray, había acudido con una buena cantidad de legionarios que se habían permitido el lujo de entrar en el Paraninfo universitario, armados hasta los dientes . También estaba la esposa de Franco y el poeta José María Pemán.
Unamuno andaba enfurruñado por la imagen tan poco académica y tan propagandista. Dicen que estaba decidido a no hablar aunque presidía el acto como Rector Magnífico de la Universidad. Pero no pudo callarse ante las muchas salidas de tono, se levantó y, entre otras cosas, dijo:
— «Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso —por llamarlo de algún modo— del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil.
Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis…»
Los ánimos fueron subiendo de tono en el auditorio. Millá Astray pedía la palabra a gritos y algunos gritaron la consigna de la Legión:”¡Viva la muerte!”
Al final, Millán Astray empezó a gritar:
—“¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!”.
No podía seguir hablando de excitado que estaba, así que se puso muy tieso, acostumbrado como estaba a la rigidez de cuadrarse militarmente, y permaneció callado, sofocado y desafiante.
Unamuno, harto pero sereno y firme, se despachó a gusto:
—”Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de ‘¡viva la muerte!’. Esto me suena lo mismo que, ¡muera la vida!’. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte.”
El público estaba expectante aunque se escuchaban algunos bufidos entre la gran cantidad de legionarios y militares que llenaban la sala.
Unamuno siguió hablando, sereno y contundente:
—“¡Y otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente, hay hoy en día demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Míllán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él.”
Tras alguna frase más, remató diciendo:
—“El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada…”
A Millán Astray se le estaban hinchando las venas del cuello y gritó con furia:
— “¡Muera la inteligencia!”.
Aunque otros afirman que lo que dijo fue: «¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte!»
En cualquier caso, la bronca estaba servida.
El imbécil de Peman, porque era eso, un imbécil lameculos, intentó calmar el encontronazo con una frase que ha quedado como muestra de su estupidez. Dijo:
— “¡No, no! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”.
Unamuno aprovecho para rematar la faena y, ya en plena posesión de su autoridad como rector, dijo, con la suave contundencia que le permitían sus setenta y dos años:
— “¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España”.
El alboroto empezó a ser mayúsculo.
Unamuno bajó de su sitial y cogido del brazo de Carmen Polo de Franco, rodeados por el servicio de seguridad consiguió llegar a la puerta sin percance, aunque a su alrededor los gritos, insultos y amenazas se repetían. Parece que el propio Millán Astray fue el que facilitó, en un rasgo de contención inusitado en él, que Unamuno saliese del brazo de la esposa de Franco, para evitar males mayores.
Esa misma tarde, la corporación municipal de Salamanca tomó la decisión de cesar a Unamuno como Rector de la Universidad. Acuerdo que fue ratificado con la firma de Franco días después.
Desde ese día de octubre, Unamuno estuvo sin salir de su casa, en arresto domiciliario, hasta el 31 de diciembre, que murió de repente.
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Ave María justísima, este texto si es impresionante, gracias…verdaderamente es El Espiritu Santo que está conspirando por subvertir el desorden mundial. Con aprecio y oración. BAL
Como ya sabemos la fuerza es la razòn de la brutalidad. El desarrollo del intelecto es una meta fundamental de la educaciòn, en particular, la universitaria.
Unamuno tb dijo: La Universidad debe ser el templo de la razòn!!! y frecuentemente se la usa para hacer politica que en nuestros tiempos llega a ser el arte del engaño y la negaciòn misma de las ideas de Clìstenes.