“¡HAY UN HOMBRE POR LAS CALLES QUE LLEVA LA PAZ CONSIGO!”

En las relaciones a corta distancia se aprecia enseguida si “hay paz” o “hay guerra”. En una familia, en una pequeña comunidad, en un pequeño grupo surgen fácilmente disgustos, rivalidades, desprecios, actitudes que ofenden… y uno pierde la paz. El estado de “micro-guerra” persiste a veces no solo durante un día, a veces semanas y meses… El estado de enemistad genera mucha soledad. La gente se vuelve individualista, se aísla, para no recibir “más heridas”. Otras veces, la guerra y el caos están dentro de nosotros mismos: ¡no encontramos la paz! Lo mismo sucede en el cuerpo de la sociedad: está frecuentemente herido por muchas guerras y tensiones. Jesús -punto de encuentro de los enfrentados y enemistados- se despidió de nosotros ofreciéndonos el don de la Paz: “Mi paz os dejo, mi paz os doy” . Este es el mensaje del evangelio de hoy, martes de la quinta semana de Pascua, 12 de mayo de 2020.

¡No os angustiéis! ¡No tengáis miedo!

Ante todo aquello que nos priva de la paz, interior o exterior, Jesús nos pide: “No os angustiéis ni tengáis miedo”. Su ausencia visible no significa abandono, pero tampoco inconsciencia. Él sabe que nos deja vulnerables ante el “Príncipe de este mundo”, el que manda, el que nos enfrenta a unos contra otros: es el día-bolos, una misteriosa fuerza que nos divide y enfrenta, generadora de guerras interiores, familiares y comunitarias, sociales y políticas… Y a pesar de ese panorama -el poderío del mal y la división-, Jesús nos pide a quienes creemos en Él y le seguimos: “¡No os angustiéis, no tengáis miedo!”

Jesús, ¿porqué nos has abandonado?

La plegaria de Jesús al Padre en la cruz (“Dios mío, porqué me has abandonado”), podía ser también la plegaria de los discípulos a Jesús en la última cena (Jesús, ¿porqué nos vas a abandonar?). Y Jesús respondió: “porque amo al Padre, porque debo cumplir lo que Él me ha encargado”. Mientras vivimos en este mundo muchas veces hemos de beber un “amargo cáliz”. Tras el Cenáculo pasamos a Getsemaní, el huerto del abandono y de la súplica ardiente.

¡Mi paz os dejo, mi paz os doy!

Éstas no eran palabras de cortesía: un mero saludo al uso. ¿Cómo encontrar la paz en medio de tanta tribulación, de tantas tensiones exteriores e interiores? Cuando nació Jesús los ángeles cantaban: ¡Paz en la tierra! Jesús no es el príncipe de este mundo. Jesús es el Príncipe de la paz. La Paz era y sigue siendo la gran Utopía. Jesús traía la paz consigo. Jesús transmitía la paz. Y ese fue el gran regalo que les prometió a sus discípulas y discípulos antes de irse: “Mi paz os dejo, mi paz os doy!

El contacto con Jesús Resucitado nos pacifica. La Eucaristía, con su saludo de paz “La paz del Señor esté siempre con vosotros”, es fuente de paz interior y exterior, individual, comunitaria, eclesial y social. Y si la Paz es un regalo, un don… ¡no entremos en guerra para conseguir la paz! ¡Esperémosla y preparémonos para el des-arme!

¡Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios!

Nos lo deberíamos preguntar muchas veces:

  • ¿estoy siempre en guerra contra alguien, contra algo?
  • ¿me creo el adalid de la verdad, mientras considero que muchos otros están en el error?
  • ¿Qué es más importante para mí: entablar una batalla o luchar por el encuentro y la reconciliación?
  • ¡Ay de los hermanos mayores –como el de la parábola del hijo pródigo-! ¡Ay de aquellos que quieren guerra hasta humillar y vencer al hermano-adversario! A esos no se les promete la Paz. Estarán siempre en guerra, amargados.
  • Jesús nos quería pacíficos y pacificadores! Pero la paz no se consigue haciendo pactos con el mal, sino venciendo al mal con el bien. ¡Es un don que Jesús resucitado concede a quienes lo siguen!

Nunca dudemos de la eficacia de la misión realizada por Jesús en nuestra historia. Él fue y sigue siendo nuestro Mesías, nuestro Salvador, nuestro Liberador. Quien cree en Jesús interpreta la historia de otra manera; descubre en las aparentes victorias del Maligno, su derrota; siente la fuerza de Dios en los miedos y angustias. Pongámonos ¡en pie de paz! ¡Hagamos florecer el germen de la Paz que Jesús ha sembrado en nosotros!

Plegaria

Jesús, cuando te ausentas siempre nos bendices, nos colmas de paz, porque sabemos que tu ausencia es otra forma de presencia, que tu silencio es otra forma de hablarnos, que tu lejanía es otra forma de potenciarnos y de superar las amenazas del Maligno. Gracias, Jesús resucitado.

Para contemplar:
EL PROFETA: Un día por las montañas
(Ricardo Cantalapiedra)

https://youtu.be/q9k52eBgQ4g

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