HOY HEMOS VISTO ALGO “PARADÓJICO”

¿Cómo nos situamos ante Jesús?, ¿como los fríos observadores (fariseos y maestros de la ley venidos de toda Palestina), como los apasionados buscadores de Dios, como personas necesitadas de salvación? (los camilleros del paralítico). Que el Espíritu nos movilice para escuchar y acoger la Palabra y esperar el Milagro..

Un día estaba Jesús enseñando, y se habían sentado por allí algunos fariseos y maestros de la ley venidos de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén. El poder de Dios se manifestaba en Jesús cuando curaba a los enfermos. En esto llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico. Querían meterlo en la casa y ponerlo delante de Jesús, pero no encontraban por dónde entrar porque había mucha gente; así que subieron al techo, y haciendo un hueco entre las tejas bajaron al enfermo en la camilla, allí en medio de todos, delante de Jesús. Cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo: “Amigo, tus pecados quedan perdonados”. Entonces los maestros de la ley y los fariseos comenzaron a pensar: “¿Quién es éste, que se atreve a decir palabras ofensivas contra Dios? Tan sólo Dios puede perdonar pecados”. Pero Jesús, dándose cuenta de lo que estaban pensando, les preguntó: “¿Por qué pensáis así? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados quedan perdonados’ o decir: ‘Levántate y anda’? Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados”. Entonces dijo al paralítico: “A ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Al momento, el paralítico se levantó delante de todos, tomó la camilla en que estaba acostado y se fue a su casa alabando a Dios. Todos se quedaron asombrados y alabaron a Dios, y llenos de miedo dijeron: “Hoy hemos visto cosas maravillosas”.

La verdad sobre Jesús, defendida sin palabras

No lo tenía fácil ante semejante representa­ción de sabios y piadosos de Israel. Debía demostrarles quién era. La gente ponía en Jesús una confianza loca. Locura fue hacer un agujero en el techo de una casa y descol­gar por él a un paralítico para que le prestara atención prioritaria. En ese momento Jesús libera a aquel hombre mediante las palabras del perdón de los pecados.

Los fari­seos y doctores de la ley entienden que Jesús se arroga un poder divino. De hecho es así: Jesús es el “hijo del Hom­bre”, el mesías apocalíptico que transforma la situación de quienes ponen su confianza en Él. Esa transformación inte­rior tiene consecuencias en el orden exterior: “levántate, toma tu camilla y vete a casa”. El paralítico inicia inmedia­tamente una liturgia de alabanza a Dios que pronto se contagia entre todos:

“Hoy hemos visto algo paradójico”, es decir, la contradicción misma de Jesús: su divinidad y su humanidad actuando conjuntamente.

Llegar a la raíz de lo que nos paraliza

La fe en Jesús no nace de serias investiga­ciones intelectuales (el caso de los maestros de la ley), ni si­quiera de una conducta religiosa adecuada a la moral pro­puesta por el sistema (el caso de los piadosos fariseos), sino de la fe apasionada y compartida en un hombre que todo lo puede (la convicción del paralítico y sus amigos). Creer en Jesús es encontrarse con aquel que llega a la raíz de los pro­blemas: pecados que nos paralizan, que nos enferman. 

Nadie se libera del pecado por su propio esfuerzo. Es la presencia de Dios en lo humano lo que nos sana radicalmente. ¡Qué importante es sentir el perdón de Dios en la realidad paradójica de la Iglesia, que nos lo hace tan accesible!

Celebremos en este Adviento el sacramento de la reconciliación. Examínate de todo lo que te paraliza. Y busca, por todos los medios, un encuentro con Él.

Plegaria

Dios y Padre nuestro, que no quieres nuestra parálisis, haz que nuestra fe en ti supere nuestras dudas y nuestros méritos. Que creamos en Ti por ti mismo. Que descubramos a Jesús paradójicamente presente en su Igle­sia y que tengamos muchas oportunidades de alabarte.

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