¡QUE NADIE SE PIERDA!

¿Seré yo una oveja perdida? Y cuando es otra la persona que está perdida, ¿cuál es mi reacción? Tomemos conciencia de todo aquello que nos extravía, que nos pierde. Supliquemos al Espíri­tu Santo tener la suficiente honestidad y claridad para reconocerlo… Y la fuerza de voluntad para buscar y encontrar. 

En aquel tiempo dijo Jesús: “¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará las otras noventa y nueve en el monte e irá a buscar la extraviada? Y si logra encontrarla, os aseguro que se alegrará más por esa oveja que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Del mismo modo, vuestro Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños”.

Excesiva preocupación por una sola oveja

 ¿Qué os parece? La pregunta que Jesús hace no tiene una respuesta obvia.

  • ¿Habría que decir que sí a una preocupación excesiva por una oveja, cuando las otras 99 quedarían desatendidas por el pastor durante el tiempo de la búsqueda?
  • ¿No se dice que debe prevalecer el bien común sobre el bien particular? Por eso, lo normal es decir que ¡no parece!
  • Sin embargo, con esta compara­ción Jesús nos invita a ver la realidad desde otra perspec­tiva:
  • ¡Dios no quiere que se le pierda ninguno de sus pe­queños, aunque ello comporte el abandono por un tiem­po de los demás! Dios no es feliz cuando alguien se le pierde.
  • Y tampoco son felices sus amigos o amigas, porque se identifican con el querer de su Dios. A ellos o ellas les duele la pér­dida de un hermano. A todos les parece muy bien esa búsqueda de la oveja perdida por parte del Pastor. Todos se alegran cuando lo perdido es encontrado.
  • Es más, ¡has­ta el cielo se alegra!

Jesús propuso esta comparación a quienes, en lugar de alegrarse, lo criticaban por su gran cercanía con los pecadores. Eran los representantes de la religión oficial. Para Jesús, a nadie hay que considerar irrecuperable y por eso, ante una oveja que se pierde, hay que reaccionar inmediatamente saliendo en su búsqueda. 

Cuando falta el celo apostólico

La falta de celo apostólico, de espíritu misionero es la causa de tanta indolencia en la búsqueda de quienes se han alejado de la fe y de la comunidad. Una Iglesia no misionera es aquella que se encierra en el redil y sólo atiende a quienes en el redil quedan. El redil se va vaciando y ante quienes nos han abandonado solo se reacciona con un ¡qué le vamos a hacer!, o tal vez con desprecio.

La comparación con el buen pastor nos mues­tra, ante todo, que es posible recuperar a quienes estuvie­ron con nosotros “en el redil”. Que Dios no quiere que ninguno de sus hijos o hijas se pierdan. Que es necesario entrar en una dinámica misionera extroversa. 

Por muy difícil que la misión de búsqueda parezca, tendrá resultado. Dios es el primer interesado. Sólo así habrá felicidad en la comunidad de Jesús: celebrando la llegada de quienes se perdieron. Si creemos esto de verdad, se abren perspectivas preciosas a la “nueva evangelización”.

Hazte cercano o cercana a alguna persona que sea como la “oveja perdida”. No te importe para ello desconectar un poco de tu comunidad de fe. Con Jesús ve en su búsqueda. Después la alegría será grande.

Plegaria

Dios y Padre nuestro, que no quieres que ninguna de tus hijas e hijos se pierdan, mira a tantas per­sonas que han abandonado tu Iglesia, o el ministerio or­denado, o la vida religiosa, o la vida matrimonial, comu­nícanos tu Espíritu para que nos acerquemos a ellas y tratemos de recuperarlas y ofrecerles espacios para vivir la fe y la misión de nuevo.

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