LA CASA DE MI PADRE

“El celo de tu casa me devora”, dice hoy el Evangelio. “Yo, tu Dios, soy un dios celoso”, proclama la primera lectura. “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado”, leemos en la segunda lectura. La liturgia quiere hacernos comprender hoy cómo es el amor que Dios nos tiene. Para expresar su intensidad, nada mejor que recurrir a la imagen de los celos. El amor que Dios nos tiene es apasionado. Nos quiere en exclusividad y desea que Él sea también para nosotros nuestro “único”. Jesús mismo se vio devorado por los celos de Dios. La ira de Dios no es ira, sino celos.

La tierra entera es templo de Dios, la casa del Padre.

Este planeta azul, la tierra, es la casa común donde vivimos más de 7.600 millones de seres humanos. Aunque entre nosotros haya diferencias de razas, de culturas, de religiones, de sexo, todos –¡absolutamente todos!– tenemos un padre-madre común, una misma procedencia. ¡Todos somos hijos del mismo Dios! ¡Somos hermanos y hermanas! Jesús, el Hijo de Dios, se hizo ser humano y se convirtió –¡para siempre!– en nuestro hermano. Él vino a reunirnos a todos, que estábamos y estamos dispersos, enfrentados. Jesús vino a reconstruir la Casa, a convertirla en el nuevo Templo.

Pero la Casa está en guerra.

Los hermanos y hermanas estamos enfrentados. Se está destruyendo el Templo. Algo diabólico se está apoderando de nosotros. La obsesión por la seguridad nos está llevando a hacer demostraciones de fuerza que espantan. ¿Qué diría Gandhi ante esta forma violenta de responder a la violencia? ¿Qué diría Jesús, nuestro hermano mayor? Se está destruyendo la tierra por muchas partes. ¡Pobre templo de Dios!

Hasta la protesta contra la guerra se está convirtiendo en guerra. Hay violencia en las palabras, en los corazones. No estamos en un momento en que la protesta se convierte en lamentación, en pena honda… sino en motivo para despertar viejos rencores y obtener beneficios. Hoy no es fácil descubrir dónde se encuentra la Paz. 

Hay unas normas: las normas de la Casa

Nuestro Padre Dios se las reveló a Moisés.

  • Son las normas de la Alianza.
  • Son normas para ser atentos, en primer lugar con nuestro Dios, después con los hermanos y hermanas.
  • Las normas de la Casa nos piden:
    • amar a nuestro Padre, hacer de Él nuestro único Dios y Señor.
    • Santificar su nombre, su día, o dedicarle nuestro tiempo, nuestro amor.
    • El encuentro con Dios es terapia para el ser humano. Ante Él todo renace, el instinto de vida se hace más fuerte, el deseo de paz en la Casa, ¡ineludible! ¿No son los constructores de la paz, quienes son llamados hijos de Dios?
    • La atención a los hermanos y hermanas tiene muchas facetas: no matar, no robar, no codiciar, no adulterar ni romper alianzas de amor; amar sin fronteras. ¡Ésta es la legalidad que debemos defender y no la legalidad que imponen a todos los poderosos con sus normas y sus vetos!
    • Nos estamos equivocando cuando decimos que hay que defender la legalidad vigente, porque casi siempre es legalidad impuesta, no es legalidad descubierta por todos, sino impuesta por unos pocos. No es la legalidad de la Casa.

¡Nosotros predicamos a Cristo Crucificado!

Y con la imagen de nuestro Señor, ¿qué vamos a predicar sino compasión, no violencia? ¿Creemos de verdad que el amor es el arma más poderosa? ¿Qué nuevo orden podremos imponer sin el Amor? Los cristianos hemos de evitar cualquier atisbo de complicidad con el mal y con la muerte. Si estamos contra la pena de muerte, estamos también contra la pena de guerra. Quedo decepcionado viendo a tantos cristianos… defendiendo “una” guerra, que en el fondo es “la guerra”. Vaya gobernantes “cristianos”… Y es que quien no tiene paz en el corazón, sino violencia, ¿cómo va a estar en favor de la paz?

Jesús entró en el Templo y expulsó a todos. La escena es de un dramatismo tremendo. El Hijo de Abbá expulsa del gran símbolo de la Casa, que es el templo, a todos. Y mientras tanto dice que han convertido la Casa en un mercado. La ira de Jesús nace de su amor por todos y de la hipocresía de quienes dirigen la casa. En un ataque de celos, Jesús sale de sus casillas y se convierte en un grito, en una denuncia. 

Sí, el Señor sigue expulsando de la Casa a quienes implantan en ella un régimen de intereses, hacen de la casa una cueva de ladrones o de bandidos. Me llama la atención que diga el evangelio, que los expulsó “a todos”. ¡No hay excepción! Hay momentos en los que todos debemos preguntarnos por nuestra responsabilidad.  Jesús llega a encontrarse en una situación de desconfianza… porque sabe lo que hay en el corazón humano.

Reconstruir el Templo, la Casa, no es fácil.

A muchos nos parece imposible. Pero ¡todo es posible para Dios! El cuerpo de Jesús es la casa de la humanidad. Su carne y su sangre son la vida del mundo. Su palabra es palabra de Vida. En Jesús se encuentran los pueblos irreconciliados. Jesús es nuestra Paz. Sin Jesús no hay mediación capaz de crear reconciliación. No debemos dejar que Jesús se nos vaya. ¡Lo necesitamos! Esta Cuaresma es tiempo propicio para la Gran Conversión, para restaurar la Casa, el Templo profanado y en guerra.

Jesús ¡danos, danos la paz! Que seamos hijos de Dios, habitantes de la nueva Ciudad de la Paz, Jerusalén nueva y eterna.

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Una respuesta en “LA CASA DE MI PADRE

  1. Ricarda Espinoza dijo:

    Uso sus mensajes para meditar y reflexionar.

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