MURIERON LOS DOS: ¡LÁZARO! Y ¡EL RICO!

El mensaje del evangelio de este día, 4 de marzo de 2021, estremece, a pesar de la cortesía que manifiestan todos los personajes. Dios no está presente de forma directa, pero sí de forma indirecta, en el nombre de uno de los personajes centrales: Lázaro. ¡Murieron los dos, Lázaro y el rico! Abraham, el gran creyente, explica todo.

Lectura y comentario:

En aquel tiempo dijo Jesús: “Había una vez un hombre rico, que vestía ropas espléndidas y todos los días celebraba brillantes fiestas. Había también un mendigo llamado Lázaro, el cual, lleno de llagas, se sentaba en el suelo a la puerta del rico. Este mendigo deseaba llenar su estómago de lo que caía de la mesa del rico; y los perros se acercaban a lamerle las llagas. Un día murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron junto a Abraham, al paraíso. Y el rico también murió, y lo enterraron. El rico, padeciendo en el lugar al que van los muertos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro con él. Entonces gritó: ‘¡Padre Abraham, ten compasión de mí! Envía a Lázaro, a que moje la punta de su dedo en agua y venga a refrescar mi lengua, porque estoy sufriendo mucho entre estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que a ti te fue muy bien en la vida y que a Lázaro le fue muy mal. Ahora él recibe consuelo aquí, y tú en cambio estás sufriendo. Pero además hay un gran abismo abierto entre nosotros y vosotros; de modo que los que quieren pasar de aquí ahí, no pueden, ni los de ahí tampoco pueden pasar aquí’. El rico dijo: ‘Te suplico entonces, padre Abraham, que envíes a Lázaro a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos. Que les hable, para que no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Abraham respondió: ‘Ellos ya tienen lo que escribieron Moisés y los profetas: ¡que les hagan caso!’ El rico contestó: ‘No se lo harán, padre Abraham. En cambio, sí que se convertirán si se les aparece alguno de los que ya han muerto’. Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán aunque algún muerto resucite’”. (Lc 16,19-31)

Lázaro. Es ésta la única parábola en que Jesús emplea un nombre propio, ¡Lázaro!, que significa “¡Dios ayuda!”. Pero fuera de esta referencia implícita Dios no aparece.

Todo acontece entre Abraham y sus dos hijos: un mendigo y un rico. A quien Dios ayuda es al mendigo.

Jesús dirige esta parábola a algunos fariseos, que “eran amigos del dinero” (filargiroi). Al parecer intentaban hacer compatible el culto a Dios y el culto al dinero. Jesús, como profeta, les dice que Dios y el dinero son amos incompatibles: o se sirve a uno, o se sirve al otro.

La reacción petulante de aquellos fariseos fue la de mofarse, reírse, burlarse de Jesús. Entonces él les propuso la parábola del rico Epulón y Lázaro.

  • El mendigo nos evoca la figura de Job.
  • En todo caso se trata de una persona a la que el rico no atiende. Es más: actúa orgullosamente ante ella, sin el menor remordimiento.
  • Mueren los dos.
    • Lázaro, que no había recibido ayuda aquí en la tierra, la recibe en el cielo. Los ángeles lo llevan hasta el seno de Abraham, su padre.
    • El rico, que comía y vestía de púrpura, está en el infierno. Pide ayuda al padre Abraham. Éste le señala un abismo entre Lázaro y él que nadie puede cruzar.
    • Se acuerda el rico de sus cinco hermanos. Pide que Lázaro vaya otra vez a su casa, para convencerlos de que deben ayudar a los pobres.
    • Abraham se muestra escéptico: ni aun viendo a un muerto resucitado cambiarán de conducta. Tienen a los profetas, a Moisés. ¡Que los escuchen!

Meditación:

A quienes se burlaban de Él, Jesús les dice que algún día ellos pedirán misericordia y el mismo Abraham no podrá hacer nada en su favor. Les advierte que sigan los consejos de los profetas. La sociedad del bienestar nos hace servidores del dinero y de nuestro egoísmo, nos olvidamos de la solidaridad y caridad con los necesitados. Todo lo que tenemos nos parece poco y siempre necesitamos más. Ni siquiera damos a los necesitados las migajas que caen de nuestra mesa. No es cristiano ser indiferentes ante quienes piden, ante quienes nos incomodan con su pobreza. No es cristiano no acercarnos a ellos. Ellos juzgarán nuestras economías, nuestras comidas, nuestros gastos, nuestra forma de vestir… Un cristiano no debe hacer con su dinero lo que quiera.

Oración:

Tú, Abbá, siempre nos ayudas. Somos “Lázaros” para tí y llevamos inscrita en nuestra filiación divina la promesa de tu ayuda. Haz que confiemos en tí y no en las riquezas, en el dinero. Haznos hijos e hijas de tu Providencia. 

Contemplación:

La incredulidad se sirve de todos los recursos para no cambiar. Es sumamente activa e imaginativa… pero ¡para no cambiar! Ante el acoso de la gracia, que nos llevaría espontáneamente a creer, el incrédulo se mantiene en sus trece.

Se describe aquí el pecado capital de la pereza. Ésta no consiste en no hacer nada, sino en hacer mucho para no cambiar. La historia del rico y del mendigo Lázaro (¡Dios ayuda!) no conmueve a los incrédulos y a los amigos del dinero, como tampoco Moisés y los Profetas.

Acción:

Conviértete en imagen de Dios para algún hermano o hermana que esté necesitado. Acércate, como hijo o hija de Dios, a algún “lázaro” que providencialmente te encuentres hoy.

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